Relacion Historial de las Misiones de Indios Chiquitos que en el Paraguay Tienen los Padres de la Compañía de Jesús by Padre Juan Patricio Fernández - HTML preview

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CAPÍTULO XIX

Continúa el Padre Miguel de Yegros laMisión de los

Zamucos, á cuyasmanos muere el hermanoAlberto Romero.

Habiendo ordenado el nuevo Provincial Padre Juan Bautista de Zea que elP. Miguel de Yegros, en pasando las lluvias, fuese con el hermanoAlberto Romero á fundar la Reducción de nuestro P. San Ignacio, seanticipó el P. Yegros algún tiempo, así por escoger con tiempo sitio ápropósito, como por no exponerse á peligro de no hallar agua qué beberen el camino; por tanto, á principios de Abril empezó su viaje; masentrando en el bosque de los Zamucos, se vió obligado á volver atrás portener tanta falta de agua, que ni la genteV.II–174 ni las caballerías teníancon qué apagar la sed.

Púsose en camino segunda vez por Septiembre, y llovió tanto, queanegadas las campañas de los Cucarates, apenas pudo llegar al término desu viaje.

Lo que padeció en este viaje lo referiré con las mismas palabras con queél, habiendo vuelto de los Zamucos, se lo escribió en carta de 27 deOctubre de aquel año de 1718 al P.

Visitador de los Chiquitos, JuanPatricio Fernández, desde el pueblo de San Juan.

«Por no alargarme (dice) no describo aquí cómo conseguí el llegar á estepueblo, contra el parecer y juicio de todos los prácticos de de estoscaminos y contra toda disposición del tiempo; y los pocos Morotocos quellevé conmigo y se adelantaron á entrar en la montaña hubieron deperecer de sed, aunque consiguieron con gran valor el llegar al pueblo;y yo, que de ahí á algunos días los seguí, fuí nadando en agua (comodicen) por toda la montaña, que ya servía de enfado y de embarazo al queiba de posta y de ligera.

»Sólo lo atribuí al dedo de Dios, pues cuando la piedad y misericordiadivina se inclina á obrar, no hay imposibles, y más cuandoV.II–175 precedieronlos sudores, trabajos, necesidades y hambres de su primer conquistadorde esta nación nuestro dignísimo P. Provincial Juan Bautista de Zea.»

Despachó, pues, delante el P. Yegros algunos indios cristianos queavisasen al cacique principal de los Zamucos de su venida, y que lellevasen en su nombre un bastón, hermosamente guarnecido, y una camisetacolorada, que son las galas que ellos estiman.

Llegaron los mensajeros y fueron recibidos con grande amor y cortesía, yfueron sentados á la mesa del cacique, cuyas viandas se reducían áraíces de cardos silvestres, que era todo su mantenimiento, y por granregalo les ofrecieron un vaso de agua, porque había allí tal carestía,que cada uno estaba esperando la suerte de poder coger tanta cuantacabía en la palma de mano, de un pequeño manantial que salía de unpeñasco.

Dos días después se partieron los cristianos, acompañados del caciqueprincipal, con otros de los suyos, y encontrándose en el bosque con elP. Miguel, dieron la vuelta, y á 5 de Octubre llegaron á donde el P. Zeael año antecedente había levantado la cruz.

Increíble fué el júbilo y la fiesta que hizo V.II–176 aquella buena gente,manifestando el gusto que tenían de ver en sus países á nuestrosMisioneros, diciendo en nombre de todos el cacique principal, indio, porcierto digno de estimación, que no obstante sus grandes necesidades,hambres y pobreza no se había apartado de su pueblo ni permitido que lossuyos se alejasen por estar en continua esperanza de que habían de irlos nuestros, habiendo enviado varias veces, y él mismo ido en persona,á registrar los caminos para ver si parecían.

Igual fué también la alegría del P. Miguel que veía ya logrados lossudores del P. Zea, que con tantos trabajos había empezado á plantaraquella viña, y para su fecundidad le llovía del cielo copiosasbendiciones.

