Las Solteronas by Claude Mancey - HTML preview

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2 de noviembre.

Día de duelo y de tristeza...

La vida está hoy como suspendida, y todos olvidan los cuidadoscotidianos para no pensar más que en sus queridos muertos, segados porla inexorable fatalidad y acostados en la tumba donde duermen su últimosueño.

La abuela no hace ninguna alusión al señor Desmaroy, y yo sigo suejemplo, contenta por escapar, durante algunas horas, al pensamientomortificante del cambio que se prepara.

¡Qué miserables son todas estas fruslerías miradas a la luz de lamuerte!... Hay que vivir, sin duda, y es preciso elegir el género devida que se prefiere; pero, pasada aquí o allí, ¿qué importa la vida?...Lo esencial es evitar el más pequeño mal y realizar todo el bienposible.

La única cosa cierta en esta pobre vida es la implacable ley de lamuerte. Sé que moriré, mientras ignoro si seré o no dichosa en la vidaque elija. Si me caso, preciso será, tarde o temprano, dejar a mimarido; si tengo hijos, también a ellos tendré que darles un eternoadiós... Multiplicar las afecciones es multiplicar las probabilidades dedolor... ¿Para qué buscar causas de sufrimiento?...

¡Ay!... ¿Qué responder a esto?

Me gusta, en el día de los muertos, una atmósfera gris y obscura, uncielo cubierto y bajo en armonía con la tristeza de los corazones. Enaquella mañana el sol brillaba y el azul del cielo, apenas velado porunas nubecillas, se ensombrecía de pálidos tintes bajo la mordedura delos primeros fríos. Lo mismo en el infinito del horizonte que en uncírculo más reducido, todo revestía una especie de aspecto alegre queadornaba de poesía a aquella fiesta melancólica de los muertos.

En el camino, atestado de hojas amarillas, desarrollaba sus largosanillos la procesión lenta y recogida. Los niños de las escuelas,olvidados de la tristeza ambiente, cantaban el De Profundis, y sesonreían los unos a los otros; en seguida los coristas, muy gravestambién, con sus sobrepellices blancas, entonaban el miserere. A lolejos sonaban por todas partes las campanas, y su fúnebre clamor poníauna nota sorda en aquellas voces humanas, entonando el canto de losMuertos... En el cementerio todos se acercaban a las tumbas amadas, enlas que una

profusión

de

crisantemos,

en

brillantes

haces,

arrojabansobre los difuntos todas las quimeras y las ilusiones de los vivos... Derepente, todo quedó en silencio, y llegaron a nosotras las estrofas del Libera, desgarradoras y monótonas. El velo de la abuela, aquel veloeterno, se enlutó más todavía bajo el peso de las penas sin cesarrenacientes. Las horas de agonía, implacables y torturadoras volvieron aempezar... Bajo el aliento de nuestras ardientes oraciones, los muertosamados volvieron a vivir ante nuestros ojos durante un segundo, paracaer una vez más sin vida en el fondo de sus tumbas, cerradas parasiempre...

Sentimos que estaban bien muertos aquellos a quienllevábamos el fiel tributo del recuerdo... En dulce y plañidera cadenciacayeron entonces sobre ellos las oraciones finales que entonaba la vozdel que presidía la procesión; diose la bendición, se restableció elsilencio... y cada cual, alejándose del campo del reposo, fue a coger denuevo el fardo de la vida, pensando en los que ya no existen...