Tonny
(adiós el mar negro)
Era la noche. La oscuridad se extendía furtivamente por toda la costa. De cuando en cuando se veían en el firmamento las estrellas pero los nubarrones las cubrían en su mayor parte. La tormenta nocturna no tardaría mucho.
La transformación del pajaroid transcurría tranquilamente. Su pecho y las alas vibraban y por su pico corría una espuma amarillosa que creaba en la arcilla un charco pequeño.
Tonny entró nuevamente en estado onírico. Su desarrollado cerebro adicional se conectó con su subconsciencia y evocó en su mente otros recuerdos de su vida anterior.
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Estaba sentado en una habitación llena de mesas (¿pupitres?). En la pared frontal había colgada una pizarra negra. Alguien había escrito algo en ella. No podía leerlo, no comprendía que significaban aquellos símbolos extraños pero sabía que la habitación servía para la educación.
Como una flecha mortífera le atravesó un sentimiento fuerte. Era la añoranza. El deseo de ser otra vez niño y revivir todas aquellas experiencias maravillosas, el anhelo de ser de nuevo humano.
La imagen se cambió. Ahora se encontraba en un parque. Era verano.
Apoyado en un abeto ancho abría un álbum que llevaba bajo el brazo. En la primera foto salía una mujer (¿su madre?) apuesta y joven abrazando a un bebé. Su vestido azul oscuro perfectamente conjugaba con su piel clara. La contempló durante un rato y empezó a llorar. El viento sopló y las páginas se agitaron y comenzaron a moverse. En frente de sus ojos pasaban rápidamente las caras y los lugares que antaño conocía y el cuaderno reflejaba.
De pronto, el viento cesó y el álbum se quedó abierto por la última hoja.
Allí había una foto muy rara que no cuadraba en absoluto con las demás.
Mostraba un animal muy peculiar. La forma de su cuerpo era cilíndrica, tenía tres tentáculos que le crecían de su pecho y uno más largo, provisto de una pinza que le salía de su lomo. El paisaje también era algo extraño, siniestro. El animal se hallaba en una costa árida sembrada por los guijarros. La superficie del mar era inusualmente oscura y las olas parecían pesar mucho.
Ésto es la realidad. ¡Este animal/ser soy YO!´ (una comprensión abrumadora)
Abrió los ojos. Estaba confuso, triste y enfadado al mismo tiempo.
´Tengo que largarme de aquí. Abandonar este planeta e intentar regresas a mi hogar.Áunque sabía que eso era imposible, aquella idea lo serenó, se aferró a ella. La procreación perdió la importancia.
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Los problemas con el pajaroid comenzaron a eso de la media noche, sus convulsiones cesaron. Tonny lo estaba estudiando detenidamente. No quería arriesgar peligro alguno ya que el ave era grande y podía causarle daños fatales.
Afuera del peñasco soplaba un viento fuerte y en el aire se notaba la presencia del ácido, la lluvia nocturna era inminente.
El primer ataque vino cuando se alejó de la boca de la cueva. El pico afilado del pajaroid le rozó el costado derecho. Reaccionó instantáneamente, se apartó y lanzó dos tentáculos secundarios. Uno le dio en el ala izquierda del pajaroid y el otro en su tórax. Acto seguido, la toxina paralizante empezó a fluir dentro de su cuerpo. El ave se inmovilizó, pero sólo por un momento. La transmutación había creado la inmunidad contra el veneno.
Trató de estabilizar el vínculo mental entre ellos, pero para eso aún era muy pronto. El cambio no había alcanzado más del 35%. Había que pensar alguna otra manera de manejarle. No obstante, no disponía de mucho tiempo pues el bicharraco se comenzaba a mover de nuevo. Así que lanzó el tentáculo mayor, sujetó su cuello y lo apretó con fuerza.
El pajaroid dejó de moverse. Inyectó más toxina dentro de su cuerpo sin aflojar la pinza. El pajaroid se puso inerte. Se acercó más a él y con la parte trasera de su cuerpo pegó sus alas a la tierra. El ave lo miraba, sus pupilas dilatadas mostraban claras señales de la ira y de la furia.
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Pasó algo del tiempo.
El pajaroid procuraba liberarse del aferramiento. Sin embargo, Tonny lo asía firmemente intentando romper la protección de su mente y penetrar dentro. Hubo un momento muy corto cuando la alcanzó y la tocó, pero percibió sólo un caos total como si estuviera atrapado en un remolino.
