Zona 9
( después de la puesta de la Xar )
Después de haber trasladado a Guw a la enfermería, Cludd había ordenado a Pragg y a Tush que desinfectaran la nave y luego que llevaran al bicho al laboratorio. La descontaminación era el protocolo estricto que siempre entraba en vigor en las situaciones de excepción. Una faena dura que nadie quería hacer puesto que las fuertes sustancias químicas que se utilizaban para ello a menudo irritaban los ojos.
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Ahora, por fin, aterrizaron detrás del bloque C, exhaustos y enfadados. El laboratorio estaba más a la derecha. Levantaron la caja y la bajaron del aerodeslizador. Soplaba una ligera brisa poniente. En el cielo brillaban tres lunas alineadas que daban el aspecto mágico a este planeta tan lúgubre y tétrico.
-¿Qué piensas de este bicho, Han?- preguntó Tush a Pragg.
Los dos se conocían de mucho tiempo. Eran los primeros que habían llegado a Rhod, ya hacía seis órbitas. Les habían dicho que se trataba de una misión militar, que consistía en examinar las condiciones del planeta y asegurar las zonas que se iban a usar para los experimentos biológicos.
Más tarde habían descubierto que no era exactamente así. Ese sitió servía cómo un laboratorio exploratorio, especializado para el desarrollo de los clones capaces de absorber el metano. Soldados azules, así les llamaban por el color azulado que tenía su piel.
El problema eran las numerosas manadas de escarabajos y las otras formas superiores que al principio atacaban con frecuencia los soldados.
Luego se tomaron precauciones, claro, y se crearon las zonas diurnas y nocturnas. Sin embargo, eso era sólo la cuestión del tiempo antes de que se estropeara algo. Y ese bicho podría ser el comienzo.
-No pienso nada de él. Sólo quiero deshacerme de esta porquería cuanto antes, cerrarme en mi cubil y quizás tomarme una o dos pastillas de QQ para despejarme la cabeza-terminó Pragg y escupió un salivazo grumoso a la grava que estaba esparcida por doquier.
Giraron a la izquierda y se encaminaron a la puerta del laboratorio. Allí había un bordillo no muy alto. Tush no se fijó en él, estaba reflexionando sobre lo que había ocurrido esa tarde y tropezó. Acto seguido, la caja se le deslizó de las manos y él debido a la inercia, la sobrevoló aterrizando en el suelo. Por desgracia para él (que descubriría más tarde), se cortó la palma de la mano derecha con una piedra afilada. Apareció un chorro del líquido corporal.
-¡Joder!- maldijo.
-¿Estás bien, tío?- le preguntó algo divertido su amigo. -Parecías como si vieras una gremma y no querías que te la robasen.
-Muy gracioso-replicó. A continuación, se incorporó, se limpió su palma en el uniforme y luego añadió mohínamente: -Vamos, necesito desinfectarme la herida. No tengo ganas de que se me meta dentro alguna de las mierdas que están dentro de esta caja.
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Entraron por la puerta mayor del laboratorio. El amplio vestíbulo era iluminado por diez focos potentes que regularmente parpadeaban.
-¿Cómo, coño, pueden trabajar con esta luz intermitente? Yo me volvería majara dentro de una puesta-dijo en voz baja Pragg.
-Yo pensaba que ya estabas majara, trabajando aquí-replicó irónicamente el otro soldado.
Al cabo de unos segundos apareció un tipo esbelto y feo metido en una bata verde.
-¿Es el bicho? Ya me ha informado el teniente que lo vais a traer. Dejadlo en la sala siete, por favor. Está detrás de esta compuerta a la derecha.
Luego podéis iros. Ya me encargaré yo de eso-dijo con una voz ronca.
A continuación, apretó un botón en el portátil en su brazo central. Sonó un zumbido sordo y la compuerta se abrió. Pasaron por un pasillo corto y entraron en la sala siete. Allí había tres médicos también vestidos en batas verdes.
-¡Poned la caja en esa mesa y abridla!- les ordenó uno de ellos. Éste era más bajo que el esbelto y feo, y cojeaba.
La levantaron. Tush sacó una llave triangular y la metió en una de las dos cerraduras que estaban en la parte delantera de ella. Lo mismo hizo Pragg.
Cuando abrieron la tapa, Tush rozó ligeramente el canto de arriba de la caja. El corte fresco que tenía en su palma se contagió con unas escasas partículas medio secas del feto que se habían quedado allí. No se dio cuenta pues en ese momento, empezó a chillar la sirena.
