Quilito by Carlos María Ocantos - HTML preview

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La mosca impertinente volvió, agitando sus alitas impalpables, y ella nola rechazó, como antes, la acarició, al contrario... ¡Sí, se humillaríahasta hundir la frente en el polvo! se trataba de salvar a Quilito, y sino había más medio que ése, el último, a él, apelaría, con los ojoscerrados.

De pronto, se acordó que el joven no había vuelto todavía; si no era aver a don Raimundo, ¿a dónde habría ido? El temor de que fuera arealizar su amenaza de suicidio, la asaltó, arrancándola del sillón.Desatentada, salió al patio, gritando a Pampa si el niño estaba en sucuarto, a tiempo que la reja se abría y entraba Quilito.

—¡Ah! ya vuelves—dijo la tía con sofocada voz.

Hízole entrar en la sala, y estrechando sus manos con fuerza,descompuesta, loca, prorrumpió en esta pregunta:

—¿Qué has hecho, hijo mío, qué has hecho?

Quilito, pálido, no comprendía. Y la tía, sin soltarle, repitió supregunta desolada:

—¿Qué has hecho? ¿qué has hecho? ¡Alguien te ha aconsejado mal, te haarrastrado al crimen, porque tú has sido siempre bueno, has sidohonrado, honrado como tu padre y como tu abuelo!

—Tía, ¡por Dios!

Misia Casilda le soltó, y sentándose en el sillón, porque sus piernas,flojas, no podían sostenerla, repetía, llorando:

—Sí, alguien te ha aconsejado, porque tú no eres malo, no eres capaz...

Dijo que don Raimundo acababa de salir, que había exhibido el pagaré detreinta mil nacionales, y que ella, con sus propios ojos, que comería latierra, había visto al pie de su firma, la firma de Esteven... Miró aQuilito, y en su turbación y en su semblante demudado leyó la verdad, lacomprobación de su sospecha.

—¿Qué has hecho? ¿qué has hecho?—volvió a decir con angustia.

Pero, el joven se había echado ya a sus pies e imploraba su compasión;sí, era cierto, era cierto que él falsificara la firma de Esteven, paraobtener del prestamista el dinero que necesitaba, pero lo hizo ciego,sin saber lo que hacía, ni a lo que se exponía, pensando, en su fiebrede fortuna improvisada, que, llegado el vencimiento, podría retirarfácilmente el pagaré, las manos llenas de oro, como había de tenerlas;nadie se lo aconsejó, sino su mala cabeza.

—¡Soy un miserable, tía de mi alma, no merezco que usted me miresiquiera, porque, aunque honrado en el fondo, no he sabido resistir yevitar una acción vergonzosa, que la ley castiga, tía!

Y bien, como la deuda no podía saldarla, y el pagaré, protestado, iría aparar a manos de don Bernardino, si no estaba ya en su poder, quedábanlea él dos caminos: o dejarse meter en la Penitenciaría o saltarse lossesos... Misia Casilda dió un grito y le abrazó, aterrada. Quilito sedebatía, diciendo que, puesto que había deshonrado las canas de supadre, debía sufrir el condigno castigo; que él no se atrevería ya aafrontar su mirada, y que la idea que Susana, su adorada Susana,conociera su delito, le enloquecía...

—No, yo no podré resistir esto, no podré, no podré.

—¡Escúchame, desgraciado, tengo un medio de salvarte, un medio supremo;ya lo verás: el prestamista me ha concedido un plazo de veinticuatrohoras, ¿sabes? y en estas veinticuatro horas se puede volver el mundopatas arriba, figúrate. Yo por un lado, tú por el otro: cavaremos,cavaremos hasta encontrar esa suma.

Nunca me había imaginado esto, pero,ha sucedido y debemos remediarlo con algo más positivo que conlamentaciones y amenazas: déjate de tiros y de Penitenciaría. ¡Quéhorror! ¡Había de permitir la Virgen de Luján que tú fueras tratado comoun criminal empedernido! No, ¡imposible! has cometido una falta grave,pero sin medir todo su alcance, ofuscado en esa jugarreta de la Bolsa,que yo tanto te incriminaba... Pierde cuidado, tu padre no sabrá nada, yese hombre tampoco, porque, mañana, a estas horas, habremosreconquistado el pagaré. Si te digo que tengo un medio, infalible no,infalible no, pero... es muy probable... veremos; quiero que tetranquilices, hijo mío.

