Novelas Cortas by Pedro Antonio de Alarcón - HTML preview

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llama

usted?—interrogó

el

primero

al

segundo

con

todo

el

imperio

de

un

Alcalde

de

monterilla[102-1]

y

sin

invitarle

15 a que se sentara.

—Llámome Jaime Olot—respondió el hombre misterioso.

—¡Su

habla

de

usted

no

me

parece

de

esta

tierra!...—¿Es

usted inglés?

—Soy catalán.[102-2]

20

—¡Hombre!

¡Catalán!...

Me

parece

bien.

Y

...

¿qué

le

trae

a

usted

por

aquí?

Sobre

todo,

¿qué

diablos

de

medidas tomaba usted ayer en mi Torre?

—Le

diré

a

usted.

Yo

soy

minero

de

oficio,

y

he

venido

a

buscar

trabajo

a

esta

tierra,

famosa

por

sus

minas

de

cobre

y

25

plata.

Ayer

tarde,

al

pasar

por

la

Torre

del

Moro,

vi

que

con

las

piedras

de

ella

extraídas

estaban

construyendo

una

tapia,

y

que

aun

sería

necesario

derribar

o

arrancar

otras

muchas

para

terminar

el

cercado....

Yo

me

pinto

solo[102-3]

en

esto

de

demoler,

ya

sea

dando

barrenos,

ya

por

medio

de

mis

propios

30

puños,

pues

tengo

más

fuerza

que

un

buey,

y

ocurrióseme

la

idea

de

tomar

a

mi

cargo,

por

contrata,

la

total

destrucción

de(p103)

la

Torre

y

el

arranque

de

sus

cimientos,

suponiendo

que

llegase

a entenderme con el propietario.

El

tío

Hormiga

guiñó

sus

ojillos

grises,

y

respondió

con

mucha sorna:

05 —Pues, señor; no me conviene la contrata.

—Es

que[103-1]

haré

todo

ese

trabajo

por

muy

poco

precio,

casi

de balde....

—¡Ahora me conviene mucho menos!

El

llamado

Jaime

Olot

paró

mientes[103-2]

en

la

soflama

del

tío

10

Juan

Gómez,

y

miróle

a

fondo

como

para

adivinar

el

sentido

de

aquella

rara

contestación;

pero,

no

logrando

leer

nada

en

la

fisonomía

zorruna

de

su

merced,

parecióle

oportuno

añadir

con fingida naturalidad:

—Tampoco

dejaría

de

agradarme[103-3]

recomponer

parte

de

15

aquel

antiguo

edificio

y

vivir

en

él

cultivando

el

terreno

que

destina

usted

a

corral

de

ganado.

¡Le

compro

a

usted,

pues,

la Torre del Moro y el secano que la circunda!

—No me conviene vender—respondió el tío Hormiga.

—¡Es

que

le

pagaré

a

usted

el

doble

de

lo

que

aquello

20 valga!—observó enfáticamente el que se decía catalán.

—¡Por

esa

razón

me

conviene

menos!—repitió

el

andaluz

con

tan

insultante

socarronería,

que

su

interlocutor

dió

un

paso

atrás, como quien conoce que pisa terreno falso.

Reflexionó,

pues,

un

momento,

pasado

el

cual

alzó

la

cabeza

25 con entera resolución, echó los brazos a la espalda[103-4] y dijo, riéndose cínicamente:

—¡Luego sabe usted que en aquel terreno hay un tesoro!

El

tío

Juan

Gómez

se

agachó,

sentado

como

estaba;

y,

mirando al catalán de abajo arriba, exclamó donosísimamente:

30 —¡Lo que me choca es que lo sepa usted!

—¡Pues

mucho

más

le

chocaría

si

le

dijese

que

soy

yo

el

único que lo sabe de cierto!

—¿Es

decir

que

conoce

usted

el

punto

fijo

en

que

se

halla

sepultado

el

tesoro?

(p104)

—Conozco

el

punto

fijo,

y

no

tardaría

veinticuatro

horas

en

desenterrar tanta riqueza como allí duerme a la sombra....

—Según eso, ¿tiene usted cierto documento?...

—Sí,

señor;

tengo

un

pergamino

del

tiempo

de

los

moros,

05 de media vara en cuadro..., en que todo eso se explica....

—Dígame usted; ¿y ese pergamino?...

—No

lo

llevo

sobre

mi

persona,

ni

hay

para

qué,

supuesto

que

me

lo

sé[104-1]

de

memoria

al

pie

de

la

letra[104-2]

en

español

y

en

10

árabe....

¡Oh!

¡no

soy

yo

tan

bobo

que

me

entregue

nunca

con

armas

y

bagajes!

Así

es

que

antes

de

presentarme

en

estas

tierras

escondí

el

pergamino

...

donde

nadie

más

que yo podrá dar con él.

—¡Pues

entonces

no

hay

más

que

hablar!

Señor

Jaime

15

Olot,

entendámonos

como

dos

buenos

amigos

...—exclamó

el Alcalde, echando al forastero una copa de aguardiente.