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El teniente Cludd, estaba de mal humor repasando el informe.
La aversión que sentía por Jorr se había profundizado otros varios peldaños más. Gracias a él ahora tenía que pudrirse en esta fosa séptica de mierda de Rhod, llena de toda la porquería posible que apestaba a miles de kilómetros en vez de estar al mando de una misión tranquila e interesante en la galaxia Librus. Sobre todo, había aparecido ese maldito bicho que complicaba aún más la situación.
Disgustadamente cambió la página del reporte y comenzó a leer. No obstante, sus pensamientos se deslizaban cada vez más a Broky.
´¿Qué me has ocultado, hijo de puta? ¿Qué sabes de esto? Parece que tendré que dar un paseo y hablar contigo más vigorosamente´. Abrió el cajón y tocó el desintegrador. Ésto sí que te soltará la lengua. No lo dudes.Śus ojos miraron otra vez el informe. En ese momento, sonó la sirena. Dio un brinco y se golpeó el codo.
-¡Maldita sea!- siseó entre dientes y se levantó. Cogió el desintegrador y con prisa salió de su despacho. Giró a la derecha, pasó por el pasillo cuyas paredes estaban decoradas por unos cuadros rombos que presentaban paisajes salvajes evidentemente provenientes de otros mundos, y entró en un vestíbulo.
Afuera reinaba la noche. El viento seguía moderado pero al mirar el cielo nocturno uno podía avistar que dos de las lunas ya habían sido cubiertas por las nubes.
De un tirón abrió la puerta reforzada y salió del edificio. Sus zapatillas pesadas de polymero machacaban la grava negra y la hacían crujir. Este sonido se asemejaba a una agonía mortal de un can-toy mutado.
Apresuró el paso y se dirigió hacia la enfermería. Ya desde lejos veía como venían corriendo los soldados. Por la cabeza le rodeaban los pensamientos sobre Guw: Śeguramente todo este jaleo tiene que ver algo con él.Éntró en la enfermería. En la sala había doce o catorce Xibogs y cinco Kuxs, todos agrupados alrededor de la puerta abierta del quirófano.
-¡Dejadme pasar!- les ordenó severamente y con sus grandes manos empujaba a los soldados a los lados.
Luego internó dentro. Su mirada se clavó en los cadáveres y durante un rato estuvo observando la escena de la masacre. Uno de los Kuxs quiso informarle de la situación pero el teniente le calló levantando bruscamente un dedo.
La brutalidad con la que habían sido matados los médicos le inquietaba.
Eso era el trabajo de un pirado recién salido de una mazmorra subterránea después de varias orbitas de tortura, y no de un soldado gravemente lesionado. Sin embargo, Guw no estaba en la habitación. Se volvió y gritó directamente a la cara de un Xibog joven: -Quiero que registréis detenidamente este edificio igual que los vecinos. Quiero que me traigáis al hijo de puta que ha hecho esto. Y quiero que alguien con un poco de inteligencia, si hay aquí alguien así, me diga, ¿dónde, coño, está Guw? ¡Y apagad esa maldita sirena de una puta vez, joder!
Los soldados se empezaron a dispersar. Nadie tenía ganas de oponerse al teniente.
Echó otro vistazo a los cadáveres y luego se reparó en unas pisadas borrosas que estaban en el líquido corporal. Se dirigían hacia fuera. Las siguió.
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En el pasillo había un motón de vómitos recién secados. Aquel hallazgo le obligó a reflexionar: ´¿A dónde te has metido, amigo?´ después miró hacia delante y vio una escalera. Ćlaro, so hijo de puta, te has escondido en la morgue. Pues muy bien.´
Tocó el desintegrador y se encaminó hacia la escalera. Bajó. El sonido de la sirena se apagó. ¡Por fin!
Sigilosamente se acercó a la puerta. Desde arriba se escuchaban los pasos rápidos de los soldados que correteaban aquí y allá gritando: “¡Registra la sala tres! /Voy a la primera planta/¡Xum, ven a ver esto!” .
Les ignoraba por completo, se concentraba. Calma y cabeza despejada, eso era su lema.
Despacio sacó el desintegrador y abrió con una patada fuerte la puerta gruesa de la morgue. Una sola bombilla tenue alumbraba la habitación.
