A pocos pasos vió que venía hacia sí uno de los Chiriguanás, quedespavorido á la vista del P. Felipe, como de enemigos, metió lasespuelas al caballo, y llegando á toda carrera á su Ranchería dió avisoque venían Mamalucos, con que se previno para la defensa y puso en armastodo el contorno. Por lo cual, no teniendo el Padre quien le guiase yviéndose abandonado de sus cristianos, dió la vuelta á San Joseph, yaunque no pudo noticiar de lo sucedido al P. Fernández, lo supo éste enel valle de las Salinas por aquella voz que se divulgó, de la cualconjeturó había sido lo que había intentado el P. Felipe.
A fines de Septiembre se partió el P. Fernández á los Chiquitos, yllegando á las tierras de los Chiriguanás, llamadas Palmares, tuvonoticias más ciertas del camino que habían abierto los Chiquitos. Por locual resolvió el P. Visitador Juan Bautista de Zea, dejado el caminoantiguo, tirar al Oriente hacia el río Parapití á una Ranchería deChiriguanás, llamada Charaguá, por donde pasa aquel río; aquí trató condos caciques para que le guiasen hasta donde había llegado el P.
Suárez,ofreciéndose éstos al punto, anticipándoles los nuestros una buena paga;pero el día antes de la partida, estando bien tomados de la chicha, quees su vino, desV.I–219 cubrieron cuanto maquinaban en su corazón, y era lacausa de todo que sus parientes habían montado en cólera porqueenseñaban á los Padres aquel camino por donde en adelante vendrían árobarlos y hacerlos esclavos los Mamalucos, diciéndoles era mejormatarlos á macanazos, ó si no á lo menos conducirlos á donde los tigreshiciesen estrago en ellos; los caciques, empero, querían mantener lapalabra sin moverles nada estas razones que alegaban, más por deseo dela ganancia que sacaban, que por certidumbre que tuviesen de lospeligros que les podrían suceder.
Por lo cual el día siguiente seaprestaron puntualmente para ir sirviendo á los Padres y los acompañaronhasta el Parapití.
Pocas millas faltaban para llegar al lugar donde el P. Suárez habíavuelto atrás, cuando los dos caciques se dejaron salir de la boca estaspalabras: «Gran lástima tenemos de vosotros, porque os han de robar ymatar los Tuquís que discurren por este camino». Tuquís llaman á lospueblos que no son de su nación.
El P. Visitador hacía que no los entendía y quería pasar adelante, peroaconsejándose con sus compañeros, sospechó maquinaban alguna traiciónlos Chiriguanás, y que con el pretesto deV.I–220 los Tuquís, querían encubrirsus tramas; pues fuera de ellos no había otros en el país que habíanregistrado bien los Chiquitos, por lo cual, so color de que lascaballerías se habían cansado y que no podrían andar lo que les faltabade camino, se dieron prisa á volver atrás para escapar de las uñas deaquellos bárbaros, que por sólo robarles las pobres cosillas quellevaban consigo, les querían hacer traición. Y no se engañaron, pues seencontraron con muchas cuadrillas de aquellos bárbaros que, preguntadosá dónde iban, respondieron que á pescar en el Parapití; pero se lesescaparon de las manos estos peces que iban á buscar.
No se perdió del todo tan largo viaje, ni las fatigas y trabajos quepadecieron estos fervorosos operarios, disponiéndolos Dios para que lasalmas de dos niños consiguiesen la feliz suerte de su predestinación.
Estaban éstos en el Charaguá ya para expirar, cuando fueron llamados losnuestros para que les aplicasen algún remedio corporal; pero viendoellos perdida la esperanza de la vida temporal, les procuraron elremedio del alma con el santo bautismo, y apenas le recibieron, cuandofueron á gozar de aquella bienaventuranza que, ciegos sus padres, tantoaborrecían.
Lo
cual
llenó
tanto
de
júbilo
á
aquellos
vaV.I–
221 ronesapostólicos, que por ello sólo les parecieron bien empleados tantossudores y fatigas.
