¿Crees tú que es tan fácil que enMadrid te salte un buen novio?
—Déjalo..., que no me salte. Si yo no estoy impaciente por tener novio.
—Pues ¿qué quieres tener? ¿Qué diablos han de tener las muchachas?
—Nada, mujer, nada...
—No, señorita; es menester que salte un buen novio y casarse.
Tuhermana es excelente, tu cuñado es un santo; pero no has de vivir todala vida con ellos y medio a expensas de ellos.
Inesita exhaló un suspiro, y el ama prosiguió:
—En el pueblo, para ti, que eres una real moza, ¿cómo había de faltaralgún rico hacendado, algún propietario o labrador con el riñón biencubierto, que aspirase a tu mano? Pero aquí me parece difícil. Los ricosandan embaucados con las marquesas y con las duquesas, o con miltunantas de mala ralea, que los explotan. ¿Qué es lo que queda paraseñoritas pobres como tú?
Nada..., el apodo de cursis que suelenprodigaros..., y algún Don Líquido degollante, con más hambre quevergüenza y con más trampas que medios de ganarse la vida.
—¿Quién sabe, ama?—contestó Inesita—. No te apures tanto por mí. Diosproveerá. Adiós, y déjame ya sola.
El ama no tuvo más remedio que irse. Besó a su niña, y recomendándoleque apagase pronto la luz y se durmiese, se salió del cuarto, cerrandocuidadosamente la puerta.
No bien quedó Inesita en la soledad, sacó del escondite la carta y leyólo siguiente:
«Mi apreciable señorita y querida amiga: A pesar del respeto con quesiempre he tratado a usted, no dejará usted de haber notado el cariñomás que fraternal que desde que era usted niña le profeso. La diferenciade clase que hay entre usted y yo, y la escasez de mis bienes defortuna, no me dieron nunca ánimo, mientras estuvo usted aquí, ni parasoñar siquiera que podría yo pretender a usted a fin de que hiciese midicha, aceptando mi mano. Desde que usted falta de este pueblo Dios meha favorecido, bendiciendo mi trabajo y desvelo, y cuento ya con rentasy medios para vivir aquí con familia, casi tan bien como los máspudientes. Este cambio o mejora en mi posición y la consideración de quesu hermana de usted tomó por marido a un hombre honrado y pobre, y deque usted no ha de ser ni más ambiciosa ni más exigente que ella, me danal cabo el atrevimiento que me ha faltado hasta el día, y me llevan adeclararle que la quiero de amor y que sería yo el más dichoso de loshombres si usted me correspondiese.
»Conozco la nobleza y generosidad del corazón de usted, y sé que jamásse casará usted por mero cálculo; pero no soy tampoco tanirreflexivamente entusiasta que no entienda que, al dar paso tanimportante como el de ligarse para siempre y formar una familia, nodeban consultarse, pesarse y medirse las dificultades que ofrece lavida, y los recursos que hay para vencerlas. Por esto último, digo austed con franqueza, sin creer que en ello la ofendo, que tengo hoybastantes bienes. De lo que poseo podrá informar a ustedcircunstanciadamente su cuñado y amigo mío don Braulio.
»En cuanto a mi persona, usted me conoce y decidirá. Sé que no lamerezco a usted; pero el amor me hace atrevido, y de él imploro que mepreste los merecimientos que me faltan.
»No quiero que usted se decida de repente, sino después de examen muydetenido, a fin de que no tenga que arrepentirse de una ligereza. Lavida de Madrid debe tener extraordinarios atractivos para las jóvenes.Quiero que vea usted a Madrid, y que conozca y aprecie todos esosatractivos, a fin de que renuncie a ellos, sabiendo lo que renuncia,cuando me dé un sí, si por dicha me le da. Si usted uniese su suerte ala mía, sería aquí respetada y amada; la rodearía yo de todo aquello quepudiera serle grato, hasta donde el bienestar y la cultura de estoslugares lo consienten; pero tendría usted que desistir de toda idea devolver, como no fuese de paso, a las grandes ciudades. Mi ambición ytodos los planes de mi vida están cifrados en cuidar de mi caudal y enhacerlo mayor en este pueblo, donde quiero que vivan también mis hijos,si Dios me los concede. Por esto pongo un plazo a la contestación quedeseo, y suplico a usted que no me la dé precipitada. Mi impaciencia esgrande, pero sé refrenar mi impaciencia cuando se trata de mi felicidadde toda la vida, y, sobre todo, de la de usted, que me es mil veces máscara.