Con el arma apuntada irrumpió dentro. El cuerpo muerto de Guw estaba tendido en la parte trasera con las tijeras incrustadas en los ojos. Tosió y extendió la vista. Luego guardó el arma y se conectó con Pragg. Le dijo lo que quería que hiciera. Él afirmó.
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Nada más terminar la conexión salió del depósito de cadáveres y subió la escalera. Después paró a uno de los Xibogs (que se llamaba Gris) y le ordenó que recogiera los despojos de Guw y que los quemara fuera del complejo. El soldado le preguntó imprudentemente por qué había que llevar el cuerpo tan lejos. Gélidamente le miró y le advirtió que cerrase su maldito pico, cumpliera las órdenes y luego que se fuera a tomar por culo.
Asimismo le avisó ya gritando que tenía otras cosas mucho más importantes que perder el tiempo con un come mocos de mierda. A continuación, apartó de un empujón al soldado aturdido y se fue.
Su único propósito, en ese momento, era coger un aerodeslizador e ir a visitar a ese parásito de Broky.
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A unos tres kilómetros y medio de la base militar había un cobertizo bajo unido con un almacén químico. Dentro del cobertizo había tres habitaciones no muy grandes pero desordenadas y sucias más que la madriguera de un cun-coy. En la primera, que se podía denominar como la sala de estar, si alguien tuviera suficiente imaginación, estaba tumbado en un sofá verdusco, raído y descosido Broky. Sus ojos estaban cerrados.
Sonreía. No obstante, esta sonrisa parecía como la de una mueca fea de una careta horripilante.
Hace poco se apagó la sirena proveniente del bloque C. Pero eso le importaba un pito. Estaba hundido profundamente en un sueño escuchando al Rey Negro.
Así comenzó a llamar el originador de la voz que le hablaba incesablemente dentro de su cabeza y le decía cosas inquietantes, sin embargo, y por otro lado, también muy interesantes.
Por ejemplo, le había dicho que pronto vendría el teniente Cludd y habría que convertirlo en uno de los nuestros. Le había dicho cómo tendría que hacerlo y también le había revelado que a la salida de la Xar se reuniría con él el otro de los nuestros.
Broky visualizaba al Rey Negro cómo un macho grande vestido con una armadura reforzada de titano, de ojos azules que brillaban, daban miedo y autoridad suprema. Quería ser su esclavo. Eso, de alguna manera rara, le excitaba. Sus pensamientos se empezaban a deslizar a la zona de su cerebro dónde guardaba sus fantasías sexuales y su mano derecha tocó uno de sus órganos de reproducción.
“¡Ahora no hay tiempo para estas cochinadas tuyas! ¡Hay que prepararse! ¡Cludd ya está llegando! Y te digo sólo una cosa, si lo cagas, el amigo que se va a reunir contigo, se encargará de que tus entrañas vean la luz del día” tronó en su mente la severa voz del Rey.
Consternado se levantó. Acto seguido, entró en la habitación trasera de su cubil dónde tenía guardadas las armas y cogió un cuchillo con la hoja afilada por ambos extremos. Cuidosamente lo metió en el cinturón de sus pantalones negros de cuero y lo cubrió con la camiseta para disimularlo.
Luego regresó a la sala de estar. Abrió un cajón y sacó desde él una jeringa junto con una aguja larga. Las dos cosas puso en la mesilla baja al lado del sofá. Después se sentó en la silla y esperaba. Otra vez sonreía.
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Cuanto más se acercaba al cobertizo de Broky más furioso se ponía. El aerodeslizador volaba a toda velocidad. Su casco brillante reflejaba los rayos de la Xar que al rebotar creaban en el aire denso unas instantáneas figuras fantasmagóricas.
Bruscamente giró a la derecha y aterrizó. Al apagar los motores tocó su arma. Le tranquilizaba la rigidez de la empuñadura. A continuación, desbloqueó la puerta corrediza y bajó. La puerta se cerró automáticamente tras él.
Las dos lunas que ahora se asomaban por las nubes iluminaban tenuemente la senda de arcilla mezclada con arena rojiza que daba al cobertizo.
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Broky se puso de pie. Acto seguido, sonaron tres fuertes golpes en la puerta acompañados de una orden austera y enérgica: -¡Abre!
Ásí que estamos un pelín enfadados ´ pensó y después rió.
La voz del Rey Negro seguía callada como si no quisiera ensuciarse las manos con este asunto.