La lluvia atacó la costa. Al principio era muy ligera pero luego se cambió a un chaparrón. Las gotas espesas y grandes implacablemente azotaban la tierra y creaban en ella charcos.
El pajaroid continuaba luchando retorciéndose frenéticamente, tirando de las alas por todos lados. Casi logró sacar una de ellas, pero Tonny apretó más la pinza y el ave se comenzó a asfixiar, sus ojos se abultaron y se enrojecieron. Tonny siguió oprimiéndole hasta el punto que su órgano que servía como el corazón estuvo a punto de explotar. Luego aflojó la pinza y procuró ordenarle mentalmente que parase. El ave se tranquilizó un poco pero cuando recuperó otra vez el aliento, empezó a sacudirse.
Tonny apretó nuevamente la pinza y esta vez le dejó sin aire más tiempo.
Luego lanzó el tentáculo secundario e inyectó otra dosis de la toxina directamente dentro de su cabeza. El pajaroid se inmovilizó. Tonny soltó la pinza y dejó que el aire entrara por su nariz.
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Pasó más tiempo.
Gracias a la sobredosis de la toxina la transmutación del pajaroid avanzó considerablemente y ahora alcanzaba ya casi el 75%.
La lluvia amainó y luego cesó por completo. El viento seguía soplando con fuerza pero las nubes se disiparon y descubrieron en el cielo las tres lunas alineadas. Su brillo se reflejaba en los charcos que comenzaban a congelarse. Era interesante que a pesar de las temperaturas tan bajas el ácido se mantenía líquido tanto tiempo.
Tonny seguía pegando sus alas al suelo con su cuerpo aunque bajó la pinza, quería probar de nuevo la conexión virtual entre ellos. Así que se concentró y mandó la energía a su cerebro adicional, luego transmitió varias ondas cortas e irregulares.
Las pupilas del pajaroid se estrecharon, la vibración se intensificó y Tonny, por fin, derrumbó el muro que le protegía y entró dentro de su mente. Era muy peculiar, captó algo que se podía llamar: pensamientos básicos. Los cerebros de los humroides eran rudimentarios y por eso no eran capases de pensar en absoluto, sin embargo, parecía que el ave sí que podía reflexionar.
Escarbó en sus centros cerebrales y encontró uno que guardaba fragmentos de los recuerdos y de la memoria, era asombrosamente desarrollada.
Durante todo ese rato el pajaroid lo estaba contemplando.
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La noche entró en su última tercera parte.
A unos cincuenta metros de la cueva el aire comenzó a vibrar produciendo numerosas descargas electroestáticas. Al cabo de un momento, se abrió una brecha y escupió a un Mix. Éste no era el número cuatro sino el número diez, la fase dos ya se había iniciado.
Se enderezó. Los errores de la transmisión que habían provocado las ondas gravitatorias le deformaron la mano central y dañaron su sistema de digestión. Aparte de eso, causaron algunos cambios en el proceso del mezclamiento de los ADNs y acrecieron su sensibilidad.
Extendió la vista e inició el caminó hacia la cueva.
Nuevas vibraciones, nuevas descargas electroestáticas. Otra brecha se abrió a unos 20 metros de la orilla. El Mix que salió de ella tenía cuatro manos y medía casi dos metros y media.
Tonny había notado su presencia. Sus órganos ultra-sensibles le dieron todas las informaciones que necesitaba saber: eran dos, eran peligrosos y estaban muy cerca. Miró al pajaroid, después internó en su mente y le habló: “Ahora tenemos que colaborar. Si no, ellos nos matarán.” No sabía si el pajaroid entendería el mensaje o si quiera lo escucharía, su destino dependería de ello.
Los pasos se aproximaban. Tonny se movió y liberó las alas del pajaroid.
Las cartas ya estaban echadas sobre la mesa. Existían sólo dos posibilidades: o bien le atacaría el bicharraco antes de que lo hicieran los otros seres o se uniría a él y lucharían juntos.
Los pasos se pararon. Tonny endureció su escamosa piel y se preparó. El ave seguía inmóvil.
Hubo un instante de silencio absoluto y luego uno de los seres empezó a hablar: -¿Hey tú, qué es este lugar? ¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?
