El grupo travesti es uno de los más abiertos como homosexual, con altos índices de socialización. Esto es así porque el amaneramiento y el travestismo hace de ellos los homosexuales más obvios en Costa Rica. Ana Karenina nos cuenta que cuando él no se viste de mujer siempre lo confunden con un hombre homosexual.
“Soy tan maricona, tan quebradita que aunque me vista de hombre y trate de hacerme la machona, a nadie engaño. Un día me fui a comprar unas verduras y me puse toda agresiva, hablando como hombre. Sin embargo, después de hacer las compras el verdulero me dijo: ‘¿Machita, no quiere ver la yuca que tengo aquí para usted?’, dice Ana Karenina.
Kristina experimenta lo mismo. “¿A quién voy a engañar cuando ando pantalones si tengo este par de tetotas?, exclama. Otros pueden ser confundidos pero no con hombres. Ana Luisa nos cuenta que un día se vistió de hombre para ir a la primera comunión de su sobrino. Se sentía todo contento porque creía que había “engañado” a todos los invitados. Tan bien jugó su papel de macho que fue a orinar al baño de varones. Sin embargo, Ana Luisa oyó que comentaban: “¿Quién es esa tortillera que se metió a miar aquí?”.
Los travestis son reconocidos como homosexuales, estén o no vestidos de mujer. El 73% de los padres de los travestis conoce su orientación sexual, mientras que en el caso de los gays sólo el 24% lo sabe. El 100% de las madres de los travestis lo sabe, en el caso de los gays sólo el 52%. El 95% de los hermanos de los travestis está enterado, pero en el caso de los gays sólo el 44% (ver Cuadro 3) conoce su identidad.
En vista de que los familiares conocen su homosexualidad y de que en su gran mayoría no la aceptan, ellos se ven forzados a vivir solos o con otros travestis. Solo el 14% vive con sus padres. Los travestis constituyen el grupo gay que más vive con amigos, la mayoría homosexuales (Cuadro 3).
No obstante, los travestis acuden en menor grado a otros travestis en caso de tener problemas. Cuando se les pregunta si buscarían el apoyo de otro travesti, el 45% dijo que no lo haría y sólo el 18% respondió que buscaría siempre ese apoyo. En el caso de los gays , solo el 10% no acudiría nunca donde sus amigos en caso de problemas (ver Cuadro 4).
A pesar de la intensa socialización entre los travestis, aparentemente ellos ven a sus colegas como competencia y rivales en la captación de clientes, lo cual los lleva a desconfiar unos de otros.
Los travestis, por ejemplo, están más de acuerdo que los gays con frases culpabilizantes como que el sida se debe a la promiscuidad (el 41% está muy de acuerdo, mientras en el grupo de gays sólo 14%), que no se puede confiar en la gente homosexual (el 64% está algo o muy de acuerdo, contra 31% en los gays), que el sida es un castigo de Dios (el 50% está muy de acuerdo, contra el 9% de los gays) y que no existen relaciones estables porque la gente homosexual es infiel (el 64% está muy de acuerdo, contra 23% de los gays).
Cuando les preguntamos cómo ven ellos a los otros travestis, las respuestas fueron negativas:
“Aquí todas son terribles, casi ninguna se respeta pero si alguna me quiere gritar algo yo también les contesto”. (Patricia (q.e.p.d).
“Existen muchas intrigas e hipocresía. Si a uno le pasa algo te dicen que ‘pobrecita’, pero es por zalamería. En el ambiente nadie quiere a nadie y antes me hacían maldades, me querían pegar, cosas así, después vi cómo era y ahora ya me defiendo”. (Marlene)
“No hay nada peor que una hijueputa loca de éstas. Las odio a todas y es que son un reguero de desgraciadas y cochinas”. (Marilyn)
El “veneno”, o ataques furibundos a la autoestima de la otra persona, es algo típico de la cultura travesti. Como la sociedad enseña a odiar al travesti, éste también aprende a odiar a sus compañeros y a sí mismo. Lucrecia cree que es imposible unirse para ningún fin porque “las locas se odian todas entre sí; una le roba a la otra, otra le quita el marido, aquella habla mal de ésta, ésta engaña a sutana, ninguna es amiga de nadie”. Rosa ha tratado de organizar a las travestis para ayudarse pero, como nos dice “pronto empieza la envidia, la serruchada de piso, la rencilla, el veneno…”. Adriana cree que el travesti ha aprendido demasiado bien la lección de la sociedad: “somos nuestras peores enemigas y las jueces con menos misericordia”.
