10
De Zaida el rostro alterado,
Claramente conociera
Cuanto le cuesta cuidado
El que tanto riesgo espera.
Mas ¡ay, que le embiste horrendo
15
El animal espantoso!
Jamás peñasco tremendo
Del Cáucaso cavernoso
Se desgaja, estrago haciendo,
Ni llama así fulminante
20
Cruza en negra obscuridad
Con relámpagos delante,
Al estrépito tronante
De sonora tempestad,
Como el bruto se abalanza
25
Con terrible ligereza;
Mas rota con gran pujanza
La alta nuca, la fiereza
Y el último aliento lanza.
36
La confusa vocería
Que en tal instante se oyó
Fué tanta, que parecía
Que honda mina reventó,
Ó el monte y valle se hundía.
5
Á caballo como estaba
Rodrigo, el lazo alcanzó
Con que el toro se adornaba:
En su lanza le clavó
Y á los balcones llegaba.
10
Y alzándose en los estribos,
Le alarga á Zaida, diciendo:
—Sultana, aunque bien entiendo
Ser favores excesivos,
Mi corto don admitiendo;
15
Si no os dignáredes ser
Con él benigna, advertid
Que á mí me basta saber
Que no le debo ofrecer
Á otra persona en Madrid.—
20
Ella, el rostro placentero,
Dijo, y turbada:—Señor,
Yo le admito y le venero,
Por conservar el favor
De tan gentil caballero.—
25
Y besando el rico don,
Para agradar al doncel,
Le prende con afición
Al lado del corazón
37
Por brinquiño y por joyel.
Pero Aliatar el caudillo
De envidia ardiendo se ve,
Y, trémulo y amarillo,
Sobre un tremecén rosillo
5
Lozaneándose fué.
Y en ronca voz:—Castellano,
Le dice, con más decoros
Suelo yo dar de mi mano,
Si no penachos de toros,
10
Las cabezas del cristiano.
Y si vinieras de guerra
Cual vienes de fiesta y gala,
Vieras que en toda la tierra,
Al valor que dentro encierra
15
Madrid, ninguno se iguala.—
—Así, dijo el de Bivar,
Respondo—; y la lanza al ristre
Pone, y espera á Aliatar;
Mas sin que nadie administre
20
Orden, tocaron á armar.
Ya fiero bando con gritos
Su muerte ó prisión pedía,
Cuando se oyó en los distritos
Del monte de Leganitos
25
Del Cid la trompetería.
Entre la Monclova y Soto
Tercio escogido emboscó,
Que, viendo como tardó,
38
Se acerca, oyó el alboroto,
Y al muro se abalanzó.
Y si no vieran salir
Por la puerta á su señor,
Y Zaida á le despedir,
5
Iban la fuerza á embestir:
Tal era ya su furor.
El alcaide, recelando
Que en Madrid tenga partido,
Se templó disimulando,
10
Y por el parque florido
Salió con él razonando.
Y es fama que, á la bajada,
Juró por la cruz el Cid
De su vencedora espada
15
De no quitar la celada
Hasta que gane á Madrid.
DON GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS
Á ARNESTO
¿Quis tam patiens ut teneat se?
JUVENAL
Déjame, Arnesto, déjame que llore
Los fieros males de mi patria, deja
Que su rüina y perdición lamente;
20
Y si no quieres que en el centro obscuro
De esta prisión la pena me consuma,
Déjame al menos que levante el grito
39
Contra el desorden: deja que á la tinta
Mezclando miel y acíbar, siga indócil
Mi pluma el vuelo del bufón de Aquino.
¡Oh! ¡cuánto rostro veo, á mi censura,
De palidez y de rubor cubierto!
5
Ánimo, amigos, nadie tema, nadie,
Su punzante aguijón; que yo persigo
En mi sátira el vicio, no al vicioso.
Ya la notoriedad es el más noble
Atributo del vicio, y nuestras Julias,
10
Más que ser malas quieren parecerlo.
