Manual Para Prevencion Sida en Cárceles by Jacobo Schifter - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

Conocimiento sobre el Sida

Aunque la enfermedad del Sida fue identificada en 1981, los reclusos de La Reforma oyeron hablar de ella mucho tiempo después. La mitad de ellos empezaron a enterarse a partir de 1985 (Cuadro 9).

La mayoría de los entrevistados conocía las principales formas de trasmisión y de prevención y, en menor grado, los síntomas de la infección. Más del 75%, sabía que el Sida se transmite por el semen, la sangre y que se previene usando el preservativo. Mostraron, al mismo tiempo, que disponían de algunas informaciones erroneas por ejemplo, el 77%

creía o no sabía que el Sida se transmite por la saliva. El 23% opinó que la práctica sexual no influye en la transmisión del Sida (Cuadro 9).

Si comparamos el conocimiento de los presos con el de otros grupos gays, encontramos que los primeros están en desventaja. Mientras que en los gays que frecuentan los bares un 93% considera que el Sida se transmite por el semen, en aquelos esta opinión fue sostenida por un 72% (Cuadro 14a). En cuanto a la sangre como vía de transmisión, los internos la desconocen en un 40% menos que los gays que van a bares. Más peligroso aún, los internos muestran, en menos del 45%, mientras que los que van a bares lo hacen en un 79%, estar seguros de que alguien que se vea sano pueda estar infectado. El desconocimiento de las formas de transmisión es mayor que en cualquier otro grupo gay.

La pérdida de peso, las manchas púrpuras en la piel y la diarrea son síntomas bastante conocidos en la comunidad homosexual. El cansancio, la fiebre, la confusión, la inflamación de ganglios y otros lo son en menor grado (Cuadro 10).

Sin embargo, también en estos aspectos hay diferencias: el conocimiento de la pérdida de peso como un sítoma es superior en un 10% en los gays que asisten a bares (98%), que en los presos (82%). En el caso de la diarrea, la relación es de un 90% en los gays de los bares y un 73% en los internos.

Pese a eso, hay que reconocer que, en términos generales, los internos están bien enterados de las formas de transmisión.

En cuanto al preservativo casi el 70% de ellos sabe que es una forma de prevención (Cuadro 15a) contra el VIH. Es el porcentaje más bajo de todos los grupos (en los que asisten a bares, por ejemplo, fue de 95%).

Ahora bien, es interesante anotar que no obstante que la comprensión de la importancia del condón es en realidad elevada, su utilización es menor, lo que indica que entre el entendimiento y la práctica entran a operar otros factores.

1

Percepción de riesgo de contagio

Los internos tienen una percepción baja de riesgo, a pesar de la situación en que se encuentran. Esto se midió usando una escala que va de 0 (imposible) a 10 (con certeza) (Cuadro 20a). Un promedio de 3.2 respondió que tenía posibilidades de contraer el Sida; uno similar (3.4) de que esas posibilidades se darían en los próximos cinco años y uno del 2.4 admitió que el compañero podría estar infectado.

El hecho de que la gran mayoría de los internos ha sido forzado a hacerse el examen en el penal (95%) (Cuadro 17a), y que el 100% sepa o sospeche que es negativo (los resultados no les son entregados, por lo que se asume de que si no los recluyen en celdas apartes es porque no están positivos), puede influir en que haya comprensión baja del riesgo. Lo que es evidente es que constituye un grupo realmente despreocupado, puesto que el 36% afirma nunca haberse preocupado por el Sida, cifra que es casi tres veces mayor que la de los gays que van a bares.

Percepción de riesgo en las prácticas sexuales

Los reclusos tienen la más baja percepción de riesgo de contagio que pueden entraña ciertas prácticas sexuales.

Unicamente el 45% de ellos (gays de bares, 68%) considera extremadamente arriesgadas la penetración activa pasiva sin condón (bares, 77%) (Cuadro 35a). Más de un tercio no sabe o cree que no es nada peligroso penetrar analmente sin preservativo a un hombre. El 14% dudo de que lo sea la penetración pasiva.

Negación de la enfermedad

A pesar de los conocimientos de que disponen, un gran número de presos expresan ciertas "razones" para negar del peligro. Ellos en una proporción tres veces mayor (27%) que los gays de bares (10%) creen que si alguien se va a infectar del Sida nadie podrá evitarlo; una proporción casi similar piensan que solamente la gente promiscua es la que se contagia de Sida y un 50% (en los bares, 35%) es de la opinión de que la prensa ha exagerado el problema del Sida (Cuadro 38a).