Trató luego con aquel cacique y con todos los demás principales, del finde su ida á aquellos pueblos, que era el fundar Reducción en sus tierrasy quedarse con ellos; á cuyo fin les pidió le diesen paso franco y guíaspara todos los demás pueblos, para escoger en ellos el que fuese másacomodado para la fundación, y en particular hacia los que estaban alPoniente cercanos á las salinas, donde habían informado al Padre habíaparajes muy buenos para pueblos, aguadas, montañas y palmeras paraesV.II–177 tancias de ganados, interesándose en esto también el irse acercando álos demás pueblos de los Chiquitos, con camino más derecho y más breve.

«Oyéndome el cacique (son palabras del Padre Miguel, en la carta para elP. Juan Patricio Fernández). Oyéndome el cacique éstas y otrasconveniencias, dió un grito y suspiró, diciendo:

»—Me tuviera por ingrato y vil, después de tantas finezas y estimaciónque habéis hecho de mí, si en alguna cosa os mintiera y engañara, ynegando lo que me pedís os desazonara; y aunque no me queráis creer, osdesengaño, Padre, de que en todas nuestras tierras no hallaréis parajes,ni las comodidades que decís para fundar, pues lo mismo que véis yreconocéis en este mi pueblo, sucede en todos los demás; y aunque entiempo de lluvias, por causa de las avenidas, corren algunas cañadas conabundancia de agua, mas pasados algunos meses no quedan más que lasmadres secas, y sin agua, por lo cual luego nos desparramamos connuestras chusmas á buscar qué comer y qué beber.

»No obstante esta respuesta, le volví á instar con otras razones máseficaces que Nues V.II–178 tro Señor me inspiró, que me dejase pasar siquiera ávisitar al cacique de los pueblos del Poniente, dándome guías y quien meabriese alguna senda para poder pasar á la ligera.

»Respondióme á esta petición el cacique:

»—Te aseguro, Padre, por el amor que te tengo, que si vas, tú y todostus compañeros, pereceréis de sed.»

Hasta aquí el P. Miguel, que oyendo esto se retiró aparte paraencomendar á Nuestro Señor aquel negocio.

Entonces el cacique juntó á todo el pueblo en la plaza y le reprendiócon palabras muy sentidas el que hubiese alguno de ellos mentido yengañado al P. Misionero con decirle que había en sus tierras losparajes y comodidades ya dichas para fundación; y les añadió que quedabamuy avergonzado de que hubiesen dado ocasión para que el Padre juzgaseque él le engañaba, negándole lo que ellos mismos tanto deseaban; y porfin mandó á todos que obedeciesen en todo á la voluntad del P. Miguel.Estaba éste retirado en su Rancho, rogando á Nuestro Señor que no sefrustrase esta fundación y Reducción de todo el gentío cercano yencomendando á Su Majestad la resolución que tomaría en este caso. V.II–179

Luego supo por medio del intérprete, que había estado oyendo de secretoal cacique, todo el razonamiento que éste había hecho á los suyos en laplaza.

«Con lo cual (prosigue el Padre en su relación) me determiné áproponerles si gustarían de fundar y juntarse para este efecto fuera desus montañas y al remate de las campañas de las Japeras de losCucarates, por ser tierras muy cabales para una fundación, aunque sólode paso vistas y registradas con ánimo (si viniesen en ello) deregistrarlo mejor á la vuelta, trayendo alguno de ellos conmigo para verlos parajes.

»Llamé de allí á un rato al cacique y le propuse todo esto; á que sindejarme pasar adelante, con grande algazara respondió que era grandeelección, y que ya había estado y visto todas aquellas campañas, y quele parecieron muy buenas y á propósito para el fin, y que me siguieraluego con toda su gente y todos los demás pueblos vecinos, á no tenertodos sus zapallares ya en flor y muchos que ya comenzaban á dar, y queno sembrarían otra cosa, sino que en acabando los juntaría y convocaríatoda aquella gente, y se vendría luego al sitio que yo dejase señaladopara el pueblo, V.II–180 y enviaría conmigo alguno de los principales para queregistrasen y viesen el puesto para dicho pueblo; y en volviendo ádarles cuenta de lo visto, tomaría luego el camino para aquel paraje.