A causa de estos embarazos no pudieron llegar á los Chiquitos hastamediado Diciembre, con que les fué preciso hacer alto en la Reducción deSan Francisco Xavier por las lluvias que ya inundaban el país.
Poca gente halló el P. Visitador Zea en las Reducciones, porque apenaslos indios habían levantado sus casas, y recogido algunas mieses para sumanutención, cuando se partieron al punto á reconocer el país y susconfines y espiar las Rancherías de los infieles, porque ya que habíasido costumbre antigua suya hacer guerra á los confinantas y tomarlospor esclavos, se valieron de eso los nuestros para dilatar la gloria deDios y en provecho de aquellos infieles que vivían en las tinieblas dela muerte y de la infidelidad; persuadiéronles, pues, que fuesen por lasRancherías de los circunvecinos, pero sin causarles el menor daño ni enlas vidas ni en la haciendas; antes bien, que con afabilidad y con otrosbuenos modos, les diesen noticias de Dios y de las cosas del cielo,enseñándoles el fin para que habían sido criados y vivían en el mundo,la necesidad de abrazar la ley de Cristo para ser eternamente felices,y V.I–222 que procurasen ganarse el afecto de alguno de ellos, para quesirviese de guía é intéprete á los Misioneros.
Los buenos cristianos empezaron á ejercitar tan puntualmente la lecciónque se les dió, que por no traspasarla aún levemente, se dejaban hacerpedazos de los bárbaros, por lo cual fué necesario explicarles lo quepodían hacer si fuesen acometidos para que no sucediese en adelante loque sucedió á unos indios de la Reducción de San Joseph, que yendo enbusca de las Salinas dieron en una Ranchería de infieles; entraron enella sin armas, desplegado sólo el estandarte con la imagen de NuestraSeñora, y con palabras suaves y corteses procuraron domesticar lafiereza de los moradores; pero éstos, mirándolos con malos ojos, dieronsobre ellos como tigres é hicieron en ellos tan cruel estrago, que sóloun indio con dos muchachos pudo escapar con vida.
Otro tanto, si no ya peor, porque fueron más en número, sucedió á los deSan Juan Bautista. Internáronse éstos en país enemigo, ochenta y másleguas á una tierra de infieles cercada alrededor de profundos fosos deagua, junto á los cuales tenían fabricadas sus casas; entraron dentrolos nuestros y dos solos de sus moradores, porque los demás estabantrabajando en elV.I–223
campo, salieron fuera á hacerles frente y áamenazarles con sus flechas.
Viendo uno de éstos que los cristianos no desistían de avanzarse, hiriócon una saeta al que llevaba la imagen de Nuestra Señora, á quien ellosno hicieron otro daño que quitarle las armas (cosa maravillosa digna detenerse por milagro aun en los aprovechados en el espíritu, no ya enbárbaros, en cuyos corazones reina más la venganza que en el cuerpo elalma); pero las mujeres, empuñando las armas, fueron á los sembrados áavisar á los hombres, los cuales, dejada la labor, volvieron al puntocon ánimo de hacer en ellos una gran carnicería; pero viendo el número,y habiendo con daño propio probado otras veces el coraje y aliento delos Chiquitos, se detuvieron y previnieron la mesa en qué repararse dela hambre, hablando más por señas que con palabras por ser de diferenteslenguas.
Poco después vino el cacique, que al punto hizo retirar á los suyos yordenó que recogiesen las armas que los nuestros, en señal de paz,habían puesto en el suelo.
Llevaban esto de mala gana los Chiquitos; pero su Capitán, fervorosísimoen la fe, cuando antes de convertirse parecía una fiera, mandó que selas dejasen coger, queriendo con tal bonV.I–
224 dad y mansedumbre ganarles elafecto y la voluntad, y sus almas para Cristo. Pero aprovechó poco,porque luego que los vieron desarmados cargaron los bárbaros sobre ellosy hubieran hecho en ellos un grande estrago, hasta no dejar ningunovivo, si no se hubieran entrado algunos pocos dentro de los fosos;quedaron muchos heridos, y por muchos meses llevaban en el cuerpo lasseñales del fervor y deseo que fomentaban en sus pechos de verter lasangre por Cristo.
