Acabados los oráculos, se hacen las ofrendas de la pesca y de la caza yaquellas diabólicas majestades, en señal de agradecimiento, llevanalguna cosa á la boca.
Después vuelan con el Mapono por el aire, temblando á este tiempo tantola iglesia, que parece se viene al suelo. Desaparece por mucho tiempo elMapono, fingiendo que se va con sus dioses al cielo. Vuelve despuésconducido en brazos de la diosa Quipoci, en cuyo seno descansa yduerme, mientras ella canta; y aunque la oyen no se deja ver de ellos,porque se está retirada dentro del tabernáculo.
Hacen todos mucha fiesta en señal de grande alegría por su venida y latratan como Madre de Dios, de la manera que nosotros á la VirgenSantísima.
Dánle la bienvenida con mil títulos de afecto y reverencia á que ellacorresponde llamándolos hijos y diciéndoles que es su verdadera madre,que los defiende de la indignación de los dioses, que son crueles ysangrientos, molestándoles con enfermedades y desventuras.
Por esto la invocan frecuentemente en sus aflicciones, aprietos ycalamidades, y ella vieneV.I–274 y les consuela y confabula con los otrosdioses cuando viene en su compañía.
Parece este diablo más humano que los otros, mas al fin es de la mismaraza y tan cruel como ellos. Cuando está en el tabernáculo canta conmucha melodía mientras bailan las mujeres, siguiendo y repitiendo éstasel canto de la diosa, cuyo contenido es sus guerras y victorias.
Síguese después la ceremonia del brindis y de las ofrendas, y luegovuela por los aires con grande aplauso y fiesta del pueblo.
Pero estadiosa no se lleva consigo al Mapono como lo hacen los otros dioses;antes bien, no siempre que el Mapono baja del cielo, viene en brazos dela diosa. Son muchos sus viajes y sus funciones. Baja tal vez en mediode la iglesia en la mayor bulla del pueblo, que se asombra y desordenapor el ruido y estrépito que hace, cortejándole y trayéndole en susmanos una gran tropa de demonios, los cuales no pocas veces se suelenburlar de él á costa suya, porque de lo más alto del templo le dejancaer á plomo en tierra muy maltratado y á pique de morir, como no hamucho tiempo que sucedió en la tierra de los Mopoosicas.
La postura del cuerpo para volar, es en forma de alas y en pie derechocuando vuela hacia arriba; y cabeza abajo cuando baja á la tierra. V.I–275
Fuera de estos dioses, adoran otra casta de deidades, á quien llaman Isituús, que quiere decir señores del agua. Su ejercicio es andar porlos ríos y lagunas, llenándolos de pescados para el mantenimiento de susdevotos.
A estos Isituús invoca la gente en las pescas, incensándolos con humo detabaco, de que usan para aturdir los peces, y si logran buena pesca,agradecidos al beneficio van al templo y les ofrecen alguna porción depescado con los mismos ritos que á los otros dioses.
Tales deidades y tal religión tienen sacerdotes semejantes. Al principalllaman Mapono, y es el maestro, con quien el pueblo consulta las cosasde su conciencia y á quien manifiestan sus necesidades, de las cualeshace relación en el Consejo de los dioses y les solicita el remedio.
No habla solamente en la iglesia con los demonios, sino que ellos sedignan también de visitarle en su casa y tratarlo con toda afabilidad ycortesía.
En estas visitas lo pagan las mujeres del Mapono, que se ven obligadas áhuir por el espanto y terror de aquellas horribles y monstruosasvisiones.
Por esto, no sólo es respetado, sino también temido de todos, pudiendo ásu antojo causarV.I–276 daño y matar á quien quiere, y para hacer mayorostentación de su poder, tiene la casa llena de víboras y serpientes, ycuando vuelve á casa de sus funciones eclesiásticas, viene acariciandoen sus brazos semejantes animales.
La forma de consagrarle y las ceremonias de que usan para esta funciónson extrañas y conformes al que ha de servir á tales deidades.