El otro, que tenía cuatro manos no le respondió nada. Solamente se agachó, cogió varias piedras que estaban esparcidas por todas partes y las empezó a arrojar contra él. Le dio en la cabeza, en el pecho y en la pierna derecha.
-¿Pero, qué coño haces? ¡Para! ¡Te he preguntado algo!
El cuatro-manos echó a correr. Cuando estaba a tres metros del número diez, saltó, estrechó las manos centrales y le agarró. A continuación, le derribó sobre la superficie rocosa y empezó a golpearle rugiendo. El número diez trataba de esquivar los puños, pero el apretón y el peso enorme del otro se lo impedía.
Tonny escuchaba como los seres luchaban y se relajó. Por una fracción del segundo perdió la concentración y el pajaroid lo aprovechó. Levantó las alas y giró rápidamente la cabeza. Tonny se movió y lanzó dos tentáculos secundarios pero falló. Acto seguido, el pajaroid le atacó con su pico afilado y le desgarró la piel del lado izquierdo de su cuerpo. Tonny lanzó el tentáculo prolongado y le sujetó su cuello. Luego con toda fuerza le vociferó en su mente: ”¡PARA O TE MATARÉ!”
El pajaroid dio un sonido silbante y bajó las alas. Tonny le oprimió la tráquea y entró en su cerebro, encontró el centro del dolor y emitió una onda acústica hacia él. El ave graznó varias veces. Tonny emitió otra onda y el pajaroid se desplomó. Aflojó la pinza y le ordenó: “¡OBEDECE!”
El cuerpo del pajaroid se sacudió.
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Afuera la lucha continuaba. El cuatro-manos, ahora machacaba la cara del número diez con una piedra grande, la cual poco a poco comenzaba a cobrar una forma de una masa espesa que se mezclaba con carne triturada.
Cuando fueron destrozados también los dientes él por fin, tiró la piedra al suelo. Ésta se rebotó y se deslizó por la superficie congelada de un charco. El cuatro-manos se incorporó. Acto seguido, sujetó firmemente la cabeza del número diez con dos de sus manos y tiró de ella fuertemente hacia arriba. Se oyó un chasquido seco. Lo repitió otra vez con más fuerza.
La cabeza se apartó parcialmente del cuello. El tercer tirón la separó totalmente. El líquido corporal que salpicó afuera creó un río pequeño y empezó a correr hacia el mar. El cuatro-manos arrojó la cabeza a un lado, se agachó y hundió su boca dentro del cuello, luego arrancó un trozo de su carne y se lo comió.
El mar negro bramaba. Las olas pesadas chocaban contra la orilla. Pronto saldría el Maar y vendrían los humroides.
Tonny observaba al pajaroid pero al mismo tiempo estaba al loro de los seres que estaban afuera. Allí, la lucha se terminó, estaba casi seguro de que uno de ellos habría muerto.
Con cautela se acercó más a la boca de la cueva y se asomó. El ser que tenía seis extremidades se estaba alimentando del cuerpo del otro.
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El sabor de la carne incrementó su agresividad y su depredación. Tomó un cuarzo afilado y golpeó con él varias veces el pecho del Mix número diez. Su esternón se rompió y se creó en él un agujero. Soltó el cuarzo y metió sus manos centrales dentro de ésta fisura. Luego comenzó a estirar de los lados.
Al cabo de un rato, se oyó un crujido fuerte y el esternón se abrió por completo. Al ver los órganos internos, empezaron a caerle por sus comisuras chorros de salivas amarillentas. Se las limpió y acto seguido, arrancó el corazón deformado. Entero se lo metió en la boca y lo masticó, su sabor era tan delicioso, tan suculento.
Apenas lo tragó, escupió un grumo coagulado. Los pulmones fueron el siguiente plato.
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Tonny internó más en la cueva. El pajaroid estaba tumbado con los ojos abiertos, su transmutación alcanzó el 95%. Se aproximó hacia él y otra vez entró en su mente. Era imprescindible crear el vínculo y fortalecerlo cuanto antes, el tiempo avanzaba y Tonny quería estar preparado. Los sonidos de la devoración que se escuchaban desde afuera sólo subrayaban la gravedad de la situación.
Un destello repentino pasó velozmente por su encéfalo adicional. Un pensamiento asombroso y sofisticado, otra señal de su desarrollada inteligencia. Tocó con sus ondas virtuales el centro de control del pajaroid y lo conectó con su cerebro. El ave se estremeció, graznó y dio dos calambres rápidos.
