Qué sentimiento y lágrimas de consuelo causó en el santo varón el vermartirizado á su compañero, y por otra parte qué dolor tendría dehaberle perdido, esto más fácil es discurrirlo que explicarlo; abrazóle,bañóle en lágrimas de V.II–114 santa envidia, y le hubiera de buena gana llevadoconsigo, á haber sido capaz de ello la embarcación.
No sabía aún que Dios le quería dar en breve, con semejante corona, elgalardón de tantos trabajos y fatigas sufridas por acrecentar su gloriay el bien de las almas.
Viendo esta carnicería los neófitos, le dijeron:
—Padre, demos la vuelta, porque los Payaguás están enconados connosotros y nos matarán, como lo han hecho con los demás.
—Eso no—respondió el Padre—porque estamos ya muy distantes: Dios serácon nosotros, pues que por su amor nos hemos puesto en camino.
Querían, á lo menos los indios prevenir las armas, y nuestros Guaraníssus mosquetes. Ni aun esto les permitió, diciendo que quería morir porCristo, y les exhortó con palabras ardientes á sacrificar á Dios susvidas, diciéndoles:
—Si nuestros trabajos y sudores no han sido suficientes para conduciral fin deseado esta empresa, lo supliremos á lo menos con la sangre; queno podían hacer obra más agradable á Dios ni á sí mismos más provechosa,que per V.II–115 der la vida en testimonio de aquella fe que profesaban; que noperdiesen aquella corona que se les ofrecía y que tantos andabanbuscando sin tener la suerte de encontrarla; y que se verían en breveeternamente felices en el cielo, con sólo ofrecer de buena voluntad suscabezas á las macanas de los Payaguás.
Con este razonamiento se animaron aquellos buenos cristianos á no hacercaso de su vida temporal é imitar el ejemplo y valor del santoMisionero.
Pasaron un poco adelante, cuando de repente cayeron en las celadas deaquellos malvados, los cuales saliendo con presteza al encuentro, alprimer lance aferraron la embarcación y la llevaron á tierra; el primeroque entró en ella fué aquel maldito indio Cotaga, que llegándose al P.Arce, le sacó á la playa echándole con ímpetu en el suelo y fué menestermuy poco, porque estaba ya consumido de fuerzas y sólo se tenía en pieen cuanto el aliento y fervor de su espíritu le daban ánimo y vigor;sacó luego su macana aquel sacrílego infiel, y le dió tan fiero golpe enla cabeza que le quitó al punto la vida, sin poder decir otra cosa,sino:
—Hijos míos, muy amados, ¿por qué hacéis esto?V.II–116
A este tiempo en la ciudad de la Asunción el R. P. M. Fr.
Joseph deZerza, comendador del convento de Nuestra Señora de la Merced, amigo muyíntimo del siervo de Dios, por haber sido su discípulo en la filosofía,le vió entrar en su celda y le dijo con tierno afecto:
—Hijo, encomiéndame á Dios, porque me hallo en grandes angustias.
Esto sucedió poco antes que le matasen, según el cómputo que después sehizo; por lo cual el día siguiente ordenó á sus súbditos que dijesen lamisa por su intención; y se vió obligado á descubrirles la causa por elsemblante pálido y descolorido que tenía.
Después de haber aquellos malvados cometido esta bárbara traición,dieron sobre los compañeros del P. Joseph, los cuales, movidos ya, desus palabras, y mucho más de su ejemplo, se dejaron matar sin la menorresistencia, haciendo este acto de generosidad y mansedumbre, cuando tanfácilmente, aunque tan pocos, se podían defender á sí mismos y al Padrecon los mosquetes que traían.
Mas no quiso Dios que muriesen todos, para que tuviésemos noticia de lafelicísima suerte de estos dos operarios Apostólicos; á algunos, V.II–117 pues,dejaron con la vida, bien que condenados á esclavitud perpetua.
Los matadores transportaron el cuerpo del P. Arce á la otra banda delrío, y le entregaron á los Guaycurús, que también habían echado leña alfuego, y tenido parte en este cruel delito.
