—Así sea—dijo Ferragut.
Manifestó Tòni el mismo deseo. ¡Ojalá no viesen más á esta rubia, quetraía la desgracia!...
En los días siguientes, el capitán apenas abandonó su buque.
No queríaencontrarse con ella en las calles de la ciudad: dudaba de la dureza desu carácter; temía ceder á sus ruegos al verla otra vez llorando ysuplicando.
Se desvaneció la inquietud de Ulises al quedar terminada la carga delbuque. Este viaje iba á ser más corto que los anteriores.
El Marenostrum fué á Corfú con material de guerra para los servios, quereorganizaban sus batallones destinados á Salónica.
En el viaje de vuelta, Ferragut fué atacado por el enemigo. Un amanecer,cuando subía al puente para reemplazar á Tòni, los dos vieron al mismotiempo en forma tangible lo que llevaban á todas horas en suimaginación. Se marcó á lo lejos, en el redondel de sus gemelos, elextremo de un palo negro y derecho que cortaba las aguas, sonrosadas porel alba, dejando un rastro de espuma.
—¡Submarino!—gritó el capitán.
Tòni no dijo nada, pero apartando de un zarpazo al timonel, agarró larueda, dando al buque otra dirección. El movimiento fué oportuno. Sóloiban transcurridos unos segundos, cuando empezó á marcarse sobre el aguaun dorso obscuro, de vertiginosa carrera, que venía rectamente hacia elvapor.
—¡Torpedo!—gritó Ferragut.
La angustiosa espera duró unos instantes. El proyectil, oculto en lasaguas, pasó á unos seis metros de la popa, perdiéndose en la inmensidad.Sin la rápida virada de Tòni, habría herido al buque en pleno flanco.
El capitán, por el tubo acústico que descendía á las máquinas, gritóórdenes enérgicas para que desarrollasen toda la velocidad.
Mientrastanto, el piloto, agarrado á la rueda, dispuesto á morir sin soltarla,dirigía el buque en zigzags para no ofrecer una puntería fija alsubmarino.
Todos los tripulantes contemplaban desde las bordas el bastón lejano éinsignificante del periscopio. El tercer oficial había salido de sucamarote casi desnudo, restregándose los ojos soñolientos. Caragòl estaba en la popa, mostrando su abdomen bajo el revoloteo de la sueltacamisa y llevándose una mano á las cejas á guisa de visera.
—Lo veo... lo veo perfectamente... ¡Ah, bandido! ¡hereje!
Y tendía su puño amenazador hacia un punto del horizonte, precisamenteel opuesto al lugar donde emergía el periscopio.
Vió Ferragut en el redondel azul de las lentes cómo este tubo subía ysubía, engrosándose. Ya no era un palo, era una torre, y á continuaciónde esta torre iba surgiendo del mar un basamento de acero que chorreabacascadas de espuma, un lomo gris de cetáceo, que poco á poco tomaba laforma de un vaso navegante largo y afilado.
Una bandera flotó de pronto sobre el submarino. Ulises la conocía.
—¡Nos van á atacar á cañonazos!—gritó á Tòni—. Es inútil quenaveguemos en zigzags. Lo que importa es ganar distancia, marchar enlínea recta.
El segundo, hábil timonel, obedeció al capitán. Tembló todo el casco áimpulsos de una velocidad extraordinaria. La proa cortaba las aguas conun rumor creciente. El sumergible enemigo, al aumentar su volumen con laemersión, pareció, sin embargo, retroceder en el horizonte. Dos vedijasde espuma empezaron á amontonarse en ambas caras de su proa. Corría contodo el ímpetu de su marcha de superficie; pero el Mare nostrum navegaba igualmente con el impulso forzado de sus máquinas á granpresión, y la distancia entre ambos buques se fué dilatando.
—¡Tiran!—dijo Ferragut con los gemelos en los ojos.