Fué uno de ellos herido en el vientre, y la punta de la flecha le dañólas entrañas; el cual con gran trabajo le condujeron á casa en brazosajenos, y postrado en la cama por mucho tiempo, hasta que no le quedómás que la piel sobre los huesos, perdida la esperanza de sanar trató unMisionero de disponerle para morir, diciéndole que perdonase á susenemigos y se tuviese por dichoso en dar su vida por llevar á otros laluz del Evangelio, que imitase á su buen Redentor que por sus enemigospidió perdón á su Eterno Padre, amándoles con amor infinito, enrecompensa de las injurias recibidas.
El buen indio lo oyó con gusto, y con lágrimas de tierno afecto, losperdonó y ofreció á Dios su vida por la salvación de aquéllos que lehabían tan gravemente ofendido, y así le adV.I–
225 ministró los Sacramentos yesperaba por instantes su feliz tránsito á mejor vida.
El día siguiente preguntó al enfermero en qué estado se hallaba elenfermo, á que respondió que estaba fuera de peligro, y que aquel Señorque había recibido le había quitado todo el mal.
No acababa el Padre de creerlo; pero hallando que era verdad, preguntóal indio, ya sano, qué le había sucedido. A que él satisfizo, diciendo:«El Señor, que tú ayer me diste, me ha librado y esta noche arrojé fueratodo el mal.»
Valiéndose de este caso, exhortó el Misionero á aquellos nuevoscristianos á perseverar en el bien comenzado y á amar á Dios, que contal milagro manifestaba cuánto le agradaban sus fervores.
Empero, no faltó quien tomase venganza de aquella crueldad, porque losPiñocas andando también ellos en busca de almas, se encontraron acasocon ellos, y reconociéndolos por los rosarios y cruces que llevabancolgadas al cuello, despojos de los muertos (estos son los atavíos yadornos que tanto aprecian aquellos cristianos); aun con todo eso no loshubieran atacado, si el remordimiento de la conciencia no hubieseatizado á los infieles; los cuales, mientras se ponían en armas,recibieron de los Piñocas tal carga, que muchos de ellos cayeron muertosenV.I–226
tierra y entre ellos el cacique, autor de la traición.
Mejor fortuna corrieron otros indios de la misma Reducción de San JuanBautista, que entrados en una Ranchería de Puraxís, lograron reducir ála Santa fe cincuenta familias, y con ellos, alegres y contentos, dieronla vuelta á su Ranchería.
Siendo informado el P. Visitador del estraño encuentro de los de laReducción de San Joseph, ordenó que cien indios del mismo pueblo,pertrechados de armas, volviesen, no para castigar la crueldad deaquellos malvados, sino para traer los huesos de los muertos para darleshonrosa sepultura y que con buenos modos, aunque siempre con las armasen la mano, les certificasen sinceramente del fin porque iban á supueblo y del amor que, aun después de cometida aquella bárbaraatrocidad, les tenían.
Partieron al punto; y aunque á costa de grandes trabajos por la falta deagua, de suerte que no tenían para refrigerar la sed sino un poco derocío que recogían en los cardos silvestres al fin llegaron al lugar dela matanza, donde sólo hallaron los cuerpos de sus hermanos, pero no álos matadores, á quienes obligó el temor del castigo á retirarse á dondetan fácilmente no pudiesen ser hallados. V.I–227
Querían los cristianos ir en su seguimiento, pero no siendo prácticos enlos caminos defirieron esta empresa para tiempo más oportuno y cargandoen sus hombros los cadáveres, dieron la vuelta á su Reducción, dondetuvieron no poca materia de alegría en los dos pueblos que vieron sefundaban de nuevo; el uno con el título de San Ignacio de los Bocas, yel otro de la Concepción, donde se juntaron los pueblos de lenguas muydiferentes, que en sus correrías hacia el Mediodía había descubierto elV. P. Lucas Caballero.