Hubo un tiempo en que andaba la modestia
Dorando los delitos; hubo un tiempo
En que el recato tímido cubría
La fealdad del vicio; pero huyóse
15
El pudor á vivir en las cabañas.
¡Oh infamia! ¡oh siglo! ¡oh corrupción! Matronas
Castellanas, ¿quién pudo vuestro claro
Pundonor eclipsar? ¿Quién de Lucrecias
En Laís os volvió? ¿Ni el proceloso
20
Océano, ni, lleno de peligros,
El Lilibeo, ni las arduas cumbres
De Pirene pudieron guareceros
Del contagio fatal? Zarpa preñada
De oro la nao gaditana, aporta
25
Á las orillas gálicas, y vuelve
40
Llena de objetos fútiles y vanos;
Y entre los signos de extranjera pompa
Ponzoña esconde y corrupción, compradas
Con el sudor de las iberas frentes;
Y tú, mísera España, tú la esperas
5
Sobre la playa, y con afán recoges
La pestilente carga, y la repartes
Alegre entre tus hijos. Viles plumas,
Gasas y cintas, flores y penachos
Te trae en cambio de la sangre tuya;
10
De tu sangre ¡oh baldón! y acaso, acaso
De tu virtud y honestidad. Repara
Cual la liviana juventud los busca.
Mira cual va con ellos engreída
La impudente doncella; su cabeza,
15
Cual nave real en triunfo empavesada,
Vana presenta del favonio al soplo
La mies de plumas y de airones, y anda
Loca, buscando en la lisonja el premio
De su indiscreto afán. ¡Ay triste! guarte,
20
Guarte, que está cercano el precipicio.
El astuto amador ya en asechanza
Te atisba y sigue con lascivos ojos;
La adulación y la caricia el lazo
Te van á armar, do caerás incauta,
25
En él tu oprobio y perdición hallando.
¡Ay cuánto, cuánto de amargura y lloro
Te costarán tus galas! ¡Cuán tardío
Será y estéril tu arrepentimiento!
41
Ya ni el rico Brasil, ni las cavernas
Del nunca exhausto Potosí no bastan
Á saciar el hidrópico deseo,
La ansiosa sed de vanidad y pompa.
Todo lo agotan: cuesta un sombrerillo
5
Lo que antes un Estado, y se consume
En un festín la dote de una infanta;
Todo lo tragan; la riqueza unida
Va á la indigencia; pide y pordiosea
El noble, engaña, empeña, malbarata,
10
Quiebra y perece, y el logrero goza
Los pingües patrimonios, premio un día
Del generoso afán de altos abuelos.
¡Oh ultraje! ¡oh mengua! todo se trafica:
Parentesco, amistad, favor, influjo,
15
Y hasta el honor, depósito sagrado,
Ó se vende ó se compra. Y tú, belleza,
Don el más grato que dió al hombre el cielo,
No eres ya premio del valor, ni paga
Del peregrino ingenio; la florida
20
Juventud, la ternura, el rendimiento
Del constante amador ya no te alcanzan.
Ya ni te das al corazón, ni sabes
De él recibir adoración y ofrendas.
Ríndeste al oro. La vejez hedionda,
25
La sucia palidez, la faz adusta,
Fiera y terrible, con igual derecho
Vienen sin susto á negociar contigo.
Daste al barato, y tu rosada frente,
42
Tus suaves besos y tus dulces brazos,
Corona un tiempo del amor más puro,
Son ya una vil y torpe mercancía.
DON JUAN MELÉNDEZ VALDÉS
ROSANA EN LOS FUEGOS
Del sol llevaba la lumbre,
Y la alegría del alba,
5
En sus celestiales ojos
La hermosísima Rosana,
Una noche que á los fuegos
Salió la fiesta de Pascua
Para abrasar todo el valle
10
En mil amorosas ansias.
Por do quiera que camina
Lleva tras sí la mañana,
Y donde se vuelve rinde
La libertad de mil almas.