»Con esto resolví volverme después de dos días, porque no había agua quebeber; y en estos dos días que estuve allí, fué forzoso beber de unoscharquitos que se habían juntado en una cañada, una legua del pueblo, deun aguacero que cayó, que más era barro que agua; y de una poca queellos tenían recogida, llovediza, en unos calabazos, nos dieron uno, porgran fineza, y vendido por un poco de maíz.

»Poco después que se sosegaron los del pueblo, cerrada ya la noche, vinoel cacique, acompañado con algunos viejos, á pedirme audiencia junto ámi toldo; y dándoles asiento por señal de alegría y albricias, me dijoel cacique:

»—Padre, no te aflijas, que después del año en que se haya poblado elsitio que nos señalares, iré con la gente de este mi pueblo hacia elSur, en tres días de camino de montaña, á traer y convidar á otraprovincia de Zamucos (con quienes antiguamente estábamos V.II–181 amigos yquebramos con ellos) que son diez pueblos de tanto número como nosotros;y de ahí á un día de camino, en que remata la montaña y comienzan lascampañas, está innumerable gentío que llega hasta á los pueblos quellamamos nosotros de los españoles. Estos guerrean siempre con esta otraprovincia de Zamucos, que se llaman Ugaroñós (de los cuales hay uno eneste pueblo de San Juan, que antiguamente vino con sus padres á estaotra provincia, y de ahí á los Morotocos; y cuando andaba con losPadres, llegó á ver todo ese gentío, que es el Chaco, y á un ladoalgunos pueblos de Guarayos.) Agradecíle sumamente las noticias alcacique, quien volvió á añadir estaban contentísimos con el paraje queles había insinuado, muy á propósito para poder desde ahí con másfacilidad y brevedad penetrar hasta las naciones dichas, pues desde máslejos había venido yo á sus tierras y pueblos; y dándome otras noticiasde otros gentíos por diversos rumbos, se despidió para irse ádescansar.»

Así el P. Miguel; el cual, queriendo al otro día despedirse de ellos, selevantó una gritería y llanto de toda la gente, á quien el deseo delsanto bautismo no daba aliento para ver partirV.II–182 al Padre Misionero; masdándoles palabra de que cuanto antes los volvería á ver, se quietaron; ylevantadas al cielo las manos, pedían á Dios les diese feliz viaje y quevolviese presto.

Partióse, finalmente, echando mil bendiciones á aquel pueblo, tandeseoso de recibir la santa fe, trayéndose en su compañía aquellosZamucos enviados de su cacique; y reconocido el país de los Cucarates,pasó á San Juan Bautista, donde los neófitos recibieron

y

acogieron

álos

dos

cathecúmenos

con

extraordinario afecto, tratándolos con aquellascortesías que el celo del bien de sus almas y el amor á Dios dictan álos que son nuevos en la santa fe.

Llegó, pues, de vuelta de los Zamucos al pueblo de San Juan á 26 deOctubre de aquel mismo año de 1718 y luego participó las noticias detodo lo referido en este capítulo al Padre Visitador de aquellasMisiones, Juan Patricio Fernández, quien atribuyendo á singularmisericordia de Dios y á los méritos y sudores del apostólico P. Zea queaquellos bárbaros estuviesen tan deseosos del santo bautismo y tancontentos y prontos á dejar sus tierras hizo luego despachar los dosZamucos que trajo el P. Miguel de Yegros, con aviso al cacique de que sefuese con todos sus vasallos á V.II–183 las tierras de los Cucarates, porque enbreve se partiría allá el P. Miguel con el hermano Alberto Romero.

¡Quién creyera que una obra, encaminada con tantos trabajos y sudores ycon tanta felicidad, de donde resultaría á Dios grande gloria y á laiglesia mucho número de fieles, se destruyese en un momento, y de talmanera, que hasta ahora no se les ha podido reducir, bien que siempre seintenta!