Esperó unos diez segundos más y luego activó la cerradura. Cludd más bien irrumpió que entró dentro.
-¿Hola teniente, qué le trae por aquí a estas horas tan tardes? ¿No puede dormir o busca a alguien que le pueda leer un cuento de hadas?- le recibió jovialmente.
Ése le penetró con una mirada gélida y luego respondió despacio: -Tú sabes muy bien, yonqui, porque estoy aquí. Así que vamos directamente al grano. No quiero quedarme mucho tiempo en este apestado agujero de mierda. Me da asco igual que tú. Por eso, te lo preguntaré sólo una vez.
¿Qué sabes de ese bicho?
-¿Así que seguimos tan amable como siempre, verdad teniente?- le replicó sonriendo. -Porque no se relaje un poco, no se siente y no tomamos una copa de Bizz.- (Bizz era un tipo de efervescente que tenía efecto más o menos igual que cerveza.) -Francamente no sé qué más quiere que le diga. Apareció la brecha. Desde ella cayó el ser. Le disparé y luego llamé al comandante Jorr. Eso es todo. No hay nada que ocultar.
El rostro de Cludd enrojeció. Se acercó más al centro de la habitación y sacó el desintegrador. Después también sonrió. Pero esa sonrisa era tan fría que casi podría causar las congelaciones en la cara de Broky.
-Sabía que contigo no se puede hablar por las buenas, hijo de puta-dijo.
Le irritaba y al mismo tiempo inquietaba el hecho de que este yonqui seguía mirándolo como si se tratase de un pasmarote. No veía ni miedo, ni respeto, sólo desdén y quizás compasión.
Śeguramente va ciego.´ Y eso le enfurecía aún más.
Le apuntó con el arma. -¿Comienza a cantar, capullo, o prefieres que te desintegre, por ejemplo, tu mano derecha?
Broky se aproximó un poco más hacia él y respondió: -Vamos teniente, yo no le tengo miedo ninguno. No puede intimidarme con este jueguecito-señaló con un dedo al arma. Después dio otro paso más y continuó hablando: -Y si le digo que sí, que sé una cosa que le podría interesar. Y
quizás más que interesar incluso le podría…- sin terminar la frase sacó el cuchillo y atacó. Cludd apretó el gatillo del desintegrador. Salió un rayo verde y dio al armario que estaba al fondo de la habitación. Apareció un agujero negro y humeante.
-Tiene muy mala puntería, teniente-dijo Broky.
Acto seguido, movió velozmente su mano central y le apuñaló debajo del esternón. Cludd gimió y trató de deshacerse de él, era bastante grande y fuerte. Broky le dio otra puñalada casi al mismo sitio. Tenía que ser precavido y no dañarle gravemente. No quería mosquear al Rey.
El teniente se tambaleó y el arma se le cayó de la mano diestra. Broky sacó el cuchillo y hundió su rodilla en uno de sus órganos de reproducción. Un aullido de dolor llenó la habitación y a Cludd se le debilitaron las piernas. Acto seguido, se cayó contra el suelo. Sonó un golpe seco debido a su uniforme acolchado. Broky se inclinó y le apretó fuertemente el bulto de cuello. Allí había un punto que paralizaba a los Xibogs.
Cludd dejó de moverse. Broky apartó de una patada el desintegrador y se acercó a la mesilla. A continuación, cogió la jeringa, puso la aguja en la punta y la clavó en una de las tres venas de su brazo izquierdo. Luego la rellenó con su flujo corporal.
“¡Buen trabajo, muchacho! Ahora termínalo rápido antes de que se despierte.” sonó la voz dominante del Rey en su mente.
Lentamente sacó la aguja de su vena y se encaminó hacia el cuerpo del teniente. Se arrodilló cerca de su cabeza y la inyectó dentro del lagrimal de su ojo central. El cerebro absorbió el líquido como si fuera un hongo.
Se puso de pie. Una secuencia de imágenes bizarras entorpeció su mente: Estaba huyendo a través de una planicie devastada, llena de hierbajos con pinchos venenosos, entre ellos se bullían gusanos grandes.
Se retorcían, abrían y cerraban sus pequeñas bocas y lo observaban. Esa escena era tan espeluznante que apenas evitó vomitar.
Continuó corriendo. En el horizonte relampagueó. Asustadamente alzó la vista hacia el cielo. Un trozo de carne podrida le cayó a la cara. Lanzó un gritó. Otro trozo le golpeó la espalda.