15
El céfiro la acaricia
Y mansamente la halaga,
Los Amores la rodean
Y las Gracias la acompañan.
Y ella, así como en el valle
20
Descuella la altiva palma
Cuando sus verdes pimpollos
Hasta las nubes levanta;
Ó cual vid de fruto llena
43
Que con el olmo se abraza,
Y sus vástagos extiende
Al arbitrio de las ramas;
Así entre sus compañeras
El nevado cuello alza,
5
Sobresaliendo entre todas
Cual fresca rosa entre zarzas.
Todos los ojos se lleva
Tras sí, todo lo avasalla;
De amor mata á los pastores
10
Y de envidia á las zagalas.
Ni las músicas se atienden,
Ni se gozan las lumbradas;
Que todos corren por verla
Y al verla todos se abrasan.
15
¡Qué de suspiros se escuchan!
¡Qué de vivas y de salvas!
No hay zagal que no la admire
Y no se esmere en loarla.
Cual absorto la contempla
20
Y á la aurora la compara
Cuando más alegre sale
Y el cielo en albores baña;
Cual al fresco y verde aliso
Que crece al margen del agua,
25
Cuando más pomposo en hojas
En su cristal se retrata;
Cual á la luna, si muestra
Llena su esfera de plata,
44
Y asoma por los collados
De luceros coronada.
Otros pasmados la miran
Y mudamente la alaban,
Y cuanto más la contemplan
5
Muy más hermosa la hallan.
Que es como el cielo su rostro
Cuando en la noche callada
Brilla con todas sus luces
Y los ojos embaraza.
10
¡Ay, qué de envidias se encienden!
¡Ay, qué de celos que causa
En las serranas del Tormes
Su perfección sobrehumana!
Las más hermosas la temen,
15
Mas sin osar murmurarla;
Que como el oro más puro
No sufre una leve mancha.
Bien haya tu gentileza,
Una y mil veces bien haya,
20
Y abrase la envidia al pueblo,
Hermosísima aldeana.
Toda, toda eres perfecta,
Toda eres donaire y gracia,
El amor vive en tus ojos
25
Y la gloria está en tu cara.
La libertad me has robado,
Yo la doy por bien robada,
Mas recibe el don benigna
45
Que mi humildad te consagra.
Esto un zagal la decía
Con razones mal formadas,
Que salió libre á los fuegos
Y volvió cautivo á casa.
5
Y desde entonces perdido
El día á sus puertas le halla;
Ayer le cantó esta letra
Echándole la alborada:
Linda zagaleja
10
De cuerpo gentil,
Muérome de amores
Desde que te vi.
Tu talle, tu aseo,
Tu gala y donaire,
15
No tienen, serrana,
Igual en el valle.
Del cielo son ellos
Y tú un serafín:
Muérome de amores
20
Desde que te vi.
De amores me muero,
Sin que nada baste
Á darme la vida
Que allá te llevaste,
25
Si ya no te dueles,
Benigna, de mí;
Que muero de amores
Desde que te vi.
46
DON MANUEL JOSÉ QUINTANA
ODA Á ESPAÑA, DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN
DE MARZO
¿Qué era, decidme, la nación que un día
Reina del mundo proclamó el destino,
La que á todas las zonas extendía
Su cetro de oro y su blasón divino?
5
Volábase á occidente,
Y el vasto mar Atlántico sembrado
Se hallaba de su gloria y su fortuna.
Do quiera España: en el preciado seno
De América, en el Asia, en los confines
10
Del África, allí España. El soberano
Vuelo de la atrevida fantasía
Para abarcarla se cansaba en vano;
La tierra sus mineros le rendía,
Sus perlas y coral el Oceano,
15
Y donde quier que revolver sus olas
Él intentase, á quebrantar su furia
Siempre encontraba costas españolas.
Ora en el cieno del oprobio hundida,
Abandonada á la insolencia ajena,
20
Como esclava en mercado, ya aguardaba
La ruda argolla y la servil cadena.
