Las Solteronas by Claude Mancey - HTML preview

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7 de noviembre.

El gran día ha pasado...

Se acabó la entrevista y desapareció el miedo... Deo gratias.

En cuanto me desperté esta mañana me sentí la cabeza pesada, oprimido elcorazón y contraído el estómago. Traté en vano de recobrar mi calmahabitual... El pensamiento de pasar a mi vez por las exigencias de laferia del matrimonio me tenía un poco embobada.

—Señorita, he aquí un marido que le conviene a usted—

zumbaba a mi oídono sé qué voz discordante del dominio de la pesadilla.—Véale usted...Examínele... este hombre es perfecto...

—Caballero...—me figuré que otras voces murmuraban en el mismo momentoal señor Desmaroy,—acuda usted pronto a Aiglemont... En esa peña vivenen buena armonía el dote y la mujer que le esperan... Tome usted a pesoel primero y sea indulgente con la segunda... ¿Qué importa ésta si aquélle agrada?...

—Estos son—pensé,—los preliminares del matrimonio... del santomatrimonio cristiano... ¿Dónde está usted, monseñor Dupanloup?...

Resuelta, a pesar de estas terribles reflexiones, a afrontar lasnecesidades de mi no menos terrible situación de joven casadera, mepresté de buen grado a los preliminares de ese comienzo de acuerdo entredos almas... ¡Dos almas!... ¡Qué ironía!...

Un lindo cuerpo de seda azul pálido, moldeaba mi talle; y mi cabello,más cuidadosamente ondulado que de ordinario, realzaba mi modestafisonomía. Una ojeada al espejo me dijo lo que yo sabía, es decir, quecon menos de mis 28.600 pesos tendría aún alguna probabilidad de gustara un pretendiente que no fuese ciego.

Concedido esto a la imparcialidad, me encontré sobre las armas a las dosmenos cuarto. En seguida bajé al salón donde encontré a la abuela muyagitada.

—Y bien, Magdalena, ¿te late el corazón?—preguntó la abuela conemoción.

—No, querida abuela, mi corazón está muy tranquilo... El cerebro esotra cosa... Tengo un horrible dolor de cabeza.

—Muy tonta vas a estar, mi pobre Magdalena. Al diablo se le ocurretener dolor de cabeza en un momento semejante...

—Poco importa, abuela, puesto que no soy ni coja, ni torcida, ni manca,ni muda, ni sorda, y tengo 28.600 pesos de dote... Con esta cifrasupongo que no se exige tener ingenio. Por 28.600

pesos tiene una mujertodos los derechos posibles a la tontería.

—¡Siempre tus ideas!... ¡Qué extraña eres!... En fin, explica de unavez lo que quieres...

—¿Lo que quiero?... no hago más que repetirlo, abuela.

Desearía,sencillamente, elegir yo misma mi marido... si debo casarme. Quisieraque se me permitiese ver seres masculinos de carne y hueso y aprender aconocerlos de otro modo que de oídas. Mi satisfacción sería completa siun día sintiese en el corazón el estremecimiento preludio del amor ypudiera decirte designándote al que lo hubiera provocado: ese es mimarido, con ese me casaré, no porque tiene el bigote rubio o los ojos detal color, una fábrica o una fortuna, sino porque me gusta bastante paraseguirle para siempre en el dolor como en la alegría...

—¡Qué demencia!—exclamó la abuela consternada.—Esas son ilusionesrománticas... La vida no es una novela...

—¿Por qué no?... ¿Qué inconveniente verías en que la vida de dos en elmatrimonio fuese una deliciosa novela?... Debe ser una de esas novelascuya lectura puede permitir una madre a su hija...

con tal de que estébien escrita, entendámonos... Me gusta cuidar el estilo...

—Locuras—balbució la abuela.

Un campanillazo, un ademán de la abuela para asegurarse de que supeinado está como es debido, un dolor más fuerte en mi cabeza, y entróen el salón mi destino bajo la forma del señor Boulmet acompañado delseñor Desmaroy.

Boulmet estaba radiante y, con una gracia antigua, solemnizada porcuarenta años de notariado, nos presentó al señor Desmaroy como unferviente aficionado a antigüedades, lo que trajo a los labios de todosuna leve sonrisa...

Desmaroy, muy en su papel, no parecía cortado para un hombre en su caso,y se resignó con visible buen humor a ver todas las antigüedadesposibles, incluso mi persona.

Aproveché el interés que manifestaba el visitante, suspendido de loslabios de la abuela, que le explicaba la procedencia de una consola, lahistoria de un cuadro o la leyenda de una miniatura, para observar endetalle a mi pretendiente.

Era visible que se esforzaba por conquistar a la abuela por una atenciónrespetuosa y delicada a todas sus palabras. Un buen punto por esto...