El ceflopiod comenzó a reprogramar su sistema nervioso. La idea era muy simple: insertar dentro de su subconsciencia un error, un virus que primero debilitara el mecanismo de defensa, amortiguara la agresividad, entorpeciera el razonamiento y al final le convirtiera en un ave manso y obediente.
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Aplastó con su pie izquierdo el resto de los pulmones y eructó largamente. Luego se irguió y por alguna razón absolutamente incomprensible se pellizcó tres veces en la barriga.
El horizonte se hizo más claro. Se acercaba la salida del Maar.
Clavó la mirada hacia la cueva, después la desvió a la costa y la planicie.
Desde lejos sonó un graznido ronco. Inició el camino.
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Tan pronto como el ser se marchó, Tonny se tranquilizó. Ahora, por fin, podía concentrarse plenamente en el vínculo que aún era desequilibrado y fluctuaba.
El pajaroid seguía inerte. Tonny finalizó su reprogramación y acto seguido, le mandó una orden mental: “¡LEVANTA LA CABEZA!”
El ave lo miró apaciblemente pero después obedeció.
Continuando dándole mandatos sencillos y aflojando al mismo tiempo la concentración, el vínculo se estabilizó.
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(Más tarde)
Los rayos del Maar empezaron a alumbrar la superficie grisácea del mar. Vino la hora de la verdad y de los humroides.
A eso de la mitad de la noche Tonny perdió definitivamente la conexión con ellos. Pensaba que o bien se hubieran alejado bastante de la orilla o hubieran entrado en estado de descanso.
Ahora esperaba a que aparecieran o no. Mientras amaestraba al pajaroid, necesitaba que fuera totalmente sumiso y dócil. Pretendía abandonar la costa fuera cual fuera el resultado de los moluscos. Y sin buenos ojos, eso era casi imposible.
La añoranza por su hogar (¿Tierra?) regresó. Fuerte y viva.
Salió de la cueva y ordenó mentalmente al pajaroid que hiciera lo mismo.
Una vez que el vínculo se había consolidado su manejo era muy fácil.
El pajaroid se arrastró afuera y se enderezó. Era realmente grande. Tonny le ordenó que volara. El ave extendió sus alas negras y subió volando.
Después rodeó dos veces la orilla y aterrizó al lado de Tonny.
Él estaba a punto de darle otro mandato cuando su cerebro fue literalmente inundado por numerosas ondas que emitían los humroides que comenzaban a conectarse sucesivamente con su mente, creando así una red entrelazada. Sus ojos se dilataron. Trató de contrapesar ese súbito ataque mental pero no lo logró. Acto seguido, por entre las olas empezaron a salir los primeros de ellos y la red se intensificó igual que la presión dentro de su cerebro.
El pajaroid se puso inquieto dando alazos.
Al borde de estallar desde dentro, lanzó mediante su encéfalo adicional una contra-onda hacia esa red de las mentes. El resultado era increíble: la presión cesó inmediatamente y el vínculo se compactó. De repente, fue capaz de leer y tocar sus pensamientos como si fueran sus propios.
El ave se calmó y bajó de nuevo las alas.
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El Maar ya había salido por completo. Los humroides infectados y plenamente cambiados se agruparon alrededor de Tonny. Eran 68 en total, un número realmente sorprendente.
Los estaba contemplando satisfechamente. Luego miró por última vez al mar negro y emitió una orden virtual. El pequeño ejército inició su marcha como si fueran un único cuerpo.
Después, Tonny entró en la mente del pajaroid y le dijo: “Vuela, busca cosas de hierro grandes que también pueden volar e infórmame.”
El pajaroid aleteó y desapareció en el firmamento. Tonny probó la conexión con sus ojos, funcionaba perfectamente y por primera vez como ceflopoid podía ver nítidamente.
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Más tarde, cuando Tonny y los humroides entraron en la planicie y se dirigieron a la zona seis diurna, se abrieron dos brechas más en la zona neutral. Las ondas gravitatorias desviaron sus coordenadas por encima de la superficie del mar negro y los dos Mixs que salieron de ellas, se ahogaron. Después se hundieron en las profundidades oscuras del líquido ácido que lo llenaba, sin siguiera percatarse de que sus vidas como mutantes habían durado sólo 46 segundos.