Nunca Esnifes al Anochecer by Marco Montero - HTML preview

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Lorm

 

Despegó y cobró velocidad. El cuadrante tres se hallaba a unos 125 kilómetros del Cuartel C-16. Bajo las buenas condiciones del tiempo se podía cubrir esta distancia en la séptima cuarta parte de la salida del Maar (eso equivalía exactamente a dos horas terrestres).

El problema fue que las condiciones del tiempo no eran buenas, para nada. Varias capas de nubes azul-grisáceas flotaban con rapidez por el cielo totalmente encapotado. Soplaba un viento fresco que de vez en cuando creaba unos pequeños torbellinos. En el horizonte relampagueó repetidamente y los rayos alumbraron el paraje árido y devastado.

Consideraba el regreso a la base. Hasta ahora había recorrido sólo seis kilómetros, pero la situación era tan seria que al final decidió continuar.

Desgraciadamente, eso fue un error grave que más tarde se arrepentiría.

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Apretó un botón en el panel de control. Apareció una pantalla rómbica que indicaba el nivel de energía de las baterías protónicas. Frunció el ceño. El número que marcaba era el 25%. Suficiente como para ida y vuelta, por supuesto, sin embargo, si ocurriera algo imprevisto podría meterse en un gran contratiempo.

Apretó otros dos botones verdes. La pantalla se cambió y ahora mostraba el rendimiento de los motores principales. Éstos, por lo menos, funcionaban bien. Giró la cabeza y miró a través de la ventana lateral. Las primeras gotas empezaron a bailar por el cristal reforzado.

Incrementó la velocidad. Ahora estaba volando a ciento ochenta metros por encima de la tierra. Subió a doscientos cincuenta. Se acercaban las estribaciones que dividían la zona seis a dos partes prácticamente idénticas respecto a sus extensiones. Otra cosa era el relieve de la superficie. Las zonas anteriores de ellas eran planas y llanas. Por el contrario, las zonas posteriores eran desiguales y agrietadas. Sospechaba que antes esas zonas habían sufrido drásticos cambios climáticos que produjeron el levantamiento del terreno. Quizá se hubiera tratado de un volcán subterráneo o un terremoto.

El chivato que indicaba la avería del motor suplementario le arrancó de sus pensamientos. El aerodeslizador se inclinó levemente hacia la izquierda. Luego, después de dar varios tumbos, se incorporó nuevamente.

La lluvia arreció igual que el viento. La visibilidad se empeoró notablemente y la situación se comenzó a poner peligrosa.

Redujo la velocidad. De sopetón, una ráfaga fuerte atacó al parabrisas. La nave dio otro tumbo. Acto seguido, se ladeó hacia delante y bajó a ochenta y ocho metros. El radar que controlaba la altitud empezó a silbar. Intentó estabilizar el equilibrio de la nave, pero otra racha de viento lo impidió.

Las estribaciones se aproximaban cada vez más. El aterrizaje forzado era inevitable.

Cogió el volante semicircular y lo empujó hacia abajo. El morro del aerodeslizador se inclinó al 30º. Sabía que el ángulo de descenso era muy grande pero tuvo que actuar rápidamente.

Se encendió otro chivato y a continuación, el motor principal derecho falló. La nave se volvió inmanejable y se precipitó hacia la tierra. Podía ver como se cambiaban velozmente los números que marcaban la altitud: …70 metros, 60 metros, 45 metros…

Agarró con fuerza el volante y lo desvió bruscamente hacia la izquierda.

La lluvia se convirtió en un chaparrón. Los hilos densos del ácido diluido azotaban implacablemente el casco de la nave.

Logró menguar el ángulo de la inclinación al 20º, pero eso tampoco bastaba. Se abrochó el cinturón de seguridad y se preparó para el choque.

Los rayos amoratados cruzaban el cielo y creaban en él un espectáculo magnífico si uno tuviera tiempo para admirarlo. No obstante, eso no fue el caso de Lorm pues en frente de sus tres ojos negros transcurría una cosa absolutamente diferente. No tan magnífica. Se parecía más bien a una de las películas de terror que tanto les gusta a los desequilibrados y perturbados terrícolas.