»Tengo un capricho, y le llamo capricho porque sería prolijo exponeraquí las razones en que se funda: tengo el capricho de que usted, conplena libertad, sin que nadie influya con sus consejos en favor o encontra, decida de mi suerte, desdeñándome o favoreciéndome.
»Así, pues, esta declaración mía es un secreto para todos, incluso parasu señora hermana de usted, doña Beatriz. Sólo don Braulio sabe el pasoque doy; pero don Braulio me ha prometido no abogar por mí, y selimitará a dar a usted los informes que usted pida.
»Aguardaré hasta dentro de un mes, lo menos. No atribuya usted afrialdad de mi alma este largo aguardar que yo mismo impongo. Atribúyaloa la idea tan alta que tengo de la solemnidad y consecuencia delcompromiso que induzco a usted a contraer.
»De usted depende mi dicha; pero no dude usted de que, aun desdeñado,seguirá siempre admirándola y amándola su afectísimo, PACO RAMÍREZ.»
Inesita leyó esta carta con muy viva satisfacción, mostrándola en elcarmín que animaba y encendía su rostro. Nadie, sin embargo, que lahubiese observado en aquel instante, a no poseer facultadessobrenaturales para leer en las almas, hubiera descubierto si lasatisfacción era sólo de vanidad por verse querida, o también de amorhacia la persona que se empeñaba en enamorarla.
Leída la carta, Inesita se levantó de la cama, abrió el cajón de arribade la cómoda y guardó la carta en él bajo llave.
Luego volvió a acostarse, apagó la luz y se colocó cómodamente parameditar quizá sobre el contenido del mencionado documento, y para dormiral fin.
A la mañana siguiente Inesita y don Braulio, mientras que doña Beatriz,menos madrugadora que ellos, estaba aún en cama, tuvieron una largaconversación acerca sin duda de la carta de Paco Ramírez.
Después fueron juntas a misa las dos hermanas; después almorzaron todos,y, por último, don Braulio, no sin prometer antes que aquella nochellevaría a las dos muchachas a los Jardines del Buen Retiro, se fué alMinisterio de Hacienda.
Aunque domingo, don Braulio motivó su ida, o diópretexto a ella, suponiendo que tenía ocupaciones extraordinarias.
Ya en su despacho, donde nadie había acudido más que él, don Braulio, envez de estudiar expedientes, estuvo largo tiempo sentado, con los codossobre su bufete y las manos en las mejillas, estudiándose a sí mismo.Este estudio no debió de dar muy satisfactorio resultado. Don Brauliosuspiró varias veces; frunció las cejas; mostró cierta cólera dandoalgunos puñetazos, y acabó por enternecerse y derramar dos lágrimas, quelentamente le surcaron el rostro.
Entonces, como por vía de desahogo y consuelo, escribió a Paco Ramírezla siguiente carta:
«Querido Paco: Anoche cumplí tu encargo con todos los requisitos yprecauciones que me encomendabas. Beatriz ignora y seguirá ignorando elpaso que has dado. Inés es muy sigilosa.
En cuanto al efecto que lalectura de tu carta pueda haber producido en su ánimo, yo no sé quédecirte. Hoy de mañana he hablado con Inés; pero el corazón de unadoncella es impenetrable, insondable como un abismo. El pudor, lacandidez, la inocencia, todas esas prendas, que los hombres estimamosmucho, forman no ya un velo tupido, sino una muralla alta y gruesa, quesirve de reparo al corazón para que no se descubra ni se lea lo que enél importa leer. De aquí el engaño que padecen con frecuencia loshombres más despejados; engaño que no ven sino cuando ya no tieneremedio: después que se casan.