—Es usted muy buena, tiíta Silda, pero, verá usted como todos losmedios serán inútiles...

—¿Qué sabes? déjame a mí, que yo sé lo que me digo.

Hasta sonreía la infeliz señora, ansiosa de calmarle, de inspirarlevalor y confianza.

—Pero, tú me has de ayudar, ¿eh? En primer lugar, no haciendo tonteríasy abandonando esas ideas de desesperación, que Dios condena; luego,viendo por ahí... tú tienes amigos ricos, relaciones influyentes: nodesanimes, hijo mío...

El joven dijo que había visto a muchos amigos, pero sin resultado;¿quién presta, sin garantía, treinta mil nacionales? Y

misia Casilda,recordando a la de Barrientos, contestaba que, efectivamente, muchasveces los mejores amigos son los primeros en dar el esquinazo, y quevale más dirigirse a los extraños; pues, por dejar de pedir no quedaría,y si el medio supremo, el suyo, no resultaba, se hipotecaría la finquitao se vendería: con el producto bien podía pagarse al señor Portas y aalguno de los demás acreedores, pues si la casa, vieja, no valía grancosa, el terreno, por el sitio, valía mucho.

—¡Ahora!—arguyó Quilito desalentado,—¡imposible!

—¿Y por qué no? todo está en buscar comprador... conque, hijo mío,manos a la obra; tu vieja tía ha de salvarte.

Se oyó el golpe del bastón de don Pablo en las losas del patio y suspasos mesurados; Quilito se arrancó de los brazos de la tía y huyó porlas habitaciones interiores, trepando la escalerilla de su cuarto, dondese encerró con doble vuelta.

—¿Quién estaba en la sala, Casilda?—preguntó don Pablo Aquilesdeteniéndose junto al aljibe.

—Nadie—contestó la señora,—yo sola.

—¿Así, de velo y mantón?

—Es que voy a salir.

—¿A dónde?

—Entra y te lo diré.

Penetró don Pablo en el comedor, y sin quitarse el sombrero ni elabrigo, muy risueño, sentóse en el sillón de costumbre, y mirando a suhermana, dijo:

—Adivina la gran noticia que traigo...

—No sé...

—He encontrado al oficial mayor en la calle; ¡qué casualidad!

y me hasorprendido, hija, porque no imaginaba yo que esto sucedería: asómbrate,¡el ministro Ensene ha renunciado!

—¿De veras?

—De veras, parece mentira, ¿eh? pues, sí, señor, el hombro ha caído, yvergonzosamente, como tenía que suceder; si le dejan un día más en elMinisterio, se lleva hasta los clavos de las paredes.

Ahora sí que van aempezar a descubrirse las picardías, hija.

—Por mí, que se descubran; como no han de hacerle nada...

¡todavía sifuera, para atarle codo con codo y mandarle a presidio! pero ya veráscomo echan tierra al asunto.

—De esta vez, ciertos son los toros: caído Eneene, la ruina de Estevenes segura; ¿no ves que era el compadre que le sostenía?

Ahí decían queen la liquidación última de la Bolsa, de la que Esteven salió tancomprometido, el ministro le había echado un cable para salvarle, pero,lo que es ahora, el cable se ha roto y mi hombre se hundirá y ¡lausDeo! que bien ganado se lo tiene.

—Pues yo no lo creo, Pablo, mientras no lo vea, no he de creerlo...

Y cambiando de tono, temblándole la voz, añadió:

—Hablemos de otra cosa, Pablo, de algo muy grave.

Don Pablo la miró, y echó de ver entonces que había llorado, que estabapálida y tenía los labios blancos.

—Habla, Casilda, me asustas, ¿qué pasa aquí? ¿dónde está Quilito? ¿adónde ibas?

—Tranquilízate; Quilito está en su cuarto... Yo no quería darte estedisgusto, me hubiera callado, pero se trata de algo tan grave, tan graveque... mira, Pablo, no hay otro remedio, no lo hay, aunque te rompas lacabeza buscándolo... Es una humillación para nosotros, lo comprendo,pero, ¿qué hacer, cuando la honra y la vida de Quilito están de pormedio? Si me ves así, Pablo, es que voy... es que voy... a casa deEsteven.