Tomaron éstos el cadáver del santo mártir y se enfurecieron contra élcon grande inhumanidad, hiriéndole con sus lanzas, y sólo desearonensangrentarse más cuando ya no había qué maltratar y herir.
Aquel apóstata Ambrosio, que había sido la causa principal de estaimpiedad, despachó luego algunos de sus cómplices á avisar de losucedido á la gente que iba á Nuestras Misiones de los Guaranís áalistarse en el número de los fieles.
Apenas lo supo Quatí, el cacique principal de todos, y el más fervorosoen el deseo de recibir el santo bautismo, cuando saliendo de sí dedolor, dió la vuelta con todos sus vasallos para vengar las muertes delos Padres.
Los delincuentes, viendo que no se podían escapar de la furia de aquelvaleroso cacique, llamaron en su favor á los Guaycurús; pero con todoeso los acometió Quatí con grande V.II–118 valor, y á la primera embestida matóá no pocos de los cómplices; los otros, no pudiendo resistirle, seentraron huyendo por las selvas, y por mucho tiempo no osaron salir deellas; por lo cual todos los días este cacique daba en rostro á losmenos malos con tan enorme delito, diciéndoles que ¿á qué fin habíanquitado la vida á los Padres que tanto bien les hacían y los queríantanto? que se fuesen á los Mamalucos y viesen si ellos los tratabanmejor.
Dejaron los traidores en su fuga los ornamentos del altar y otrasalhajas sagradas, que, aunque profanadas y hechas pedazos, las recogióQuatí para restituirlas, porque todavía mantenía su buen deseo de sercristiano; mas éste al fin se desvaneció por haber algunos caciques desu nación, confinantes con la Asunción, roto las paces con losespañoles.
Ha sido bien particular la providencia que Dios ha tenido para darnosnoticia de todos estos sucesos.
Había ya poco menos de dos años que no se sabía el fin de estos dosApostólicos operarios, por lo cual estábamos sobre manera afligidos ydesconsolados.
Creían algunos que, viéndose imposibilitados á volver á la Asunción, sehabían internado V.II–119 por el país á predicar en él la santa ley de Dios; yera fundamento para este juicio el celo insaciable de entrambos, pues ádonde quiera que se les ofreciese ocasión de predicar, iban aun á costade grandes sudores y trabajos; otros discurrían mejor que habían sidomuertos por los Payaguás, ó á lo menos hechos esclavos.
Y en carta que he visto escrita de la Asunción de 30 de Abril de 1717,escrita después del castigo de muerte que se dió á los Payaguás dichos,se decía corría por cierto en aquella ciudad que había muerto sólo el P.Arce, y al P. Blende le tenían los mismos Payaguás cautivo con algunosde sus indios, y que al piloto español le habían vendido á losGuaycurús.
Quiso Dios al fin consolarnos con noticia cierta del felicísimo arribode estos dos Misioneros al puesto de la bienaventuranza, con una muertetan gloriosa.
Fueron, pues, testigos de vista de todo lo sucedido, cuatro cristianos,compañeros del P. Arce, cuyos nombres eran: Joseph Mazzabis, JacintoPoquibiqui, Pablo Tubarí y Pedro Melchor Guarayo, que habiendo estadoesclavos de los Payaguás, fueron rescatados por los Padres en el primerviaje, y en este los habíaV.II–120 llevado consigo el Padre para intérpretes deaquella lengua.
Estos ahora también quedaron esclavos segunda vez de los Payaguás.
Los cuatro, pues, con una india, de nación Asionés, también esclava, porel mes de Enero de 718, se salieron de entre los Payaguás, con pretextode ir á buscar algunas frutas silvestres, llamadas motaquís, ydejándolos descuidar, cogieron dos canoas y se dieron á la vela, vogandocon la fuerza que les daba el deseo de la libertad y el temor de seralcanzados de sus cruelísimos dueños.
Navegaron cosa de doscientas leguas hacia la laguna Mamoré, donde,dejadas las canoas, se metieron por la espesura de los bosques para nocaer en manos de los Guaycurús; y tomando el camino hacia el pueblo deSan Rafael de los Chiquitos, consumidos de los trabajos y de la hambre,llegaron, con mucha dificultad al dicho pueblo, y dieron las noticiasque yo aquí he referido.
