Manual Para Prevencion Sida en Cárceles by Jacobo Schifter - HTML preview

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CULTURA SEXUAL

36Información del tiempo de permanencia en La Reforma obtenida de 10 participantes del curso de concientización que fueron entrevistados con el cuestionario de la OMS.

37Los cuadros con la letra "a" se encuentran en el anexo general de cuadros.

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Magnitud del fenómeno homosexual

La pregunta de cuán extendida es la práctica homosexual en la prisión es tan antigua como el sistema penitenciario mismo. Havelock Ellis (1905), en su famoso "Studies in the Psychology of Sex" dice que el porcentaje de hombres que es sexualmente perverso se aproxima al 80%, aunque él reconoce que en sus "momentos pesimistas cree que en realidad todos lo son". Joseph F. Fishman (1951, p.81) en el libro que se convirtió en un clásico "Sex Practices of Prisoners", publicado en 1934, opina que el porcentaje en las prisiones norteamericanas oscila entre el 30 y el 40%.

Fishman recomienda que una de las maneras de evitar el homosexualismo en las prisiones era permitir las visitas conyugales. Su obra fue así, una denuncia de la falta de libertad sexual, léase heterosexual, de los prisioneros. En el Centro La Reforma, la visita conyugal es ahora un derecho de los prisioneros. Sin embargo, la descripción que Fishman hace de las relaciones homosexuales en su estudio de las carceles norteamericanas parece una réplica de la situación en Costa Rica, cincuenta años después.

La visita conyugal y la mayor aceptación para que los prisioneros tengan relaciones heterosexuales no parece haber mermado la práctica homosexual en La Reforma. Lo que más bien ha sucedido es que se han ampliado y diversificado las alternativas en las relaciones homosexuales y heterosexuales:

-relaciones homosexuales entre reclusos.

-relaciones homosexuales y heterosexuales entre reclusos y funcionarios que laboran en la prisión.

-relaciones homosexuales y heterosexuales con visitas femeninas y masculinas que no laboran en el penal.

-relaciones homosexuales y heterosexuales de los reclusos que gozan de permiso temporal fuera del penal.

En las entrevistas a profundidad con homosexuales éstos informaron que entre el 70 y el 90% de los reclusos sostiene relaciones homosexuales. Los funcionarios también reportaron altos porcentajes:

Aquí hay mucha homosexualidad (L.S.S)38.

Yo podría decir que casi el 100% son homosexuales (E.C.M.)39.

38Entrevista realizada el 11 de enero de 1990.

39Entrevista realizada el 16 de enero de 1990.

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La homosexualidad aquí se da en el 70% de la población (J.A.A.)40.

La homosexualidad dentro del penal es un patrón normal (E.C.M.)41.

Con base en la información etnográfica podemos caracterizar varios tipos de parejas homosexuales, que son idénticos a los que Fishman describe en su obra sobre las prisiones en los Estados Unidos:

a. El "cachero" y el travesti

b. El hombre mayor y el "cabrito"

c. Dos homosexuales ocultos a los que se les llama "zorras"

Además de esas relaciones permanentes existen contactos ocasionales con otros prisioneros.

El 36% de los reclusos señala que se encuentra en una relación "cerrada" (Cuadro 11a). Esto significa que tiene solo un compañero habitual. Un porcentaje idéntico manifiesta que mantiene relaciones abiertas, o sea, un compañero habitual y otros que pueden ser habituales u ocasionales. Los reclusos conforman así una subcultura que, si se compara con otras gays, se caracteriza por establecer muchas parejas. Compárese, por ejemplo, con los que van a los bares: relaciones cerradas (27%), o abiertas (22%). Es mucho más frecuente que éstos no tengan una pareja (44%). En cambio, entre los presidiarios de La Reforma únicamente el 14% admite no tener ningún compañero habitual (Cuadro 11a).

El hecho de estar prisionero, explica, en parte, el fenómeno. La ausencia de libertad de movimiento obliga a los reclusos a depender de menos personas para establecer sus relaciones. De ahí que sea necesario escoger y hacerlo de manera más permanente que en la calle. Otra razón la dan los mismos reclusos cuando señalan que es necesario buscar compañía para "subir la cuesta juntos", o sea para darse apoyo en prisión. Este componente emocional debe ser tomado muy en cuenta por aquellos que creen que la homosexualidad en la cárcel se suscita únicamente necesidades físicas y no para obtener compañía, apoyo y amor.

40Entrevista realizada el 17 de enero de 1990.