»Inesita parece, y yo creo que es, candorosa, buena, franca, todo lo quetú te imaginas; pero no deja descubrir no ya si te quiere o no, sino situ carta la ha lisonjeado o no la ha lisonjeado.
Eso sí: ella se hamostrado muy agradecida al cariño y confianza que te infunde. De cuantome ha dicho infiero además otra cosa muy importante. Si Inésreflexivamente hubiera pensado esta otra cosa, sería algo de censurartanta reflexión; pero yo creo que ella la siente de un modo instintivo,sin darse cuenta completa, y atinando, sin embargo, con lo justo. Ensuma, Inés no calcula ni reflexiona, sino siente y percibe que tu planes malo y ocasionado a error. Tú le propones que se decida en un mes opor los placeres de esta capital, por los triunfos de amor propio queaquí pueda tener y por las esperanzas ambiciosas que puedan nacer en sualma, o por tu persona, tu amor y tu mano. Esto sería discreto si nohubiese una circunstancia que lo echa a perder y que ha descubierto ellaen seguida.
»Es esta circunstancia tu ausencia. Ausente tú, y presentes todos esosbienes, aparentes o reales, que ha de abandonar por ti, la partida no esigual. No eres tú quien lucha, sino tu recuerdo, el cual, si por un ladovale menos que la persona misma, por otro lado puede valer mucho más sila poesía le hermosea. En resolución: Inesita no va a abandonar esto porti, dado que te prefiera, sino por el recuerdo que tiene de ti, a quienno ve hace tres años. El recuerdo además tiene que ser confuso,incompleto, de diversa suerte, y ella tendrá que completarle ytransformarle con la fantasía. Ella no te puede recordar como una mujerrecuerda a un hombre, como una novia recuerda a su novio, sino como unaniña recuerda a su hermano mayor. Tiene, pues, que añadirimaginariamente la cualidad de amante y pensar en ti de otra manera quehasta ahora ha pensado.
»Todo esto, y más, que tú comprenderás sin que yo lo diga, se agita enla mente de Inés. Yo interpreto, acaso me equivoque, pero se me antojaque ella se pregunta: «¿Me gustaba Paco, cuando le veía en el pueblo,como debe gustar un novio a su novia? ¿Me gustaba sólo como hermanito? Ysi me gustaba ya como novio, ¿era porque él se lo merece o porque en elpueblo no había yo visto a otros hombres que se lo mereciesen más?
¿Nopodrá acontecer que ahora poetice yo a Paco en mi recuerdo, y que lehalle, cuando le vea, muy por bajo del recuerdo mismo? En su propiaalma, ¿no puede darse un fenómeno semejante? Sea por lo que sea,explíquelo él como quiera explicarlo, es lo cierto que nada me dijo deque me amaba cuando vivíamos juntos, y ahora, que no me ve hace tresaños, me declara su amor y quiere casarse conmigo. ¿En qué consisteesto?» Inés no responde a tales preguntas. No resuelve ninguna de lasdudas que la asaltan. Entiendo, pues, que lo que desea, aunque no seatrevió a decírmelo, es que tú vengas por aquí; único modo para ella deverlo claro todo; de convencerse de que la quieres, y de comprender siella te quiere a ti, prefiriéndote a todos los encantos madrileños, loscuales, a la verdad, son mil veces menores de lo que tú piensas, paralos pobres como nosotros.
»Inesita no ha expresado, repito, el deseo de que vengas. Yo soy quiencreo adivinar en ella este deseo, que tiene razón para sentir y noexpresar. Ella no puede decir: «Venga usted a ver si me gusta y luegohablaremos: luego le diré que sí o le daré calabazas.» Esto, sinembargo, es lo razonable.
»Por lo demás, yo nada tengo que censurar en tus planes, sino mucho queaplaudir. Si te casas, debes quedarte ahí, donde eres uno de losprimeros, y no venir a grandes poblaciones, donde tendrás que ser de losúltimos.
»Para hombre de cierta clase y casado con mujer de ciertas condicioneses terrible esta vida.
»A ti sólo, que eres mi amigo más íntimo y leal, puedo decírtelo; y a tino puedo menos de decírtelo, a fin de aliviar el peso de mi angustiadocorazón: soy muy desdichado.