La causa de esta novedad la atribuyen todos á la natural inconstancia éinestabilidad de los indios; mas si yo á este común sentir pudieseañadir el mío particular, diría que ha tenido más alta causa esteinfeliz suceso; porque siendo la conversión de las almas obraprincipalmente de Dios, deja Su Majestad muchas veces que las industriashumanas, y la virtud de los medios que ponemos, no surtan efecto, paraque desconfiados nosotros de ellos, atribuyamos á sola la virtud de sugracia aquellos sucesos que efectuándose prósperamente, sería fácil cosanos los atribuyésemos á nosotros mismos.

Mas sea lo que fuere de esto, salieron por Agosto de 1719 el P.

Miguelde Yegros y el hermano Alberto, llevando todo recado paraV.II–184 celebrar laMisa y lo demás necesario para fundar la iglesia de la nueva Reducciónde San Ignacio Nuestro padre, llegando á la campaña que los Zamucoshabían escogido para fundarla, no hallaron persona alguna; y enviandoalgunos por todas partes para tomar noticia de esta gente, hallaron supueblo quemado, y supieron que se había retirado algunas jornadas lejosde allí, junto á una laguna abundante de pesca, cerrando los pasos pordonde se les podía seguir.

Resolvió ir en persona el hermano Alberto en su seguimiento á buscarlos,como lo hizo, y habiéndolos encontrado, los reconvino con la palabra quehabían dado á Dios y á los Padres de querer ser cristianos y vivirjuntos en un pueblo, en el lugar que ellos mismos habían escogido yseñalado.

Hiciéronle al principio buen semblante los bárbaros y con muestras dealegría fingieron querer estar á lo prometido; y en señal de eso, seencaminaron con él hacia el sitio señalado, encubriendo entre tanto enel corazón su premeditada alevosía, y por muchos días fueronentreteniendo con buenas palabras al hermano que procuraba, con todaslas finezas de su gran caridad, ganarles las voluntades con bene V.II–185 ficios.Al fin se quitaron la máscara el día 1.º de Octubre, y muertos átraición doce cristianos, un infame cacique asió de la garganta al santohermano y con el filo de una pesada macana le partió la cabeza,despojóle después bárbaramente, y de miedo de que no viniesen sobreellos á vengar aquella muerte los Chiquitos, se huyeron todos juntos,sin saberse dónde.

El P. Miguel, avisado de este suceso por dos cristianos que por granventura se pudieron escapar del estrago, se volvió con increíble dolorde su corazón por no poder hacer más; y divulgada por todos los pueblosla nueva de la muerte del santo hermano, le lloraron inconsolablementelos indios, los cuales, en recompensa de las buenas obras que de élhabían recibido, le celebraron solemnes exequias en todos sus pueblos,cuanto cupo, y fué posible en su pobreza; y yo, para acabar estecapítulo, daré aquí una breve noticia de su vida y virtudes, por serlemuy debida esta memoria.

Fué el hermano Alberto Romero de nación español y natural de Segovia,hijo de padres honrados y de profesión mercader, bien acomodado; masdeseoso de ver tierras y hacer mayor fortuna, pasó con otros mercaderes V.II–186 Perú, esperando hallar aquí fortuna igual á sus deseos.

No le salieron fallidas sus esperanzas, porque adquirió buen caudal yfué de todos muy estimado; y así la Real Audiencia como el arzobispo deChuquisaca, le cometieron negocios de mucha monta para bien público; mascomo sea tan ordinario en las cosas humanas el hacerse y deshacerse enun punto, mudando semblante á cada paso la fortuna, sin durar mucho enun estado, ya sea próspera, ya adversa, siendo sólo semejante á símisma, en ser siempre inconstante, habiendo estado siempre para nuestroAlberto risueña y propicia, experimentó en sí estas mudanzas; porque derepente, no sé por qué causa, si ya no fuese para que levantase susdeseos á las cosas del cielo, cayó desplomada á tierra la gran máquinade su prosperidad.

En poco tiempo perdió todo lo que en muchos años, y á costa de grandesfatigas había adquirido, con que quedó reducido á mucha pobreza, mas nosin ganancia, porque con este golpe volvió en sí, y viéndose ya anciano,sin tener en la tierra riquezas ni méritos para el cielo, se dolió muchode lo mal que había empleado su corazón en ganar y adquirir bienesV.II–187 caducos, sin quedarle de tanto tiempo perdido más que un perpetuoremordimiento del mal logro de sus años.

