Ranas a Princesas Latinas Sufridas y Travestidas by Jacobo Schifter - HTML preview

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EL CIELO ES EL LÍMITE

Electra es un travesti panameño que llama la atención. Su cuerpo es delgado y contorneado, su cara femenina, el pelo largo, la voz aguda y los finos modales lo hacen pasar por toda una mujer. “Voy a ‘Key Largo’ (un conocido bar capitalino de prostitución heterosexual para extranjeros) y nadie cree que pueda ser un hombre”, nos dice orgulloso. Su clientela es tanto heterosexual como bisexual. “A mí me levantan hombres que jamás soñaron irse con un travesti. Me encantan los tipos americanos jóvenes, diestros en la cama con mujeres de verdad”.

Le preguntamos a Electra cómo llegó a Costa Rica y nos responde que es más fácil ganarse el dinero aquí si se es “bella y esbelta como yo”. Ella es una de las decenas de travestis que se han venido a trabajar en la nueva meca sexual del istmo. “Aquí la gente es más tolerante y respetuosa que en otros países de la región”, nos confiesa sin prestarle mucha atención a lo que dice.

Los travestis panameños tienen fama de ser “mujeres perfectas”, o sea de tener cuerpos y caras de modelos femeninas que engañan hasta al más experto. Los travestis costarricenses tienen competencia. Cuando vienen los panameños “las cosas se joden para nosotras”, admite Karla, “porque ninguna puede competir con esos cuerpos”. Sin embargo, los panameños y otros han traído algo más que belleza y sensualidad: una forma antigua, o nueva, de comportarse en la cama.

Electra nos cuenta su “trauma” cuando se acostó con el primer cliente costarricense:

“Estoy acostumbrada a que los clientes sean ‘hombres, hombres’. Cuando me vine a San José no sabía cómo eran las cosas aquí. Pues me levanto al primer cliente en la zona Bíblica, un hombre macho, alto, guapo y bien masculino, como a mí me gustan. Nos vamos a un motel y nos ponemos de acuerdo en el precio. Me empieza a besar apasionadamente. Sin embargo, siento que me toca los genitales. ‘¿Qué le pasa?’, le grito irritada. ‘¡Yo soy mujer, mujer!’, le digo furiosa. El hombre ese no entendía que a un travesti como yo no le gusta que le toquen el órgano. No me hice así para meterme con hombres que buscan pene. Para eso, me hubiera hecho un maricón. En Costa Rica, a los hombres que ligan travestis les gusta que se los cojan o por lo menos mamar pinga. En mi país, los hombres son de verdad. Ningún hombre macho se va poner en esos planes”.

Electra no es la única que no entiende la sexualidad costarricense. Los travestis de Nicaragua piensan parecido. Esmeralda cree que en su país los roles son más rígidos. Los hombres que son activos sexualmente son tolerados pero jamás los pasivos. “En Costa Rica los machos que buscan travestis son masculinos de apariencia pero les encanta que les dén por atrás”, nos dice ella.

Esta actitud distinta crea varios conflictos. Los travestis extranjeros suelen regañar a sus clientes por su “pasividad” y a buscar hombres más heterosexuales. Aunque ésto parecería una contradicción, no lo es. Electra ahora busca clientes en lugares heterosexuales, cabarets o centros de diversión nocturnos a los que acuden hombres que quieren mujeres. Sin embargo, la incursión de los travestis complica las cosas y “crea” una nueva clientela:

“A mí me encanta ir a ‘Key Largo’. Me siento con unas amigas prostitutas y espero que me inviten un trago. La semana pasada llegó nada menos que un hombre muy guapo que es dueño de una agencia de carros. Me empezó a coquetear y a hablarme de cosas románticas. Antes que pudiera decirle nada, me besó en la boca. A mí me encantó porque es un hombre joven. La verdad es que tomé mucho y cuando me dí cuenta estaba montada en el carro. Me llevó a su departamento por La Sabana y nos sentamos en la salita para tomarnos otro trago. Ahí fue cuando le dije que era travesti. Al principio, se molestó conmigo y me dijo que me llevaría de vuelta al bar. Sin embargo, cuando me quité la blusa y vio mis pechos, se tomó un trago más y empezó a besarme de nuevo. Me dijo que era la primera vez que haría el amor con un travestido. Le dije que entendía que estuviera nervioso. ¡Pero qué nervios ni qué nada! Hicimos el amor cuatro veces esa noche. Ayer me llamó para volver a salir”.