Es el Mapono la persona más venerada del pueblo, y de la misma maneraque al cacique, se le dan á él los diezmos de la caza y de las cosechas.Vive en una casa bien labrada, cuanto cabe en la industria de aquellosbárbaros, y á veces, por gozar con más frecuencia de las visitas delcielo, se retira solitario al yermo.
Los que quieren entrar en este oficio, antes de tener barba, empiezan áaprender las ceremonias y á acostumbrarse á tratar con los dioses. Paraesto suele el Mapono más venerable coger en brazos al aprendiz, ponerleá mirar á la luna cuando está llena, estirarle los dedos mandándole quese deje crecer las uñas, llevarle por los aires y ponerle en el seno dela diosa Quipoci; vuelve el miserable de aquellos éxtasis afligido ydesmayado, de suerte que apenas, después de muchos días, recobra susfuerzas.
Fuera de esto, observan rigurosísimos ayunos y abstinencia perpetua deciertos animales V.I–277 y frutas, singularmente de la granadilla, quevulgarmente llamamos Flor de la Pasión, por estar retratados en ellalos instrumentos de nuestra Redención. Ni se contentan los demonios deser reverenciados de sus sacerdotes con ayunos y penitencias; antesbien, mandan hacer rigurosos ayunos á todo el pueblo. Uno, entre losotros, es semejante á los nuestros y es el que se guarda en ladedicación del templo, en que por espacio de cinco días no se puedecomer carne; y vestida de luto la Ranchería se prohiben las músicas,banquetes y bailes.
Guárdase estrecho silencio y no se gasta el tiempoen otra cosa que en tejer esteras para el adorno del Tabernáculo. Elúltimo día se pone en la iglesia mesa franca, abastecida de lo mejor delpaís.
Para dar principio á la fiesta, la vieja más devota y al parecer mássanta, saludando al cacique con reverente inclinación, baja la cabeza,que hiere el cacique ligeramente tres veces con una piedra curiosamentelabrada; después da vueltas de rodillas á todo el templo con grandessuspiros y devoción; luego el Mapono bendice todas las partes del templopara santificarle, y con otras ceremonias, que sería largo contar,consagra aquel lugar; y por último, se fenece la fiesta con una grancomida y cele V.I–278 brando un solemne festín de músicas y bailes.
Acerca del último fin y eterna bienaventuranza, tienen estos ciegosidólatras muchos errores. Creen la inmortalidad de las almas, á quienllaman Oquipau, y que han de vivir y gozarse eternamente en el cielo,á donde las llevan sus sacerdotes.
Cuando alguno muere le celebran sus exequias, más ó menos, según suesfera. Después la madre y mujer del difunto van al templo con suofrenda, poniéndose cerca del Tabernáculo.
Vienen luego los diablos, yfingiéndose ser el uno el alma del difunto, consuela á la mujer conpalabras tiernas y afectuosas, dándole esperanzas de que en breve sevolverán á ver en el Paraíso; luego el Mapono rocía el alma con aguapara limpiarla de las manchas de los pecados, como usamos nosotros conel agua bendita; y con eso se despide el alma de su madre y mujer.
Alpunto el Mapono se la echa á cuestas y vuela en alto, quedando la mujerllorando su desventura hasta que tiene noticia de su marido. Vuelve elMapono, después de largo rato, con alegres nuevas, diciéndola queenjugue las lágrimas, deje de llorar y deponga el luto, porque su maridoqueda gozando de la vida beatífica de los dioses y la espera para que lahaga compañía eternamente en el cielo. V.I–279
Es cosa digna de saberse la jornada que hace el Mapono con el alma y loque ésta padece hasta llegar al Paraíso.
El país por donde pasa es todo selvas, montañas y valles, por dondecorren muchos ríos caudalosos, y por los remansos de lagunas y grandespantanos, para cuyo pasaje se gastan muchos días, con gran dificultad sellega á una encrucijada de muchos caminos, junto á la cual corre un granrío, sobre que hay un puente de madera, en el cual asiste de día y denoche un dios llamado Tatusiso, cuyo oficio es pasar por aquel puentelas almas y ponerlas los Maponos en el camino del cielo.