Ya es tiempo de dar alguna noticia de estos dos celosísimos Misionerospara ilustrar esta historia con la relación de su vida y virtudes, bienque será con toda concisión.
Nació el P. Joseph de Arce á nueve de No V.II–121 viembre del año de 1651, en laisla de la Palma, una de las Canarias.
Sus padres, no menos ilustres en la sangre que en la piedad, le criaronen el santo temor de Dios y devoción á la reina de los Ángeles; ydescubriendo en él una índole que prometía grandes esperanzas para losadelantamientos de su familia, le enviaron en edad tierna á laUniversidad de Salamanca, donde con la cultura de las ciencias sehiciese apto para conseguir alguna dignidad eclesiástica ó secular,según el estado que eligiese.
Mas Dios Nuestro Señor que muchísimas veces se vale de los intereseshumanos, para lograr mejor el fin de su eterna providencia, se sirvió dela ida de nuestro Joseph á aquella Universidad para llamarle á laCompañía y después al Apostolado en las Indias.
Ponía empeño en el estudio de las letras, con la mira siempre á lo queel mundo promete y después no cumple; pero como más por disposiciónajena que por voluntad propia, había puesto sus esperanzas en las cosascaducas y perecederas, tuvo poco que hacer en él el desengaño; puesconsiderando los innumerables que llenos como él de esperanzas se habíanalistado en las banderas del mundo y no ha V.II–122 bían alcanzado más premio,después de sus trabajos y fatigas, que quedar desvanecidos y burladossus intentos, se persuadió á que lo mismo le sucedería á él, si malaconsejado tomase su partido; pero que si ofreciese sus sudores ytrabajos á Dios en el camino de la virtud, lograría, por premio, lagloria.
Estas y otras reflexiones le alumbraron no poco el entendimiento, yencendieron la voluntad en el amor á las cosas del alma, de Dios y de laeternidad, hasta que labrando interiormente el Espíritu Santo con sugracia en su corazón este desengaño, le trocó totalmente en otro hombre;y así, resuelto á ser religioso, se sintió llamar eficazmente á laCompañía; y como ya estaba descarnado de las cosas del siglo, fácilmenteobedeció á las inspiraciones del cielo, y recibido en la Compañía en elmismo Colegio de Salamanca, á los 3 de Julio de 1669, pasó luego á tenersu noviciado en Villagarcía.
Apenas nuestro novicio puso el pie en aquella santa casa, cuando, comoárbol escogido, trasplantado junto á las corrientes de las aguas de lagracia, comenzó á dar frutos de todas las virtudes.
Estaba entonces en los dieciocho años de su V.II–123 edad, y era de naturalardiente y vivo; mas sujetó y rindió tanto esta viveza desde losprimeros meses de noviciado, que no dejó pasión que no domase, regla queno observase, virtud que no practicase, ajustándose muy desde luegoperfectamente al modelo y nivel de nuestras constituciones.
Cumplido tan santamente su noviciado, pasó á los estudios mayores, dondejuntando el fervor y devoción con las ciencias, concibió ardientesdeseos de consagrarse á Dios más estrechamente en las Misiones de lasIndias y seguir más de cerca las pisadas del glorioso apóstol SanFrancisco Xavier.
Para el cumplimiento de sus deseos le ofreció ocasión muy oportuna lavenida á Europa del P. Cristóbal de Altamirano, Procurador general de laprovincia del Paraguay, á cuyo cargo estaba llevar sujetos de laCompañía que conservasen y dilatasen la fe en aquellas dilatadasprovincias.
Consultó primero este negocio en la oración con Dios y con su grandeabogado San Francisco Xavier, y luego manifestó sus deseos á losSuperiores, pidiéndoles con mucha instancia le diesen licencia parapasar al Paraguay.