Luego las imágenes desaparecieron. Respirando profundamente intentó concentrarse. De alguna manera sabía que estas escenas horribles formaban el proceso final del cambio de su ADN. Pero eran tan vivas y tan repugnantes que uno podría volverse loco.
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Al cabo de un rato, ya un poco más despejado, tomó las piernas del teniente y comenzó a arrastrarle hacia el sofá. Pesaba mucho.
Resoplando, dejó caer las piernas justo al lado de la mesa. El suelo resonó ruidosamente.
Ahora vendría la parte más difícil: atar bien las extremidades y poner el cuerpo en el sofá. El estado de inconsciencia no duraría mucho.
Entró en la habitación contigua. Rebuscó en ella durante un instante y después regresó con un rollo de alambre flexible. Fuertemente anudó las piernas y las tres manos de Cludd y se situó detrás de su cabeza. Luego le asió por debajo de sus axilas y le alzó. Tuvo que apoyarse contra el respaldo para que sus brazos funcionaran como una palanca.
Al final, logró recostar la parte superior de su espalda sobre una almohada del sofá. Después se incorporó e hizo lo mismo con las piernas.
–Bien-dijo con voz alta.
A continuación, cogió el resto del alambre y ligó el torso del teniente a los pies del sofá. Nada más terminar se desplomó totalmente exhausto en la silla. Ahora había que esperar a que vinieran los primeros cambios.
Cerró los ojos y al mismo tiempo el Rey Negro empezó a hablar.
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Intentaba conectarse con Tush pero por algún motivo la conexión fallaba.
-¡Carajo!- maldijo.
Cludd le había dicho que recogiera otra vez el bicho, lo llevara a la planicie, que estaba a unos seis kilómetros de la base y lo quemara allí.
También le había dicho que se trataba de una operación secreta.
Pragg no era tan estúpido como para preguntarle por qué hay que quemarlo, ni por qué hay que llevarlo tan lejos. Conocía bastante bien al teniente, y varias veces discutieron fuertemente. Lo que le molestaba era que tenía que hacerlo él sólo, pues Tush estaba ´fuera de servicio´. (Esto era una expresión que a menudo utilizaban los soldados cuando se desconectaban para hacer sus cositas.) Reflexionó sobre llamar a Limby, pero luego lo descartó. Limby era su buen amigo pero no sabía mantener la boca cerrada como Tush y lo último que deseaba, era escuchar los gritos del teniente y secarse posteriormente sus salivas de la cara después de que averiguara que Limby se habría ido de la lengua.
Así que regresó al laboratorio solo. El tipo esbelto y feo le intentó prohibir entrar. Pragg sacó el arma. El tipo esbelto y feo cambió de opinión. Pragg pasó por la compuerta e internó en la sala dónde habían dejado la caja.
Dentro había cuatro médicos. El bicho lo tenían puesto en una mesa ovalada de algún tipo de aleación con el tórax abierto en canal. Lo miró y se le revolvió el órgano que servía para descomponer el alimento. Luego dijo escuetamente: -Tengo que llevármelo. Órdenes de Cludd.
Uno de los Xibogs que llevaba puestos unos guantes transparentes, llenos de manchas de un flujo rojo ya parcialmente coagulado, trató de protestar.
Pragg sacó otra vez el arma y dijo: -Bueno señores, se acabó la fiesta.
Poned el bicho dentro de la caja. Y daos prisa, no tenemos toda la noche.
Luego voy a necesitar uno de vosotros que me va a ayudar a llevarlo al aerodeslizador.
En ese momento, escuchó detrás de sí unos pasos que se acercaban sigilosamente. Se volvió rápidamente. Era el tipo esbelto y feo. Le apuntó con el arma. El tipo se paró y empezó a balbucear algo ininteligible. Pragg le respondió: -Muy bien, así que tenemos al ganador de la lotería. Me alegro de que seas justamente tú quien me va a echar la mano. ¡Coge la caja y vamos!
El tipo murmuró otro algo ininteligible y Pragg le respondió con el cañón del arma.
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Sacaron la caja del laboratorio.
