Las Solteronas by Claude Mancey - HTML preview

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22 de noviembre.

Esta mañana nos hemos reído mucho la abuela y yo.

Tenía necesidad la abuela de ver al señor cura a propósito de unospobres a quienes socorremos, y se fue a casa del padre Tomás. La abuelarecibió de su pastor la acogida más alegre que se puede desear. De tanbuena gana reía el señor cura, que ya empezaba la abuela a amoscarseligeramente, cuando aquel sacó una carta de su escritorio y se la diosin más explicaciones.

Copio textualmente esta obra maestra que la abuela me ha traído comodato para mis estudios sobre las solteronas; pues se trata de una cartade Celestina al cura, la carta que tanta curiosidad me había inspirado.Corrijo las faltas de ortografía, para facilitar su lectura.

Celestina Robert al señor cura de San Aprúnculo.

«Aiglemont 15 de noviembre de 1903.

»Señor cura:

»Ya no se casa nuestra señorita. Como tengo gran confianza en el buenSan Pablo, había prometido al gran apóstol dar un paso cerca de usteden el caso de que nuestra señorita no se casara con el señor que havenido con motivo de las antigüedades de la señora.

»Cumplo mi voto.

»Pienso, señor cura, que Santa Catalina no es una verdadera solterona,puesto que murió joven. Por esto no hay obligación de conservarla comonuestra patrona. Este honor corresponde, sin disputa, al apóstol SanPablo, que permitió a la gente de su tiempo y a la de los tiempos dedespués, no casar a sus hijas.

Aunque se enfade mi pobre señora, que noes de esta opinión.

»El día de Santa Catalina está próximo, señor cura. Para cumplir mi votopido al señor cura que no se celebre esta santa y que deje la fiesta delas señoritas para San Pablo.

»Su humilde servidora

Celestina Robert.

»Miembro de la orden tercera de San Francisco, cofrade de laPropagación de la fe, de la Santa Infancia, de San José, delSagrado Corazón, de las ánimas del Purgatorio, de San Antonio,etc., etc...»

Solté una sonora carcajada al leer esta epístola fantástica y también laabuela se rió de buena gana.

—Está decididamente en el aire la manía de escribir—dijo enjugándoselos ojos que estaban llenos de lágrimas.—¡En qué siglo vivimos!... Yproponer a San Pablo...

—Es una broma de Francisca—dije a la abuela, en cuanto puderespirar.—La pobre Celestina ha sido sugestionada.

—¿Cómo es eso?—preguntó la abuela incrédula.

Le conté lo que había pasado con Francisca a propósito de San Pablo y elpresentimiento que yo tuve de lo que podría hacer la vieja cocinera.

—¿Y qué ha dicho el señor cura?—pregunté.

—Estaba tan divertido por esta petición poco común, que no pensaba endecir su opinión. Mira la carta que me ha dado para Celestina. Léela; noestá cerrada.

Agustín Labertal,

»Cura arcipreste de la catedral de

Aiglemont,»

»da las gracias a la señorita Celestina Robert por su interesantecomunicación, que ha llegado tarde. Por este año no es posible ningúncambio en la reglamentación de las fiestas habituales. El señor Labertalaprovecha la ocasión para recomendaros a las buenas oraciones de laseñorita Robert.»

—¡Calla!—dije estupefacta,—el señor cura parece que toma en serioesta comunicación...

—Tiene que usar ciertas consideraciones...

—¡Consideraciones!... ¿Por qué?

—Ofender a una solterona de la intransigencia de Celestina, seríapeligroso...

—Sí, comprendo... El señor cura temería legítimas represalias...

—Ciertamente—dijo la abuela con convicción.

—Pobre señor cura, tiene miedo... Teme a los gendarmes de Dios,¿verdad, abuela?

—¿Qué gendarmes, hija mía?

—Todas las devotas del género de Celestina, son los gendarmes deDios... A ellas corresponde la vigilancia de la parroquia entera, desdeel señor cura hasta el último niño del catecismo... Es seguramente unmonopolio.

—Exageras, Magdalena.

—Bien sabe usted lo contrario, abuela... Si el señor cura llega tarde amisa, si se enreda en un oremus si no estaba en el confesionario a lahora exacta, si la señora de Tal ha ido a buscarle a la sacristía, si laseñorita Fulana ha tosido en misa, todo es materia de numerosasreflexiones... Pobre señor cura, buena falta le hace tener diplomacia...

—Sí—respondió la abuela contrariada por el sesgo que tomaba laconversación.—La diplomacia ha sido siempre una cosa tan hábil comointeligente.