»Beatriz se casó conmigo por amor. A pesar de la gran diferencia deedad, me quiso, no hallándome inferior a cuantos ahí había visto. Creoque Beatriz sigue queriéndome; pero el temor de que me pierda el cariño,la sospecha de que el alto concepto que de mí formó vaya rebajándose decontinuo, me tiene constantemente sobresaltado.
»El menosprecio es contagioso. A fuerza de mirar mi mujer el pobre papelque hago, lo desdeñado que estoy, la humilde posición que ocupo, ¿noacabará por desdeñarme también? ¿No acabará por odiarme, si consideraque la hago víctima de mi mala ventura? Ahí, aunque pobre, era unaseñorita de las primeras.
Aquí
es
la
mujer
de
un
obscuro
y
miserableempleadillo, de quien nadie hace caso.
»Yo tengo mi teoría, con que me consuelo de mi mala ventura y saco asalvo mi orgullo. Pero ¿cómo convertir a mi mujer y hacerla creyente demi teoría? ¿No le parecerá falsa?
»Mi teoría es como sigue. Yo creo que el entendimiento es uno, y mefiguro un instrumento para medirle semejante al termómetro. Pongamos enél 100 grados, que es número redondo, y con 20, en mi sentir, bastarápara todo lo práctico de la vida, si la fortuna sopla y lascircunstancias son favorables.
Con los 20 grados se llega a ser ministrocelebradísimo, príncipe de gran mérito, presidente de república,banquero poderoso y hasta cardenal y papa. Para hacer todos estospapeles medianamente basta con la mitad de los grados; basta con 10.Seamos, no obstante, pródigos y concedamos 20 a las más altasnotabilidades de la vida social y política. Todos los grados deentendimiento que tengas por cima de los 20 no sólo te serán inútiles,sino nocivos; te distraerán de lo que importa a tu interés; te haránpensar en multitud de asuntos inútiles, en que no piensan los tontos; teconcitarán el odio de los demás hombres, o harán que te miren como a unbicho raro y estrafalario, y de nada podrán servirte si no llegan a los100, que son ya los grados del genio. Podrán también perjudicarteexcitando tu amor propio y haciéndote pensar que eres genio o estáscerca de serlo, con lo cual es probable que te pongas en ridículo. Paraser genio se requieren los 100 grados bien cubiertos, y aun así, el genio suele quedar latente si el hado propicio no le saca a relucir.Entonces aparecen Cervantes, Newton, Shakespeare, Hegel y otros tales.Mientras esto no aparece no hay ser más deplorable y cómico que elhombre que tiene, en nuestro siglo, más de los 20
grados deentendimiento, necesarios para llegar a lo más sublime de la vidapráctica, en el medio o ambiente de civilización que nos circunda. Claroestá que, según progrese el género humano, subirá el nivel y seránmenester más grados para lo práctico, así como, en antiguas edades, serequerían menos. En el estado salvaje, pongo por caso, bastaban dos otres grados. No se requería para cazar y pescar, para estratagemasguerreras, etc., sino cierta astucia, cierto instinto poco superior alde las bestias feroces. Todos los grados de entendimiento que sobre estotenía entonces un hombre eran don funestísimo y absurdo lujo.
Ahora,como ya se han aplicado a la guerra las matemáticas y otras ciencias, yse caza y se pesca en la Bolsa, en los Congresos, en Sociedadesmercantiles e industriales, no disparando flechazos, sino creandovalores, acciones, obligaciones y otros proyectiles más complicados, losgrados que se necesitan son 20.
Repito que, como el mundo va de prisa,dentro de un par de siglos se necesitarán 40; mas por lo pronto, ya estáaviado el que pasa de los 20. ¡Qué estorbo tan horrible en los gradosque le sobran! El sentido más hondo, más filosófico, más trascendentalde la frase pasarse de listo consiste en esta superioridad lastimosa.Todos los tiros que se disparan se escapan por cima del blanco. Lacrítica asesina precede además a toda inspiración y te la mata. No hacesmil cosas porque te parecen tonterías; otro las hace, y medra. Encambio, lo que tú haces por parecerte discreto, o mal comprendido, ojuzgado sólo por el éxito, que suele ser deplorable, parece tonto a todoel mundo.