El rayo había caído, y sin embargo, don Pablo Aquiles vivía, sentado ensu sillón, paseando sus ojos atónitos de misia Casilda, inmóvil, a lascigüeñas de la pantalla, mudas confidentes de sus cavilaciones, y enesta mirada parecía preguntarles qué era aquello, qué significaba,aquello, porque él, francamente, no lo comprendía...

IX

—Explícate, Casilda, explícate—dijo ansiosamente.—¿Estás tú loca oestoy yo idiota?

Y misia Casilda habló, con esa incoherencia de las grandes emociones.

—No, Pablo, es que aquí, en casa, sucede una cosa horrible, unadesgracia inaudita... ¿ves? ya estoy llorando; no puedo contenerme...tengo el cuerpo como si me hubieran dado de palos y alguien se mehubiera paseado por encima luego... anoche no he pegado mis ojos,cavilando, cavilando... pues, sucede, Pablo, que Quilito, de él setrata, desgraciadamente, en ese juego maldito de la Bolsa, ha perdido...no sé cuánto, mucho, y debe, y no puede pagar y ese don Raimundo irámañana a casa de Esteven, y esto no lo podemos consentir...

—¿Qué dices, Casilda, qué dices? no te entiendo; hablas de un modo...

—Verás: Quilito, entre otras deudas, debe treinta mil nacionales:¡figúrate! treinta mil nacionales, a un prestamista, que ya estuvo hoy acobrarlos el muy sinvergüenza, porque hoy vencía el plazo... ahí tienes,¿cómo deja el Gobierno andar sueltos a estos pícaros, que así engañan yestafan a niños sin responsabilidad? Porque estoy segura que de esa sumaQuilito apenas habrá tomado diez mil, y el resto será los intereses delusurero... sobre esto había yo de escribir un remetido... ese pagaré nodebiera ser válido, ¿verdad? naturalmente. Pues, Quilito, sin darsecuenta de lo que hacía, con tal de que el prestamista le diera lo quenecesitaba, ofreció la garantía, ¿de quién te parece? ¡de Esteven!¿comprendes ahora? ¿no? está bien claro, Pablo; dijo Esteven comohubiera dicho cualquier otro nombre conocido en el comercio...

—No está claro—exclamó don Pablo Aquiles, que iba perdiendo el color yla calma,—ningún prestamista da sin una firma de garantía, si lapersona no le inspira la suficiente confianza, y no podía inspirárselaun niño de teta como esa desgraciada criatura; ¿has visto tú la firma deEsteven en el pagaré?

—No, la firma no—contestó la señora confusa y embrollándose;—pero, enfin, yo no entiendo de esto; lo único que puedo decirte es que si mañanano entregamos los treinta mil nacionales, el prestamista, que tiene aEsteven por fiador de Quilito, no sé por qué, irá a presentar a esehombre la letra protestada: esta es la situación. Cuando yo lo supe,figúrate cómo me pondría y qué de cosas le diría a ese mal aconsejadoniño, porque, no tengas duda, le arrastran los amigotes, y Quilito habíadado en la manía de hacerse un Creso de la noche a la mañana... ya vessi tenía yo razón y no era tan pesimista... Antes de decirte nada,intenté allegar recursos, empeñando cuanta antigualla de algún precio ychafalonía guardaba en el armario: hasta mi Virgen de Luján ha ido acasa del prendero; y no bastando esto, ¡qué había de bastar! me fuí acasa de misia Petronila a pedirle un préstamo sobre nuestra casita, y noha querido... ¿qué hacer? el plazo es tan corto, que no da tiempo paranada; ¿hemos de consentir que un pagaré firmado por Aquiles Vargas vayaa manos de ese hombre? ¡no, por Dios!... he luchado con la idea, heluchado, pero no encuentro yo otra solución: Esteven nos ha robadonuestra fortuna, la que, por delicadeza y por orgullo, no hemos queridoreivindicar ante los tribunales, fortuna que ha gozado y siguegozando... pues bien, llega este caso, desgraciado, fatal, y yo,apretándome el corazón y pisoteando mi amor propio, voy a Gregoria, quedígase lo que se quiera, es nuestra hermana... con él no deseo nada, niverle...