Por tanto, resolvió darse todo á Dios, al cuidado de su alma y á lascosas de la eternidad, gastando, como más próvido mercader, el resto desu vida en el tráfico de bienes no sujetos á mudanzas y reveses de lafortuna, en lo cual tuvo mejor logro que cuando en el mundo navegaba suprosperidad viento en popa.

Y Dios, que muchas veces se agrada más de los que vienen á trabajar ensu viña á la última hora, que los que desde la primera hora del díaechan mano á la labor, se agradó sobremanera de su determinación, y ledió luego de contado una plenitud de consuelo en su servicio, por prendade galardón que sobre todos sus méritos le tenía preparado aquí en latierra, y después eternamente en el cielo.

Por aquel tiempo, algunos piadosos españoles, recogiendo de los vecinosde Tarija algunas limosnas, enviaban todos los años un copioso socorro ála cristiandad de los Chiquitos y á los Misioneros lo necesario paracelebrar el santo sacrificio de la misa, y hacer con toda la devociónposible las funciones sagradas.

Con esta provisión le enviaron una vez nues V.II–188 tros Padres del colegio deTarija, con quienes él trataba familiarmente, y luego le pagó Diosaquella caridad muy largamente.

Porque considerando el fervor y santa vida de los nuevos cristianos ylas apostólicas fatigas de los obreros evangélicos, que con vivir ensemejantes trabajos, á los que de sí escribe el Apóstol San Pablo,estaban siempre alegres y con una boca de risa, se mudó en otro hombre yse le inflamó el corazón en vivísimos deseos de unirse más estrechamentecon Dios, y gastar su vida en servicio de aquella nueva cristiandad, yde hecho dió luego muestras de cuán de veras lo decía.

Púsose luego á enseñar á los indios todos los oficios mecánicos, ádesmontar los bosques, á labrar la tierra y á manejar los arados paracultivarla; con los enfermos, viejos y estropeados, tenía entrañas yternura de madre; no había cosa que por ellos no hiciese; con losbárbaros que se convertían de nuevo, se deshacía en afectos de caridad,no sabía apartarse de su lado, parecía que se los quería meter dentrodel corazón; y por bárbaros que fuesen, no dejaba de hacer con ellossemejantes demostraciones, no mirando en ellos lo que parecían en elexterior, sino el valor de sus almas, compra V.II–189 das por el Redentor con elprecio de toda su sangre.

Ni por trabajar tanto por las almas de sus prójimos se descuidaba de lasuya propia; recogíase muchas veces á tener oración, en el cual tiempolas copiosas lágrimas que derramaba, eran indicios de los consuelos conque Dios confortaba su espíritu.

Y á la verdad era bien necesario este consorte celestial para darleánimo y aliento en la dura y continuada batalla con el enemigo infernal,que dolorido fuertemente de que un viejo idiota y sin letras corriesepor el camino de la más alta perfección y se burlase de él quitándoletantas almas de sus manos, no le dejaba de perseguir de día ni de noche,ya apareciéndole en forma de feísimos animales, ya espantándosele conotras visiones abominables.

Duró esta terrible persecución más de tres años; mas nuestro Alberto,asistido siempre de Dios y del ángel de su guarda, que si no estaba á sulado en forma visible, á lo menos lo estaba con la invisible operaciónen su corazón, jamás se dió por vencido, ni omitió las acostumbradasobras de caridad, ni dió un paso atrás en el modo de vivir que habíaemprendido. V.II–190

Y por ventura, en premio de esta generosa constancia, se le encendió elcorazón en vivos deseos de entrar en la Compañía, que amabatiernísimamente; mas atendida su mucha edad, era necesaria la licenciade nuestro Padre General, la que no se podía tan presto alcanzar; por locual, para consolar en parte sus plegarias y sus lágrimas, el P. ViceProvincial Luis de la Roca, cuando visitó aquellas Misiones, le admitiópor Donado hasta que viniese de Roma la licencia de recibirle porhermano Coadjutor de la Compañía; pero el cielo le firmó más presto estalicencia, y la Compañía triunfante le contó en el número de aquelloscampeones que bordaron la librea de Cristo con su propia sangre, antesque acá en la tierra le contase la militante en el número de aquéllos,que con los ministerios humildes de su estado la ayudan á la conversiónde las almas. V.II–191

CAPÍTULO XX

Progresos y aumentos de otrasREDUCCIONES en los años de 1717

y 1718.