Uso y actitud hacia el condón

1

Bye (1985) en su estudio acerca del uso del condón, encontró que las actitudes negativas hacia éste están relacionadas con prácticas del sexo inseguro. En grupos de tabajo con hombres gays estadounidenses halló que a quienes les gustaba el sexo anal sin protección tenían actitudes negativas hacia el preservativo. Connell y otros (1988) observaron en Australia que las actitudes positivas hacia el condón se relacionaban con la adopción del sexo seguro.

En el estudio de los reclusos de La Reforma se descubrió que un bajo porcentaje usa siempre el preservativo y que casi las tres cuartas partes fue penetrado sin condón durante los últimos 30 días (Cuadros 7 y 8). Eso significa que los recluidos en ese centro penitenciario constituyen un sector que mantiene reservas contra el preservativo. El 73%

considera que éste disminuye el placer sexual (Cuadro 32a). En cambio en caso de los gays de los bares, únicamente el 46% está de acuerdo con ésto. Un 50% entre los primeros, pero apenas un 22% entre los segundos manifiestan que si no tienen uno a mano, no se perderán una relación sexual. Dos veces más entre los internos (9%) que entre los que van a los bares (4%); opinan que el condón hace perder la concentración.

Los reclusos no solo tienen actitudes más negativas hacia el preservativo, sino que se inclinan más a satisfacer los gustos del compañero. De allí que el 59% de ellos están de acuerdo en que el preservativo debe usarse solamente si el compañero lo aprueba. Entre los clientes de los bares, apenas un 17% así lo considera. Las diferencias se hacen más evidentes cuando se comprueba que el 64% de los presidiarios opinan que si a uno lo van a penetar, es cuestión del compañero ponérselo o no, en tanto que en los bares este criterio lo sustenta el 14%.

En la mayoría de las relaciones sexuales en La Reforma no se usa el preservativo. Cinco de 22 personas entrevistadas nunca lo habían usado; 4 no lo usan ahora. Esto significa que el 41% no lo utiliza del todo, el 37% ocasionalmente y el 23% siempre (Cuadro 7). Sin embargo, en el curso de concientización se hizo evidente que ni siquiera ese 23% que decía usarlo siempre lo hacía en realidad.

Cuando se les preguntó qué factores actuaban para que lo utilizara o no, el 42% señaló el tipo de práctica sexual que realizaran; un porcentaje similar el hecho de que el compañero sea conocido; el 50% que la pareja sea el amante; el 42%, haber o no tomado drogas y, más importante, para el 58% la actitud del compañero.

Más del 60% usan el condón "si tienen uno a mano", lo que se vuelve sumamente peligroso en vista de la actitud de las autoridades, tema que se analizó anteriormente.

Es importante destacar que los reclusos conforman uno de los grupos que menos citan el tipo de práctica sexual como un factor a tomar en cuenta para el uso o no del condón (Cuadro 33a). La relación es de 42% en ellos y de 75% en los bares. Esto indica que su desconocimiento es mayor en un aspecto para la prevención del Sida.

1

La penetración anal sin protección, considerada una forma de relación especialmente peligrosa para infectarse, es frecuente. Un poco más de la mitad de los entrevistados la había practicado en los últimos seis meses y casi las tres cuartas partes admitieron haber sido penetrados sin condón durante el mismo período (Cuadro 8).

De todos los grupos, el de los prisioneros es el asido del sexo anal de ese tipo. Mientras en los gays de los bares, un 38%

aceptó haberlo realizado durante los últimos seis meses (Cuadro 29a), en la carcel ese porcentaje ascendió a 82%. Este mismo grupo es después de los tabajadores del sexo, (61%) el que más reconoce haber practicado el sexo anal activo sin condón durante los últimos seis meses (54%).

Durante los últimos 30 días, un tercio de los entrevistados había hecho una penetración así, con un promedio de 2.6

veces. Además, el 68% hizo la penetración anal pasiva sin preservativo, con un promedio de 8.1 veces, en el mismo período (Cuadro 8). Los reclusos (Cuadro 28a) tienen un promedio de relaciones anales pasivas sin condón que es casi 2

veces mayor (4.2) al de los gays que asisten a los bares.

Podemos tomar en cuenta, por otra parte, que, de acuerdo con el estudio de Anthony Coxon (1986), sobre los diarios sexuales en sectores gays británicos, existe una tendencia a que quienes reportan esa clase de penetraciones en cuestionarios, disminuyan su número por su proclividad a olvidarlas o a reprimirlas. Esto lo comprobamos en los cursos de concientización, ya que la frecuencia de contactos sexuales que ahí se informó era superior a la señalada en el cuestionario.

La Reforma representa, como se constata, uno de los centros de actividad homosexual más peligrosos con respecto al contagio del VIH. El porcentaje de ellos que tiene prácticas inseguras superan aquí incluso a los trabajadores del sexo (principalmente debido a la penetración anal pasiva sin condón).