—¡Entendámonos!—repitió

el

forastero,

sentándose

sin

más permiso y bebiéndose la copa en toda regla.

—Dígame

usted—continuó

el

tío

Hormiga,—y

dígamelo

20 sin mentir, para que yo me acostumbre a creer en su formalidad....

—Vaya

usted

preguntando,

que

yo

me

callaré

cuando

me

convenga ocultar alguna cosa.

—¿Viene usted de Madrid?

25

—No,

señor.

Hace

veinticinco

años

que

estuve

en

la

corte

por primera y última vez.

—¿Viene usted de Tierra Santa?

—No, señor. No me da por ahí.[104-3]

—¿Conoce

usted

a

un

abogado

de

Ugíjar

llamado

D.

Matías

30 de Quesada?

—No,

señor;

yo

detesto

a

los

abogados

y

a

toda

la

gente

de pluma.

—Pues,

entonces,

¿cómo

ha

llegado

a

poder

de

usted

ese

pergamino?

(p105)

Jaime Olot guardó silencio.

—¡Eso

me

gusta!

¡veo

que

no

quiere

usted

mentir!—exclamó

el

Alcalde.—Pero

también

es

cierto

que

D.

Matías

de

Quesada

me

engañó

como

a

un

chino,[105-1]

robándome

dos

onzas

05

de

oro,

y

vendiendo

luego

aquel

documento

a

alguna

persona

de

Melilla[105-2]

o

de

Ceuta....

¡Por

cierto

que,

aunque

usted

no es moro, tiene facha de haber estado por allá!

—¡No

se

fatigue

usted

ni

pierda

el

tiempo!

Yo

le

sacaré

a

usted

de

dudas.

Ese

abogado

debió

de

enviar

el

manuscrito

10

a

un

español

de

Ceuta,

al

cual

se

lo

robó

hace

tres

semanas

el

moro que me lo ha traspasado a mí....

—¡Toma!

¡ya

caigo!

Se

lo

enviaría

a

un

sobrino

que

tiene

de

músico[105-3]

en

aquella

catedral...,

a

un

tal

Bonifacio

de Tudela....

15 —Puede ser.

—¡Pícaro

D.

Matías!

¡Estafar

de

ese

modo

a

su

compadre![105-4]

¡Pero

véase

cómo

la

casualidad

ha

vuelto

a

traer

el

pergamino a mis manos!...

—Dirá usted a las mías...—observó el forastero.

20

—¡A

las

nuestras!—replicó

el

Alcalde,

echando

más

aguardiente.—¡Pues,

señor!

¡somos

millonarios!

Partiremos

el

tesoro

mitad

por

mitad,

dado

que[105-5]

ni

usted

puede

excavar

en

aquel

terreno

sin

mi

licencia,

ni

yo

puedo

hallar

el

tesoro

sin

auxilio

del

pergamino

que

ha

llegado

a

ser

de

25

usted.

Es

decir,

que

la

suerte

nos

ha

hecho

hermanos.

¡Desde

hoy

vivirá

usted

en

mi

casa!

¡Vaya

otra

copa!

Y,

en

seguidita

que

almorcemos,[105-6]

daremos

principio

a

las

excavaciones....

Por

aquí

iba

la

conferencia

cuando

la

señá

Torcuata

volvió

30

de

misa.

Su

marido

le

refirió

todo

lo

que

pasaba

y

le

hizo

la

presentación

del

señor

Jaime

Olot.

La

buena

mujer

oyó

con

tanto

miedo

como

alegría

la

noticia

de

que

el

tesoro

estaba

a

punto

de

parecer;

santiguóse

repetidas

veces

al

enterarse

de

la

traición

y

vileza

de

su

compadre

D.

Matías

de

Quesada,

y

miró(p106)

con

susto

al

forastero,

cuya

fisonomía

le

hizo

presentir

grandes

infortunios.

Sabedora,

en

fin,

de

que

tenía

que

dar

de

almorzar

a

aquel

hombre,

entró

en

la

despensa

a

sacar

de

lo

más

precioso

y

05

reservado

que

contenía,

o

sea

lomo

en

adobo

y

longaniza

de

la

reciente

matanza,

no

sin

decirse

mientras

destapaba

las

respectivas orzas:

—¡Tiempo

es

de

que

parezca

el

tesoro;

pues,

entre

si

parece

o

no

parece,[106-1]

nos

lleva

de

coste

los

treinta

y

dos

duros

10

de

la

famosa

jícara

de

chocolate,

la

antigua

amistad

del

compadre

D.

Matías,

estas

hermosas

tajadas,

que

tan

ricas

habrían

estado

con

pimientos

y

tomates

en

el

mes

de

Agosto,

y

el

tener

de

huésped

a

un

forastero

de

tan

mala

cara.

¡Malditos

sean

los

tesoros,

y

las

minas,

y

los

diablos,

y

todo

lo

que

está

debajo

15 de tierra, menos el agua y los fieles difuntos!

XIV

Pensando

estaba

así

la

señá

Torcuata,

y

ya

se

dirigía

a

las

hornillas

con

una

sartén

en

cada