»Tal es, en resumen, mi teoría. Con ella trato en balde de consolarme demi corta ventura, teniendo la inocente vanidad de creerme con más de los20 grados y de pasarme de listo en el sentido más profundo yfilosófico de la frase.
»Esta triste satisfacción que yo me doy es por demás alambicada para quele valga a mi mujer. Ella no mira sino que va a pie, que vive en pobrecasa, que nadie la atiende, y que el respeto, la consideración y lalisonja de que anhela verse rodeada le faltan por mengua mía.
»Yo noto, mido, calculo instante por instante el rápido progreso quehace este mal en el corazón de ella. En esto también me paso de listo.Soy listo para atormentarme. Me comparo al médico cuando advierte losprogresos de la tisis en una persona querida, prevé los estragos que vaa hacer y no sabe ni evitarlos ni remediarlos.
»De sobra veo patente el desprecio de mí que poco a poco va entrando enel corazón de Beatriz y devorando el afecto que me tiene. Pero ¿cómoimpedir esto? ¿Cómo probarle que valgo más que los dichosos yencumbrados y ricos? Cuanto discurso haga contra ellos parecerá sugeridopor la envidia y me hará más despreciable a sus ojos.
»Si yo fuera joven, hermoso y robusto, me quedaría la esperanza de quepor ello siguiese Beatriz amándome, aunque dejase de tener elevadaopinión de mis prendas intelectuales; pero estoy viejo y achacoso, y soyenclenque y feo como el demonio. Me aplico, pues, con amargura aquellapregunta del poeta:
¿Qué
le
queda
al
demonio,
¡vive
Cristo!,
Si se le quita la opinión de listo?
»Y sin vacilar respondo: Nada. Pronto no quedará nada para mí en elcorazón de ella, sino ofensiva compasión, si no gasta toda la que tieneen compadecerse a sí misma. Y más vale que no me compadezca. Bien dicenuestro inmortal novelista: «Y sobre todo, el cielo te guarde de quenadie te tenga lástima.»
»Yo estallaría, me ahogaría si no comunicase con alguien mis penas. Poreso te las confío. Beatriz no advierte nada. ¿Cómo, de qué, por cuálmotivo quejarme con ella y de ella?
»Yo la amo con toda mi alma, y necesito para ser feliz que ella me amey me respete. Pero aquello de que el amor impone el amor es una mentira.Y tampoco quiero yo que me ame y me respete para cumplir una obligación:en virtud de un contrato.
»Veo, pues, que voy perdiéndolo todo en el alma, de Beatriz, y no le doya conocer que lo veo. Percibo claramente el abismo en que voy a caer, ysigo caminando hacia él, sin que me sea posible torcer por otro camino ocegar el abismo.
»Esta es mi horrible situación. A nadie, ni a ti mismo, debieraconfiarla; pero necesito depositar en alguien mi secreto dolor. Ven poraquí a consolarme. Ven también por Inesita.
Acaso te ame. Es buena ycariñosa como Beatriz, y no tiene ambición como Beatriz. Además, tú eresjoven y buen mozo...
¡Qué desatino hice en casarme! Pero ¿qué había dehacer, si estaba enamorado? ¿Quién me quitará la gloria de haber sidoamado de ella? Ella me ha amado; ella me ama todavía. ¿De qué voy aarrepentirme? ¿Quién, por temor de perder el bien, se lamenta de haberlelogrado?»
Tal era la carta que escribió don Braulio, que cerró cuidadosamente yque certificó para que no se perdiera, antes de confiarla al correo.
Hechas ya sus delicadas y lastimosas confidencias se sintió algo másaliviado y sereno, y se dispuso resignado a cumplir la promesa de llevaraquella noche a Beatriz y a Inesita a los Jardines del Buen Retiro.
