Novelas Cortas by Pedro Antonio de Alarcón - HTML preview

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en

las

manos

un

azafate

de

mimbres

secos

lleno

de

melocotones,

cuyos

matices

rojos

y

dorados

se

25 veían debajo de las verdes hojas con que estaban cubiertos....

Los

gendarmes

quisieron

detenerla....

Pero

ella

los

miró

con

tanta

mansedumbre;

era

tan

inofensiva

su

actitud;

era

su

presente

tan

tierno

y

cariñoso;

inspiraba

su

edad

tanto

respeto;

había

tal

verdad

en

aquel

acto

de

devoción;

significaba

tanto,

30

en fin, aquel siglo pasado, fiel a sus creencias, que venía a saludar al

Vicario

de

Jesucristo

en

medio

de

su

calle

de

Amargura,[52-4]

que

los

soldados

de

la

Revolución

y

del

Imperio

comprendieron

o

sintieron

que

aquel

anacronismo,

aquella

caridad

de

otra

época,

aquel

corazón

inerme

y

pacífico

que

había

sobrevivido(p53)

casualmente

a

la

guillotina,

en

nada

aminoraba

ni

deslucía

los

triunfos

del

conquistador

de

Europa,

y

dejaron

a

la

pobre

mujer

del

pueblo

entrar

en

aquel

afortunado

portal,

que

ya

nos

había

traído

a

la

memoria

otro

portal,

no

menos

afortunado,

donde

05

unos

sencillos

pastores

hicieron

también

ofrendas

al

Hijo

de

Dios vivo....

Comenzó

entonces

una

interesante

escena

entre

la

cristiana

y el Pontífice.

Púsose

ella

de

rodillas,

y,

sin

articular

palabra,

presentó

el

10 azafate de frutos al augusto prisionero.

Pío

VII

enjugó

con

sus

manos

beatísimas

las

lágrimas

que

inundaban

el

rostro

de

la

viejecita;

y

cuando

ésta

se

inclinaba

para

besar

el

pie

del

Santo

Padre,[53-1]

él

colocó

una

mano

sobre

aquellas

canas

humilladas,

y

levantó

la

otra

al

cielo

con

la

15 inspirada actitud de un profeta.

—¡VIVA

EL

PAPA!—exclamamos

entonces

nosotros

en

nuestro idioma español, sin poder contenernos....

Y penetramos en el portal resueltos a todo.

20

Pío

VII

se

pone

de

pie

al

oír

aquel

grito,

y,

tendiendo

hacia

nosotros

las

manos,

nos

detiene,

cual

si

su

majestuosa

actitud

nos

hubiese

aniquilado....

Caemos,

pues,

de

rodillas,

y

el

Padre Santo nos bendice una, otra y tercera vez.

Al

propio

tiempo

álzase

en

la

puerta

y

en

toda

la

Plaza

como

un

huracán

de

gritos,

y

nosotros

volvemos

la

cabeza

horrorizados,

25

creyendo

que

los

franceses

amenazan

al

Sumo

Pontífice....—¡Lo

de

menos[53-2]

era

que

nos

amenazasen

a

nosotros!—¡Decididos

estábamos a morir!

Pero

¡cuál

fué

nuestro

asombro

al

ver

que

los

gendarmes,

los

hombres

del

pueblo,

las

mujeres,

los

niños...,

¡todo

30

Montelimart!

estaba

arrodillado,

con

la

frente

descubierta,

con las lágrimas en los ojos, exclamando:

Vive le Pape! [53-3]

Entonces

se

rompió

la

consigna:

el

pueblo

invadió

el

portal

y

pidió

su

bendición

al

Pontífice.

(p54)

Éste

cogió

una

hoja

verde

de

las

que

cubrían

el

azafate

de

melocotones

que

seguía

ofreciéndole

la

anciana,

y

la

llevó

a

sus

labios y la besó.

La

multitud,

por

su

parte,

se

apoderó

de

los

frutos

como

de

05

reliquias;

todos

abrazaron

a

la

pobre

mujer

del

pueblo;

el

Papa,

trémulo

de

emoción,

atravesó

por

entre

la

muchedumbre,

nos

bendijo

otra

vez

al

paso,

y

penetró

en

la

silla

de

posta;

y

los

gendarmes,

avergonzados

de

lo

que

acababa

de

pasar, dieron la orden[54-1] de partir.

10

En

cuanto

a

nosotros,

durante

todo

aquel

día

no

fuimos

en

Francia prisioneros de guerra, sino huéspedes de paz.

Conque ... he dicho.

V

—¡Aun

queda

algo

que

decir!...—(exclamó

el

mismo

que

contó

poco

antes

lo

acontecido

en

Roma.)