Una columna de agua se levantó cerca de la proa. Esto fué lo único que Caragòl pudo ver claramente, y rompió á aplaudir con una alegríainfantil. Luego agitó en alto su sombrero de palma.
«¡Viva el SantoCristo del Grao!...»
Otros proyectiles fueron cayendo en torno del Mare nostrum,salpicándolo con sus enormes surtidores de espuma. De pronto tembló depopa á proa: se estremecieron sus planchas con una vibración deestallido.
—¡No es nada!—gritó el capitán echando medio cuerpo fuera del puentepara ver mejor el casco de su buque—. Un cañonazo en la popa. ¡Firme,Tòni!...
El segundo, agarrado á la rueda, volvía la cabeza de vez en cuando paraapreciar la distancia que les separaba del submarino.
Cada vez que veíalevantarse una columna acuática á impulsos de un proyectil, repetía elmismo consejo:
—¡Tiéndete, Ulises!... ¡Van tirar contra el puente!
Era un recuerdo de su lejana juventud de contrabandista, cuando seacostaba en la cubierta de su barca manejando el timón y la vela bajolos tiros de los vigilantes del resguardo.
Temía por la vida de sucapitán, mientras él continuaba de pie, ofreciéndose á los disparos delos enemigos.
Ferragut marchó de un lado á otro, maldiciendo su falta de medios pararesponder á la agresión. «¡No le ocurriría otra vez!...
¡No sedivertirían más dándole caza!»
Un segundo proyectil abrió otra brecha en la popa...
«¡Mientras no seaen las máquinas!», pensaba el capitán.
Después de esto, el Marenostrum no sufrió más destrozos. Los disparos siguientes fueronlevantando columnas de agua en la estela que dejaba el vapor. Cada vezsurgían más lejanos estos fantasmas blancos. El buque salió de la zonadel cañón enemigo, que seguía tirando y tirando inútilmente. Al fincesaron los disparos y el submarino se borró del campo de visión de losanteojos, hasta sumergirse enteramente, cansado de una persecucióninútil.
—¡No me ocurrirá más!—volvió á repetir el capitán—. ¡No me atacaránotra vez impunemente!
Luego pensó que este submarino había marchado contra él sabiendo quiénera. Llevaba pintado en los costados de su buque los colores de España.Al primer cañonazo, el tercer oficial había izado la bandera, sin quecesasen por esto los disparos. Querían echarle á pique sin intimaciónalguna, «sin dejar rastro». Pensó que Freya, en relación con losdirectores de la campaña submarina, podía haber denunciado su viaje.
—¡Ah... tal! ¡Si te encuentro otra vez!...
Tuvo que descansar en Marsella varias semanas mientras reparaban lasaverías del vapor.
Como Tòni carecía de ocupación durante esta inmovilidad forzosa, leacompañó muchas veces en sus paseos. Gustaban de sentarse en la terrazade un café de la Cannebière para comentar las diferencias pintorescas dela muchedumbre cosmopolita.
—Mira: gentes de nuestro país—dijo el capitán una tarde.
Y señaló á tres hombres de mar confundidos en la corriente de uniformesdiversos y tipos de distintas razas que pasaba rozando las mesas delcafé.
Los había reconocido por sus gorras de seda con visera, sus chaquetasazules
y
su
obesidad
grave
de
marineros
mediterráneos que han conseguidocierto bienestar. Debían ser patrones de barca.
Como si la mirada y el gesto de Ferragut les hubiesen avisado conmisteriosa sensación, los tres volvieron los ojos, fijándolos en elcapitán. Luego empezaron á discutir entre ellos con una vehemencia quehacía adivinar sus palabras.
«¡Es él!...» «¡No es!...» Aquellos hombres le conocían, pero dudaban alverle.
Se alejaron con marcada indecisión, volviendo repetidas veces el rostropara examinarle una vez más. A los pocos minutos regresó uno de ellos,el más viejo, aproximándose con timidez á la mesa.