En vista de estos resultados, se trató de establecer la relación entre actitud negativa hacia el preservativo y sexo inseguro. El 73% de los entrevistados dijo que el preservativo disminuye el placer sexual. El 59% que lo hace perder la concentración (Cuadro 11). Sin embargo, cuando se trató de establecer esta asociación, no resultó significativa (Cuadro 12). La razón de este fenómeno radica en la influencia de otros factores. El tipo de relación, la prostitución, las drogas, el alcohol y la violencia, parecen ser mucho más importantes que la actitud individual, tal y como se verá más adelante. Esto permite conjeturar que el uso del preservativo en los travestis y homosexuales abiertos depende de la decisión que tomen sus clientes y amantes.

Reglas de juego en las relaciones

1

La cárcel es una institución llena de contradicciones. Entre ellas está la que consiste en que entre los presos hay una gran tolerancia hacia la homosexualidad, al mismo tiempo que una cultura masculina agresiva y hostil hacia lo débil y lo femenino. Para sobrevivir, el interno debe aprender a defenderse y cuidar su espacio por lo que su fortaleza física y la habilidad en el uso de armas punzo-cortantes son indispensables.

En esta cultura que sobrevaloriza lo masculino, las relaciones homosexuales se toleran mientras se respeten ciertas reglas básicas de los roles sexuales. Una persona afeminada y débil puede establecer una relación con un "cachero", es decir, un hombre que es masculino y que "oficialmente" no se define como homosexual. El primero se presenta socialmente como una mujer y el segundo, como un hombre. Para mantener los roles separados, el "homosexual", o sea el travesti, utiliza siempre un nombre de mujer, se viste como tal y desarrolla labores "femeninas" para el

"cachero": planchar, lavar, limpiar. Este, cuando habla de su amante con otros, siempre se refiere al travesti con el pronombre "ella". La relación incluye la protección que el "cachero" le da a su amante. El impide que el travesti sea abordado por otros hombres.

Otro tipo de relación tolerada en la cultura del recluso es la de un hombre mayor con uno más jóven (cabrito). Los prisioneros adolescentes son apetecidos por quienes tienen mucho tiempo de estar en la cárcel y buscan en ellos una relación de control y de servicios "femeninos", a cambio de la protección en el penal. Aunque en esta relación no existe una diferencia de género marcada, la edad permite que el hombre mayor se considere como "macho" y protector de uno menor y más débil, según una réplica de la relación heterosexual.

Las relaciones entre hombres homosexuales que no reflejan diferencias de género o de edad, símbolos de la dicotomía masculino-femenino, no son tan toleradas o respetadas en la cárcel. Sin embargo, éstas también se dan aunque en forma "ilícita". A estos hombres se les llama "zorras" o personas "ocultas" o "escondidas".

Aunque solo se pudo entrevistar a un "cachero" en el estudio etnográfico, las entrevistas con los travestis y el cuestionario "Survey on Homosexual Response" arrojan información de estas relaciones, importante para el estudio de la transmisión del Sida.

No obstante la polarización de los roles respecto al género, en la práctica sexual existe una mayor simetría, pues los

"cacheros", o supuestos "heterosexuales", practican el sexo anal activo o pasivo con sus amantes travestis (Cuadro 8).

Los travestis tienen, en promedio, un mayor indicador de penetración anal activa cuando están en una relación cerrada y se da una alta asociación, principalmente cuando no se usa el condón (Cuadro 13).

Los "cacheros", sin embargo, también tienen relaciones sexuales con sus esposas, amigas y amantes durante las visitas conyugales permitidas, y cuando tienen permiso de salida temporal de la cárcel. Por ejemplo, C, un "cachero" que es

1

amante de R, un travestido, tiene a la vez relaciones sexuales con una prima y una hermana de R, cuando éstas llegan los fines de semana. La prima se dedica a la prostitución. Para impedir los celos de R, C muchas veces tiene relaciones sexuales con él después de haberlas tenido ese mismo día con la hermana.

Un elemento de la cultura fomenta aún más las posibilidades de múltiples contactos. Los "cacheros" no deben ser sexualmente fieles a sus compañeros, según la cultura del penal, y más bien estimula que conquisten a otros travestis, como cualquier macho que tiene más de una mujer. Varios de ellos también se relacionan sexualmente con los homosexuales encubiertos o "zorras". De ahí que un "cachero" puede mantener, semanalmente, relaciones con varios hombres y mujeres.