voy a Gregoria y la digo: Mira, yo nunca te he pedido nada,nunca te he molestado en la posesión de lo que nos dejó nuestro padre,pero hoy me pasa esto: Quilito, el hijo de tu hermano y de la hermana detu marido, que es Vargas y Esteven como tú y como tus propios hijos,debe esta cantidad, y la honra y quizá la vida le va en pagarla:préstame esa suma, Gregoria, y toma mi casa, lo único que poseemos, engarantía; ya ves que no vengo a pedirte nada, no vengo a que me desnada. Esto o algo parecido la diré, y estoy segura que ha de atenderme,porque Gregoria no es mala y si se ha mostrado tan dura para nosotros,es porque el marido la domina completamente...

Comprendo que, después deveinte años de interrupción de relaciones, es humillante, es humillanteir a solicitar un favor de este género, pero... ¡hay que salvar la vidade Quilito! ¿sabes?

me ha dicho que va a matarse, y si él muere, ¿quéserá de nosotros que no tenemos más luz y más alegría que Quilito?

Eran tales las sensaciones que experimentaba el mísero don PabloAquiles, que cada palabra de la hermana era una gota de aceite hirvienteque le caía sobre la piel; se quitó el sombrero y el abrigo, dejó elbastón sobre la mesa, volvió a sentarse y a levantarse, paseaba, sedetenía a escuchar a misia Casilda, hizo ademán de subir a lashabitaciones altas, para ahogar al calaverilla del hijo; pero secontenía y se sentaba otra vez, atusándose el bigote, mordiéndose loslabios, palmeándose la calva reluciente. Y cuando la señora calló,aniquilada, él prorrumpió en amarga lamentación contra la suerte negraque le acompañaba en la vida: de niño, torturado por la severidadexagerada del padre; de joven, castigado por la pérdida de la mujer y desu fortuna, y ahora, de viejo, obligado a abandonar la última ilusiónque le quedaba y le sostenía: ¡su hijo! Porque, después de esto, ¿cómotener confianza en el porvenir? si para vencer los rigores del presentehabía que agacharse a lamer las botas del aborrecido enemigo...

—No, no, Casilda—exclamó con desesperación,—todo menos eso, todomenos eso... Es cierto que no pediríamos sino una parte mínima de lo quenos corresponde, y no en calidad de donativo, sino en calidad depréstamo, pero siempre sería pedir un servicio, un favor, a ellos, losEsteven. ¿Y si no te reciben, desgraciada?

¿y si no te lo hacen esefavor que vas a pedirles poco menos que de rodillas, porque no quieren,o porque no pueden, arruinados como dicen que están? ¡Sería unahumillación vergonzosa y estéril!

—¿Qué me importa? Nadie más soberbia que yo, y me humillaré, sinembargo, y besaré el suelo, si es preciso; se trata de Quilito que, pormi boca, va a pedir lo suyo. Para mí nada quiero: cáscaras comería,antes que poner los pies en esa casa. Y

si nada consigo, me quedará laconciencia tranquila, por haber tentado todos los medios de salvarle.

Con esto no podía transigir don Pablo Aquiles: ¡todo, menos eso! sebuscaría, se pensaría, se iría a golpear a todas las puertas, y cuandotodas se hubieran cerrado, entonces... y aun así, ¡quién sabe! Repasó lahistoria antigua de la familia, insistiendo sobre los hechos conocidosen que fué triste actor Bernardino Esteven, y en que tan poco airosopapel representó Gregoria; recordó sus miserias de veinte años, lasestrecheces soportadas con resignación y valentía, sin que jamáshubieran necesitado pedir limosna a nadie: como se habían bastado a símismos, y educado al niño de la casa con el mimo y la holgura de unseñorito rico...