—Es verdad—dije después de unos momentos de reflexión,—

más valerodear las dificultades que tomarlas por asalto... ¿Sabes, abuela, queno debe de ser agradable ocuparse de tantas fruslerías cuando parece queel alma no debiera ser atraída más que por las grandes cosas?...

—Ve a decir a Celestina que su proyecto no es de una importanciacapital, y verás cómo te recibe.

—Pobre Celestina... ¿En qué consiste que el cerebro llega a estrecharsehasta ese punto?

—No creo que el de Celestina haya tenido nunca una amplitud notable...

—Lo admito, en cuanto a Celestina. Pero ¿crees que es una excepción?

—No, hija mía. Ese es uno de los escollos del celibato, pues, en miconcepto, hay más peligro de mezquindad en la mujer que vive sola que enla que tiene marido e hijos. Al contacto de las inteligencias que semueven alrededor suyo, es más difícil que una mujer se disminuya,intelectualmente hablando: su cerebro, en vez de disminuir, tienetendencia a ensancharse. Lejos de atrofiarse en la tristeza de lasoledad, se expansiona en los goces de la familia... Realmente, habríamucho que hablar respecto de esto...

—¡Oh! abuela—protesté con vehemencia,—no se puede decir que una vidaestá truncada cuando se tiene la dicha de vivir sin un marido, sin undueño, y libre de tantas vicisitudes...

—Admitamos que exagero en cuanto a algunas; pero me concederás quemuchas solteronas participan de mi opinión. No todas tienen tus ideas ylas hay que se resignan difícilmente al celibato.

—Las hay que no se resignan—exclamé riendo al recordar a la Bonnetabley su mal humor.

—Y bien, puesto que somos del mismo parecer, al menos en ciertos casos,es fácil que nos entendamos. Tomemos por ejemplo, si quieres, unasoltera que lo es a pesar de sus deseos más sinceros. ¿Crees que serádichosa y apta para ensanchar su horizonte?...

—Qué sé yo...—dije con alguna vacilación.

—Fatalmente tendrá que encerrarse en su concha. En lugar de tener unapiedad sincera e ilustrada, sus desilusiones la impulsan a los extremosde la exaltación religiosa. Será una fanática de las pequeñasdevociones, de las pequeñas distracciones y de las ocupaciones pequeñas.Pisoteará sin escrúpulo la reputación del prójimo, y se creerá en elcamino del infierno si falta a un rosario o a un sermón. Después, si notiene el corazón bastante noble para entregarse por completo a todos, nopensará más que en sí misma, se replegará en su alma, en su cerebro y ensu conciencia.

A fuerza de investigar sus propios pensamientos y sus másínfimos deseos, llegará a inspeccionar al prójimo de un modo igualmentemeticuloso. Poco a poco pensará menos en sus defectos que en los de losdemás. ¡Ah! Magdalena, una vida truncada es terrible para ella misma ypara los otros. La malevolencia sistemática engendra tantascatástrofes...

—Sí—respondí un poco pensativa,—la solterona, tal como tú la pintas,vive en un martirio perpetuo. Todo el calor desocupado de su corazón setransforma y se pierde... Da en hiel lo que hubiera debido prodigar enmiel... ¡Pobre solterona!...

—Sí, por lo mismo que compadezco con toda mi alma a esas víctimas de lavida, no querría, hija mía, verte tomar un camino semejante...

—Yo no soy de la madera de esas solteronas... Yo no deseo casarme, sépensar y no estoy desocupada... No, tranquilízate; si permanezco solteratendré siempre el alma igual y alegre y seré un ejemplo extraordinariode felicidad en el celibato.

—Quién sabe...—murmuró la abuela pasándose la mano por lafrente.—Quién sabe... Dios te preserve de las tempestades del corazón,mi querida nieta... Pero—dijo de pronto para ahuyentar lamelancolía,—nos hemos extraviado de Celestina... Cierra la esquela delcura para que yo pueda entregársela, y no hables de esto a la buenamujer. Si sospechase que estamos al corriente de su paso, guardaríarencor al señor cura por esta indiscreción, permitida sin embargo.

—¡Rencor de solterona!—exclamé fingiendo un escalofrío.—

¡Qué cosa tanespantosa!...

Esperaba yo ver en Celestina los efectos de una cruel decepción, comovajilla rota, platos echados a perder, gruñidos, empujones... Pero no,Celestina estuvo de buen humor todo el día y hasta le oí cantar a vozen cuello un cántico a la Virgen.

La esperanza permanece en el fondo de su corazón, es cierto.

Ha llegadotarde este año, pero el que viene... ¡Pobre Santa Catalina! Ya puedeaprovechar lo poco que le queda... ¡Viva San Pablo!...