Señaló por Superior de la primera al P. Joseph de la Mata, y él se fuépor su compañero, con raro ejemplo y edificación de todos en usar deloficio para escoger el cultivo del campo más duro y sembrado de espinasy de cruces (de que daré abajo pruebas mayores). Mas este su celo lehubo de costar presto la vida, porque siendo como era Misioneroverdaderamente Apostólico, incapaz de reposo y descanso, apenas llegó ála nueva Reducción cuando al punto quiso ganar para Cristo á los Auropésy Tabacis, siendo preciso para conseguirlo pasar profundos pantanos ylagunas, caminando muchas veces bañado, así del agua que caía del cielocomo del mucho sudor en que se resolvía para vencer no pocos ni ligerosembarazos. De aquí V.I–228 se le originó un humor maligno, que corriendo por elcuerpo, le ocupó todo en breve con una monstruosa hinchazón, en quepeligraba ya la vida, á no haberle acudido el P. Mata con algunosremedios, que no tanto por su actividad cuanto por voluntad de Dios, lerepararon algún tanto; y para que se restituyese del todo á su antiguasalud, fué preciso mudase de aires, pasando á San Rafael, donde tuvodilatado campo para ejercitar su celo, saliendo á caza de bestiasracionales (que así se pueden llamar aquellos bárbaros) las cualesdomesticadas redujo al redil de la Iglesia.
Parecía que iba á competencia con el V. Padre Caballero en ganar almaspara Dios y para sí mismo muchos méritos; y es obligación mía dar aquípor extenso noticias de las heroicas virtudes de entrambos: de las delprimero tendré abajo ocasión oportuna; de las del V. P. Lucas la daré enlos capítulos siguientes, concluyendo la narración con el felicísimomartirio que padeció el año de 1711. V.I–229
CAPÍTULO X
Nacimiento, entrada en la Compañía y primerosfervores del venerable P. Lucas Caballero.
Nació el venerable P. Lucas en Villamear, lugar de Castilla la Vieja.Sus padres eran de lo principal de él y acomodados en bienes de fortuna.Pasó los primeros años de su niñez en casa de un tío suyo, sacerdote deejemplarísimas costumbres, y en quien aprendió una gran madurez dejuicio y gravedad en las acciones, de suerte que en la niñez nada teníapueril ni mostraba ternura, sino en la piedad, ni gusto sino en losejercicios de devoción, y en todo mostraba una virginal modestia, tandelicada, que se ofendía de ver ó de oir acción ó palabra menosrecatada.
Habiendo pasado aquel santo sacerdote á mejor vida, pasó á vivir á casade otro tío suyo, también sacerdote, pero de diferentes costumV.I–230 bres yproceder; no obstante eso, el devoto niño fortalecido con la gracia delEspíritu Santo no empañó con el menor defecto el candor de su inocencia,aunque para conservarla pura hubo tal vez de desatender la autoridad desu tío que era de rotas costumbres, manteniéndose modesto, retirado yatendiendo sólo á las cosas de su alma y al servicio de Dios.
Aprendió los primeros rudimentos de la Gramática en nuestro Colegio deSan Ambrosio en Valladolid, donde con el trato de los nuestros seaficionó á la Compañía y pidió con instancias ser admitido en ella; yhechos los exámenes y pruebas acostumbradas, pasó al noviciado deVillagarcía, grande y religioso Seminario de Varones Apostólicos enambos mundos.
Aquí llenó las esperanzas que de él se tenían con elfervor de espíritu y con la inocencia de la vida, teniendo todo su gustoen Dios.
Tuvo por este tiempo noticias de la llegada á España de los PP.Cristóbal de Grijalva y Tomás Domidas, procuradores de esta provincia,que venían por operarios evangélicos para cultivar y mantener estadilatada viña del Señor.
Encendióse luego en deseos fervorosos de ser uno de los señalados parapasar á Indias, á cuyo fin hizo á Dios Nuestro Señor repetidas súplicaspara que se dignase su Divina MajestadV.I–231 de escogerle para propagar sugloria y llevar la luz de la fe á los que viven en las sombras de lagentilidad, ofreciéndose con voluntad pronta á los trabajos y á lospeligros de la vida hasta derramar su sangre por la fe.