—¿Es usted, y perdone, el capitán Ferragut?...
Hizo esta pregunta en valenciano, al mismo tiempo que se llevaba ladiestra á su gorra para quitársela. Ulises detuvo el saludo y le ofrecióuna silla. El era Ferragut: ¿qué deseaba?...
Se negó á sentarse. Quería decirle dos «razones» aparte, con ciertosecreto... Cuando el capitán hubo presentado á su segundo como hombre detoda confianza, entonces se sentó. Los dos compañeros, rompiendo lahumana corriente, habían retrocedido también y estaban en el borde de laacera, volviendo sus espaldas al café.
Era un patrón de barca: no se había equivocado Ferragut.
Hablabalentamente, como si le preocupase la revelación final, á la que servíade exordio todo lo que estaba diciendo.
—Los tiempos no son malos. Se gana dinero en el mar: más que nunca. Yosoy de Valencia. Hemos venido tres barcas de allá con vino y arroz.Viaje bueno, pero hay que navegar pegados á la costa, siguiendo la curvade los golfos, sin atreverse á pasar de cabo á cabo por miedo á lossubmarinos... Yo he encontrado á un submarino.
Ulises adivinó que las últimas palabras del patrón contenían el móvilque le había hecho aproximarse, venciendo su timidez.
—No fué en este viaje ni en el anterior—continuó el hombre de mar—.Me encontré con él dos días antes de la última Navidad. Yo, en invierno,me dedico á la pesca: soy propietario de una pareja de barcas del bòu... Estábamos cerca de las islas Columbretas, cuando de prontovimos aparecer un submarino cerca de nosotros. Los alemanes no noshicieron daño; lo único enojoso fué que tuvimos que entregarles unaparte de nuestra pesca por lo que quisieron darnos. Luego me ordenaronque saltase á la cubierta del submarino para responder al comandante.Era un joven que hablaba el castellano como yo lo he oído hablar allá enlas Américas, cuando de chico navegaba en un bergantín.
Se detuvo el patrón, algo cohibido, como si dudase en seguir su relato.
—¿Y qué dijo el alemán?—preguntó Ferragut para incitarle á continuar.
—Al enterarse de que yo era valenciano, me dijo si lo conocía á usted.Me preguntó por su vapor, queriendo saber si navegaba frente á la costaespañola. Yo le contesté que la conocía de nombre nada más, y él,entonces...
El capitán le animó con su sonrisa al ver que vacilaba de nuevo.
—Le habló mal de mí, ¿no es cierto?
—Sí, señor; muy mal, con palabras muy feas. Dijo que tenía una cuentaque arreglar con usted y que deseaba ser el primero en encontrarle.Según dió á entender, los otros submarinos también le buscan... Sin dudaes una orden.
Se cruzó una larga mirada entre Ferragut y su segundo.
Mientras tanto,el patrón seguía sus explicaciones.
Los dos amigos que le esperaban á pocos pasos habían visto muchas vecesal capitán en Barcelona y en Valencia. Uno de ellos lo había reconocidoinmediatamente; otro dudaba que fuese él; y por deber de conciencia, elviejo patrón volvía atrás para darle este aviso.
—Entre paisanos debemos ayudarnos... ¡Los tiempos son malos!
Al verle de pie, sus dos camaradas se aproximaron sonriendo á Ferragut,«¿Qué deseaban tomar?» Les invitó á sentarse en torno de su mesa; perotenían prisa: iban á ver al consignatario de sus barcas.
—Ya lo sabe, capitán—dijo el patrón al despedirse—. Esos demonios lebuscan para jugarle una mala pasada. Usted sabrá por qué... ¡Mucho ojo!
En el resto de la tarde hablaron poco Ferragut y Tòni. Los dos tenían enel cerebro iguales pensamientos, pero evitaban su exteriorización por unpudor de hombres enérgicos, temiendo que fuesen interpretados comopreocupaciones del miedo.