Los poetas dramáticos tienen que hacer hablar a sus personajes según elcarácter, condición y pasiones que representan, sin que en tan estrechocuadro, como es el de un drama, haya fácil modo de poner correctivo alas malas doctrinas o sentencias inmorales que dichos personajes puedanemitir. Así es que los pobres poetas dramáticos fluctúan entre dosescollos. O bien convierten a sus héroes en enojosos y pesadospredicadores, o bien, si les dejan hablar lo que la pasión naturalmenteles inspira, se comprometen a responder ante la posteridad, y si susobras no llegan tan lejos, ante sus contemporáneos, de todos losextravíos, delirios y ensueños que ponen por fuerza en boca de los hijosde su fantasía, acalorados y vehementes. Así, para ilustre ejemplo de lodicho, citaremos a Eurípides, a quien, desde muy antiguo, han acusado decorruptor. Sabido es que César, a fin de justificar todas lasinsolencias y maldades de que se valió para apoderarse de la dictadura,repetía con frecuencia ciertos versos del trágico mencionado.
Yo, en general, soy muy opuesto a enseñar nada en obras de amenaliteratura, y mil veces más opuesto si la enseñanza es de máximaspecaminosas. Por esto escribo novelas, y no dramas. En la novela cabentodas las explicaciones: en pos del veneno se administra la triaca. Elautor puede tomar la palabra en medio de la narración y contradecir asus personajes, mitigando o ahogando en seguida el mal efecto que lasopiniones de cualquiera de ellos hayan producido.
Prevaliéndome de este permiso, y para aquietar mi conciencia, hartoescrupulosa, tengo que hablar ahora de don Braulio y de su carta, lacual contiene proposiciones aventuradas sin duda, y que, creídas por elcándido lector, pudieran pervertirle con una de las más feasperversiones que se conocen: la de considerarse genio no comprendido,ser superior desatendido injustamente.
Don Braulio trabajaba como un negro en su oficina, pasaba por unempleado probo e inteligente y no descubría sus humos de genio o semigenio sino con el mayor sigilo y a su amigo más íntimo.
Su teoría orgullosa le servía de consuelo, o al menos de alivio, enciertas amarguras y sospechas, que le atormentaban cruelmente, sin quesepamos aún hasta qué punto doña Beatriz había dado motivo para ello.
Don Braulio, por último, si se juzgaba víctima, no culpaba a la sociedaden su conjunto, ni a ningún individuo singularmente, sino suponía quetodo emanaba, por manera fatal e inevitable, de la misma naturaleza delas cosas.
En suma, don Braulio, melancólico por temperamento, poco favorecido dela fortuna, y enamorado y celoso sin saber de quién, deliraba acasoforjando teorías; pero no dejaba que dichas teorías trascendiesen a lapráctica, y parecía, a la vista del más lince, como un empleado modesto,que sabía todo cuanto importaba saber y hacía cuanto importaba hacerpara ganar el sueldo en conciencia y no estafar al Tesoro público otomar las oficinas por hospicios destinados a gente de levita o amendigos de privilegio.
En cuanto a la teoría en ella misma, no hay poco que decir en contra;pero aquí no vamos a filosofar, sino a narrar. Diré, con todo, que aunsuponiendo que en cada grado de cultura a que va llegando la sociedad serequieren sólo ciertos grados de entendimiento para lo práctico ydiario, y que los demás grados son del todo superfluos, inútiles y hastanocivos, salvo en casos excepcionales, todavía habrá que conceder que elentendimiento no es la única potencia del alma que vale al hombre paralograrse; la voluntad, el carácter, entran también por mucho.