Agradaron al cielo estas ofertas como lo dieron á entender los efectos;porque teniéndole los Superiores como hábil para grandes empresas en elservicio de Dios, ciertos de lo sólido de sus virtudes le concedieronlicencia, y poco después, en compañía de otros setenta Misioneros, sedió en Cádiz á la vela, y después de una trabajosa navegación en quemurieron ocho de los nuestros, arribó á Buenos Aires, primer puerto deesta provincia, y de allí pasó á Córdoba de Tucumán, donde con créditode ingenioso concluyó sus estudios.
No quiero omitir lo que él por humildad, y para enseñanza nuestra,refirió á un confidente suyo, y fué que viéndose en la filosofíasuperior á los otros condiscípulos en las funciones domésticas, se dejóllevar de alguna vana complacencia de sí mismo y se descuidó en rezar laoración del angélico doctor, que acostumbraba antes de estudiar, pero deaquí se le originó oscurecérsele algún tanto el entendimiento, y le fuénecesario después
sudar
y
trabajar
mucha
para
entender
las
materiasteológicas. V.I–232
Acabados sus estudios y recibidas las sagradas órdenes, empleó su celoen las Misiones de la jurisdicción de la ciudad de Córdoba con igualgloria de Dios y aprovechamiento de las almas, así de los indios como delos españoles, que por su pobreza viven en aquellos desiertos y tierras,sin otra doctrina ni instrucción en la ley de Dios que la que les danlos nuestros cuando van á sus estancias y ranchos, siendo para elloséste su día de Pascua y el de mayor devoción de todo el año; con lo cualrecogió abundante cosecha de almas y de trabajos; aquéllas para Cristo yéstos para sí, por ser esta misión de las más difíciles y trabajosas quetenemos.
De aquí pasó á la conversión de los indios Pampas que confinan con esteobispado, la cual empresa procuró seguir con todo empeño porque letraspasaba el corazón la pérdida de tantas almas metidas en lastinieblas de la gentilidad, viviendo, como viven, tan cercanas á losresplandores del Evangelio.
No es fácil referir cuánto sudó y trabajó para reducir á estos infieles,pero todo en vano, porque rehusaron obstinadamente recibir el santobautismo y reducirse á vida política, con que se vió precisado áabandonarlos totalmente por no perder á un tiempo la vida y los deseosqueV.I–233 ardían en su pecho de campo más dilatado y espacioso donde fuesemás cierta la cosecha, como menos resistencia del terreno para recibirla semilla del Evangelio.
A este tiempo se trataba con más calor de emprender la misión yreducción de los Chiriguanás y Chiquitos, por lo cual el Padre pidió yobtuvo el ser señalado por uno de los primeros á quien tocase la suertede reducir aquellos pueblos gentiles al conocimiento de su Criador.
Pusiéronle á cuidar de la Reducción de Nuestra Señora del Guapay, dondeestuvo dos años, logrando más frutos de paciencia, hambre, sed, befas yescarnios de los infieles que almas para Cristo, por ser los Chiriguanásgente bárbara, sobremanera obstinada, á quien ni amedrentan los castigosni los beneficios domestican, pues habiendo usado Dios Nuestro Señor conellos de ambos medios, ya procurando atraerlos con milagros y con elfervor de varones apostólicos, ya asombrándoles con tempestades furiosasy rayos del cielo, y con la carestía y pestilencia de la tierra,perseveran protervos en su obstinación.
Acostumbrados, pues, estos bárbaros á sacudir el suave yugo delEvangelio por estar ya enfadados del celo del V. P. Lucas y suscompañeros, fingiendo que sólo habían venido á sus V.I–234
tierras parajuntarlos y entregarlos á los Mamalucos del Brasil, los echaron del paísy destruyeron la iglesia que habían fabricado, por cuya causa se retiróá los Chiquitos, en el pueblo de San Francisco Xavier, donde hallando elterreno más dispuesto al cultivo de la fe, asistía á aquellos nuevosfieles con increíble celo y amor; y á la verdad, era bien necesario suespíritu y fervor para acudir y socorrer las necesidades de aquellaiglesia, afligida no menos de la peste que de la carestía de todo lonecesario, no dando treguas ni de día ni de noche á las fatigas ytrabajos que le redujeron con una grave enfermedad al último trance dela vida, con extremo dolor de sus compañeros que le veneraban como ásanto, y de los neófitos, que le amaban como á Padre.