Nuestro Padre general Juan Pablo de Oliva, V.II–124 sabiendo la santa y loablecostumbre de las provincias de España, en no retener en Europa lossujetos que Dios escoge para predicadores de su santo nombre en el NuevoMundo, remitió la licencia á arbitrio del P. Provincial de la provinciade Castilla, que á la sazón lo era el P. Pedro Jerónimo de Córdoba, áquien pareciéndole ser el hermano Arce joven de quien se podía esperarmucho fruto en la conversión de los indios, por su modo de vida ajustaday conforme al espíritu de la Compañía, sin haber jamás descaecido unpunto en la carrera de la perfección, aun en el tiempo más peligroso delos estudios, le destinó luego prontamente para esta provincia.
Llegó á Buenos Aires el año de 1674, habiéndose portado en toda lanavegación con grande ejemplo y edificación; y fué tal el que dió de suporte religioso en aquel puerto, que he oído á un sujeto, que ahora esde la Compañía y entonces era seglar, que no se cansaba de mirarlecuando salía fuera del colegio y se iba tras él sin acabar de admirar susilencio, recogimiento y compostura exterior y una modesta alegría quemanifestaba en su rostro el espíritu del Señor, de que estaba lleno sucorazón. V.II–
125
Cuál fuese después en las Indias, no me parece lo podré declarar mejorni con prueba más cierta y convincente, que con el universal sentir detoda esta provincia, que le acomodó aquellas palabras copiossisimeSanctus, con que San Agustín epilogó las virtudes de su grande amigoSan Paulino, fundado este concepto tan alto en el grande celo, humildadprofundísima, ardientísima caridad, trabajos apostólicos, desprecio desí mismo y
de
su
vida
y
otras
heroicas
virtudes,
que
conservóinvariablemente en el largo espacio de cuarenta y uno ó cuarenta y dosaños que aquí gastó en servicio de Dios y provecho de las almas.
No repetiré aquí sus fatigas en las provincias de Chiriguanás, deChiquitos y de los Guaranís y en el descubrimiento del río Paraguay, lasconversiones que allí hizo, las iglesias que fundó, las repetidas vecesque estuvo en peligro de perder la vida, el trabajo en aprender conexcelencia tantos bárbaros y diferentes idiomas, Chiquito, Quichuo,Guaraní, Chiriguaná y Payaguá; sus continuas tareas en provecho de lasalmas y aun de los cuerpos de los infieles y neófitos, las grandes ymolestísimas persecuciones que por esta causa padeció, hasta llegar áser mortificado y reprendido públicaV.II–126 mente como hombre sin prudencia ysin juicio.
Sólo diré algo de otras virtudes suyas; y en primer lugar se ofreceluego á la vista aquella admirable concordia que tuvieron en el PadreJoseph de Arce los empleos de Marta y María; esto es, la vida activa yla contemplativa, las ocupaciones exteriores en servicio y ayuda de losprójimos, y la interior y estrecha unión con Dios.
Lloran continuamente los Misioneros y se desconsuelan mucho viendo quedespués de haberse empleado todo el día en provecho de los neófitos, sintener el menor descanso, después, entrada la noche, apenas puedenrecogerse á solas con Dios un rato.
Mas el P. Arce, después de sus ordinarias ocupaciones en ayuda de losprójimos, luego que se ponía en presencia de Dios en la oración, estabatan dentro de sí, que todo lo que no era Dios lo dejaba lejos de sí; ysé de persona fidedigna, testigo de vista, que le veía orar delante delSantísimo Sacramento, que observaba en el Padre tan devota compostura, ytal inmovilidad de cuerpo y de sentidos, que le compungía no poco yayudaba para atender con mayor devoción á este santo ejercicio; bien quesu orar y estar en la presencia de Dios, no V.II–127 se reducía á horasdeterminadas, sino que jamás perdía de vista aquel infinito bien, desuerte que estaba todo en lo que hacía, y todo en aquél por quien lohacía, no solamente obrando por amor sino amando en el mismo obrar; ycualquiera que fijaba en él los ojos lo conocía manifiestamente.