—Y esto lo olvidamos hoy, Casilda, yendo a prosternarnos ante ellos,los Esteven. Mira, cuando pienso en lo que ha venido a parar nuestroorgullo, todos los nervios me vibran, y pacífico como soy, no sé, sientoansias de atropellarlo todo o de romperme la cabeza contra esa pared.¡Señor! yo he trabajado honradamente toda mi vida; no he distraído jamásun centavo de mi humilde paga, ¡tú puedes decirlo, Casilda! todo para lacasa, todo para el niño de la casa: que se eduque bien, que se vistabien, que viva, que goce... mañana, hombre de provecho, me resarcirá demis desvelos, y esa fortuna que su padre ha perdido, por desgracia y porinepcia, lo confieso, él sabrá reconquistarla por medio de la laborhonesta... en lugar de esto,

¿qué sucede, Casilda? que no contento conel sacrificio que le hemos hecho, de dedicar nuestra vida al cuidado dela suya, de ahogar nuestros deseos más humildes para dar expansión a lossuyos, y de haber comprometido nuestra posición modestísima, quiereahora tomar nuestra dignidad, lo único que nos queda, lo único que nosha dejado... ¡No, esto no será, porque yo no quiero que sea! ¿debe? quepague; ¿no puede pagar? ¡que reviente!

Estaba transformado don Pablo, y hasta los pájaros de la pantalladebieron volver sus cuellos arqueados y sus largos picos, asombrados deoír hablar así al viejo pusilánime que, noche a noche, iba a contarlessus tristezas.

—¡Ah! Pablo, Pablo—dijo misia Casilda con un suspiro,—no es tucorazón el que ahora habla.

Recordarle a ella los hechos pasados, cuando su memoria, reavivada porel rencor, se los presentaba día a día, más patentes cuanto más lejanos,tenía razón, muchísima razón: era horrible, era injusto, era inicuo...ella no excusaba a Quilito, pero, en la situación en que se encontraba,había que salvarle, ¿de qué manera? veinticuatro horas hacía que estabasufriendo esta tortura, y no halló más salida que esa, la más difícil...Y pensarlo bien, ¿no era más humillante que el pagaré cayera en poder deEsteven, quien podía creer que ella y el padre estaban complicados en elenjuague?

—Pero, ¿dónde está el enjuague?—replicaba don Pablo.—

Esteven dirá alprestamista: ¿Y a mí qué me cuenta usted? y le despedirá con cajasdestempladas. Porque si el prestamista se ha contentado con la palabradel chico, ya está aviado.

La señora no tenía argumentos que oponer a estas razones, porque elgordo, el de la firma falsificada, no lo largaría ella jamás; peroinsistió en lo crítico de la situación, en los pasos inútiles que habíandado, ella y el mismo Quilito.

—Si tú pudieras hacer algo—decía,—pero no, tienes las manos atadas,y, ¿acaso, una finca se enajena con la facilidad de un objetocualquiera? hay que darse cuenta, Pablo, de la espantosa desgracia quepesa sobre nosotros. Quilito está obligado a pagar esa suma mañana, y sino puede, se matará; le conozco demasiado.

—¡Todo, menos eso!—repetía, don Pablo Aquiles, agitándose en elsillón.

Y misia Casilda, aferrada a su idea salvadora, repetía que era pedir losuyo, ahora que se necesitaba, y a título de préstamo: una vezreintegrado, que siguieran gozando de la fortuna benditos de Dios,porque los treinta mil pesos serían reintegrados y cuanto antes: esedinero les quemaría las manos, con ser de su propiedad, como era. ¿Ycreía él que ella no sufría de verse en la dura necesidad de recurrir aGregoria, su implacable hermana?

Al subir la escalera de aquella casa,iba a parecerle que subía los peldaños del cadalso...

—¿Qué hacer, Pablo, si no? ¿qué hacer?

Pero don Pablo no cedía, ceñudo e iracundo. ¡Iba a matarse, decía elniño que iba a matarse; después de asesinar a su padre, bien podíahacerlo, en desagravio! ¡y asesinado de qué manera! a traición, conalevosía.

—¡Ten compasión, Pablo, de él y de mí!—exclamó la señora,—mira, noiré a casa de Esteven, si no quieres; buscaremos por otro lado, volveréa casa de misia Petronila, correré la ceca y la meca... tú mismo, ¿porqué no sales y ensayas? ¡Hay que evitar, a todo trance, que Esteven veael pagaré, a todo trance, Pablo!... No vendré a casa, sino cuando ya nopueda más; aunque sea de noche, no te alarmes... Y voy a pedirte unacosa: no digas nada a Quilito, que la ocasión no es de recriminaciones.Valor, Pablo, valor; verás, la Virgen de Luján nos ha de ayudar... Hastaluego, adiós.