¡Óiganme

15 Vds. a mí un momento!

En

1814,

cinco

años

después

de

la

escena

referida

por

el

Capitán,

la

fuerza

de

la

opinión

de

toda

Francia

obligó

a

Napoleón

Bonaparte a poner en libertad a Pío VII.

Volvió,

pues,

el

Sumo

Pontífice

a

recorrer

el

mismo

camino

20

en

que

le

habían

encontrado

los

prisioneros

españoles,

y

he

aquí

cómo

describe

Chateaubriand[54-2]

la

despedida

que

hizo

Francia al sucesor de San Pedro:

«Pío

VII

caminaba

en

medio

de

los

cánticos

y

de

las

lágrimas,

del

repique

de

las

campanas

y

de

los

gritos

de

¡Viva

el

Papa!

25

¡Viva

el

Jefe

de

la

Iglesia! ...

En

las

ciudades

sólo

quedaban

los

que

no

podían

marchar,

y

los

peregrinos

pasaban

la

noche

en

los

campos,

en

espera

de

la

llegada

del

anciano

sacerdote.

TAL

ES,

SOBRE

LA

FUERZA

DEL

HACHA[54-3]

Y

DEL

CETRO,

LA

SUPERIORIDAD

DEL

PODER

DEL

DÉBIL

SOSTENIDO

POR

LA

30 RELIGIÓN Y LA DESGRACIA.»

Guadix, 1857.

(p55)

EL EXTRANJERO

I

« No

consiste

la

fuerza

en

echar

por

tierra[55-1]

al

enemigo,

sino

en

domar la propia cólera, »—dice una máxima oriental.

« No

abuses

de

la

victoria, »—añade

un

libro

de

nuestra

religión.

05

« Al

culpado

que

cayere

debajo

de

tu

jurisdicción,

considérale

hombre

miserable,

sujeto

a

las

condiciones

de

la

depravada

naturaleza

nuestra;

y

en

todo

cuanto

estuviere

de

tu

parte,

sin

hacer

agravio

a

la

contraria,

muéstratele

piadoso

y

clemente,

porque,

aunque

los

atributos

de

Dios

son

todos

iguales,

más

resplandece

10 y campea, a nuestro ver, el de la misericordia, que el de la justicia, »

aconsejó, en fin, D. Quijote a Sancho Panza.[55-2]

Para

dar

realce

a

todas

estas

elevadísimas

doctrinas,

y

cediendo

también

a

un

espíritu

de

equidad,

nosotros,

que

nos

complacemos

frecuentemente

en

referir

y

celebrar

los

actos

15

heroicos

de

los

españoles

durante

la

Guerra

de

la

Independencia,[55-3]

y

en

condenar

y

maldecir

la

perfidia

y

crueldad

de

los

invasores,

vamos

a

narrar

hoy

un

hecho

que,

sin

entibiar

en

el

corazón

el

amor

a

la

patria,

fortifica

otro

sentimiento

no

menos

sublime

y

profundamente

cristiano:—el

amor

a

nuestro

prójimo;—sentimiento

20

que,

si

por

congénita

desventura

de

la

humana

especie,

ha

de

transigir[55-4]

con

la

dura

ley

de

la

guerra,

puede y debe resplandecer cuando el enemigo está humillado.

El

hecho

fué

el

siguiente,

según

que[55-5]

me

lo

han

contado

personas

dignas

de

entera

fe,

que

intervinieron

en

él

muy

de

25

cerca[55-6]

y

que

todavía

andan

por

el

mundo.—Oíd

sus

palabras

textuales.

(p56)

II

—Buenos días, abuelo[56-1] ...—dije yo.

—Dios guarde a V., señorito ...—dijo él.

—¡Muy solo va V. por estos caminos!...

—Sí,

señor.

Vengo

de

las

minas

de

Linares,[56-2]

donde

he

estado

05

trabajando

algunos

meses,

y

voy

a

dor[56-3]

a

ver

a

mi

familia.

—¿Usted irá[56-4]...?

—Voy

a

Almería[56-5]...,

y

me

he

adelantado

un

poco

a

la

galera[56-6]

porque

me

gusta

disfrutar

de

estas

hermosas

mañanas

de

Abril.—Pero,

si

no

me

engaño,

usted

rezaba

cuando

yo

10

llegue....—Puede

V.

continuar.—Yo

seguiré

leyendo

entretanto,

supuesto

que

el

escaso

andar

de

esa

infame

galera

le

permite a uno estudiar en mitad de los caminos....

—¡Vamos!

Ese

libro

es

alguna

historia....—Y

¿quién

le ha dicho a V. que yo rezaba?

15

—¡Toma!

¡yo,

que

le

he

visto

a

V.

quitarse

el

sombrero[56-7]

y

santiguarse!

—Pue