41Entrevista realizada el 16 de enero de 1990.

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A pesar de que la cultura del presidio fomenta las relaciones permanentes, éstas no necesariamente se encuadran en un patrón de monogamia. Muchos de los entrevistados con el cuestionario estructurado, indicaron que se dedicaban a una sola persona pero, cuando se les habló en ambientes de mayor confianza, la realidad es que la gran mayoría resultó ser mónogama solo de manera "oficial" puesto que también sostenían relaciones sexuales fuera de la pareja. El cuestionario "Survey on Homosexual Response" brinda información del comportamiento sexual de los travesti y de los homosexuales declarados y permite también inferir los patrones de otros sectores encubiertos. Como se analizará a continuación, las presiones para que ellos sostengan relaciones ocasionales son muy grandes.

Si comparamos los reclusos con otros grupos gays, encontramos que entre unos y otros hay gustos sexuales significativamente distintos. En primer lugar, los primeros sienten una mayor predilección por el sexo anal pasivo: un 86% frente a un 57% de los gays que visitan los bares (Cuadro 34a). En cambio, cuando se preguntó sobre esta práctica sexual con el uso del condon, solo el 41%, es decir la mitad, dijo que era muy excitante. En el caso de los gays de bares, el declive fue menos acentuado: un (41%). Cuando se pregunto lo mismo, pero ahora sin el condón, los reclusos manifestaron (un 77%) sentirse muy excitados.

La misma situación se da en lo que se refiere a la penetración anal activa. Aunque los internos la prefieren menos, ya que los que la señalan como muy placenteros representan el 54%, ellos la consideran muy atractiva cuando no se usa el condón (54%), pero mucho menos (27%) cuando sí se usa. Este último porcentaje es casi la mitad del de los gays que asisten a los bares (41%), quienes se manifiestan menos desmotivados para usarlo.

Los reclusos no solo prefieren el sexo inseguro, sino que también desfavorecen el seguro. Con respecto a la masturbación del otro, el 45% de ellos, (el 61% de los que asisten a bares), la encuentra muy agradable. En cuanto a ser masturbado, al 45% de los presos, y al 77% de los gays que frecuentan los bares les parece muy atractivo.

En cuanto a recibir felacio y sacar el pene antes de eyacular (aspecto que se considera parte del repertorio del sexo seguro), únicamente el 9% de los presidiarios lo hacen frente al 49% de los gays que van a los bares. Lo mismo sucede respecto al felacio hecho al compañero que tiene puesto el condón: los primeros la miran con mucho más con disgusto (41%) que los segundos (21%) o los trabajadores del sexo (4%).

La cultura de la cárcel incide en que las preferencias sexuales sean más rígidas y que la penetración se vea como lo más excitante, siempre y cuando no se use el preservativo, el cual es visto como un factor que le roba atractivo a las relaciones sexuales.

El que los presidiarios conformen el grupo gay que más rechaza el sexo seguro y el uso del preservativo indica que el ambiente y las reglas carcelarias hacen que no se observen valores y prácticas que son más extendidos en otros grupos.

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De todos los grupos entrevistados, el de presos es el que menos cambios ha realizado en sus hábitos sexuales. Cuando se les preguntó acerca de las prácticas sexuales con el primer compañero habitual después que oyeron del Sida, el 50%

admitió no haber hecho ningún o muy pocos cambios. Este porcentaje es mucho más alto que el de los gays que asisten a bares, entre los cuales solo el 16% respondió de esta manera. Los reclusos se ubican, junto con los adolescentes (45%) y los trabajadores del sexo (48%), entre los más resistentes a cambios en las prácticas sexuales (Cuadro 30a).

Cuando se indagó acerca de los cambios que habían realizado con el primer compañero habitual, los reclusos (40%) conformaron, junto con los trabajadores del sexo (73%), uno de los sectores que menos los había realizado en cuanto a la penetración anal pasiva y el no uso del condón (30%). También es el que exhíbia el porcentaje más elevado (10%) de quienes no habían introducido ninguna variación. Tampoco variaron la práctica sexual oral con eyaculación, ya que el 60% admitió que continuaba haciéndola con el compañero habitual. En los gays que asisten a los bares, únicamente el 11% contestó de la misma manera.

Aunque existe discusión acerca de la seguridad o no de ésta práctica, la verdad es que no es del todo segura y que la ausencia de cambios insinúa despreocupación.

En el rubro de la penetración anal activa, el 20% de los internos (y solo el 4% de los que asisten a bares) confesó haber incrementado la frecuencia, el 10% había empezado a aumentarla y el 40% la mantenía como antes.