¡Qué de plagas! ¡oh Dios! Su aliento impuro,
La pestilente fiebre respirando,
47
Infestó el aire, emponzoñó la vida;
La hambre enflaquecida
Tendió sus brazos lívidos, ahogando
Cuanto el contagio perdonó; tres veces
De Jano el templo abrimos,
5
Y á la trompa de Marte aliento dimos;
Tres veces ¡ay! Los dioses tutelares
Su escudo nos negaron, y nos vimos
Rotos en tierra y rotos en los mares.
¿Qué en tanto tiempo viste
10
Por tus inmensos términos, oh Iberia?
¿Qué viste ya sino funesto luto,
Honda tristeza, sin igual miseria,
De tu vil servidumbre acerbo fruto?
Así rota la vela, abierto el lado,
15
Pobre bajel á naufragar camina,
De tormenta en tormenta despeñado,
Por los yermos del mar; ya ni en su popa
Las guirnaldas se ven que antes le ornaban,
Ni en señal de esperanza y de contento
20
La flámula rïendo al aire ondea.
Cesó en su dulce canto el pasajero,
Ahogó su vocería
El ronco marinero,
Terror de muerte en torno le rodea,
25
Terror de muerte silencioso y frío;
Y él va á estrellarse al áspero bajío.
Llega el momento, en fin; tiende su mano
El tirano del mundo al occidente,
48
Y fiero exclama: «El occidente es mío.»
Bárbaro gozo en su ceñuda frente
Resplandeció, como en el seno obscuro
De nube tormentosa en el estío
Relámpago fugaz brilla un momento
5
Que añade horror con su fulgor sombrío.
Sus guerreros feroces
Con gritos de soberbia el viento llenan;
Gimen los yunques, los martillos suenan,
Arden las forjas. ¡Oh vergüenza! ¿Acaso
10
Pensáis que espadas son para el combate
Las que mueven sus manos codiciosas?
No en tanto os estiméis: grillos, esposas,
Cadenas son que en vergonzosos lazos
Por siempre amarren tan inertes brazos.
15
Estremecióse España
Del indigno rumor que cerca oía,
Y al grande impulso de su justa saña
Rompió el volcán que en su interior hervía.
Sus déspotas antiguos
20
Consternados y pálidos se esconden;
Resuena el eco de venganza en torno,
Y del Tajo las márgenes responden:
«¡Venganza!» ¿Dónde están, sagrado río,
Los colosos de oprobio y de vergüenza
25
Que nuestro bien en su insolencia ahogaban;
Su gloria fué, nuestro esplendor comienza;
Y tú, orgulloso y fiero,
Viendo que aun hay Castilla y castellanos,
49
Precipitas al mar tus rubias ondas,
¡Oh triunfo! ¡Oh gloria! ¡Oh celestial momento!
¿Con que puede ya dar el labio mío
El nombre augusto de la patria al viento?
5
Yo le daré; mas no en el arpa de oro5
Que mi cantar sonoro
Acompañó hasta aquí; no aprisionado
En estrecho recinto, en que se apoca
El numen en el pecho
10
Y el aliento fatídico en la boca.10
Desenterrad la lira de Tirteo,
Y el aire abierto á la radiante lumbre
Del sol, en la alta cumbre
Del riscoso y pinífero Fuenfría,
15
Allí volaré yo, y allí cantando15
Con voz que atruene en rededor la sierra,
Lanzaré por los campos castellanos
Los ecos de la gloría y de la guerra.
¡Guerra, nombre tremendo, ahora sublime,
20
Único asilo y sacrosanto escudo20
Al ímpetu sañudo
Del fiero Atila que á occidente oprime!
¡Guerra, guerra, españoles! En el Betis
Ved del Tercer Fernando alzarse airada
25
La augusta sombra; su divina frente
Mostrar Gonzalo en la imperial Granada;
Blandir el Cid su centelleante espada,
Y allá sobre los altos Pirineos,
50
Del hijo de Jimena
Animarse los miembros giganteos.