Al cerrar la noche, cuando se retiraban al vapor, el piloto se atrevió áromper este silencio.
—¿Por qué no abandonas la navegación?... Eres rico; además, te daránpor tu buque lo que pidas. Hoy se pagan los barcos como si fuesen deoro.
Ulises levantó los hombros. No pensaba en el dinero: ¿de qué podíaservirle?... El resto de su vida deseaba pasarlo en el mar, dando ayudaá los enemigos de sus enemigos. Tenía una venganza que cumplir; viviendoen tierra abandonaba esta venganza y sentiría con más intensidad elrecuerdo de su hijo.
El segundo calló unos instantes.
—¡Son tantos los enemigos!...—dijo luego con desaliento—.
¡Somosnosotros tan poca cosa!... Por unos cuantos metros no nos han echado ápique en el último viaje. Lo que no ha sido ahora será cualquier día... Ellos han jurado acabar contigo; y son muchos... y son de guerra. ¿Quépodemos nosotros, pobres marinos de paz?...
Tòni no añadió nada, pero sus ideas silenciosas fueron adivinadas porUlises.
Pensaba en su familia, que vivía allá en la Marina una existencia decontinua ansiedad viéndole á bordo de un buque acechado porirresistibles amenazas. Pensaba también en las esposas y las madres detodos los hombres de la tripulación, que sufrían idénticas angustias. YTòni se preguntaba por primera vez si el capitán Ferragut tenía derechoá arrastrarlos á todos á una muerte segura, por su testarudez vengativay loca.
«No, no tengo derecho», se dijo Ulises mentalmente.
Pero al mismo tiempo, el segundo, arrepentido de sus anterioresreflexiones, afirmaba en voz alta, con una sencillez heroica:
—Si te aconsejo que te retires, es por tu bien; no creas que es pormiedo... Yo te seguiré mientras navegues. Alguna vez he de morir, ymejor es que sea en el mar. Únicamente me preocupa la suerte de mi mujery mis hijos.
El capitán siguió marchando silenciosamente, y al llegar al buque hablócon brevedad. «Pensaba hacer algo que tal vez gustase á todos. Antes deuna semana habría decidido su porvenir.»
Los días siguientes los pasó en tierra. Dos veces volvió con unosseñores que examinaron el vapor minuciosamente, bajando á las máquinas yá las bodegas. Algunos de estos visitantes parecían expertos en lascosas del mar.
«Quiere vender el barco», se dijo Tòni.
Y el piloto empezó á arrepentirse de sus consejos. ¡Abandonar el Marenostrum, que era el mejor de todos los buques en que había servido!...Se acusó de cobardía, creyendo que era él quien había impulsado alcapitán á tomar esta decisión. ¿Qué iban á hacer en tierra los doscuando el vapor fuese de otros?... ¿No tendría él que embarcarse en unbuque inferior, corriendo los mismos riesgos?...
Estaba decidido á deshacer su obra, á aconsejar de nuevo á Ferragut,declarando que sus ideas eran las más acertadas y que debían seguirviviendo como hasta el presente, cuando el capitán dió la orden departir. Aún no estaban terminadas del todo las reparaciones.
—Vamos á Brest—dijo lacónicamente—. Es el último viaje.
Y el vapor salió sin carga, como si fuese á cumplir una misión especial.
¡El último viaje!... Tòni admiró su barco como si lo viese bajo unanueva luz, descubriéndole bellezas nunca sospechadas, lamentando como unenamorado la rapidez con que transcurrían los días y se aproximaba elmomento doloroso de la separación.
Nunca había sido el piloto tan activo en su vigilancia.
Sussupersticiones de navegante le infundían cierto pavor. Por lo mismo queera el último viaje, les podía ocurrir algo malo. Pasó en el puente díasenteros, examinando el mar, temiendo la aparición de un periscopio,variando el rumbo de acuerdo con el capitán, en busca de las aguas mássolitarias, donde los submarinos no podían esperar caza alguna.