El traje y porte de este Dios es puntualmente aquel en que la fantasíaloca de los poetas representa á su Caronte, pálido el semblante, lafrente horrorosa, sin cabellos la cabeza, cubierto de llagas éinmundicias el cuerpo, y por vestido un trapo con que cubrirsehonestamente.
Este dios jamás baja á la iglesia á oir las súplicas de sus devotos,porque su oficio nunca le da treguas, pues á todas horas tieneviandantes que pasar.
Sucede muchas veces que mientras pasa el Mapono con el alma,especialmente si es de algún muchacho, la pide Tatusiso que se pareparaV.I–280 limpiarle de las inmundicias, y si aquél lo rehusa, lo sufre unasveces; pero no pocas, encendido en cólera, coge al alma y la arroja paraque se anegue en el río. De aquí dicen que se originan mil desgracias enel mundo, y para que estos desatinos sean creidos de la gente, se valeel demonio de algunos
sucesos
naturales
para
que
se
confirmen
aquellosmiserables en su creencia.
Poco ha que sucedió en la tierra de los Jurucarés, que deshaciéndose elcielo en copiosísimas lluvias se perdían los sembrados. Afligida ydesconsolada la gente, suplicó al Mapono preguntase á sus dioses lacausa de este infortunio. A que respondieron que ya lo sabían, y era,que llevando al cielo el alma de un niño, cuyo padre vivía allí, tratócon poca reverencia á Tatusiso, y no se quiso dejar limpiar, por locual, enfurecido aquel dios, la echó en el río. Oyendo esto su padre,hubo de salir fuera de sí de puro dolor, y se afligía tanto, que causabacompasión, porque le amaba como á su misma vida, y ya que no habíapodido gozarle en este mundo, se consolaba á lo menos juzgándole yafeliz y bienaventurado en el cielo. Alentóle el Mapono dándole buenasesperanzas si le aprestaba una barquilla en que ir á sacarle de loprofundo del río. V.I–281
Aprestó luego el padre una canoa, y el Mapono, cargándosela en susespaldas, voló por los aires y desapareció, poco después se serenó elcielo, con lo cual volvió el Mapono con alegres nuevas, pero la canoajamás pareció.
El Paraíso donde descansan las almas es bien pobre de contentos yplaceres. Fingen que hay en él ciertos árboles muy gruesos que destilanun género de goma con que se mantienen las almas, y que hay monos que enel aspecto parecen etiopes; que hay también miel y algún poco depescado; da vueltas por todo aquel lugar una grande águila de quienfingen muchas fábulas ridículas, dignas de compasivo llanto por laceguedad de esta gente.
Tantos son los dioses cuantas son las mansiones en su Paraíso; pero lade la diosa Quipoci hace muchas ventajas á las demás en comodidades yriquezas. Los Isituucas, ó dioses del agua, tienen abastecido el cielode pescados, plátanos y papagayos, y aquí gozan de su eternabienaventuraza los que mueren ahogados en los ríos, á los cuales poresto llaman Asinerás; á los que mueren en los bosques y selvas Iriticús, y á los que mueren en su casa Posibacas; poniendo elmérito, no ya en las obras, sino en la diversidad de lugares en dondelos coge la muerte. V.I–282
Basta haber insinuado esto de la bárbara idolatría de los Manacicas paraque se pueda hacer algún concepto de los trabajos y fatigas que padecióel venerable P. Lucas en ganarlos para Cristo.
FIN DEL TOMO PRIMERO
Acabóse de imprimir el tomo XII de la
COLECCIÓN DE LIBROS QUE TRATAN
DE AMÉRICA, en Madrid, en
la imprenta de Tomás
Minuesa, calle de
Juanelo, núm. 19,
á 8 de Abril
de 1895.