Ni bajo ni alto, ni gordo ni delgado, Desmaroy tiene unas señaspersonales que corresponden a no pocos ciudadanos franceses... Es de losque se dice: frente regular, nariz regular, etc... Sólo su miradaautoritaria y su barbilla testaruda ofrecen algo bastantecaracterístico.

Desmaroy no es ciertamente un cualquiera y hasta estoy dispuesta a creerque posee cualidades eminentes. Los ojos y la sonrisa son francos, perola voz, voluntariamente dulcificada, tiene a veces singularesinflexiones. Es cortante y punzante.

Además, ese diablo de barbilla...esa mirada... huelo el dueño, el hombre seguro de su fuerza y que quiereimponérsela a todos...

Es verdaderamente guapo; y, sin embargo, tengo laintuición de la antipatía de nuestros defectos, así como creo en laprobable simpatía de nuestras cualidades. Su autoritarismo da miedo a miindependencia. Si me decido a tomar un marido, no quiero darme un dueño.

Poco a poco, el señor Desmaroy olvida su dulzura convencional. Su miradaes la de un comisario cuando inspecciona las cosas que le enseñaBoulmet, el cual, correcto en extremo, se mata por presentar a sucliente todas las antigüedades de la abuela.

—Esto, señor mío, es del siglo XIII... Esto del XIV... Tal cosa datadel reinado de Luis XIV... Tal otra es del más puro Enrique II...

Y el señor Desmaroy mira, toma a peso, aprecia y estima.

Ni una sola vez habla del valor artístico del objeto designado...

No...vale tanto o cuánto. Su admiración no empieza hasta los 100 pesos; hastaesa cifra hace un gesto desdeñoso.

Es halagüeño para mí... Si soy pesada en la misma balanza, qué ideal...

Al llegar al inmenso tapiz de Beauvais, del comedor, el señor Desmaroydeja escapar un grito del corazón:

—Qué error dejar dormir tanto dinero... Cuánto dinero improductivo...Si este tapiz fuese mío, qué pronto le vendería...

La abuela disimula su asombro con una sonrisa que lo mismo significaadhesión que reprobación. De prisa va el caballero...

«Si fuese mío...»¡Oh! hablar de vender el tapiz de Beauvais...

La mirada del señor Desmaroy se cruza con la mía. Nuestras dosvoluntades cruzan el hierro. La suya, un poco arrepentida de lareflexión que se le ha escapado; la mía bastante desdeñosa por laindiscreción cometida.

Evidentemente mi antipatía se precisa.

Desmaroy sostiene sus ideas y yo las mías, nos miramos otra vez, no comoamigos sino como luchadores.

Leo en sus ojos:

—Esta muchacha es demasiado absoluta... Qué cabeza... Yo la meteré encintura... Una mujer está hecha para obedecer.

Bajo los ojos y mis párpados ocultan una respuesta acerba e irritada...

—No, no me meterá usted en cintura, porque jamás seré su mujer...

Desde este momento mi cerebro se despeja, póngome alegre y sonriente, lapreocupación desaparece y me encuentro libre...

¡Dichosa sensación!...Ya no hay pretendiente, ni estudio, ni cuidado, ni veo en el señorDesmaroy más que un aficionado a antigüedades...

Mi buena querida abuela está encantada viendo aquel cambio repentino yla visita se acaba con todas las apariencias de un acuerdo cordial.Adivino que el señor Desmaroy me encuentra muy a su gusto y salta a lavista que Boulmet está orgulloso de su cliente; la abuela se enorgulleceostensiblemente con una nieta tan linda.

—Estas tablas—le dice,—son modernas; están pintadas por mi nieta...Este almohadón bordado ha sido copiado por mi nieta de un modeloantiguo...

No faltó más sino que la abuela me hiciese ponerme al piano para tocaruna pieza o cantar una romancita...

Por fin se termina la sesión. Todo el mundo está satisfecho y yotambién... Decididamente, la feria del matrimonio tiene de bueno queenseña a estar contento de uno mismo y de los demás.

Esto último esmucho más raro que lo primero. La abuela no cesa de elogiar alpretendiente.

—¿Y el tapiz, abuela?...

—¿Qué tapiz?... ¡Ah! sí, la venta... Razonamiento de hombre denegocios, hija mía... Piensa como un hombre serio.

Pido ocho días de reflexión. Es imposible decir hoy a la abuela:

—Los defectos de ese caballero son antipáticos a los míos; no lequiero.

La buena señora me creería loca y se pondría enferma de pena.

En ochodías todo se arregla. El tiempo es un hábil auxiliar...

Mientras tanto respiro a mis anchas y me siento libre de un pesoenorme... ¡Qué bien voy a dormir esta noche!...