Respiró al entrar por uno de los tres pasos del semicírculo de escollosque cierra la rada de Brest. Cuando quedaron anclados en este pedazo demar gris, brumoso y poco seguro, rodeado de negras montañas, Tòni esperócon ansiedad el resultado de los viajes que el capitán hacía á tierra.
En todo el curso de la navegación, Ferragut no se había prestado áconfidencias. El piloto sólo sabía que este viaje á Brest era el último.¿Quién iba á ser el nuevo dueño del Mare nostrum?
Una tarde lluviosa, Ulises, al volver al buque, dió orden de quebuscasen al segundo, mientras sacudía su impermeable en la entrada delas cámaras.
La rada estaba obscura, con olas espumosas, cortas y gruesas, quesaltaban como carneros. Los acorazados echaban humo por sus tripleschimeneas, prontos á hacer frente al mal tiempo con las máquinasencendidas.
El vapor, anclado en el puerto comercial, danzaba inquieto, tirando desus amarras con lúgubre quejido. Todos los baques cercanos se movíanigualmente, lo mismo que si estuviesen en alta mar.
Tòni entró en la gran cámara, y al ver el rostro de su capitán adivinóque había llegado el momento de conocer la verdad.
Ulises le hablórehuyendo su mirada, deseando evitar con el laconismo de su lenguajetodo motivo de emoción.
Había vendido el buque á los franceses: un negocio rápido y magnífico...¡Quién le hubiese dicho al comprar Mare nostrum que algún día ledarían por él una cantidad tan enorme!... En ningún país se encontrabanbarcos á la venta. Los inválidos del mar amarrados en los puertos comohierro viejo obtenían precios fabulosos. Buques encallados y olvidadosen costas remotas eran puestos á flote por empresas que ganaban millonescon esta resurrección. Otros sumergidos en los mares tropicales se veíandevueltos á la superficie después de una permanencia de diez años debajodel agua, reanudando sus viajes. Todos los meses surgía un astilleronuevo, pero la guerra mundial no encontraba nunca bastantes naves parael transporte de los víveres y los instrumentos de muerte.
Sin regateo alguno habían dado á Ferragut el precio de venta que élexigía: mil quinientos francos por tonelada: cuatro millones y medio porel buque. Y á esto había que añadir cerca de dos millones que llevabaganados con sus viajes desde el principio de la guerra.
—¡Estoy podrido de dinero!—dijo el capitán.
Y lo dijo tristemente, recordando con nostalgia los tiempos de paz,cuando sufría la preocupación de los negocios mediocres...
pero vivía suhijo. ¿De qué iba á servirle esta riqueza que le asaltaba por todoslados como si pretendiese aplastarle con su peso?... Su esposa podríaderramar el dinero á manos llenas en obras de caridad; podría dotar ásus sobrinas como si fuesen hijas de un prócer... ¡y nada más! Ni ellani él consiguirían resucitar por un momento su pasado. Esta riquezainútil sólo le proporcionaba cierta tranquilidad al pensar en elporvenir de la mujer que constituía toda su familia. Le era lícito enadelante disponer libremente de su existencia. Cinta, al morir él, iba áheredar millones.
Para evitarse la emoción de la despedida, habló á Tòni autoritariamente.Una carta del Atlántico estaba sobre la mesa, y con el índice fuémarcando un rumbo á su piloto; pero este rumbo no era á través del mar,sino lejos de él, siguiendo el interior de las naciones costerizas.
—Mañana—dijo—vienen los franceses á posesionarse del vapor. Puedesirte cuando gustes, pero convendrá que sea lo más pronto posible...
Lo mismo que si diese una lección geográfica, explicó á Tòni su viajede regreso. Este corre-mares se encogía tímidamente cuando le hablabande itinerarios de ferrocarril y cambios de tren.