INDIOS CHIQUITOS
DEL
PARAGUAY
BIBLIOTECA PARAGUAYA
RELACIÓN HISTORIAL
DE LAS MISIONES
DE INDIOS
CHIQUITOS
QUE EN EL PARAGUAY TIENEN LOS PADRES
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
ESCRITA POR
EL P. J. PATRICIO FERNÁNDEZ. S. J.
REIMPRESA FIELMENTE SEGÚN LA PRIMERA EDICIÓN
QUE SACÓ A LUZ EL P. G. HERRÁN, EN 1726
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VOLUMEN II
—————
LIBRERÍA Y CASA EDITORA
DE
A. DE URIBE Y COMPAÑIA
Asunción del Paraguay.
——
1896
V.II–5
CAPÍTULO XIII
Continúa el V. P. Lucas Caballero suMisión de los
Manacicas.
Viendo el fervorosísimo operario un nuevo campo en que sembrar lapalabra Evangélica para recoger no menos almas para el cielo quemerecimientos para sí mismo, deseaba poner cuanto antes manos á la obra;no obstante, considerando sabiamente que era necesario asistir también átantos Catecúmenos como había en el pueblo de San Francisco Xavier, yque era mejor tener pocos y bien doctrinados que muchos é ignorantes,que aunque se ganan fácilmente, con la misma facilidad también sepierden, se resolvió á gastar la mayor parte de aquel año en esteejercicio, usando de todas las industrias de su caridad y de su celo endesarraigar de los Xavieristas la barbarie, la lascivia, la embriaguez ycuantos males trae con V.II–6 sigo la vida brutal, é imprimir en ellos lasvirtudes y buenas costumbres que se requieren para vivir comocristianos.
No obstante, en medio de este afán hizo algunas correrías por los paísesdescubiertos, fomentando en aquella gente los deseos de recibir el santobautismo, y juntamente tomando noticia de cuántas eran las Rancherías,las lenguas y el número de los indios del país; y teniendo distintarelación de todo, meditaba emprender el año siguiente con más calor elnegocio de su conversión, y en serenándose el tiempo penetrar la tierramás adentro; pero le frustraron en parte estos designios los achaquesque le afligieron largo tiempo, y las súplicas de sus neófitos de SanXavier, que le rogaron mudase la Reducción á otro lugar, á causa de serel clima que al presente tenían, notablemente nocivo á la salud.
Por este motivo no pudo antes de mediado Octubre, cuando ya el tiempoamenazaba con lluvias, salir con algunos de los más fervorosos; loscuales, confortados antes en el alma con el pan divino de la Eucaristía,habían ofrecido la vida por anunciar el santo nombre de Dios á los quevivían en las oscuras tinieblas de la infidelidad. V.II–7
Iban éstos, empero, tristes y desconsolados por estar persuadidos nohabía de tener buen fin su viaje, ya por las muchas lluvias con que seanegaban las campañas, ya por haber hallado el camino sembrado deagudísimas puntas clavadas en el suelo con sutil astucia por losenemigos de la fe, para retraerlos de pasar adelante.
Presto se desvanecieron estos temores, porque á pocas leguas no hallaronya estas puntas y las tempestades del cielo no pasaban muy adelante,antes apenas hallaban agua para beber; y habiendo con gran trabajosubido una montaña muy agria, no tuvieron en dos días con qué apagar lased, sino con la humedad del barro, que exprimido, más parecía comidaque bebida. Mas Dios, Nuestro Señor, que nunca en las necesidadesdesampara á los suyos, acudió á la del P. Lucas con copia de agua claray cristalina, que fuera de toda esperanza, halló en el cóncavo de unárbol.
Finalmente, habiendo llegado á las primeras Rancherías, halló aquellagente constante en sus primeros intentos, y sólo hubo que hacer enallanarles una grande dificultad, y era quitarles las discordias yponerlos en paz; porque entre las otras perversidades á que losincitabaV.II–8 el enemigo infernal, era una irritar á unos contra otros ysembrar discordias entre ellos para tener ganancia de almas.