Hay muchas evidencias de que este odio se encuentra por doquier. Pepa es conocida como “La Rotweiler” porque dicen que así parece vestida de mujer. Lola tiene como apodo “La Reina Madre” porque es la más vieja. A Anabel se le puso el apodo de “Micky Mouse” por los “ratones” que se le ven en las piernas. A Ester se le dice “La Chupacabras” por su gusto por el sexo oral. Penélope es “La Machetaza” porque es la que cobra menos. Nidia es “Doña ETS” porque la infectaron con sífilis y gonorrea.
Pero las armas preferidas no son sólo los apodos. Los travestis suelen robarse entre ellos mismos, malinformar a sus compañeros, agarrarse a puñetazos o a cuchilla, quitarse los clientes y amantes, denunciarse los unos a los otros y hasta matarse. A Pepa, por ejemplo, le encanta mandar anónimos a la policía en contra de sus compañeras. Mirna le cuenta a Sonia que Lulú le robó 5.000 colones, algo que ella sabe que no es cierto. Antonieta le quebró un diente a Rosita “porque no me devolvió un par de zapatos que le presté”. Miriam le echó ácido en la cara a Flor porque “la comemierda esa se creía que era la más bonita”. Enriqueta dice que no se acerca a la Bíblica porque “como paso por mujer, las travestis ´caras de burras´ esas no me lo perdonan”.
Tachira asegura que en la comunidad hay muchos celos e intrigas y que “nos apadrinamos sólo para las broncas”. Corintia coincide con él al decir que las relaciones entre los travestis son malas e incluso llegan a la agresión física. Loría resume amargamente la situación así:
“A la más bonita o a la más inteligente la critican o la marginan porque va a tener mejores clientes y esa competencia implica hasta violencia física: si está muy linda la hacen fea aunque sea con cuchillo. A la más fea la tratan mal”.
Hasta hace poco el conflicto se daba a niveles generacionales, ya que los “nuevos” que llegaban a la zona debían pasar por un proceso de prueba para ser aceptados, lo cual incluso implicaba golpes.
En la calle es posible encontrar un amplio abanico de edades; algunos comienzan desde los 16 o 17 años y ya hacia los 40 años “se queman” y ellos lo saben. “Si fuera un cliente no me llevaría a una travesti de 40, acabada y sin lozanía, habiendo chiquillas con más virilidad y potencia”, dice Valentina.
A los 27 años, este travesti dice conservarse bien pero asegura que Costa Rica es un mercado pequeño, con poca demanda. “Aquí es un pueblito, hay 20 travestis en la calle por cada cinco viejos cara de barro”.
Una noche, un grupo de travestis de la zona de la Clínica Bíblica llegó a agredir a otros más jóvenes que se reunían en otro lugar. La razón: los más “viejos” dicen que las travestis “jovencillas” se acuestan por precios de hambre y que les hacen una competencia desleal. “Ese reguero de hijueputas de locas jóvenes muertas de hambre maman hasta por 300 pesos, si quieren seguir vivas, que se pierdan de aquí”, les amenazaron con una cuchilla. En otras ocasiones, la discriminación se canaliza contra los travestis extranjeros.
Actualmente las cosas han mejorado y los conflictos generacionales son mínimos. Los que se incorporan a la calle se aproximan tímidamente hasta que son aceptados por el grupo. “La calle es escuela de la vida; cuando llega una nueva nosotras le damos escuela para que se defienda. Muchas son muy inocentes y tienen que aprender que no todo es color de rosa”, sentencia Tachira.
Pero cuando bajan las tensiones de edad aumentan las de nacionalidad. “El problema de las ticas es la competencia de centroamericanas y dominicanas, que vienen a putear a Costa Rica. Es lo único que nos faltaba, tener un montón de refugiadas nicas y panameñas que vengan a quitarnos el pan y los hombres. El gobierno debería prohibir la entrada de tanta puta extranjera”, nos dice indignada Azulita.
Si no es la competencia generacional o foránea, es la geográfica la que enciende la mecha. “Las de la Clínica Bíblica somos la ‘high class’ de las travestis”, asegura Leticia, “aquí no nos gusta que se vengan a meter las piedrónamas del Líbano, que asustan de feas y sucias. Si esos cadáveres se paran por aquí, ¿quién nos va a volver a ver a nosotras?”.