El morro del aerodeslizador chocó contra la tierra y la inercia restante lo empujó hacia la peña baja que se alzaba delante. Aterrado contemplaba como se acercaba a un saliente puntiagudo que descollaba de la pared rocosa a unos tres metros de altura.

Accionó los frenos secundarios pero sin reacción ninguna. El impacto fue inminente. La lluvia seguía cayendo con abundancia. Ya se habían empezado a crear en la arcilla los charcos extensos.

Un ruido férreo y estridente resonó por todas partes. El choque era duro.

Toda la potencia cinética se acumuló en la parte frontal de la nave y la deformó. Primero, el casco se abolló, luego se rompió y causó dos fisuras largas. Lorm se golpeó fuertemente la frente contra el panel de control y perdió la conciencia. El cinturón de seguridad se aflojó automáticamente y dejó caer su cuerpo inerte.

Un bloque del tamaño de casi un metro se desprendió de la parte de arriba de la roca y aplastó el techo fortalecido del aerodeslizador. El parabrisas se agrietó. El bloque se quedó un rato inmóvil y luego se deslizó por la superficie lisa del casco y se hundió profundamente en el barro que cubría la tierra. Después se hizo un silencio interrumpido sólo por la lluvia y por el viento.

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Recobró la consciencia. Le dolía la cabeza atrozmente y en la frente se le hizo un chichón grande. Además, no podía mover el hombro izquierdo, lo tenía feamente dislocado.

-¡Maldición!- siseó y cerró los ojos. Respiraba rápidamente. Sabía que ahora vendría el dolor.

Apoyó la espalda contra la pared. Esperó un rato y después se agarró firmemente el brazo atenazando al mismo tiempo los dientes. Una punzada tremenda le disparó en el hombro. Las lágrimas espesas le comenzaron a correr por la mejilla.

Tiró otra vez con la mano y lanzó un grito tenue cuando la articulación encajó en el acetábulo.

´Bien. Mantén la calma. Averigua los daños de la nave y luego intenta conectarte con la base.Śe levantó pesadamente del suelo. Lo primero que notó era la oscuridad.

Tuvo que estar inconsciente durante mucho tiempo, lo cual no era muy bueno.

La lluvia cesó, pero el viento seguía soplando y en la distancia aún caían numerosos rayos. La temperatura exterior bajó a unos -55ºC. Los charcos de metano se congelaron.

Probó la conexión. Nada, –fuera de servicio-, por supuesto. Su estado mental estaba muy desconcentrado y además las estribaciones hacían la sombra de la señal. Había que esperar la salida del Maar y subir a un sitio más elevado.

Miró el panel de control y apretó el botón de emergencia. La tenue luz roja iluminó el espacio. El aerodeslizador estaba inclinado a la izquierda y él vio que a través de la fisura más baja del casco se había filtrado dentro un poco de agua ácida.

Intentó encender el ordenador de a bordo. Sin éxito, estaba muerto igual que el paraje a su alrededor. Se sentó en el asiento, que gracias al ángulo oblicuo de la nave, era muy incómodo y después cerró los ojos.

Reflexionaba y calculaba las posibilidades de la supervivencia. Sabía muy bien que las cosas se podrían poner bastante feas si volviera, por ejemplo, la lluvia y lo atrapara aquí o si vinieran algunas de las formas superiores en busca de la presa fácil y decidieran comérselo. Claro que tenía su arma, pero eso era la solución sólo a corto plazo.

/

Transcurrió algo de tiempo, durante ese período estaba hundido en su parte nocturna.

El dolor de la cabeza había mejorado. No mucho, pero bastaba para aliviarse un poco. Meditaba sobre su vida. Era ya viejo y se sentía cansado y desgastado como una rueda dental herrumbrosa y mellada echada en una chatarrería olvidada. Súbitamente afloró a su mente un nombre. Y ese nombre era Tribón Flegg, su enemigo de los viejos tiempos. Le extrañó el hecho de que se había acordado de él después de tantas orbitas. Sin embargo, se le apoderó una compulsión inevitable, de que pronto se encontraría con él y que quizás todo eso, que ahora estaba ocurriendo en este planeta, de alguna manera, tuviera que ver algo con él.