Hablóles con grande energía de las utilidades de la paz, descubriendolos fraudes y engaños del enemigo que nada deseaba más que tenerlos porcompañeros de sus maldades en esta vida, y de las eternas penas delinfierno en la otra.
Convencidos aquellos bárbaros de las razones, y movidos de las súplicasdel Apostólico Padre, prometieron hacer las amistades con las tierrasconfinantes y luego con las más remotas.
Habiéndose detenido para esto allí dos días, pasó adelante acompañado dealgunos paisanos. Un día entero gastó en pasar una fragosa montaña, congrande trabajo y riesgo, no de los indios acostumbrados á treparfácilmente por las peñas, sino del Padre; y siéndole preciso hacer altoá la falda, no halló con qué desayunarse; por lo cual un cristiano, denación Manacica, movido de compasión, quiso componerle unas yerbas queeran las delicias de sus dioses, mas por mucho que estuvieron al fuego,jamás se pudieron cocer. No obstante, la carestía y la hambre se lashizo sabrosas, y V.II–9 sonriéndose, dijo: «Grande hambre y mucho calor tienenen el estómago estos dioses, que con tales viandas se alimentan.»
Llevando mal el demonio tanta constancia en el santo Misionero, procurócon todo el esfuerzo posible, desvanecer sus designios, ya haciendo quelos indios perdiesen el camino, ya embarazándole los pasos, yahaciéndole rodar del caballo, ya hiriéndole con las ramas de losárboles; y en suma, hasta las espinas y abrojos le maltrataron elcuerpo, y los tábanos, con sus agudísimos aguijones, le mortificaron desuerte que apenas podía tenerse en pie y era necesario que los neófitosle desmontasen y subiesen á caballo.
Finalmente, á pesar del infierno, llegó á vista de los Zibicas; peroantes de entrar en la Ranchería, envió delante á Numani, cristianofervorosísimo, para que reconociese si estaban dispuestos á recibir lafe; no tuvo éste mucho que hacer, porque la muerte desgraciada de losque el año antecedente habían osado poner en él las manos, les habíapersuadido que el siervo de Dios era amigo estrecho del demonio, y quepor tanto se le debía hospedar, no por algún provecho de sus almas, sinopara que no les causase algún daño corporal. V.II–10
Viendo el buen P. Lucas que había allí poca esperanza de sembrar lasemilla evangélica, á causa de la mala opinión que de él tenían, seencomendó á sí y al cacique á la suave y poderosa gracia del EspírituSanto; y llamándole aparte, procuró lo primero, con el mejor modo quepudo, quitarle de la cabeza aquel error, y después le manifestó el finde su venida, y el bien que recibiría si abrazase la santa ley deJesucristo.
Mientras le hablaba el Padre, penetró Dios el alma de aquel bárbaro conun rayo de divina luz; de suerte, que aún no bien enteramente discípulo,salió á predicar como maestro en su pueblo, que no necesitaba mucho delmagisterio de sus palabras cuando le sobraba el ejemplo de su Maponopara inducirle á hacer lo mismo. Era este joven hijo de aquél que habíajurado beberse la sangre del siervo de Dios, si el cielo con la muerteno le hubiese atajado los deseos.
Para ganar á éste á la santa fe, se empeñó un cristiano, joven también ysu paisano, llamado Diego, y á pocos lances le redujo, porque no lehabía aún corrompido el corazón con la malicia; y más por ignorancia delentendimiento que por mala disposición de la voluntad, no V.II–11 seguía lobueno, porque no conocía la verdad.
