Las Solteronas by Claude Mancey - HTML preview

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9 de diciembre.

¡Cuántas mudanzas en lo que constituye una vida de joven soltera!...Ayer todo era tranquilidad absoluta; hoy empiezo de nuevo a subir elcalvario de una muchacha casadera... ¡Qué fastidio!... Y pensar que esel padre Tomás a quien debo esta resurrección de las complicaciones.

Esta mañana me previno la abuela que deseaba hacer conmigo algunasvisitas por la tarde. A las dos subí a mi cuarto para ponerme el trajede rigor, cuando la abuela me hizo sufrir un examen imprevisto.

—¿Qué vestido te pones?

—El gris, corte de sastre.

—El gris... No, yo preferiría el azul marino con aquella linda pecheraque tan bien te sienta. Debajo del abrigo de pieles ligeramenteentreabierto, hace muy bien...

—Pero yo no tengo conquistas que hacer, abuela... ¿Cree usted útil queme ponga el traje número uno?...

—Sí... sí... ¿Qué sombrero?...

—El Santos Dumont.

—No, ese no... Ponte más bien el de la pluma amazona que te sientamaravillosamente sobre tu cabello rubio.

—¿Maravillosamente?... Bueno, abuela.

Me

vestí

muy

pensativa...

¿Qué

significaban

esas

precaucionesinusitadas?... ¿Qué las idas y venidas de la abuela, que ha salido estosdías varias veces de tapadillo?...

Verdaderamente todo esto me parecíapoco claro y empezaba a temer seriamente un atentado premeditado contrami libertad, cuando tomé confianza al ver que la abuela se dirigía, y medirigía por consiguiente, hacia el Colegio Libre.

—En casa del padre Tomás—murmuré para mis adentros,—no hay nada quetemer... La feria del matrimonio no tiene allí puesto.

Llamé, pues, con todo el candor de una perfecta quietud y no encontréextraordinario que el cura no estuviese solo. Muy ocupado en hablar debuenas obras con un caballero bastante feo, que parecía un tarro detabaco, el cura nos acogió, sin embargo, con una alegría muyhalagüeña... Evidentemente no había la menor mala intención en aquellosojos eternamente maliciosos ni en aquella risa tan franca.

La abuela, no queriendo interrumpir la conversación de aquellos señores,se confundió en excusas y suplicó al cura que nos dejase aprovechar susluces comunes continuando su plática.

El caballero tarro de tabaco nos fue presentado. Se llama TeodoroBaurepois y practica como especialidad la salvación de Francia. Tuvimosel gusto de oír interesantes cosas sobre el socialismo cristiano, loscírculos obreros, la protección de los patronos, los retiros y undiluvio de teorías... El caballero habla bien y se expresa confacilidad y hasta con elegancia. El padre Tomás parece que le da granimportancia y le exhibe como una coqueta enseñaría una sortija.

La abuela, por discreción, hizo una visita muy corta. Mi inocencia nosospechó del señor de Baurepois, el cual no me parecía de la madera deque se hacen los maridos.

En casa de la Bonnetable, olvidada ya de su enfado, esperé en vano alseñor en honor del cual me había puesto mi traje azul y el sombrero cuyapluma, etc.

En casa de la señora de Ribert, ni sombra de pretendiente.

En casa de la Roubinet, nada más que un diluvio de flores de retórica.

En casa de la Sarcicourt, absolutamente nada...

Me resigné fácilmente a pensar que el pretendiente—porque debía dehaberlo—había llegado tarde al tren.

—Otro día será—pensé con alguna angustia ante la idea de volver aempezar las fases de mi atavío de conquista.

La abuela se encargó de desengañarme con una pregunta tan brusca comoimprevista.

—¿Qué te parece el señor de Baurepois, Magdalena?

—Muy feo—respondí con indiscutible sinceridad.

—Sí, no es un Adonis, ya lo sé... Pero su corazón... su inteligencia...

—Su corazón, abuela, parece muy vasto a juzgar por la extensión y elnúmero de las obras a que se dedica... Su inteligencia

debe

de

tenerlas

mismas

dimensiones...