El asistente del individuo que llevaba guantes transparentes gritó nerviosamente a Pragg que iba a hablar con el comandante Jorr ahora mismo para que se enterase de eso. Le replicó que hablara con quien quisiera y luego añadió que se fuera a la mierda. Estaba harto de todo eso y quería ya tumbarse en su cama y desconectar, estar ¨fuera de servicio.Üna vez metido el bicho dentro del aerodeslizador Pragg aconsejó al tipo esbelto y feo que se largara y que procurara mantenerse a distancia bastante grande de él. Acto seguido, cerró la puerta corrediza sin esperar a que el tipo le contestara con otro de sus balbuceos y arrancó los motores.
Estaba totalmente cabreado.
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La nave salió pitando de la base militar hacia la planicie. La temperatura exterior ya había bajado a -35ºC y sobre todo comenzaba a caer niebla de metano. Los faros potentes del aerodeslizador permitían la visibilidad no más de quince metros.
Éstupendo´ pensó. Y para empeorar aún más la situación, el bicho olía que apestaba.
La nave se inclinó y giró levemente a la derecha. La planicie estaba a unos dos kilómetros más adelante.
De sopetón, se encendió un piloto rojo que indicaba una avería del motor izquierdo.
-¡No me jodas, joder!- gritó y golpeó furiosamente el panel de control. El piloto parpadeó y después se apagó.
Afuera la niebla disipó un poco y la visibilidad se incrementó a casi cincuenta metros. Luego desapareció completamente. Sin embargo, el termómetro marcaba -37,3ºC.
Aceleró más. Los motores protónicos acompasadamente palpitaban como si fueran un gran corazón de un monstruo férreo.
El aerodeslizador entró en la planicie y aterrizó. Sacó de un vertical armario empotrado un uniforme térmico y se lo puso. Acto seguido, desbloqueó la puerta. Esta se abrió con un sonido pareció a una rueda justamente reventada. Empujó la caja hacia la plataforma de descenso y la dejó deslizarse a la tierra endurecida. Luego regresó al punto de control y apagó los motores. Las aspas dejaron de girar y se hizo un silencio casi sepulcral. Cogió el lanzallamas y bajó de la nave.
El aire gélido empañó en seguida el cristal de su casco. Disgustadamente miró la caja y le propinó una buena patada. Ésta se movió unos treinta centímetros y luego se paró. Escupió una de sus palabrotas habituales y comenzó a tirarla más a la planicie.
Cuando estaba a unos setenta metros del aerodeslizador el ambiente a su alrededor empezó a vibrar. Al principio, muy ligeramente de manera que prácticamente ni se dio cuenta y continuaba tirando la caja. La superficie pedregosa dificultaba considerablemente la fricción.
Se incorporó y se arqueó para aliviarse un poco la espalda. La vibración se intensificó y fue entonces cuando se abrió a unos ocho metros a su derecha una brecha. A continuación, se ensanchó y desde ella salió una figura alta.
En primer momento pensó que se trataba de un Xibog. Pero en cuanto la brecha desapareció, vio su cara cicatrizada y tres manos algo encorvadas.
Se parecía más bien a una criatura mitológica recién emergida de una ciénaga.
-¿Quién coño eres?- era lo único que se le ocurrió decir. Después, retrocedió.
-¿Quién coño soy? Pues averígualo tú mismo – el otro le respondió con burla. Luego lanzó una mezcla entre rugido y aullido y le atacó. Sus dos manos provistas de uñas pardas le agarraron los hombros. La tercera le desgarró el uniforme y arrancó uno de sus órganos de reproducción.
Chilló. El dolor era indescriptible. La criatura arrojó el órgano contra un bloque que sobresalía de la tierra y le dislocó los dos hombros. Se desmayó. El ser abrió la boca y le mordió en el bulto de cuello. El líquido corporal salpicó su paladar. Con avidez lo tragó.
Las tres lunas otra vez brillaban. El viento que venía desde la zona ocho pellizcaba la capa fina de la escarcha azulada que cubría por completo toda la planicie.
El ser empujó la caja con el bicho dentro del aerodeslizador. Al entrar inclinó un poco la cabeza a la derecha como si escuchara algo. Luego la puerta corrediza se cerró tras él.
Los motores protónicos arrancaron. La nave despegó. El cuerpo maltrecho de Pragg se empezó a congelar. En el cobertizo a unos 25 kilómetros de allí Broky sonrió.
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Poco después de que sonara la sirena, a Tush se le derrumbaron totalmente las secuencias cronológicas del tiempo. Sólo recordaba algunos fragmentos cortos, a veces borrosos y a veces confusos.