Finalmente, existe poca solidaridad por parte de las prostitutas mujeres. Serios pleitos se han presentado entre travestis y trabajadoras del sexo. Los travestis consideran que las mujeres deben dejarlos tranquilos en las calles que han asumido como propias, “ya que las mujeres tienen todo San José”, como dice Penélope, “nada tienen que venir a hacer”. Las trabajadoras del sexo, por su parte, resienten la competencia de hombres que suelen tener mejores cuerpos que ellas mismas.
Pero si el odio es común entre travestis, peor es el que sienten muchos de ellos contra los gays y las lesbianas. Algunos no perdonan que los gays sean masculinos. Asumen que todo homosexual es en potencia un travesti y que los gays no quieren admitirlo.
“¿Cómo crees que a uno no le va a dar cólera que no nos dejen entrar en ese bar de playos si el dueño es una loca de mierda, que se viste de mujer y que se hace la macha ahora”, se queja Luci.
Los gays sienten deseo por el mismo sexo, pero la mayoría no quiere convertirse o verse como una mujer. De ahí que piensen que los travestis no tienen cabida en su cultura. “No dejo entrar a travestis”, nos explica el dueño del bar gay, “porque son una chusma terrible, adictos a la coca, maleantes, borrachos y, además, prostitutos y ladrones. Mis clientes gustan de lo masculino y no de esas cosas horribles vestidas de mujer que parecen salidas de una película de los Monsters”.
La actitud negativa de sus amantes posiblemente influya en cercenar aún más las relaciones entre los travestis. El hecho de que los amantes no sean percibidos por los travestis como homosexuales sino como heterosexuales, hace que esta fuente de apoyo no sea catalogada como gay. Otra razón es que los travestis prefieren no socializar con otros que no sean su pareja.
Como veremos más delante, los amantes de los travestis conforman un grupo específico de hombres. Muchos de ellos han sido amantes de otros travestis, por lo cual existe una historia de parejas formadas en un pequeño círculo, el cual estimula la competencia. Los celos se canalizan no hacia los clientes sino hacia los "cacheros" y los travestis mismos. En otras palabras, los compañeros de los travestis no celan a los clientes sino a otros compañeros de los travestis, y estos últimos temen que otro travesti sea el que les quite a su pareja.
José, el compañero de Leticia, dice que él se mantiene aislado de otros travestis porque “hay intriga entre ellos, la mayoría son gente dedicada a los chismes y los cuentos, tratan de separar a las parejas que viven bien, me dan ganas de buscarlos y pegarles”.
Luis dice que prefiere no ir a la zona de la Bíblica porque Silvia, su compañero, lo cela con los otros travestis, “que me miran”. Delio, compañero de Cintia, dice que a éste no le gusta “que le hable a otros travestis” y a él que “ella le hable a otros cacheros”. Moisés dice que Miriam lo cela porque “soy muy perro con los otros travestis”.
Estos celos y la desconfianza en el grupo que más socializa entre sí ¿?) deben analizarse dentro del concepto de homofobia interiorizada, el cual surge como un factor importante a la hora de explicar la incapacidad de protegerse del virus del sida. Aparentemente, las personas que menos aceptan su identidad como homosexuales tienden a no identificarse como grupo de riesgo, se aíslan de otros homosexuales que les podrían dar apoyo y entrenamiento en el sexo seguro o buscan castigos inconscientes por su identidad sexual.
“No empujen, señoritas, para todas hay campo en LACSA, la aerolínea costarricense. Recuerden que nos encanta la gente y más si son jóvenes hermosas”, dice un muchacho vestido de aeromozo. “Enseñen sus pasaportes y su visa para los Estados Unidos”, agrega. La fila es larga y las muchachas están impacientes. “¿Solo llevás la cartera de equipaje?”, pregunta Sonia a Lulú. “Pues es que voy de compras a Dadeland y no quiero, por traer mucha ropa, que me decomisen lavalija”, responde la otra. Detrás de ambas, Enriqueta y Ágata sostienen una discusión que logramos oír completa:
- | ¿Dónde pensás quedarte en Miami? |
- | Pues seguro en el Hilton porque odio tener que quedarme en hoteles de tercera. ¿Y vos? |
- | En el Marriot, donde tengo un departamento. ¿Vas a asolearte? |
- | Vos sabés muy bien que voy sólo de “shopping” porque el sol te arruga la piel. |
- | Pues yo creía que no te asoleabas por la celulitis que tenés en el trasero. |
- | ¿Celulitis yo? ¡Jamás! Mi trasero es tan firme como la roca. |
- | Pues será la roca lunar, llena de huecos. |
- | Si mi trasero es una roca lunar, el tuyo es un agujero negro espacial. |
Las jóvenes que fingen que van para Miami no se montan en un avión de LACSA, más bien se suben a un bus viejo y medio destartalado que se conoce como “Priscilla”. El nombre se le puso en recordatorio de la película del mismo nombre que trata sobre unos travestis australianos en viaje por su país. Pero este bus funciona como “avión” y el viaje consiste en un paseo por las afueras de San José. Los pasajeros no son otros que los travestis y el aeromozo y el chofer son funcionarios del ILPES. “Priscilla” es un novedoso proyecto de prevención de sida para esta población.