Dejóle desplomado en el sillón, tan abatido, que no hizo un movimientopara detenerla, no dijo una palabra para estimularla en la espinosajornada que emprendía: el golpe habíalo atontado y se le oía barbotar:

—¡Todo, todo, menos eso!

Misia Casilda salió, con paso resuelto, y tomó la calle de Moreno, rumboal Este.

—Si él supiera, sería el primero en decirme que fuera a casa deEsteven, si no iba él en persona... ¡Cómo permitir que ese hombre seentere de la vergonzosa acción de Quilito! ¡ay, sólo de pensarlo, lacabeza se me va!... ¿Me recibirá Gregoria? Creo que no llevará su rencorhasta el punto de arrojarme de su casa; me parece que no voy a podersubir la escalera, ya los nervios me bailan y el corazón me da saltos:debo estar blanca como un papel... ¿Por dónde empezaré? ¿entraré altivao humilde?

humilde, ¡Dios mío! porque voy a humillarme; ¡qué paso tanpenoso! Sólo por él, por salvarle... si mañana no tenemos la suma justa,la falsificación queda descubierta... ¡qué horror! a lo que se exponenestas criaturas sin discernimiento; porque Quilito lo ha hecho deinocente, de atolondrado... ¡Volver a casa de misia Petronila! ¿a qué?para sufrir un segundo desaire: no, lo mejor, es esto; Gregoria no puedenegármelo: si no es para mí, ni para Pablo, es para el hijo de Pilar,una Esteven, ya que desprecia tanto a los Vargas, olvidando el apellidoque lleva. Entraré y la diré... no sé, no sé; cuando me vea delante deella, después de tantos años... ¡Dios mío! ¡no tendré valor! ¡y si esehombre sale!

cara a cara no le he visto, desde aquella vez que le llaméladrón con todas sus letras... ¡Ah! y aquella otra que estuvo en casa,de luto, el muy hipócrita, a entregar la herencia irrisoria que se dignóconcedernos... Llevo toda la sangre revuelta, y cuanto más me acerco,más me abandona el valor... Creí que la provisión hecha, después detanto cavilar y llorar, alcanzaría hasta el fin de mi empresa... Vamos,Casilda, no olvides que este sacrificio que haces, es por salvar aQuilito. Esta es la calle de Tacuarí: me faltan tres cuadras todavía,y sospecho que no podré llegar... voy como borracha, ¿qué dirá la gente?tomaré un coche... Dame fuerzas, Virgen santísima, para subir esteCalvario... seguiré a pie, mejor, ya falta poco...

Así pensaba la tía Silda, y según sus ideas, más o menos animosas,apresuraba o acortaba el paso; en la esquina de Piedras se paró, porqueal mirarse en el espejo de un escaparate, se vió de cuerpo entero, laestampa viva de esas pobres vergonzantes, viudas de pega, generalmente,que andan hocicando en las casas ricas, de mantón y velo color de ratón,con lágrimas perennes, como cristalizadas, en los ojos, y en la mano,cubierta a medias por mitones agujereados, el certificado, amarillo ygrasiento, de la parroquia, lleno de borrones y de firmas ilegibles.Digo que esto se le figuró a misia Casilda, a causa del estado de ánimoen que se encontraba, y comparación tan injusta como ésta no se hahecho, pues señora más atildada y limpita que ella no podía haberla;pero lo cierto es que se paró, deseosa de volverse atrás.

—Segura estoy que los criados de Gregoria van a tomarme por una deestas mujeres, que piden limosna para el hijo tullido, y no me dejaránpasar... esto, si no me traen, de parte de la señora, un puñado decobres... ¡ay, Dios mío! ¿no sería mejor volverme?

Luchando entre su amor propio, que se resistía, y su cariño a Quilito,que la empujaba, llegó, y desde la esquina, miró la casa.