Por tanto, no conociendo él en todo el mundo, belleza digna de amar, nibondad á qué aficionar aún el más mínimo de sus deseos, sino mirando ensólo Dios, que era siempre para él todo lo amable por su belleza y todolo apetecible por su bondad, se olvidó y perdió de vista todas las cosasde la tierra y aun á sí mismo; cátedras, púlpitos y cualquier otrooficio honorífico de los que tal vez suelen estimar los menosdesengañados en el pequeño mundo de la religión, eran para el P. Arcecargas insufribles, y por eso, como vimos, no acabó de llorar y de hacerinstancias á los Superiores, hasta que le descargaron de la ocupación deleer las Facultades mayores en la Real Universidad de Córdoba deTucumán.
Y para que más pleno concepto se haga de lo que se despreciaba á símismo, referiré sólo un caso, digno singularmente de tenerse en eternamemoria, y lo he sabido de sujetos deV.II–128 la Compañía, que fueron testigosde vista.
Tenía aventajado talento de púlpito el Padre Joseph, y por esto se lehabía encargado predicase sobre las virtudes de su grande apóstol SanFrancisco Xavier á un lucido y numeroso auditorio en la ciudad deCórdoba, en el día de la fiesta del santo, que aquí se guarda deprecepto; mas el Padre, á quien resultaba no poca honra de aquellafunción, la quiso convertir toda en provecho propio; por tanto, subiendoal púlpito; se volvió al Ilmo. Sr.
Obispo de Tucumán, D. Fr. Nicolás deUlloa, de la esclarecida orden de San Agustín, y excusándose conprotesta de que no tenía habilidad para componer ni decir cosa buena,explicó, con períodos mal formados y peor dichos, algunos puntos de ladoctrina cristiana; y no paró aquí su propio abatimiento y desprecio,pues lo que el Padre empezó de su voluntad, otro lo acabó, sin que él lopensase, con burla; porque cierto mozo, discípulo suyo en la filosofía,saliendo pocos días después al teatro público en traje de bufón,representó al vivo aquella misma acción del púlpito, glosándola demanera que movió á, risa á los circunstantes, con no pequeño desdoro ydesprecio del P. Arce.
Estuvo éste tan lejos de sentirse de aquelV.II–129 desmán de su discípulo, queantes, alegrándose sumamente, le dió muchos abrazos y agradecimientos ásu injuriador, de lo cual él no poco se compungió, y fué en adelanteperpetuo panegirista de sus virtudes.
El vestido que usaba era tan vil y despreciable, y la sotana tan pobre yremendada, que el mendigo más miserable no pudiera vestir máspobremente. Su comida, tan parca y mal guisada, que ni aun los bárbaros,que viven como brutos en las selvas, la hubieran podido aguantar tanlargo tiempo; y pasó por las manos de muchos una calabaza, que le servíade olla, escudilla y vaso; de ordinario pasaba con maíz, sin otroaderezo que el que de suyo tiene este desabrido manjar, cocido en agua,y cuando sus enfermedades le obligaban, añadía un pedacillo de carne malasada.
Concluiré el elogio de este varón Apostólico con un acto que por venturaes el más digno de saberse y que él sólo bastaba para contarle entre losheroes de esta provincia; para cuya inteligencia me es preciso tomar larelación de más lejos.
Habíase roto, no sé por qué causa, la antigua paz y amistad entre losindios Guaraníes y la nación de los Guanoás; los ánimos de éstosestabanV.II–130 tan exasperados, que habían jurado de no dejar con vida ácualquier Guaraní que cayese en sus manos; ni paraba aquí el daño deestas enemistades, sino que amenazaban también la total ruina ydestrucción de la floridísima cristiandad del Uruguay y Paraná; porquelos Guanoás no permitían que los cristianos, para la manutención de suspueblos, que no usan otra comida que carne, pasasen el Uruguay á hacerprovisión de vacas, de que solían juntar veinte ó treinta mil cada añoen las vastísimas campañas que están á orillas del mar Atlántico; por locual la hambre y carestía afligía muchísimo á la gente de lasReducciones.
Nuestros Misioneros habían usado de muchos y eficacísimos medios paraapagar toda malevolencia y odio entre las dos naciones y reducirlos á suantigua amistad, pero todo había sido en vano.