—Aquí está Brest... Sigues por esta línea á Burdeos; de Burdeos á lafrontera; y una vez allí, tuerces á Barcelona ó te vas á Madrid, y deMadrid á Valencia.
El segundo contempló el mapa silenciosamente, rascándose la barba. Luegofué elevando sus ojos caninos, hasta fijarlos en Ulises.
—¿Y tú?—preguntó.
—Yo me quedo. El capitán del Mare nostrum se ha vendido con su buque.
Tòni hizo un gesto doloroso. Creyó por un momento que Ferragut queríalibrarse de su presencia y estaba descontento de sus servicios. Pero elcapitán se apresuró á darle explicaciones.
Por pertenecer el Mare nostrum á un país neutral, no podía ser vendidoá una de las naciones beligerantes mientras durasen las hostilidades. Acausa de esto, él lo había enajenado de un modo que no hacía necesarioel cambio de bandera. Ya no era su dueño, pero continuaba á bordo comocapitán, y el vapor seguiría siendo español lo mismo que antes.
—¿Y por qué debo irme?—dijo Tòni con voz trémula, creyéndose víctimade una preterición.
—Vamos á navegar armados—contestó Ulises con energía—.
Por eso hehecho la venta, más que por el dinero. Llevaremos un cañón á popa,telegrafía sin hilos, una tripulación de hombres de la reserva marítima,todo lo necesario para defenderse. Haremos nuestros viajes sin buscar alenemigo, llevando cargamentos lo mismo que antes; pero si el enemigo nossale al paso, encontrará quien le conteste.
Estaba dispuesto á morir, si tal era su destino, pero agrediendo al quele atacase.
—¿Y no puedo ir yo también?—insistió el piloto.
—No; detrás de ti existe una familia que te necesita. Tú no eres de unanación en guerra, ni tienes nada que vengar... Yo soy el único de losantiguos tripulantes que permanece á bordo.
Todos os vais. El capitántiene una razón para exponer su vida y no quiere cargar con laresponsabilidad de arrastraros á todos en su última aventura.
Tòni comprendió que era inútil insistir. Sus ojos se humedecieron...¿Era posible que se despidiesen para siempre dentro de unas horas?...¿No vería más á Ulises y á su buque, que se llevaban la mejor parte desu pasado?...
El capitán deseó terminar pronto esta entrevista para mantener suserenidad.
—Mañana á primera hora—dijo—llamarás á la gente. Ajusta las cuentasde todos. Cada uno debe recibir como gratificación extraordinaria lapaga de un año entero. Quiero que guarden buena memoria del capitánFerragut.
Intentó el piloto oponerse á esta generosidad por un resto del ásperointerés que le habían inspirado siempre los negocios del buque, pero susuperior no quiso dejarle seguir.
—¡Estoy podrido de dinero!—repitió como si se quejase—.
Tengo más delo que necesito... Puedo hacer locuras, si es mi gusto.
Luego miró por primera vez á su segundo frente á frente.
—En cuanto á ti—siguió diciendo—, he pensado lo que debes hacer...¡Toma!
Le dió un sobre cerrado, y el piloto, maquinalmente, intentó abrirlo.
—No; no lo abras por ahora. Te enterarás de lo que contiene cuandoestés en España. Ahí va encerrado el porvenir de los tuyos.
Miró Tòni con ojos asombrados el leve envoltorio de papel que teníaentre los dedos.
—Te conozco—continuó Ferragut—; protestarías al ver la cantidad. Paramí es insignificante, y á ti te parecería excesiva...
No abras el sobrehasta que estés en nuestra tierra. En él encontrarás el nombre del Bancoal que debes dirigirte. Quiero que seas el más rico de tu pueblo; quetus hijos se acuerden del capitán Ferragut cuando yo haya muerto.
El piloto hizo un gesto de protesta ante esta muerte posible, y al mismotiempo se restregó los ojos como si sintiera en ellos un cosquilleointolerable.
