al
ir
a
la
mañana
siguiente
a
la
huerta,
halló
que,
durante
la
noche,
le
habían
robado
las
cuarenta
calabazas....—Para
ahorrarme
de
razones,[70-6]
diré
que,
como
el
judío
de
Shakespeare,
llegó
al
más
sublime
paroxismo
trágico,
repitiendo
frenéticamente
aquellas
terribles
palabras
15
de
Shylock,
en
que
tan
admirable
dicen
que
estaba
el
actor
Kemble:[70-7]
— ¡Oh! ¡Si te encuentro! [70-8] ¡Si te encuentro!
Púsose
luego
el
tío
Buscabeatas
a
recapacitar
fríamente,
y
comprendió
que
sus
amadas
prendas
no
podían
estar
en
Rota,
20
donde
sería
imposible
ponerlas
a
la
venta
sin
riesgo
de
que
él
las
reconociese,
y
donde,
por
otra
parte,[70-9]
las
calabazas
tienen
muy bajo precio.
—¡Como
si
lo
viera,
están
en
Cádiz!
(dedujo
de
sus
cavilaciones.)
El
infame,
pícaro,
ladrón,
debió
de
robármelas[70-10]
25 anoche a las nueve o las diez y se escaparía con ellas a las doce en
el
barco
de
la
carga[70-11]....
¡Yo
saldré
para
Cádiz
hoy
por
la
mañana
en
el
barco
de
la
hora,[70-12]
y
maravilla
será
que
no
atrape al ratero y recupere a las hijas de mi trabajo!
Así
diciendo,
permaneció
todavía
cosa
de
veinte
minutos
en
30
el
lugar
de
la
catástrofe,
como
acariciando
las
mutiladas
calabaceras,
o
contando
las
calabazas
que
faltaban,
o
extendiendo
una
especie
de
fe
de
livores[70-13]
para
algún
proceso
que
pensara
incoar hasta que, a eso de las ocho, partió con dirección al muelle.
Ya
estaba
dispuesto
para
hacerse
a
la
el
barco(p71)
de
la
hora,
humilde
falucho
que
sale
todas
las
mañanas
para
Cádiz
a
las
nueve
en
punto,
conduciendo
pasajeros,
así
como
el
barco
de
la
carga
sale
todas
las
noches
á
las
doce,
conduciendo frutas y legumbres....
05
Llámase
barco
de
la
hora
el
primero,
porque
en
este
espacio
de
tiempo,
y
hasta
en
cuarenta
minutos
algunos
días,
si
el
viento
es
de
popa,
cruza
las
tres
leguas
que
median
entre
la
antigua
villa del Duque de Arcos y la antigua ciudad de Hércules[71-1]....
III
Eran,
pues,
las
diez
y
media
de
la
mañana
cuando
aquel
día
10
se
paraba
el
tío
Buscabeatas
delante
de
un
puesto
de
verduras
del
mercado
de
Cádiz,
y
le
decía
a
un
aburrido
polizonte
que
iba con él:
—¡Estas son mis calabazas!—¡Prenda V. a ese hombre!
Y señalaba al revendedor.
15
—¡Prenderme
a
mí!
(contestó
el
revendedor,
lleno
de
sorpresa
y
de
cólera.)—Estas
calabazas
son
mías;
yo
las
he
comprado....
—Eso
podrá
V.
contárselo
al
Alcalde—repuso
el
tío
Buscabeatas.
20 —¡Que no![71-2]
—¡Que sí!
—¡Tío ladrón![71-3]
—¡Tío tunante!
—¡Hablen
Vds.
con
más
educación,[71-4]
so
indecentes![71-5]
¡Los
25
hombres
no
deben
faltarse[71-6]
de
esa
manera!—dijo
con
mucha
calma
el
polizonte,
dando
un
puñetazo[71-7]
en
el
pecho
a
cada
interlocutor.
En
esto
ya
había
acudido
alguna
gente,
no
tardando
en
presentarse
también
allí
el
Regidor
encargado
de
la
policía
de
los
30
mercados
públicos,
o
sea[71-8]
el
Juez
de
abastos,
que
es
su
verdadero
nombre.
(p72)
Resignó[72-1]
la
jurisdicción
el
polizonte
en
Su
Señoría,
y
enterada
esta
digna
autoridad
de
todo
lo
que
pasaba,
preguntó
al
revendedor
con majestuoso acento:
—¿A quién[72-2] le ha comprado V. esas calabazas?
05
—Al
tío
vecino
de
Rota....—respondió
el
interrogado.
—¡Ése
había
de
ser!
(gritó
el
tío
Buscabeatas.)
¡Muy
abonado[72-5]
es
para
el
caso!