¡Cuántasveces había pasado por delante, la cabeza muy alta, orgullosa de poderproclamar con esta actitud, que no necesitaba de ellos, los Esteven!quién la hubiera dicho entonces... Vió ante la puerta dos carros demudanza, y changadores que entraban y salían, y descargaban en laacera muebles, cuadros y estatuas; los sillones de brocatel, en medio dela calle, las consolas doradas y los vasos de ónix, producían singularefecto sobre la alfombra poco limpia del empedrado: era la casa deEsteven que se desmoronaba, el lujo arrojado a escobazos por la ruina,la soberbia insolente castigada por la justicia; aquellos rudos gañaneseran sus ejecutores inconscientes. Misia Casilda se acercó, dandovueltas en su imaginación a esta idea:

—¿Será cierto la marcha al Frigal? y si se van al Frigal, ¿será ciertala quiebra?

El mal trago, pasarlo pronto: la señora entró, y sufriendo los codazosde los mozos mal olientes, a la verdad, subió la escalera sucia depolvo, deteniéndose, para dar paso a un mueble que bajaban o a unchangador, que subía. Arriba, en el vestíbulo, nadie: muebles por todoslados, rollos de alfombra y de cuerdas, espejos arrimados a la pared;algunas plantas, maltratadas, tristes en medio del desorden: las puertasabiertas, mostrando el piso desnudo de las habitaciones... el sol, através de la vidriera, pintaba preciosos cuadritos de color sobre laslosas de mármol...

allá dentro, se oía mucho bregar y voces y el cantoalegre de un canario.

—Nadie—pensaba misia Casilda,—ni un criado, ¿llamaré?

¡Dios mío! nome atrevo; ganas me dan de bajarme y echar a correr... ahí vienealguien. ¡Valor!

Cuatro changadores, con el piano en hombros, salieron por la puerta dela antesala, y una vocecita fresca decía:

—¡Cuidado! reparar en los cristales y en el farol; más despacio,agacharse un poco...

Los mozos, sudando, hipando, echando ternos y cuaternos, avanzaban,encorvados, y el mueble, negro y lustroso, parecía un animal extraño, demuchas patas; misia Casilda se apartó, y cuando la procesión hubo pasadoy el piano, dando encontrones, bajaba bufando la escalera, vió delantede sí a una niña de trenzas rubias, que la miraba, pasmada de sorpresa.Y de pronto, sin saber cómo, sin que ella hiciera un ademán ni dijerauna palabra, clavada por el estupor y la vergüenza, sintióse la señoraestrechar en cariñoso abrazo por la niña rubia, y la vocecita fresca,que murmuraba:

—¡Oh, tía Silda, tía Silda!

Sin saber cómo tampoco, se vió en una habitación, que no habíandesguarnecido todavía, ella sentada y la niña a sus pies, besándola, yrepitiendo:

—¡Oh! tía Silda, tía Silda...

¡Qué buena era! había esperado la hora de la desgracia para venir, paraofrecer la reconciliación a sus hermanos arruinados; antes, de ricos, noquiso presentarse, sin duda, para que no creyeran que iba a pedirlesfavores, pero, ahora, que la suerte les había

hecho

iguales,

venía,noblemente,

generosamente,

olvidando pasados agravios, a confundir suslágrimas con las de la familia hermana.

—¡Ah, tía Silda, que buena es usted! yo sin conocerla, siempre me lahabía figurado así... Yo soy Susana, su sobrinita, que tanto la quiere,porque yo la quiero, tía Silda, mucho, muchísimo; ¡qué alegre estoy! laveo aquí y no lo creo... Es Dios mismo quien le ha inspirado este paso,y su corazón bondadoso: yo siempre rogaba por usted y por el tío Pablo,y pedía en todas mis oraciones que la reconciliación se hiciera, porqueno había razón, no había razón... ¿Vendrá también el tío Pablo? hoy esdía de fiesta para mí, y eso que debiera estar triste, porque, ¿ve ustedtía? estamos de mudanza, los muebles van al remate y nosotros alFrigal... pobres como usted, tía Silda, pobres, después de haber tenidotanto. Pero, esto no es una desgracia, ¿verdad? la pobreza es la menorde las desgracias... Dígame algo, tía, dígame que quiere mucho a suhumilde sobrinita...

Misia Casilda, conmovida, besó a Susana con placer inefable; no secansaba de mirarla y de oírla, tan bella y tan discreta, la santita dela casa, como sabía que la llamaban: era digna, sí, de ser amada, y elpobre Quilito no exageraba cuando hacía su entusiasta panegírico... Yala niña se había levantado y hablaba gozosa, de ir a llamar a su madre.

—Verá qué co