Ulises
continuó
sus
instrucciones.
Había
vendido
atropelladamente lacasa de sus abuelos allá en la Marina, las viñas, toda la herencia del Tritón, cuando adquirió el Mare nostrum. Su deseo era que Tònirescatase estos bienes, instalándose en el antiguo domicilio de losFerragut.
—Tienes dinero de sobra para eso y mucho más. Yo carezco de hijos, y megustará que los tuyos ocupen la casa que fué mía...
Tal vez cuandollegue á viejo (si es que no me matan) iré á pasar los veranos convosotros. ¡Animo, Tòni!... Aún pescaremos juntos, como pescaba mi tío elmédico.
Pero el segundo no se reanimó con estas afirmaciones optimistas. Teníalos ojos hinchados por una humedad lacrimosa que hacía brillar suscórneas. Juraba entre dientes, protestando contra la próximaseparación... ¡No verse más, después de tantos años de fraternidad!...¡Cristo!...
El capitán tuvo miedo también á que saltasen sus lágrimas, y le ordenóque fuese á hacer las cuentas de los hombres á bordo.
Una hora después, Tòni volvía á entrar en la gran cámara, llevando enuna mano la carta abierta. No había podido resistirse á la tentación deviolar su secreto, temiendo que la generosidad de Ferragut resultaseexcesiva, inadmisible.
Protestó, tendiendo hacia Ulises el cheque extraído del sobre.
—¡No puedo aceptar!... ¡Es una locura!...
Había leído con espanto la cantidad consignada en el documento decrédito: primeramente en cifras, luego en letras.
¡Doscientas cincuentamil pesetas!... ¡Cincuenta mil duros!
—Eso no es para mí—volvió á decir—. No lo merezco... ¿Qué puedo hacercon tanto dinero?
Fingió irritarse el capitán por su desobediencia.
—¡Guarda ese papel, bruto!... Ya me temía yo tus protestas...
Es paratus hijos y para que tú descanses. No hablemos más, ó me enfado.
Luego, para vencer sus escrúpulos, abandonó el tono violento y dijo contristeza:
—Carezco de herederos... No sé que hacer de mi fortuna inútil.
Y repitió una vez más, como una queja contra el destino:
—¡Estoy podrido de dinero!...
A la mañana siguiente, mientras Tòni ajustaba en su camarote las cuentasde los tripulantes, asombrados de la munificencia de esta despedida, eltío Caragòl entró en el salón de popa, pidiendo hablar á Ferragut.
Se había puesto un viejo capote sobre sus ropas flácidas y escasas, máspor decoro de la visita que porque realmente le hiciese sufrir el fríode Bretaña.
Despojó su esquilada cabeza del eterno sombrero de palma, fijando susojos rojizos en el capitán, que seguía escribiendo después de contestará su saludo.
«¿Qué significaba cierta orden que había recibido de prepararse paradejar el buque dentro de unas horas?...» Debía ser una burla de Tòni,excelente sujeto, pero enemigo de las cosas santas, que gustaba deirritarle á causa de su piedad...
Ferragut abandonó la pluma, volviéndose hacia el cocinero, cuya suertele había preocupado lo mismo que la del piloto.
—Tío Caragòl, nos hacemos viejos, y hay que pensar en el retiro...Voy á darle un papel; lo guardará lo mismo que si fuese una estampabendita, y cuando lo presente en Valencia, le entregarán diez mil duros.¿Usted sabe lo que son diez mil duros?...
Colocando su mentalidad al nivel de la de este hombre sencillo, se gozóen trazarle un plan de vida. Podía emplear su capital en cualquieraempresa modesta del puerto de Valencia: podía establecer un restorán,que pronto se haría célebre por sus olímpicos arroces. Sus sobrinos, queeran pescadores, lo recibirían como á un dios. Podía igualmente serconsocio en una pareja de barcas dedicadas á la