Por otra parte, el entendimiento, en su esencia, es semejante a Dios;nadie le ve, nadie le conoce, nadie le reverencia y acata sino en susobras. Así es que don Braulio, o cualquiera otro, podría tener más delos 20 grados de entendimiento que, en su sentir, eran necesarios oconvenientes para lo práctico; pero cuando este plus, cuando esta sobraintelectual no se manifiesta en nada, sino en echar a perder elentendimiento que está en uso, no hay razón para quejarse de que elmundo no aplauda ni se pasme de lo invisible y recóndito que no puedesondear, ni penetrar, ni desentrañar. ¿Quién sabe si el amor propioengaña y hace creer a muchos que poseen ese entendimiento excesivo ysuperfluo, y tal vez no poseen sino una dosis superlativa de fatuidad? Ysi no engaña el amor propio, si en realidad tenemos ese superiorentendimiento, y no llegan las circunstancias favorables en que semuestre, lo mejor es callarse, resignarse y vivir como viven los hombresmenos despejados, sin presumir de genios, sino trabajando humildementepara ganarse la vida, tratando de igual a igual con los seres vulgares,y reservando el superior entendimiento para hablar con Dios o con seressobrenaturales, o para conversación interior con uno mismo, si no creeen nada el semigenio, o si, a pesar de su categoría mental, no se dignanlos ángeles ni los númenes bajar del cielo o del Olimpo a fin de tenercon él un rato de palique.
Voy a poner por caso la vida de Spinoza. Esto explicará mejor mi idea.Figurémonos que aquel sabio no hubiese escrito sus obras filosóficas;que por cualquier motivo se hubiese llevado al sepulcro el secreto de suadmirable, aunque extraviada, aptitud para las más profundasespeculaciones metafísicas. Claro está que, abrumado dicho hombreextraordinario por sus sublimes y extraños pensamientos, no hubiera sidoen la vida práctica ni rico fabricante, ni mercader dichoso, ni hábilhombre político, ni nada por este orden; pero hubiera trabajado en pulirvidrios para lentes o en hacer zapatos, o en cualquiera otro oficio omenester mecánico, y no hubiera tomado por pretexto lo de sentirse geniopara ser un vago sin oficio ni beneficio, y lo que es peor, no un vagodivertido y alegre, sino un vago quejumbroso y llorón o maldicente,mordaz y ponzoñoso como las víboras.
Disculpemos, pues, o al menos seamos indulgentes con nuestro donBraulio, cuyo orgullo se quedaba escondido en el centro del alma,revelándose sólo al más íntimo de sus amigos en el momento en que semostraban también las heridas más profundas de su corazón.
Don Braulio había sentido la necesidad de confiar sus penas a un amigo,a fin de no ahogarse; pero, salvo esta confidencia, si pecaba por algoera por reconcentrado y lleno de disimulo.
Su mujer no había advertido aquel disgusto, aquella sospecha que leatosigaba el alma.
Su mujer parecía que le amaba; sin embargo, su carácter alegre y sutemprana juventud la excitaban al regocijo y la impulsaban a quetratara de distraerse y divertirse.
No era doña Beatriz despilfarrada, sino ordenadísima y económica. Era,sí, ambiciosa y amiga del lujo y de las galas; y si bien no laatormentaban la envidia ni el despecho al ver a otras mujeres, menosbonitas y menos distinguidas por naturaleza, lucir joyas, sedas yencajes, ir en coche y circundarse de la resplandeciente aureola queofrece el lujo a la hermosura, anhelaba gozar de todo esto, y noacertaba a ocultarlo a su marido.
De aquí el dolor y el punto de partida de las sospechas de don Braulio.
Si don Braulio no hubiera amado a su mujer; si hubiera creído esteanhelo un capricho irracional, quizá le hubiera importado poco de todo;pero don Braulio la amaba, y además, según su modo de considerar lascosas de la vida, doña Beatriz tenía razón de sobra para ambicionar. Suanhelo, aunque la llevase hasta el extremo más lastimoso para él, era,según él, fundado, y sobre fundado, involuntario, fatal, preciso.
Don Braulio se culpaba a sí mismo, y no culpaba a doña Beatriz. ¿Por quédoña Beatriz le había amado? ¿Por qué se había casado con él? No era porlo lindo, ni por lo joven, ni por lo galán, ni por lo rico, ni por loglorioso; era sólo por el entendimiento superior, que la había seducido.Si este entendimiento se evaporaba, si no servía para nada, si doñaBeatriz dudaba de él, y quizá con razón, ¿qué fundamento le quedaba paraseguir amando a don Braulio? Antes tenía fundamento para aborrecerle.Aunque sea mala comparación, nadie, que no esté demente, compra un ricovaso