El dueño de la agencia de autos, sin saberlo, está dando un paso nuevo en la historia del travestismo en Costa Rica. Quizás, de no haberse topado con Electra en el bar, nunca en su vida hubiese tenido relaciones con otro hombre ni le habría pasado por la mente hacerlo.

Sin embargo, el hecho de que a los hombres que buscan travestis les guste la versatilidad en la cama hace que los travestis que buscan hombres “activos cien por ciento”, como dice Esmeralda, empiecen a hacer incursiones en nuevos territorios. Esmeralda misma se ha dado el lujo de ir a bailar en discotecas heterosexuales como “Infinito” y “Cocoloco” en El Pueblo, un centro comercial muy popular en San José. Varones que ni siquiera gustan de los travestis empiezan a ser blanco de atención. Algunos de ellos, como nuestro protagonista, los prueban y siguen haciéndolo. Los bares eminentemente para heterosexuales dejan así de serlo y nuevos miembros ingresan en el mundo exclusivo de los travestis.

El basquetbolista

Gustavo es un basquetbolista y hombre de negocios. Es muy afortunado porque a su empresa le ha ido muy bien en estos años de globalización. Su esposa y su hija de dos años son su gran orgullo. Cada vez que gana un juego, se lo dedica a ambas. “Me encanta mi familia y estoy orgulloso de Yorleni, mi chiquita. Salió igual a mí y es como mi novia”, nos dice este padre afortunado.

El basquetbolista es bueno para hacer canastas y una la ha metido contra su público, porque ninguno de sus “fans” sospecha que Gustavo es el flamante amante de Miranda, uno de los travestis más hermosos y cotizados del país.

Después de muchos intentos logramos convencer al travesti de que nos concertara una entrevista con él. “¿Para qué querés entrevistar a Gustavo?”, me preguntó. “Pues es que tengo curiosidad de conocer a este jugador, además soy seguidor de su equipo”, le respondí. “Bueno, digamos que sos seguidor del equipo de basket, papacito, porque del ‘otro equipo’ al que pertenece nadie sabe nada”, dijo Miranda en son de broma. “Te lo voy a presentar pero nada de fotos ni descripciones ni insinuaciones, ni siquiera escribas cómo es ni nada que lo reconozca”, es su advertencia. “Nadie sabrá quién es, te lo juro”.

Dos meses después, Miranda me invita a su departamento. Es un cómodo condominio de tres dormitorios, dos baños, un patio y una sala comedor. “Pasá adelante, estás en tu casa”, me dice el travesti, que está vestido de algodón negro, con dos hombreras de satín blanco, una orquídea blanca en el pecho y un collar de perlas del mismo color . “¡Qué linda estás!”, le digo sinceramente y me fijo en el bonito decorado de su sala. Tiene unos sillones de cuero café con una mesita de vidrio negro en el centro. Una foto de Miranda está en la pared, se encuentra vestida de rojo, con su pelo rubio suelto. “El pelo es mío. Gustavo se está dando un baño y ahorita está con nosotros. ¿Te puedo servir un trago?”, me pregunta elegantemente. Pienso que hace unos años Miranda estaría detrás de una cortina en un búnker del Líbano. Sin embargo, las cosas han cambiado. Un exquisito mueble de bronce expone algunos de los trofeos de la dueña. “Miss Perú Travesti 1996” dice uno de ellos. Otro más pequeño tiene la inscripción de “Miss Costa Rica Gay”, otorgado por una asociación homosexual. “Este trofeo me lo gané en una elección muy reñida. La presidenta de la asociación no me quería e hizo todo lo posible para que perdiera”, me cuenta con tristeza. “Aquí te traigo tu vino blanco”, me dice y se sienta.