Mas en esta aflicción quiso Dios consolar á todos, dándole en brevetiempo entera salud para que regase con su sangre aquella nueva viña delSeñor (condición al parecer precisa para que la fe arraigue conpermanencia en los campos donde se planta) que en adelante había derendir copiosos frutos.
De esta Reducción salía frecuentemente el P. Lucas á discurrir por lastierras circunvecinas y andaba á caza de almas por los montes y bosques,y confiando sólo en la ProvidenciaV.I–235
Divina no cuidaba de sí mismo ni desu salud, sucediéndole las más de las veces no tener otra cosa de quéalimentarse sino con raíces ó frutas silvestres.
Los trabajos y fatigas, juntas con ardientísimas fiebres, lo postrabanen el suelo, sin tener más médico que la Providencia Divina, ni másremedio que la conformidad con Dios, no hallando ni aun una choza en quérecobrarse en tales lances, expuesto á las injurias del tiempo; peroentonces Dios le llenaba de consuelos el alma, dándole tal vigor á suespíritu que redundaba en el cuerpo, de tal manera que ya ni sentía laenfermedad ni le rendían las fatigas; antes, emprendía los viajes másincómodos y los mayores peligros para traer almas al rebaño de Cristo.
No son estas solamente expresiones mías, sino testimonio de un Superiorsuyo, quien dice que después de tantos malos tratamientos de su vida, nole pagaba con otra cosa que con reprensiones, á fin de que pusiese frenoá sus fervores que, mirados con los ojos materiales, excedían y pasabanlos términos de la prudencia; pero siendo él gobernado de espíritusuperior á toda prudencia humana, sin poder contener su celo corríasiempre más á donde la cosecha de las almas y de trabajos era mayor. V.I–236
Llegó una vez á una Ranchería de infieles con el semblante tandesfigurado, tan falto de fuerzas y pobre de vestido, que por burlapreguntaron aquellos infieles á sus compañeros si era el Padre algúnesclavo fugitivo de los españoles á quien hubiesen tan malparado ágolpes y azotes. No obstante, les predicó el santo varón la fe de Cristocon tanto fervor y espíritu, que si él no pudo luego reducirlos,viniendo poco después otro Misionero sacó de ellos fruto muy copioso.
Y aunque el apostólico Padre se hacía tan cruda guerra á sí mismo,siempre le parecía todo poco por el ansia de padecer siempre más y más.Oíasele muchas veces desahogar su corazón en deseos de más cruces ytrabajos y quejarse amorosamente al Señor porque andaba S. M. tan escasocon él en darle aquellos trabajos y martirios que con tanta liberalidadrepartía á otros, porque aún no entendía que Dios le difería elcumplimiento de sus deseos para que creciesen los méritos y adelantasela gloria de su Criador, sufriendo otras muchas cruces que le teníapreparadas por llevar su nombre á otros pueblos y naciones.
En el año de 1704 salió en busca de los Puraxís que se habían retirado áuna espesa selva para defenderse de los asaltos de algunos euro V.I–237 peos quesin temor á las leyes, sobre el seguro de estar lejos de la vista dequien pudiese castigar sus excesos, se tomaban la licencia de haceresclavos á los paisanos y venderlos á su gusto como tales; y llegando ádonde uno de estos estaba alojado junto á aquellos pueblos, le recibiócon mal semblante y peores palabras, diciendo al V. P. que aquel no eratiempo de hacer misiones, y así que se volviese y metiese en suReducción, porque si no lo hacía por bien, le obligaría, mal de sugrado, á que lo hiciese.
Eran buenas estas palabras para espantar cobardes ánimos, no paraentibiar el celo ardiente de un apóstol; y así, respondiéndole el Padreafable y cortesmente, prosiguió su viaje, mas no halló indio alguno ensus Rancherías, porque todos andaban huídos por los montes y selvas ysólo se dejaba ver tal cual, que desde las copas de los árbolesexploraba los pasos de los españoles.