¡Cuando
su
huerta,
que
es
muy
mala, le produce poco, se mete a robar en la del vecino!
10
—Pero,
admitida
la
hipótesis
de
que
a
V.
le
han
robado
anoche
cuarenta
calabazas
(siguió
interrogando
el
Regidor,
volviéndose
al
viejo
hortelano),
¿quién
le
asegura
a
V.
que
éstas, y no otras, son las suyas?
15
—¡Toma!
(replicó
el
tío
Buscabeatas.)
¡Porque
las
conozco
como
V.
conocerá
a
sus
hijas,
si
las
tiene!—¿No
ve
V.
que
las
he
criado?—Mire
V.:
ésta
se
llama
rebolonda;[72-6]
ésta,
cachigordeta;[72-7]
ésta,
barrigona;[72-8]
ésta,
coloradilla;
ésta
Manuela...,
porque
se
parecía mucho a mi hija la menor....
20 Y el pobre viejo se echó a llorar amarguísimamente.
—Todo
eso
está
muy
bien
...
(repuso
el
Juez
de
abastos);
pero
la
ley
no
se
contenta
con
que
usted
reconozca
sus
calabazas.
Es
menester
que
la
autoridad
se
convenza
al
mismo
tiempo
25
de
la
preexistencia
de
la
cosa,
y
que
V.
la
identifique
con
pruebas
fehacientes....—Señores,
no
hay
que
sonreírse....—¡Yo
soy abogado!
¡Pues
verá
V.
qué
pronto
le
pruebo
yo
a
todo
el
mundo,
sin
moverme
de
aquí,
que
esas
calabazas
se
han
criado
en
mi
huerta!—dijo
el
tío
Buscabeatas,
no
sin
grande
asombro
de
30 los circunstantes.
Y
soltando
en
el
suelo
un
lío
que
llevaba
en
la
mano,
agachóse,
arrodillándose
hasta
sentarse
sobre
los
pies,
y
se
puso
a
desatar
tranquilamente
las
anudadas
puntas
del
pañuelo
que
lo
envolvía.
(p73)
La
admiración
del
Concejal,
del
revendedor
y
del
corro
subió
de punto.[73-1]
—¿Qué va a sacar de ahí?—se preguntaban todos.
Al
mismo
tiempo
llegó
un
nuevo
curioso
a
ver
qué
ocurría
05
en
aquel
grupo,
y
habiéndole
divisado
el
revendedor,
exclamó:
—¡Me
alegro
de
que
llegue
V.,
tío
Fulano!
Este
hombre
dice
que
las
calabazas
que
me
vendió
usted
anoche,
y
que
están
aquí
oyendo
la
conversación,
son
robadas....—Conteste
10 V....
El
recién
llegado[73-2]
se
puso
más
amarillo
que
la
cera,
y
trató
de
irse;
pero
los
circunstantes
se
impidieron
materialmente,
[73-4] y el mismo[73-5] Regidor le mandó quedarse.
En
cuanto
al
tío
Buscabeatas,
ya
se
había
encarado
con
el
15 presunto ladrón, diciéndole:
—¡Ahora verá V. lo que es bueno!
El tío Fulano recobró su sangre fría, y expuso:
—Usted
es
quien
ha
de
ver[73-6]
lo
que
habla;
porque
si
no
prueba,
y
no
podrá
probar,
su
denuncia,
lo
llevaré
a
la
cárcel
20
por
calumniador.—Estas
calabazas
eran
mías;
yo
las
he
criado,
como
todas
las
que
he
traído
este
año
a
Cádiz,
en
mi
huerta del Egido,[73-7] y nadie podrá probarme lo contrario.
—¡Ahora
verá
V.!—repitió
el
tío
Buscabeatas
acabando
de
desatar el pañuelo y tirando de él.[73-8]
25
Y
entonces
se
desparramaron
por
el
suelo
una
multitud
de
trozos
de
tallo
de
calabacera,
todavía
verdes
y
chorreando
jugo,
mientras
que
el
viejo
hortelano,
sentado
sobre
sus
piernas
y
muerto
de
risa,
dirigía
el
siguiente
discurso
al
Concejal
y
a los curiosos:
—Caballeros:
¿no
han
pagado
Vds.
nunca
contribución?
Y
¿no
han
visto
aquel
libraco[73-9]
verde
que
tiene
el
recaudador,
de
donde
va
cortando
recibos,
dejando
allí
pegado
un
tocón
o
pezuelo,[73-10]
para
que
luego
pueda
comprobarse
si
tal
o
cual[73-11]
recibo
es
falso
o
no
lo
es?
(p74)
—Lo
que
V.
dice
se
llama