Jerarquía

Los reclusos encuestados, por dedicarse muchos a la prostitución, no tienen problemas -aparentemente- en comunicar sus deseos sexuales. El 73% de ellos, mientras que solo el 43% de los gays de bares, considera muy fácil decirle a su compañero, antes de la relación sexual, lo que disfruta o no disfruta (Cuadro 42a). Un porcentaje idéntico considera muy fácil expresar su deseo sexual, lo que es nuevamente superior al de los gays de bares (45%).

A pesar de esta ventaja, en un grupo de patrones tan definidos como es la cárcel, la jerarquía está claramente establecida, sobre todo en relación al dominio que ejerce el "cachero" sobre el travestido. Sus amenazas penden constantemente sobre él. Una escena de celos puede desembocar fácilmente en una riña con cuchillo. Casi todos los travestis están marcados por cicatrices, testimonio de las peleas con sus compañeros. Al asumir el rol de "mujer" en la relación de pareja, quedan atrapados en las obligaciones y la casi ausencia de derechos de que goza la mujer en la sociedad latinoamericana.

Esto hace que seis veces más los reclusos (27%) que los gays de bares (4%) encuentren más difícil expresar que no se dejarán penetrar si no se usa el preservativo (Cuadro 42a). Esto mismo se refleja con la autoeficacia, puesto que un 64% declaró que poco o nada pueden hacer si el comañero sexual no quiere usar el preservativo (gays de bares=20%) (Cuadro 40a).

Aún conociendo ambos la eficacia del preservativo en la prevención de las enfermedades de transmisión sexual, el

"cachero" se niega rotundamente a usarlo. Esto se hace evidente en la relación de tipo cerrado, pues en ella se practica el sexo inseguro con mayor frecuencia (Cuadro 13). Por ejemplo, en esa relación se da un promedio mensual de 10.7 penetraciones anales pasivas sin condón, mientras que en la abierta el promedio es de 4.3. En esta última se practica en un mínimo la penetración anal activa con condón, mientras que en la cerrada no es usado.

1

En el curso de concientización los travestis dijeron tener grandes problemas con sus amantes al tratar de convencerlos de usar preservativo en sus prácticas de sexo anal. El solo hecho de plantearlo hace surgir en los "cacheros" sospechas acerca del estado de salud o de la fidelidad de su pareja. El poco poder de que goza el travestido, por el rol que asume en la relación, hace difícil que tenga éxito en su pedido. Esto se hace evidente si vemos que, entre otros factores que influyen en la decisión, o no de usarlo, el 58% de los entrevistados señaló que la actitud del compañero era la determinante (Cuadro 7).

Prostitución

El travesti en la pareja se convierte en el proveedor, irónica posición en una relación en la que juega el rol de "mujer".

Algunos obtienen dinero en labores domésticas para el resto de los reclusos: lavan y planchan la ropa. Otros hacen

"rifas" venta de números en combinación con la Lotería Nacional. Pero en un sistema penitenciario que ofrece pocas oportunidades de trabajo, es difícil que puedan tener un lugar de trabajo adecuado. Casi todos consideran los trabajos que se les asignan en la industria y en el campo como muy duros. Para satisfacer, entonces, las necesidades propias y del compañero recurren a la prostitución. Esta actividad la realizan a escondidas del amante oficial, por temor a sus represalias.

En el comercio sexual en prisión, el pago varía según las posibilidades del cliente. Fluctúa desde sumas bajas de dinero, hasta dosis de diferentes drogas. La demanda de favores sexuales es alta y la competencia es fuerte entre los mismos travestis y entre éstos y las "zorras" que en ocasiones también cobran.

Los travestis que están en relaciones abiertas y que, por lo tanto, son los que más tienden a la prostitución, tienen un promedio de 4.3 penetraciones anales pasivas sin usar condón al mes y solo 0.3 veces de penetraciones activas (Cuadro 13). Aunque este promedio es inferior al que se encuentra en relaciones cerradas, es suficientemente alto como para considerarse riesgoso.

Al tratar de establecer una relación entre los que manifestaron ser prostitutos y los que no, el promedio de penetraciones anales activas y pasivas sin condón no mostró una diferencia significativa (Cuadro 14). Sin embargo, debido a que únicamente 9 de los 22 entrevistados admitieron practicar la prostitución, aunque más lo harían en los cursos de concientización, no es de extrañar que haya sido imposible establecer la relación.

En esos cursos los travestis señalaron varias veces que el problema para usar el preservativo es que a los clientes no les gusta. Estos están dispuestos a pagar más o a evitar la relación sexual, si se les exige el condón, por lo que si la evidencia se mantiene buscan uno que no lo use.

1

La prostitución, en estas circunstancias, pone al travestido en una relación jerárquica inferior con respecto a su cliente.

Su necesidad de dinero y, como se verá, su adicción a las drogas lo hace vulnerable a sus exigencias.