Habiendo ganado aquella noche á dos de los principales, no tardó muchoel pueblo en juntarse todo el día siguiente, y después de un largorazonamiento de los misterios de nuestra Santa Fe, y de las obligacionespara vivir cristianamente, hizo el santo varón levantar una cruz y juntoá ella armar el altar portátil, con las imágenes de Cristo NuestroSeñor, de la Santísima Virgen y de San Miguel Arcángel; y arrodilladostodos las adoraron profundamente, gritando en alta voz: «Jesucristo,Señor nuestro, vos sois nuestro Padre; María Santísima, Vos, señora,sois nuestra Madre» y no contentos con esto, repitieron lo mismo congran fiesta y alegría y con danzas, guiadas más de la devoción que delarte. Con este espectáculo lloraban de alegría los neófitos, dando milgracias al Redentor, de cuya sangre se veían tan claros y manifiestoslos efectos en la conversión de esta gente; pero incomparablemente mayorera el júbilo del P. Lucas, que inundado el corazón de celestialesconsuelos, volviéndose á mirar al cielo, exclamaba:
«Conténtome, Dios mío, en paga de mis trabajos y sudores, con ver quelas criaturas os reconocen por su Criador y Señor.
Sólo con V.II–12 que éstasos amen y os adoren, no quiero otro galardón.»
Cuánto agradasen á Dios estas sus ofertas, no me es lícito escudriñarlo;y por ventura, en premio de acto tan generoso, concedió Su Majestad áalgunos de estos bárbaros un don tan excelente de fe, que antes derecibir el bautismo, la conservaron incorrupta, y quisieron más perdercon el martirio la vida, que negarla.
Singularmente es digna de eterna memoria la persecución que sufrió delcomún enemigo el Mapono; la cual, haciendo una breve interrupción,quiero referir aquí, aunque sucedió años después.
Pesábales mucho á los demonios verse despojados del dominio de aquellaRanchería, que por muchos siglos había estado á su devoción; usaron detoda su astucia y poder diabólico para reducirla á su antiguo culto yadoración; y apareciéndose á aquel fervoroso cristiano, que antes habíasido su ministro muy querido, le reprehendió ásperamente, porque él, áquien tocaba por oficio, no hacía sus partes para que volviese á suestado el antiguo culto, sus iglesias y sacrificios. ¿No ves (ledijeron) que el cacique Payaizá ha profanado los altares, quebrado losvasos sagrados, y execrado los TaV.II–13 bernáculos, y el cacique Potumaní haabandonado la suntuosa fábrica, que tenía destinada para nosotros: sehan dejado engañar de las necedades y locuras de este traidor maldito,que tiene arte de encantamento para trabucar los entendimientos, predicafábulas por misterios, y cuantas mentiras le vienen á la imaginación?Vuelve, por tanto, en tu acuerdo, y con todo el poder de autoridad yrazones, restaura las ruinas de la religión, restituye el culto y hazrecuerdo al pueblo de sus promesas, y al cacique de sus obligaciones,porque si no, te juramos de hacer grande estrago en la gente del pueblo,que servirá de ejemplo, y memoria de terror por todo el país.
Rióse el fervoroso joven de sus amenazas, y por más que se empeñaron,nunca pudieron conseguir que dijese en público una sola palabra en suabono.
Ofendida excesivamente la soberbia diabólica de tal desprecio, seecharon sobre él, y con una fiera tempestad de muchos y crueles golpes,le pisaron, hirieron y maltrataron tanto, que le hicieron arrojar por laboca gran copia de sangre; y por más que repitieron los golpes, aunquelo redujeron á los últimos peligros de la vida, nunca pudieroncontrastar su constancia. V.II–14 Tan profundas raíces habían echado en suánimo la fe y la piedad, que el P. Lucas, y por su medio el EspírituSanto, habían plantado en su corazón.
Un amigo, compadecido de sus trabajos, le exhortó, que á lo menos en loexterior, mostrase algún respeto á los demonios y les diese gusto,hablando al cacique para que les fabricase su iglesia. Mas él, enojado,le echó de sí diciendo quería acabar la vida que le quedaba, antes quefaltar un ápice á la ley que profesaba á Jesucristo, á quien sóloreconocía por Dios y Señor.
Tan heroica virtud en un cristiano tannuevo, no pudo dejar de ser premiada de Dios, que le restituyó á suantigua salud y fuerzas.