-¿Cómo te ha ido con el libro sobre los travestis?
-Pues bien, pero me falta mucho para terminarlo.
-Te admiro porque tener que trabajar con tantas locas debe ser difícil.
-La verdad es que no porque me han tratado bien. ¿Cómo reaccionó Gustavo con mi propuesta? ¿Le molestó?
-Al principio sí. Él no puede darse el lujo de que lo coloreen. Sabés que está casado y tiene una chiquita. Su esposa no sabe de mi existencia y si lo supiera, se muere. Sufro mucho porque estoy muy enamorada de él. Pero le dije que eras vos y que lo ayudarías mucho con tu libro. Además, él te admira bastante. Si no fuera así, jamás dejaría que lo entrevistaras. Ni siquiera me deja invitar a mis amigas cuando él viene al departamento. Solo quiere hacer el amor e irse para su casa, nada más.
-¿Cómo se conocieron?
-Nada menos que en Zapote el año pasado. Fijáte que me fui a un bar “buga” (heterosexual) con Tina, otra travesti muy femenina. Enfrente de la mesa nuestra estaba él con otros compañeros de equipo. Al principio, no le dí importancia aunque sentía su mirada por todo lado. Él me dice ahora que no sabía que era un hombre. Creo que es verdad porque a primera vista nadie se da cuenta. Sin embargo, mientras bailaba con un tipo, él me guiñó un ojo. Tina fue la que me dijo que era un jugador conocido. Sé tanto de ese deporte como una chancha de aviación así que me daba lo mismo. Unas piezas después me sacó a bailar. Esa noche nos dimos nuestros números de teléfono y el otro fin de semana, me llamó.
-¿Cuándo le dijiste que eras un hombre?
-Hasta el último momento. A mí me gustaba tanto que no podía dejar que se me fuera. Me hice la mujer difícil, que no quería compromisos, ni irme a la cama de primer momento. Duramos tres semanas antes de hacer el amor.
-¿Y nunca sospechó nada?
-Te lo juro que no. Ahora sí me dice que le extrañaba el tono de mi voz pero que no le había dabo importancia.
-¿Te es difícil saber que es un hombre casado?
-Sí. Lo quiero y me encantaría vivir con él. Pero no creo que se vaya a dar. Él me dice que no está enamorado de su mujer, que se casó muy joven, que la tipa es muy simple y que no lo comprende. Sin embargo, hay una chiquita de por medio que son sus ojos.
-¿Qué opina él ahora que sabe que sos un hombre?
-Podés preguntárselo a él mismo. Durante las primeras relaciones, no me tocaba por delante. No quería saber que tenía pene. Pero después ha sido más fácil. Aún así, es un macho, macho, te lo juro. No le gusta que lo toque por detrás. Le encanta poseer a las mujeres. ¡Es todo un burro!

El macho se rebela

Gustavo entra en la sala. Es un hombre de 27 años, alto, guapo y masculino. Me saluda con mucha naturalidad y se sienta a la par de Miranda, la abraza y le da un beso. No puedo dejar de impresionarme, este hombre sale por la televisión con frecuencia y muy pocos creerían lo que estoy viendo.

-Gustavo, ¿cómo creés vos que la gente reaccionaría si supiera de tu romance con Miranda?
-Vos sabés lo que es este país. Me crucificarían inmediatamente. Saldría alguna cura frustrada y me haría un escándalo. No puedo darme el lujo y estamos de acuerdo en que nada de información, ¿correcto?
-Claro que sí, vos sabés que te agradezco tu confianza. No utilizaría jamás ninguna información que pudiera dar la más mínima sospecha de quién sos. Mi deseo es escribir en general sobre las relaciones de los travestis. ¿Estás contento con Miranda?
-Ella sabe que la quiero mucho. Para mí es la mujer ideal: femenina, suave, delicada y de buenos sentimientos. Jamás hubiera creído que así me iría a sentir con un hombre. Sin embargo, quiere hacerse la operación en el extranjero. Me gustaría que se hiciera totalmente mujer. Creo que es una lástima que con este cuerpo tenga un pene. Miranda es una mujer de verdad, sólo que le salió el órgano genital equivocado.
-¿Cómo la comparas con tu esposa?
-Mi mujer es una muchacha de campo, sencilla. Está acostumbrada a tener
-a un hombre que la mande y a cuidar a la chiquita. Es una buena mujer.
-¿Y en qué se diferencia de Miranda?
-En todo. No es tan sensual, bonita e inteligente. Miranda es como una actriz de Hollywood. Además, ambos somos muy calientes. Cuando estamos juntos es como una explosión. Siento que cuando le hago el amor, estoy celebrando una canasta de campeonato mundial. Este travesti me ha hecho sentir como ninguna mujer. Ella sabe cómo tratar a un varón.
-¿Sospechan tus compañeros que sos así?
-¿Así cómo?
-Pues, que te gusta la relación con un travesti.
-Mirá, he conocido a varios jugadores y comentaristas que son playos. Uno se da cuenta cómo lo miran a uno en la regadera. Varias veces me he fijado cómo éste o aquél se le queda a uno viendo la verga, como con ganas. Un día hasta le dije a un reportero de la tele: ‘Mire, la que metió la canasta fue mi brazo, no mi verga, ¿no podés poner la vista en otro lado?’ A mí jamás se me ha ocurrido volver a ver a otro hombre, ni por atrás ni por delante. Así que más podrán sospechar de otros.
-Pero vos sos famoso, ¿no te da miedo que te vean entrar en este departamento?
-Miranda sabe muy bien que por ahora esta relación debe mantenerse en forma muy discreta. Le doy toda la felicidad del mundo, que sólo un hombre le puede dar, pero le demando discreción a cambio. Cuando vengo, entro rápido. Tal vez más adelante, cuando se haga la operación y mi chiquita esté más grande, nos casemos. Pero por ahora tenemos que guardar las apariencias. Le he dicho que en el extranjero algunos jugadores viven con travestis, pero no aquí en Costa Rica. No es posible.