“Muchachas, póngansen los cinturones que vamos a despegar”, les dice el coordinador. “Ahora, les voy a dar las instrucciones:
“Este viaje es totalmente seguro y necesitamos tener puesto el condón. Como viajaremos a la altura de muchos pájaros, puede que haya turbulencia. Debemos estar siempre listas a ponernos el hule. Muchos pasajeros han muerto porque un socollón los sorprendió sin usar este dispositivo. Como vamos a volar sobre el agua, no se olviden de inflar sus chalecos salvavidas. Se meten en la boca el pito y empiezan a echar aire, no se hagan las majes, porque ustedes son expertas”.
¿Por qué el simulacro de un avión para enseñar la prevención contra el sida?, le preguntamos al coordinador del proyecto, Herman Loría. “Porque es una forma divertida, fantasiosa y cómoda para llegarle a un grupo que trabaja en la calle y que no frecuenta otros lugares de reunión. Además, los travestis tienen muchos problemas para movilizarse y el bus los lleva a pasear, a respirar aire puro”, nos explica.
“El proyecto utiliza la fantasía del travesti y hace que se diviertan en una especie de ´show´ en el que el mensaje de la prevención está siempre presente”, continúa. No sólo hablamos de la necesidad de usar el condón sino que también tratamos de lograr que busquen ayuda para su adicción a las drogas. Los travestis, además, están sujetos a los caprichos de los clientes y los amantes, por lo cual tratamos de convencerlos de que se organicen en un sindicato. De esta manera, todas pueden ponerse de acuerdo en precios y en no hacer concesiones sobre el condón. Queremos también que formen microempresas, como la de venta de shows para lugares finos. Así tendrían otros trabajos fuera del comercio sexual”, añade.
Mientras Loría nos informa sobre el proyecto, los travestis se divierten a lo lindo. “Mayela, ¿puedes pedirle al aeromozo que me preste su pluma para llenar el formulario de migración?, le dice Julia a Tomasa. “En este momento la tengo en la boca, ¿no te dás cuenta?”, responde la otra.
El ILPES se las ingenió para establecer un proyecto que utilizara el humor y el sarcasmo del travesti para realizar la labor educativa, que contrarrestara la desconfianza y la rivalidad existente entre ellos. Uno de sus objetivos es abrir nuevos espacios. Una alternativa es fomentar que los travestis desempeñen otrosoficios. Ésto no ha sido fácil por los problemas ya descritos.
Sin embargo, existen islas de solidaridad en las lagunas de la homofobia. Un factor que une a travestis, trabajadoras del sexo, gays, lesbianas, clientes, patronos y otras minorías es la discriminación policial. El hecho de que la policía abuse, reprima, persiga y acose a todos estos grupos es la chispa que enciende cualquier conflicto y que establece un vínculo en común.
Otro son las organizaciones de apoyo mutuo que se han establecido. El ILPES ha abierto programas y los participantes aprenden sobre cómo el odio entre ellos es ganancia para sus enemigos comunes. Las victorias judiciales en contra de las redadas arbitrarias y el acoso policial han servido y protegido a todos por igual.
La organización de grupos antitravestis, como la de vecinos de la Clínica Bíblica, es otro elemento que influye en que ellos tengan buenas razones para unirse. Esta asociación vecinal es la primera en el país que se crea para revertir las victorias de los travestis en las cortes. Su intención inicial es sacarlos de la zona de la Clínica Bíblica, pero de no lograrlo los vecinos buscarán otros medios para reprimirlos.
Otros grupos conservadores podrían aprender de este movimiento antitravesti a frenar el avance de los derechos gays, como ha ocurrido en los Estados Unidos.
Fuente: Jacobo Schifter y Johnny Madrigal, Hombres que aman hombres, San José, ILEP-SIDA, 1992.
Fuente: Jacobo Schifter y Johnny Madrigal, Hombres que aman hombres, San José, ILEP-SIDA, 1992.