En torvo ceño y desdeñosa pena
Ved como cruzan por los aires vanos;
Y el valor exhalando que se encierra
5
Dentro del hueco de sus tumbas frías,
En fiera y ronca voz pronuncian: «¡Guerra!
¡Pues qué! ¿Con faz serena
Vierais los campos devastar opimos,
Eterno objeto de ambición ajena,
10
Herencia inmensa que afanando os dimos?
Despertad, raza de héroes: el momento
Llegó ya de arrojarse á la victoria;
Que vuestro nombre eclipse nuestro nombre,
Que vuestra gloría humille nuestra gloria.
15
No ha sido en el gran día
El altar de la patria alzado en vano
Por vuestra mano fuerte.
Juradlo, ella os lo manda: ¡Antes la muerte
Que consentir jamás ningún tirano! »
20
Sí, yo lo juro, venerables sombras;
Yo lo juro también, y en este instante
Ya me siento mayor. Dadme una lanza,
Ceñidme el casco fiero y refulgente;
Volemos al combate, á la venganza;
25
Y el que niegue su pecho á la esperanza,
Hunda en el polvo la cobarde frente.
Tal vez el gran torrente
De la devastación en su carrera
51
Me llevará. ¿Qué importa? ¿Por ventura
No se muere una vez? ¿No iré, expirando,
Á encontrar nuestros ínclitos mayores?
«¡Salud, oh padres de la patria mía,
Yo les diré, salud! La heroica España
5
De entre el estrago universal y horrores
Levanta la cabeza ensangrentada,
Y vencedora de su mal destino,
Vuelve á dar á la tierra amedrentada
Su cetro de oro y su blasón divino.»
DON DIONISIO SOLÍS
LA PREGUNTA DE LA NIÑA
10
Madre mía, yo soy niña;
No se enfade, no me riña,
Si fiada en su prudencia
Desahogo mi conciencia,
Y contarle solicito
15
Mi desdicha ó mi delito,
Aunque muerta de rubor.
Pues Blasillo el otro día,
Cuando mismo anochecía,
Y cantando descuidada
20
Conducía mi manada,
En el bosque, por acaso,
Me salió solito al paso,
Más hermoso que el amor.
52
Se me acerca temeroso,
Me saluda cariñoso,
Me repite que soy linda,
Que no hay pecho que no rinda,
Que si río, que si lloro,
5
Á los hombres enamoro,
Y que mato con mirar.
Con estilo cortesano
Se apodera de mi mano,
Y entre dientes, madre mía,
10
No sé bien qué me pedía;
Yo entendí que era una rosa,
Pero él dijo que era otra cosa,
Que yo no le quise dar.
¿Sabe usted lo que decía
15
El taimado que quería?
Con vergüenza lo confieso,
Mas no hay duda que era un beso
Y fue tanto mi sonrojo,
Que irritada de su arrojo,
20
No sé como no morí.
Mas mi pecho enternecido
De mirarle tan rendido,
Al principio resistiendo,
Él instando, yo cediendo,
25
Fue por fin tan importuno,
Que en la boca, y sólo uno,
Que me diera permití.
Desde entonces, si le miro,
53
Yo no sé por qué suspiro,
Ni por qué si á Clori mira
Se me abrasa el rostro en ira;
Ni por qué, si con cuidado
Se me pone junto al lado,
5
Me estremezco de placer.
Siempre orillas de la fuente
Busco rosas á mi frente,
Pienso en él y me sonrío,
Y entre mí le llamo mío,
10
Me entristezco de su ausencia,
Y deseo en su presencia
La más bella parecer.
Confundida, peno y dudo,
Y por eso á usted acudo;
15
Dígame, querida madre,
Si sentía por mi padre
Este plácido tormento,
Esta dulce que yo siento
Deliciosa enfermedad.
20