Aunque lo que he escrito en estos dos capítulos últimos, ha sucedido enmuchos años y en este tiempo se han convertido á la fe y ganado para elcielo muchos centenares de infieles, todavía, por no confundir lossucesos y Misiones de las Reducciones, los quise separar con ánimo dereferir ahora y dar noticia del fervor y mérito de los neófitos de lasotras tierras, dignándose Dios Nuestro Señor de premiar sus sudores conabundante cosecha de infieles para animarlos á trabajar con mayoraliento y fervor en servicio de la iglesia. V.II–192

Los cristianos, pues, de la Reducción de San Francisco Xavier, hicieronMisión por dos partes diversas.

Algunos Zamalos salieron en busca de unos infieles, que habían halladolos años pasados y los habían dejado de recoger por falta Guarayos,donde fueron bien recibidos; y aunque no se entendían, les hablaron porseñas y movieron á algunos á seguirlos y á recibir el santo bautismo.

Otros, de nación Piñocas, quisieron ir á los Puyzocas, que mataron al P.Lucas Caballero mas apenas lo pudieron conseguir, porque en el caminoentraron en una Ranchería de los Cozocas, tan de improviso, que sentidosde los paisanos, que estaban trabajando en sus sementeras, y creyendoser gente enemiga, se dieron á huir á toda furia por librar la vida; losnuestros alcanzaron á algunos, y entrando en la Ranchería la hallarondesierta, sin persona viviente.

Vieron en los Ranchos muchos escudos, tejidos de plumas de bellísimoscolores con mucho arte é industria; con éstos estaban adornadas lascámaras donde estaban amontonados muchos huesos de difuntos y pedazos decarne fresca, indicios de que eran comedores de carne humana. V.II–193

Andan todos bien vestidos y tienen las mismas costumbres que los Bauresy Cosiricas, bien que usan de diferente lengua. Entre grandes y pequeñosrecogieron 36.

Los cristianos del pueblo de la Concepción fueron á predicar la ley deCristo á los Cosiricas, mas no sacaron más logro que los trabajos.

Dos años antes habían ido á su Ranchería y habían traído cuatro para queviesen las Reducciones, en donde fueron recibidos con grande amor ycortesía.

Estos dos fueron con los neófitos para llevarlos á sus paisanos, dequienes no fueron admitidos con mucho afecto, porque el demonio les pusoen sospecha de que eran Mamalucos ú otros enemigos que habían venido áhacerlos esclavos. No obstante, los sentaron á la mesa y les presentaronalgunos regalos del país; mas concurriendo allí indios de otras tierras,los cercaron en forma de media luna, disparándoles una tempestad deflechas para hacerlos huir; los neófitos, sin hacer más que reparar losgolpes, se retiraron con buen orden, y en medio de que muchos hacíaninstancia á los capitanes para responderles con las armas, venció laparte de los mejores, que, á imitaciónV.II–194 del Redentor, no quisieronvolverles mal por mal; tres quedaron muertos; los otros, maltratados, sevolvieron á la Reducción.

De San Rafael salieron por dos partes en busca de almas; una tropa deTaus ganó á la fe cuatrocientos y ochenta infieles, de nación Bacusones.

La otra, de Tabicas, fué á las riberas del río Paraguay en busca deCurucanes.

Apenas llegaron á orillas del río, cuando un Chiquito con algunos otros,se adelantó, y descubriendo una canoa que venía hacia ellos, seescondieron detrás de algunos matorrales, creyendo ser los infieles quebuscaban; mas observando que era un negro con dos indios, que andabanpescando, gritaron los compañeros del Chiquito: ¡Mamalucos!¡Mamalucos! y se pusieron en fuga precipitada.