La tristeza de Miranda

Miranda se ve triste y resignada. Por el momento, en la Costa Rica de fines de siglo, un hombre famoso no puede vivir abiertamente con un travesti. No obstante, trato de consolarla: “Hace unos diez años ninguna travesti podía soñar ser la novia de un hombre como Gustavo. ¿No crees que si ahora es posible, ésto significa que algún día la relación de ustedes podría ser tolerada?”, le digo. “Para cuando me pueda casar en una iglesia posiblemente no tenga ya ni dientes ni culo ni tetas”, me responde con amargura. “¿No ves que aquí todo el mundo hace lo que quiere, pero a la hora de dar la cara nadie se atreve”, añade. “Bueno mija, tal vez debés contentarte con ser la madrina del equipo”, le digo con el fin de hacerla reír. “¡Ay no seas maje!”, me responde, “ese equipo ya tiene una y no es otra que el que trabaja en un canal de televisión y que se mete como desesperada a entrevistarlos cuando se están bañando y que se equivoca y agarra los ‘micrófonos’ de los jugadores dizque porque no ve bien”.

A pesar de que Miranda tenga que esperar, su relación demuestra cambios importantes. No sólo ha ido abriendo campo en los bares y sociedad heterosexuales para los travestis “femeninos” sino que su pareja simboliza un hombre distinto al de los de la zona del Líbano. Gustavo no se diferencia de ningún vecino. No es marginal ni consumidor de drogas ni mantenido, tampoco suele tomar riesgos como la penetración sin condón. “La verdad”, dice, “es que uso el preservativo con toda mujer que me meto. A veces suelo ir a ligar al Pueblo y uno no puede confiar en ninguna mujer. El condón se ha vuelto indispensable para hombres como yo”.

Aunque informados, a veces sin condón

Otros jóvenes amantes de travestis pueden ser de extracción también media pero menos conscientes que Gustavo. Los travestis más finos han podido darse el lujo de “comprarse” hombres atractivos por medio de la droga y el dinero. Se trata de heterosexuales tanto como de bisexuales u homosexuales. Lo que los une es el interés en travestis para diversión, drogas y sexo. A diferencia de los de la zona del Líbano, los nuevos amantes están más conscientes del sida y de la necesidad del sexo seguro. También saben que sus amantes son prostitutos y que deben protegerse. En teoría, pocos aducen “tomar riesgos” en la penetración. Sin embargo, suelen tener también relaciones con mujeres y con otros hombres que a veces los ponen en peligro:

“Sé que tengo siempre que usar el preservativo. Pero la otra noche me metí en una orgía con Esther y con un cliente. Con éste sí usé el condón y le hice el amor dos veces mientras él besaba al travesti. Pero cuando me llegó el turno de amar a Esther, no tenía ya más condones. Los dos los había gastado. Tampoco había condones para el cliente. Entonces hice un trato: le dije que amaría a Esther para que él viera pero que él no podría poseerla sin condón. El tipo me dijo que pagaría más para que lo dejara hacerle el amor a Esther. Lo pensé y le dije que no, que o le daba show o que no había nada y que era su culpa ser tan caliente y no traer suficientes condones. Suficiente riesgo nos tomamos Ether y yo de hacer el amor para él sin preservativo”.