Quisieron, lo primero, probar si podían convertir á la santa fe á losGuanoás; pero ellos lo rehusaron obstinadamente, dándoles por respuestala misma razón porque los Jarós eran perdidísimos idólatras; conviene ásaber, que el Dios de los cristianos sabía tanto, que no le era nadaoculto, y por ser inmenso estaba en todos lugares mirando lo que enellos se hace;V.II–131 que no querían tener un Dios que tuviese tanta ciencia ylos ojos tan abiertos; que en sus bosques y cavernas vivían ellos conmás paz y libertad sin tener un síndico ni juez continuo de susacciones.
No aprovechando este medio, se tomó otro expediente que sólo parecía másconcerniente al intento y fué comprar la amistad y benevolencia de lanobleza Guanoá con algunos presentes de cosas ordinarias entre nosotros,mas entre ellos muy apreciadas. Pero ni aún de esta manera se pudoreducir su obstinación á tratado de paz y concordia.
Entre tanto crecía la carestía, lloraban los pueblos y se podía temercon fundamento que la peste ó la desesperación destruyese aquellailustrísima iglesia. Viendo esto el P. Arce, se ofreció á ir en personaá hablar á los principales caciques de los Guanoás y arriesgar su vidapara rescatar de aquellas miserias las ánimas y los cuerpos de tantosmillares de cristianos y arrojarse á la furia de la tempestad, para quecon sola su muerte se serenase del todo.
Y en la realidad se tenía por cierto había de perder la vida, por lasmanifiestas señales del odio que nos tenían los Guanoás; por lo cual losnuestros, al darle los últimos abrazos á laV.II–132
despedida, le lloraban comosi de cierto fuese á morir.
El, con una serenidad de rostro imperturbable, se puso en camino,pidiendo á Dios aceptase su vida en sacrificio de placación y paz, ó dela manera que más le agradase á su Majestad, y le fué necesario padecersemejantes trabajos, á los que toleró en su viaje á las Misiones de losChiquitos.
Los bárbaros, admirando la generosidad y grandeza de su ánimo, ó yafuese por su virtud, de que ellos también hacían grande aprecio, ó porla destreza y eficacia de sus agencias, ajustó por fin tan difícilnegocio, se estableció la antigua y mutua paz entre ellos y se remedióla necesidad y hambre de tantos pueblos. Falleció este incomparablevarón por el mes de Diciembre de 1715 en edad casi de setenta y cincoaños, cuarenta y seis de religión y veintinueve de profesión de cuatrovotos que había hecho á los 15 de Agosto de 1686. Fué un trienio Rectordel colegio de Tarija, en que promovió mucho la observancia y religiosanuestros ministerios.
Dejemos ya á este admirable varón y pasemos á dar alguna noticia de suapostólico compañero. V.II–133
Nació, pues, el P. Bartolomé Blende á 24 de Agosto de 1675
en la ciudadde Bruxas, una de las principales del condado de Flandes, de padresnobles.
Era dotado de excelente ingenio, y para lograrle, empezó á estudiar ensu patria las letras humanas y alguna cosa de filosofía; mas llamado deDios á aprender en la Compañía de Jesús la sabiduría del Evangelio, notuvo mucho trabajo en obedecer, pues aun en medio de los peligros delmundo, vivía con mucha religión y piedad.
Habiendo vivido en su provincia de Flandes cerca de quince años, alcanzóde nuestro Padre general Miguel Ángel Tamburini licencia para pasar álas Indias, cosa que por largo tiempo había deseado.
Pasó de Flandes á Madrid, donde en su Colegio imperial esparció en breveel olor de su santidad y virtud, y formaron todos universalmente unconcepto extraordinario de que era varón apostólico y dotado de aquellostalentos que son necesarios para las Misiones de las Indias; por locual, mucho tiempo después de su partida, duró allí fresca la memoria desus virtudes. De Madrid fué á Cádiz, donde se embarcó á 2 de Marzo de1710 en los navíos que salían V.II–134 para el puerto de Buenos Aires encompañía de otros ochenta y nueve jesuitas de varias naciones, perotodos de un mismo espíritu, que los conducía de Europa á la América álas fatigas y penalidades de las trabajosas Misiones del Paraguay yChile.