Seguramente es un alma poco vulgar...

—¡Ah! querida—exclamó la abuela besándome con efusión.—

Qué dichosasoy al oírte juzgar así al señor Baurepois... Temía que su físico...

—¿Su físico?...—respondí disimulando una sonrisa.

—Sí, temí que te impresionase contra él... Pero el padre Tomás, que esun hombre de gran talento, me había dicho que él conduciría

laconversación

de

manera

que

quedases

conquistada...

—¿Conquistada?... Entonces se conquista ahora a las muchachas condiscusiones sociales...

—Las

muchachas

serias—respondió

la

abuela

ligeramenteofendida,—tienen así ocasión de apreciar a un pretendiente... ¿Qué másquieren?

Solté una carcajada vibrante, prolongada, interminable.

—De modo, abuela, que el señor de Baurepois era un pretendiente...

—Ciertamente—balbuceó la abuela.—¿Por qué no?

—¿Y el padre Tomás ha tratado de encontrar una conversación seductora?

—Seguramente—dijo la abuela, que no comprendía mis preguntas.

—Pues bien, el señor de Baurepois es horrible y su conversación...cargante, como diría Francisca.

—¡Oh! estas muchachas...

—Figúrate una conferencia entre un señor que quiere salvar a Francia ysu pobre mujer... Cada uno de sus desengaños recaerá en ladesgraciada... Cada meeting fracasado será una ocasión derecriminaciones... Cada speech interrumpido constituirá un motivo dediscordia... Y los artículos de los periódicos... Y los ataquespersonales... Y las perfidias de los amigos políticos...

Figúrate eldespertar por la mañana: «¡Ah! amiga mía, La Linterna se va a meterconmigo»—«No, amigo mío.»—«Sí sí, siento que voy a recibir alguna cosadesagradable.»—«Pero mi pobre Teodoro, te alarmas sin motivo.»—«Puessi no es La Linterna, será La Acción.»—«Nada de eso, estátranquilo.

Además, La Autoridad te defenderá si te atanca.»—

«¿Túcrees?»—« La Autoridad está en el caso de administrarme una palizadisimulada... Me defenderá criticándome.»—«Pues bien, amigo, esperapara apurarte a que ocurran todas estas cosas.»—«¡Ah! así sois lasmujeres, descuidadas, frívolas, egoístas... El padre Tomás me haengañado sobre tu carácter. No tienes nada de lo que hace falta para unhombre de mi valía.»

¡Ay! abuela, no quiero despertar de esta manera...

La abuela se encogió de hombros.

—¡Qué niñada, Magdalena!... Estás desbarrando... Y yo que esperaba quela belleza moral del señor de Baurepois...

—Permíteme, abuela. No niego la belleza moral del señor de Baurepois...Es hasta probable que si yo conociera a ese señor un poco más, megustaría bastante para olvidar a la larga las imperfecciones físicas queme ciegan por el momento. Esa belleza moral está demasiado oculta... Elsalvar a Francia es hermoso, no digo que no, pero, entre nosotras, yo notengo tanta ambición. Mi alma burguesa estaría más conforme con unadicha más tranquila y menos ilusoria... Un marido que me hiciera felizes todo lo que yo pediría.

—Y bien, el señor Baurepois...

—Temo que me aburriría mortalmente.

—Trate usted de gustar a una muchacha...—murmuró la abuela con unadesesperación que hubiera sido cómica a no ser tan sincera.—Oye—medijo dejándome para no ceder a la tentación de regañarme,—quiero creerque no es esa tu última palabra. Tengo los informes más perfectos sobreel señor de Baurepois. Como fortuna y como relaciones no encontraráscosa mejor... Es un hombre serio... Reflexiona.

Y la abuela desapareció sin dejarme decir una palabra.

De modo que estoy lucida... Después del señor Desmaroy, el señor deBaurepois... De Escila a Caribdis... ¡Qué agradable situación la de unajoven casadera!...