Alberto es el caso del amante bisexual que suele olvidarse del condón cuando está intoxicado:

“No te puedo jurar que siempre uso el preservativo. Existen ocasiones en que la loquera es tal que se me olvida hasta mi nombre. La otra noche me fui con Tere, un travesti, a un motel y nos hicimos varias rayas de coca. Me pidió que nos bañáramos juntos y nos enjabonáramos. Me llevé la cerveza al baño y la bañé con ella para lamerla toda. Después, sólo me acuerdo que Tere prendió el celular y llamó a su amante. Parece que habían peleado y lo quiso herir con ésto. Pues le dijo exactamente lo que estábamos haciendo y hasta los tamaños y formas. El tipo me empezó a insultar y amenazar de muerte. Entonces, se me salió lo sádico que llevo adentro y empecé a decirle cosas a Tere para que él oyera. Luego, tomé el teléfono y le dije lo que iba a hacer en su nombre. Le dije que la tenía desnuda y enjabonada y que la iba a tratar como nadie lo había hecho. Le grité, además, que ella me decía que era más grande que él y que conmigo sentía mucho más. Lo único que oía del otro lado era que el tipo lloraba de la rabia o de la tristeza. Finalmente, le dije que mi celular no era una línea caliente y que me estaba saliendo muy caro y le colgué ¿Qué me iba a acordar de ponerme el condón con esta locura?”.

¡Taxi, taxi!

“Cuando estábamos descalzas y mendigas”, me cuenta Esmeralda, “la relación con los taxistas era distinta”. Según ella, en la época del cine Líbano, los travestis no utilizaban frecuentemente a los taxistas. “Siempre ha habido una relación, porque el travesti, para hacer una visita, tenía que montarse en un taxi, ya que en los buses no los aceptaban o les hacían la vida imposible. Pero la relación con los taxistas se haría más intensa en la zona de la Clínica Bíblica”.

Curiosos por la nueva relación, indagamos con Esmeralda al respecto:

-¿Existen relaciones especiales entre los taxistas y los travestis?
-“¡Claro que sí! Fijáte que una es buena clienta de los taxistas. Para ir a los moteles o lugares en dónde hacer el amor una los utiliza mucho. Antes no tanto porque los prostíbulos quedaban en el mismo lugar del Líbano. Pero ahora que estamos en las calles, necesitamos de ellos para que nos traigan y nos lleven a la zona y a los moteles. Una les dice a qué hora quieren que pase y ellos lo hacen. Es un buen negocio”.
-¿Existe homofobia entre los taxistas?
-Uno que otro será muy evangélico y toda esa idiotada, pero la mayoría está por el dinero. Además, están acostumbrados a llevar gente a los moteles y algunos hasta a surtir de prostitutas y prostitutos a los extranjeros. Así que más bien son buena nota con nosotras. Si hay redadas, nos esconden y nos protegen de los policías, porque somos sus mejores clientas.
-¿Y qué de relaciones entre ustedes y ellos?
-¡Ay mi amor, eso es lo más común! La semana pasada iba a mi casa a las tres de la mañana. Paro un taxi y le digo que me lleve al barrio González Lahmman. Me monto y empiezo a hablar con él. Me cuenta que ha tenido un día largo y que ha estado llevando gente a los moteles desde hace tres horas. Me fijo y me doy cuenta que es un hombre joven, de unos 24 años. Me pregunta cómo ha estado mi negocio. Le respondo: ´Solo dos ligues me he hecho esta noche´. El tipo me ve por el retrovisor y me dice: ´!Qué lástima! Porque estás muy linda´. Hago como que no le oí nada.
-Me sigue la conversa y me dice: ´Mi amor, ¿por qué no se viene adelante y no le cobro nada?’, me paso y me siento a la par de él y le dije: ´Vea, valgo mucho más que un viajecito de taxi y si me paso es porque usted me gusta´. Nos fuimos por el cerro Zurquí y ahí hicimos el amor. Llegué a mi casa a las 6 de la mañana.

Otros travestis nos confirman que las relaciones emocionales y sexuales con los taxistas son muy frecuentes. “Es el gremio que más nos apoya porque somos consumidoras de sus servicios”, nos explica Laura.