Se puede deducir de los datos anteriores que, en las prisiones, las prácticas seguras con el compañero habitual no se caracterizan por haber mejorado. No es de extranar, entonces que cuando se inquirió sobre la masturbación, una de las actividades sexuales más seguras, los presos son los que menos la habían adoptado: el 10% en La Reforma, el 51%

de los clientes de los bares, el 60% de los concientizados y el 33% de los trabajadores del sexo (Cuadro 30a).

Con respecto a cambios con los compañeros casuales, el 73% señaló que no tenía ese tipo de compañeros. Sin embargo, del examen de las entrevistas, de otros datos que se analizarán a continuación y de los cursos de concientización, se desprende que la realidad es otra. Los reclusos son los que más admiten que nunca haber usado el preservativo con los compañeros casuales (33%), cifra seis veces mayor que la de los gays que asisten a bares (6%).

La actividad sexual de los diferentes grupos, durante los últimos 6 meses, indicó que los reclusos y los trabajadores del sexo son dos grupos con altos índices de sexo inseguro: la penetración anal activa sin condón fue practicada por el 54%

y el 61% respectivamente; la pasiva sin condón, por el 88% y el 61%, respectivamente (Cuadro 29a).

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Estos índices se mantienen si observamos el patrón en los últimos treinta días. El 68% de los reclusos practicó el sexo anal pasivo (el más elevado de todos los grupos) sin condón y el 32%, el activo. Los reclusos, pues, son un grupo habituado a prácticas inseguras y muy expuesto, por lo tanto, al contagio con el virus del Sida.

En cuanto al número de compañeros sexuales, los entrevistados reportaron un promedio de 51, durante los últimos 12

meses (Cuadro 6). Uno de ellos, un travestido, sostuvo relaciones con 365 compañeros distintos, lo cual, en vista de que la población penal era de 1369 (sin incluir 47 puestos en Máxima Seguridad), significaba un 27% de toda la población del penal. Otros cinco travestis habían tenido un promedio de 193 compañeros sexuales durante el mismo lapso. Dado que es común que los travestis dedicados a la prostitución tengan clientes diferentes, se deduce que existe un alto número de prisioneros que tienen relaciones sexuales con ellos.

En el curso de concientización que se dio a los travestidos, se hizo evidente que algunos que en el cuestionario habían declarado no tener contactos sexuales, después sí lo reconocieron y otros, que habían indicado tener apenas dos o tres compañeros sexuales, luego admitieron que tenían hasta cinco u ocho contactos sexuales diarios. Cuando se les preguntó, durante el curso, el número de hombres diferentes que habían tenido en la cárcel desde que ingresaron, ocho de ellos dieron una cifra total de 856, es decir, un promedio de 107, el doble de lo que indicaron en el cuestionario de la OMS.

Tomando en cuenta que además de las relaciones de pareja, existen los hombres mayores que seducen a reclusos jóvenes (cabritos), los homosexuales encubiertos, los bisexuales que se relacionan con un homosexual encubierto o uno abierto de manera ocasional, los funcionarios que sostienen relaciones sexuales con presos, visitas homosexuales masculinas, los presidiarios que, cuando cuentan con permiso para salir, establecen relaciones homesexuales fuera de la cárcel, es posible conjeturar con realismo que más del 70% de los prisioneros práctican la homosexualidad.

El hecho de que la cultura de la cárcel centre su sexualidad en el poder, el dominio del otro y en la rígida división de los roles sexuales, hace que sea más hostil al cambio, la prevención y el sexo seguro.

Las preferencias sexuales están determinadas por los distintos arreglos de poder. En el caso del "cachero", por ejemplo, su papel sexual distintivo es crucial para su imagen: aunque permita ocasionalmente la penetración pasiva, es vital para él, con el fin de contar siempre con el respeto de sus compañeros, que se le mire como un penetrador. Si él cambia hacia la masturbación, como forma preferente, por ejemplo, estaría dando un paso más allá de su prestigiosa identidad sexual puesto que un cachero que no penetra se "homosexualizaría" ante los ojos de los más y dejaría de ser el "heterosexual" que simplemente busca a otro hombre porque no tiene una mujer disponible. De ahí que le sea más difícil a éste que a un gay que va a los bares, variar su práctica sexual. Lo mismo podemos decir de los travestis, quienes dependen de la proyección de una imagen "femenina" para que sus relaciones sean toleradas en el presidio.

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