Esto le obligó á que trepase por los árboles para poder llegar á susalbergues y cavernas, donde los recogió y predicó la fe y administró álos niños el santo bautismo; y porque con la falta de lluvias se lesperdían irreparablemente los sembrados, se echó á sus piés aquella pobregente y más con lágrimas que con palabras, leV.I–238 pidieron que si tantopodían con el Dios que predicaba sus súplicas, les alcanzase nuevoremedio en aquella necesidad.
Enternecióse el buen Padre de sus lágrimas, y haciéndoles poner á todosde rodillas delante de una cruz y levantadas las manos al cielo, lesmandó pidiesen agua á la fuente de todos los bienes, que es Dios.
No se hizo Dios sordo á las súplicas de aquellos nuevos fieles y así lesconcedió su petición con lluvia copiosísima. Rabiaba de pesar el demonioal ver que se le escapa de sus garras esta gente de quien hasta entonceshabía estado en pacífica posesión y movió una tempestad terrible contraél.
Salió uno de aquellos europeos, de quien poco ha hice mención, hombreperdido y cruel y encendido en cólera por ver más que nunca perdidosahora sus intereses, maquinó con el fomento de otros parciales, hacer deun golpe dos tiros, que fueron recoger gran número de esclavos ymalquistar al P. Lucas con aquellos pueblos, de suerte que jamás osaseponerse delante de ellos.
Con este designio pasó los Puraxís, y les dijo que no creyesen á aquelPadre, porque era un Mamaluco disfrazado en traje de jesuita; y para queviesen que decía verdad, á la vuelta (habíaV.I–
239 pasado el V. Padre áreducir la nación de Tapacurás) le haría prender, y cargado de prisionesle remitiría á Santa Cruz de la Sierra.
No dió la gente á sus palabras todo el crédito que deseaba; pero noobstante, combatidos sus ánimos de dos diversos afectos, de temor de queen la realidad fuese Mamaluco y del amor que le tenían, estaban tristesy melancólicos.
Luego que el santo varón supo este enredo, les descubrió los fraudes delenemigo y procuró aquietarlos con buenas razones.
Poco después dió la vuelta con su gente aquel malvado, y afrentando alPadre con palabras llenas de oprobios, faltó poco para poner en él lasmanos. Por último, le intimó en nombre de S. M. Católica (que en talesempresas fingen estos malvados la autoridad real para abusar de ellacuando les está á cuento ó se atraviesan sus intereses) que se retiraseluego de aquel país y fuese á dar razón al gobierno de Santa Cruz.
Este tan pesado lance no descompuso ni alteró en el P. Lucas aquellaserenidad de ánimo que siempre mostraba en el semblante, sino atentosolamente á reparar el daño que de aquí se podía seguir, le respondiócon aquella intrépida y santa libertad que le daba el espíritu de Dios;que sabía bien se enderezaban todos sus designios, no á otro fin, sino áhacerle aborreV.I–
240 cido de aquella gente para que en adelante jamás leadmitiesen en aquellas tierras ni le diesen oídos. Que qué diría elpueblo de Santa Cruz al ver llevar preso á un pobre religioso porquepredicaba la fe. Que no se fiase de su poder, pues Dios Nuestro Señor yla Majestad Católica del Rey, no tenían lejos las armas, aun de aquellosdesiertos remotos, para hacerle pagar un atentado tan temerario éinjusto; y por fin, que no esperase contrastar con sus embustes lapiedad y celo de aquella piadosa ciudad y sus regidores. Replicóle elhombre perdido con furia que obedeciese. Mas el P. Lucas, no haciendocaso alguno de lo que le pudiese suceder por los enredos y calumnias deaquel hombre descarado, determinó quedarse para deshacer la máquinafabricada para daño y ruina de aquella nueva cristiandad.
A este tiempo le trajeron los Paraxís un indio Manacica, que hechoesclavo de aquel hombre, había tenido maña para huirse de él, y puestoen libertad se acompañó con los neófitos.
Entendía este