En realidad, de todos los grupos de hombres heterosexuales, los taxistas constituyen uno de los que más se beneficia de la prostitución travesti. José, por ejemplo, surte de travestis a los hoteles homosexuales que requieren sus servicios. “Chepe, ¡es Pana!, ¿tiene usted un travesti joven, bien femenino para un grupo de gringos que están aquí en el hotel?”, entra una llamada a su celular. “Las únicas que están en la esquina son Dolores y Lola”, replica él. “¡Buscáte a Marilyn que es más joven!”, “¿De cuánto estamos hablando, campeón?”, pregunta el taxista. “Le cobramos $200 a los gringos por dos horas, pero son tres a los que les tiene que servir”. “Veré qué puedo hacer”, dice Chepe. Eduardo, otro taxista, no sólo da servicios similares sino que sirve de motel ambulante: “Muchas travestis hacen su cosa atrás mientras manejo. Es más seguro porque estoy en todas y saben que están bien protegidas. Cobro por la vuelta más dos mil colones por cuidar. Si hay penetración, cobro tres mil colones por el deterioro del asiento”. Luis, por su parte, no sólo ha lucrado del negocio sino que se enamoró de una de sus clientas:

“Al principio era comercio con Lesly. La llevaba a los moteles y nada más. No te voy a decir que no me fijaba en ella porque está muy rica. Una vez, se montó con un cliente y los llevé al Zurquí. El tipo ese no se alborotó y no pudo hacer nada. Como no tuvo satisfacción, no quería pagar. Me puse del lado de Lesly porque había perdido más de una hora y merecía que le pagaran. Como el tipo se puso necio, la cosa terminó a puro golpe. En una, le dio una trompada a Lesly en la cara. Le di un buen cascarazo, lo saqué del taxi y lo dejé tirado en la carretera. Lesly lloraba de la rabia. Me la llevé a tomar un trago en Heredia y luego me entusiasmé tanto que terminamos en el motel por el Río Virilla. Desde entonces somos pareja”.

Otros, como Mario, quizás no lleguen a tanto pero sí han aprendido a apreciar a sus clientes:

“Jamás pensaría en acostarme con un travesti, simplemente no me gustan. Pero sí me caen bien y me hacen gracia. Ellos tiene un buen sentido del humor. Una noche se montó Lulú con un gringo viejo que se le movía la mandíbula, seguro tenía una enfermedad nerviosa. Ella me pidió que la llevara a un motel y me dijo ‘No creás que a este gringo se le cayó la mandíbula de tanto mamar, es que tiene el baile de San Vito en la boca’. A mí me hacen gracia las idiotadas y locuras que hablan. Esa misma Lulú me echa los cuentos a cada rato: ‘Diay mi amor, ¿cuando le hacemos un cambio de líquidos a su órgano de locomoción?’, me dice. Me muero de la risa y le sigo el vacilón: ´Cuando usted cierre el chinamo hablamos, ¡sádica!’, le digo”.

Algunos taxistas llegan a identificarse con los problemas que viven los travestis y a entender que la gente los humilla sin razón. “Antes era el primero en decir que deberían matar a todos los playos. Ahora, después de conocerlos, he cambiado de opinión. Mas bien me da cólera cuando veo a los comemierdas que vienen a insultarlos y me he agarrado con más de uno. Cuando uno conoce a la persona, no puede seguir odiándola sin razón”.

Tal vez el futuro de los travestis sería mejor si este pequeño grupo de taxistas llegase a ser representativo de todo el país.

Pero, ¿qué enredo es éste?

Los hombres heterosexuales no han sido el último grupo en caer en las redes de los travestis. Un último e insospechado sector ha iniciado la compra de sus servicios y no es otro que el de las mujeres heterosexuales. “¿Qué qué?”, exclamamos sorprendidos cuando Esmeralda nos lo reveló. “Pues sí, las últimas veces me han recogido mujeres y me he acostado con ellas”, responde sin inmutarse. “¿Cómo ha sido eso, nos podés explicar?”, le pedimos en medio de nuestra incredulidad.