Mientras el día siguiente navegaban viento en popa, se levantó unaespesa niebla, y cubiertos de ella se acercaron tres navíos holandeses,los cuales con grande estrépito y ruido de batalla los arrestaron,disparándoles un tiro de artillería y estuvo á pique de haber un combatesangriento de ambas partes, defendiendo los unos sus haberes y lasgrandes esperanzas con que se habían embarcado, y los otros, esperandohacerse ricos con un cuantioso despojo; mas como los españoles al cargarsus navíos de registro, no observen la común medida del peso que áproporción del buque se debe cargar, sino que meten más géneros de losque caben, añadiéndose á esto la gruesa cantidad de provisiones paraseis ó siete meses, de ahí nace ir tan hundidos en el agua, que sólollevan fuera lo que es preciso para que se mantengan en ella, quedandoinútil la más de la artillería para pelear, por ir las andanas dentrodel agua. V.II–135
Por esta causa, juzgando cuerdamente los capitanes que era menos malrendirse que pelear, pues rindiéndose tenían esperanza, que por laprotección de la reina de Inglaterra, de quien tenían pasaporte, se lesvolvería la mayor parte de sus haciendas, echaron banderas; y aunque locontradijeron los marineros y los pasajeros gritasen protestando que seponían á manifiesto
peligro
sus
personas
y
caudales,
se
rindierontotalmente.
No es fácil de decir con qué algazara y furor entraron los vencedores enlos navíos, que despojando á los oficiales y pasajeros los trataron conun modo muy extraño y cruel, registrando los pechos aun á los mismoscapitanes con instrumentos sútiles de hierro para ver si por venturahabían escondido en el seno algunos pedazos de oro ú otra cosa preciosa.Lo que pareció tan mal, aun á los senadores y magistrados de Holanda,que llamando á los capitanes holandeses á Amsterdam á dar razón de sí,les privaron y depusieron de sus oficios.
Los nuestros, pues, á quienes la sotana de la Compañía hacía dignos depeor tratamiento en el juicio de los herejes, fueron de ellos muymaltratados, quitándoles á todos su ropa y lo demás, y echándolos en ellugar peor y V.II–136 más desacomodado de las naves, con sólo el mantenimientopreciso para no morir.
Entre tanto los vencedores banqueteaban y se regalaban muy festivos conla provisión que habían hallado en los navíos, mas á costa de losvencidos todo; porque tomados del vino y brevajes que hacían, salían tanfuera de sí, que á manadas andaban discurriendo por todas partes, depopa á proa, tomando por entretenimiento y placer escarnecerlos á todoscon mofas injuriosas, con visajes ridículos, y tratándolos taninfamemente, como si fuesen una vil canalla de turcos.
También los nuestros mantenían á su costa gran parte ó la mayor de estafiesta; porque como echando mano de ellos les registrasen aun los mássecretos senos, y hallasen en el lugar de joyas cilicios, cadenillas ydisciplinas, montando en cólera por verse burlados, les sacudíanreciamente con ellas; otras veces, como queriendo usar con ellos demisericordia por verlos pálidos y consumidos de tantos trabajos, lesofrecían unos grandes vasos llenos de licores suyos propios; y si pormodestia ó por otra causa rehusaban llegarlos á los labios, lesobligaban á ello con la pistola en la mano.
En tantas y tan duras aflicciones, que les V.II–137 duraron desde 26 de Marzohasta 6 de Abril era el P. Blende el consuelo y alivio de todos, y consu afabilidad y cortesía se ganó la voluntad del capitán holandés, conque pudo alcanzar algún alivio para sus hermanos, hasta que dieron fondoen Lisboa el domingo de Lázaro en la tarde.
En aquella ciudad, á donde había llegado la fama de lo sucedido habíanya prevenido el insigne colegio de San Antonio y el Noviciado algunaslanchas en que salieron á recibir á los nuestros, y con el mayor cariñoy amor que es imaginable, les p