Volviendo ahora al hilo de la historia, bautizados los niños, no sólo deaquélla, sino de otras Rancherías, trató el P. Lucas de pasar á losQuiriquicas; mas los neófitos, á causa del invierno que amenazaba,emprendían de mala gana; aquel dificultoso viaje: emperorepresentándoles el P. Lucas el galardón con que Dios premiaría susfatigas en el cielo, los alentó tanto, que se sintieron increíblementeconfortados á proseguir y durar en él.
Sólo faltaba persuadir al cacique Patozi que V.II–15 viniese con sus vasallos áabrir camino por medio de espesos bosques, y juntamente á hacer laspaces con los Quiriquicas, porque el dicho cacique temía, con grandefundamento, le habían de quitar la vida los Quiriquicas, por elimplacable odio que le tenían; no obstante esta dificultad, venció alcacique para emprender el viaje la reverencia y amor que al Padre tenía;y tomando una escogida escuadra de soldados bien armados, por si acasofuese necesario, se fué tras el Padre; pero éste le dijo que no usase delas armas sino cuando fuese necesario para defender sus vidas de lassaetas enemigas; que por lo que á sí tocaba, nada se le daba de vivir ómorir; y como fuese del agrado de Dios y honra suya, derramaría gustosola sangre por adelantar la gloria divina.
A su imitación los neófitos, dejadas las armas, se ofrecieron áacompañarle en el peligro y en poner á riesgo su vida; y para que nohubiese alguno que faltase á sus órdenes, puso á la punta de todos á unsanto indio, llamado Juan Quiara, amado de todos, aun de los gentiles,por la bondad de su vida é inocencia de sus costumbres.
Ajustadas las cosas en esta forma, se pusieron en camino, y tuvieron nopoco qué hacer, V.II–16 primero con un bosque espesísimo en que gastaronalgunos días para abrirle, después con la hambre, no hallando con quésustentarse, sino una fruta silvestre que sola la carestía de otromanjar hacía dulce y sabrosa; conocióse entonces la ternura de afecto yla reverencia que tenían los gentiles al P. Lucas, porque viéndoledescaecido, y que por la suma flaqueza apenas se podía tener en pie, lebuscaban á costa de gran trabajo, algún poco de miel, y se quitaban lacomida de la boca para tener con qué mantenerle sus fuerzas.
Estando ya cerca se adelantaron dos cristianos á reconocer la tierra yobservar los movimientos de los paisanos, queriendo entrar sin sersentidos en la Ranchería, para que no se alborotasen ó pusiesen enhuida; mas Patozi, el cacique, con sabia advertencia, dijo que era envano esta diligencia, porque los demonios habían avisado ya á losMaponos, y por medio de ellos á los capitanes. Y decía la verdad, porquepocos días antes, estando junto al pueblo para sus acostumbradasdevociones, bajó al Tabernáculo el diablo Cozoriso, y con semblantetriste y melancólico, le avisó de la venida de un enemigo suyo juradoque le había desterrado de otros países, trayendo en la mano una cruz,V.II–17 que era la ruina de su religión; y diciendo esto, prorumpió en uncopioso llanto, como compadeciéndose de sí mismo, que ¿á dónde iría enpartiéndose de allí? ¿Dónde podría con seguridad repararse para no serdesalojado? Que por tanto, si le amaban, tomasen luego las armas, y conel valor, y con el brazo fuerte, sostuviesen en pie su culto, que deotra suerte caería presto por tierra.
Con semejante nueva se conmovió todo el pueblo, y al mismo punto seencendió en rabia y furor contra cualquiera que maquinase algo en dañode la religión; pero no el Mapono, que argumentando é infiriendo cuángrande hombre y mayor que sus dioses debía ser aquél á quien sus diosestemían, les respondió con voz y ademán de enojado:
«Si este forastero es vuestro enemigo ¿porqué vosotros le dejáis el pasofranco? ¿Por qué no le echáis del mundo, ó á lo menos tan lejos de aquí,que no se ponga á riesgo vuestra reputación? ¿Es este vuestro poder? Sinecesitáis de nuestras armas para defenderos, ó no soi