-No hay nada que explicar. La noche anterior me levantó una pareja. El hombre quería tener la experiencia de estar con un travesti y una mujer al mismo tiempo. La compañera sentía curiosidad por saber cómo era que se veían, actuaban y eran los travestis. Pues nada, nos fuimos a un motel y nos entregamos al amor.
-¿Tuvistes relaciones con los dos?
-Claro que sí. Primero el hombre le hizo el amor a la mujer, luego él me lo hizo
-a mí, para que, al final, también se lo hiciera a ella. Fue todo muy morboso.
-¿Qué más pasó?
-Nada del otro mundo. La mujer y yo hablamos de cómo hacía para desarrollar el busto y para verme tan contorneada. Le enseñé algunos trucos como usar hasta 10 panties uno encima del otro para abultar el trasero y hacer que la cintura se vea pequeña. Después conversamos sobre los hombres: cómo les gustaba que les hicieran, cómo eran, cosas así.
-¿Qué hacía él?
-Él nos oía interesado. Me dijo que había sido la primera vez que había estado con un travesti y que le había gustado mucho verme hacer el amor a su compañera. También le preguntó a ella cómo había sentido y qué diferencias había notado entre cuando él le hizo el amor y se lo hice yo. Su compañera le dijo que había sido diferente pero que lo prefiría a él porque yo no conocía bien el cuerpo de la mujer y no sabía cómo estimularla.
-¿Cómo te sentistes vos haciendo el amor con una mujer?
-Es muy raro describirlo. Estaba como mujer haciéndole el amor a otra mujer. ¿Eso me hace lesbiana o no? A mí no me gustan las mujeres, ni conozco nada de su chucha. Pero como el hombre me estaba viendo y se excitaba con ello, también me excitaba. Cuando la poseí, miraba de fijo en los ojos al macho. Era como que ambos seguíamos haciendo el amor pero ahora, indirectamente.
-En realidad vos sos un hombre y estabas con una mujer, ¿no te hace eso un macho que posee a una hembra?
-¡No, no, para nada! Te dije que estaba vestida de mujer. Mi actitud era femenina, no agresiva. El macho, por su parte, nos poseía a las dos con los ojos. Hacíamos lo que él quería que hiciéramos, él nos dirigía, la relación era de las dos con él.
-Pero vos poseíste a su compañera como lo haría un macho.
-Sí, pero no importaba quién poseyera a quién, las dos éramos presa del varón.
-¿Cambiaría ésto?
-Por eso te insisto que en esa ocasión las dos éramos víctimas y carnada del macho. Sin embargo, la semana pasada la mujer vino sola.
-¿A qué vino?
-Pues a montarme en el carro. Me preguntó si quería irme con ella y me dije: ¡Plata es plata!
-¿Se fueron las dos juntas?
-Al mismo motel, pero esta vez solas. Ella me contó que había terminado con él porque era muy perro. Se había metido nada menos que con su hermana en su propia casa. Creí que lo que quería era consuelo. ‘No llorés’, le dije, ‘los hombres son todos unos mentirosos, no valen la pena’. La pobre lloraba como desesperada. Sin embargo, me di cuenta de que quería algo más.
-¿Cómo te diste cuenta?
-Me puso la mano en el busto y me dijo: ‘Siempre he querido estar con una amiga íntima en la cama que pudiera hacerme como un hombre’. Le dije que no podía complacerla porque no era su amiga, ni siquiera una mujer, que tal vez buscara una lesbiana. ‘¡No, no!’, me dijo ella. ‘¡A mí no me gustan las lesbianas! Quisiera tener intimidad con una mujer pero con el cuerpo de un hombre. Necesito el miembro masculino para poder tener orgasmos’. Me pidió que la ayudara y que pagaría diez rojos por el sexo. Hasta puso la plata en la cama. ‘Eso sí’, me dijo, ‘vamos a hacerlo por partes. Primero, con vos vestida de mujer, nos acariciamos y nos besamos. Luego, te vas al baño y te quitás el maquillaje y la ropa y te venís a la cama. Te traigo maquillaje para que luego te volvás a pintar’.
-¿Y qué pasó?
-Al principio me daba asquillo hacerlo sola con ella. Pero me emocioné porque me imaginé que éramos dos lesbianas que estábamos solas y que pronto nos pillaría su marido y terminaríamos los tres juntos. La besé apasionadamente y me sentía como toda un ‘tractor’. Luego, me fui a bañar y a quitarme el poco de ropa que quedaba. Después, me metí en la cama y le hice el amor. En este momento, estaba más machona, sin quiebres. Ella me dijo que le encantaba estar conmigo y que había sido mentira lo que había dicho la vez anterior: yo era mejor amante que su antiguo compañero y que sabía cómo estimularla. Así terminó todo.
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