Apenas el negro vió sólo al Chiquito, cuando le apuntó con el arcabuz;mas se detuvo en dispararle, porque el indio le gritó en voz alta: No memates, que soy cristiano como tú y no te hago daño; y para que loconociese más claramente, le mostró una imagen de Nuestra Señora con elNiño en los brazos, la cual, el negro, dejando el arcabuz, adoró derodillas.V.II–195

Juntáronse luego allí nuestros neófitos en número de ciento y cincuenta,extendidos en buen orden sobre la ribera.

En este ínterin vino el Capitán de los Mamalucos, y llamando á unChiquito que entendía la lengua Guaraní, le preguntó quiénes eran y áqué fin andaban por aquellas costas.

Respondió que eran hijos de nuestros Misioneros (esta es la frase queusan ellos con los que les han reducido á la fe) y cristianos del pueblode San Rafael, que andaban en busca de infieles para conducirlos algremio de la santa madre iglesia.

—Para el mismo fin los buscamos nosotros,—respondió el capitánMamaluco; y añadió en ademán de enojado:

—¿Y por qué venís aquí si nosotros hemos llevado ya todos los infieles?

Preguntóle después qué Padre le instruía y enseñaba la fe y quién veníacon ellos.

Dijo que el P. Felipe Suárez, era cura de su pueblo, mas que ellos ibansolos.

—Y, pues,—replicó el Mamaluco—¿qué capitanes y conductores osgobiernan?

Aquellos, con astucia más que de indios, les respondieron que suscapitanes eran se V.II–196 senta. Entonces, vuelto á los suyos, les dijo elMamaluco:

—Mucha gente tienen éstos alistada; y sin hablar más, haciendo tocar áretirada, se embarcó con todos los suyos en las canoas, huyendo á todovogar, por no venir á las manos con tanta gente; y quiera el cielo queasí como los cristianos Guaranís, de mucho tiempo á esta parte son elterror de estos crueles enemigos, así lo sean también los Chiquitosreducidos á la fe y al gobierno civil. Los neófitos, alegres con el buenlogro de su astucia, anduvieron mucho trecho por aquella ribera, hastaque finalmente dieron con la Ranchería de los Curucanes, donde siendobien recibidos, se pusieron todos en la plaza, de rodillas, á rezar elRosario de Nuestra Señora para que Su Majestad diese á aquellos gentilesjuicio (frase con que se explican cuando hacen oración por sí ó porotros á Nuestro Señor y á la Santísima Virgen) para que todos abrazasenla santa ley de Dios.

Mientras que los cristianos rezaban el Rosario, estaban los Curucanesllenos de estupor, refugiados en sus Ranchos, sospechando que aquellaera alguna trama inventada en daño de ellos. V.II–197

Acabaron los cristianos su santo ejercicio, y viéndose solos, fueronsiguiendo los pasos de los fugitivos y cogieron diez, los cualesvinieron de buena gana á hacerse cristianos. Y éstos, habiendo vuelto elaño siguiente á aquella tierra, redujeron á la santa fe doscientos yonce, los cuales dieron noticia de otros muchos pueblos que eranconfinantes con ellos, como son Merojones, Guijones, Bacusones,Betaminis, Aripayres, Zipes, Tades, Guarayos, Subarecas, Paricis y otrosmuchos.

También se debe reputar entre los aumentos de esta Reducción un funestosuceso, que para ejemplo de otros sucedió en ella.

Habíase bautizado en San Rafael una doncella de 18 años y se llamabaIsabela, la cual, poco después, se había casado; mas el común enemigo,pesaroso de que se le escapase de sus manos la que antes había sido todasuya, resolvió tentarla cuanto pudo, trayéndola á la memoria su antiguabrutal vida.

Ella, pues, ya por estar en la flor de su edad y en lo mejor de lajuventud, ya por las sugestiones del demonio, se rindió, finalmente, ásus apetitos, viviendo peor que antes: porque es ordinario que sea másmalo quien abandona la fe que quien jamás la ha profesa V.II–198 do. Perdida,pues, la vergüenza y el temor de Dios, se amistó mal co