Regresó con Pragg a la enfermería y vio la masacre que probablemente había hecho Guw. Cludd quería que registrasen el edificio y las zonas contiguas. Así que se separaron y él subió a la primera planta.
Por entonces, todo iba más o menos bien, salvo un ligero dolor que sentía en la nuca. Le acompañaba otro Xibog que se llamaba Vopp. Era más joven, escuálido y algo obtuso.
Entraron en la sala de preparaciones. Allí había cinco aparadores de vidrio que se apoyaban contra las paredes y estaban repletas de botes con desinfectantes. Tush cogió uno que contenía un suero de color violeta y se lo vertió por encima de la raspadura que se había hecho cuando trasladaba la caja con el bicho al laboratorio. Después devolvió el bote a su sitio….
… y se desmayó.
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(Las olas pesadas le mojaban el rostro, se adentraban en su boca y le cegaban sus ojos. Trataba de nadar entre ellas, pero no podía. Había perdido toda la fuerza. Sus manos se le entumecían. Desde lejos sonó un silbato penetrante. Otra ola le embistió. -´¿Estoy soñando?´ - se preguntó …)
… y se despertó.
No sabía cuánto tiempo había pasado. Estaba abstraído, desconcentrado y asustado. Se hallaba en una habitación ovalada, decorada por vitrinas opacas, aseguradas con unos pequeños cerrojos magnéticos.
Probablemente un almacén de sustancias volátiles, dedujo. La iluminaban nueve focos tenues de luz azulada.
Vopp había desaparecido.
La herida en la palma le picaba. Someramente la examinó, a su alrededor se había creado una mancha amoratada. Eso no auguraba nada bueno.
Salió del almacén. Al pasar por el pasillo se fijó en los letreros que estaban escritos en las paredes, decían: PLANTA 3. Giró a la derecha y subió al ascensor. Apretó un botón verde y bajó. No había nadie por ninguna parte. Sólo se oían los ecos remotos de las voces de los soldados.
El dolor de la nuca se intensificó. Ahora se alternaba con punzadas regulares. Se agarró la cabeza….
…y de pronto, algo le derrumbó a un abismo de la nada.
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(Caía y caía cobrando con cada metro más velocidad. Un grito largo se le escapó de la garganta. Y al chocar contra el fondo del precipicio se rompió.)
Abrió los ojos. ´¿Estoy muerto?ŕeflexionó.
Temblaba y tenía frío. La cabeza le resonaba como si tuviera dentro un martillo romo que le golpeaba con regularidad el cráneo.
Se inclinó a un lado y vomitó.
El sitio a su alrededor era oscuro. Despacio se levantó buscando a tientas alguna puerta. La encontró, daba a la parte trasera de la enfermería.
´¿Qué me está pasando ?śe preguntó. Pero nadie le respondió. Por ahora.
Al final del corto pasadizo había una escalera. Se dirigió hacia ella. La cabeza le daba vueltas. El temblor menguó pero lo sustituyó casi en seguida un hormigueo.
Ńecesito ir a casa. Ahora mismo.Ótra arcada le hizo parar y vomitó nuevamente. Los jugos gástricos le irritaron el esófago. Se limpió la boca con la mano herida. La mancha amoratada que antes se había creado en ella desapareció, el picor no.
Alcanzó más bien tambaleando que caminando, la escalera. Y después un telón espeso y negro cubrió el mundo.
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(Volaba, flotaba. Una luz blanca alumbraba su derredor. Resplandecía. -´¿Son las nubes?´- El vértigo le estrujaba, le aplastaba…. )
Al recuperar la conciencia notaba algo raro. La postura de su cuerpo estaba retorcida. Le dolía la pierna derecha. Intentaba incorporarse.
Entendía que probablemente se hubiera caído de la escalera.
Una imagen extraña emergió enfrente de sus ojos. Vio claramente una foto vieja de una ciudad desconocida, arrasada y quemada. En las calles había montones de cuerpos deformados. Todos estaban negros y calcinados. Luego la imagen se desvaneció.
Apoyándose sobre una barandilla de titano logró enderezarse. La confusión y la desorientación total lo aturdían. Desde alguna parte de arriba se oyó una voz y después unos pasos ligeros. Alguien le llamaba por su nombre. Lo estaban buscando.
Trató de mandar mentalmente una señal de su localización. Sin embargo, por algún motivo la comunicación no funcionaba. Ahora se dio cuenta de que no funcionaba desde que se había apagado la sirena.<