á
competencia
con
losCozocas.V.II–53
Ya habían caminado algunas jornadas cuando cayeron enfermos once de susneófitos, con increíble dolor del santo misionero; mas el modo comosanaron, lo escribe él mismo por estas palabras á su Provincial.
«Padecía yo (dice el P. Lucas) la enfermedad de todos, y me penetraba elcorazón el escándalo de los gentiles, los cuales se maravillaban muchoque gozando ellos de muy buena salud, enfermasen los cristianos, con locual parecía querer decir que aquella ley no era tan santa como yo se lahabía pintado, pues sus profesores estaban sujetos á las enfermedadessin poder librarse con solas cuatro palabras, como á ellos no pocasveces les había sucedido. Quejeme amorosamente á mi Señor Jesucristo y ásu Santísima Madre, diciendo:
»—Bien conozco, Señor, que mis pecados merecen esto y mucho más; pero,mirad, Señor, por vuestra gloria; no digan los infieles que loscristianos tienen un Dios que no tiene entrañas de compasión conaquellos que le adoran: Ne dicat gentes ¿ubi est Deus eorum? Mirad,Señor, que los neófitos tendrán horror á los trabajos y fatigas de laMisión, si perseguidos de los infieles bárbaros y afligidos de lasenfermedades, no acudís pres V.II–54 to á socorrerlos y librarlos. ¿Quién meacompañará en estos desiertos para abrirme camino y servirme deintérprete para declarar vuestra ley? Si obráis milagros para sanar álos infieles,
¿por qué no haréis lo mismo con los cristianos?
»No tardó mucho en moverse á piedad el Padre de las misericordias y Diosde toda consolación, porque la víspera de los Ángeles Custodios se dejóver muy resplandeciente uno de estos bienaventurados espíritus, de unoque estaba con calentura, y le dijo:
»—Esta enfermedad que padecéis os ha venido en lugar de la muerte quehabíais de llevar de manos de los bárbaros. Confiad en Dios, que cesaráel mal. Grande será el premio que tendréis allá en el cielo por lostrabajos y fatigas que padecéis por dar á conocer á Dios á vuestrospaisanos.
»Con eso creció en todos la confianza; quise yo darles una bebida, no sési purga ó bebida, porque no conocía su fuerza, con lo cual creció elmal; y no sufriendo los ardores de las fiebres ardientísimas, yhaciéndose llevar al río, se arrojaron al agua para templar con loexterior de aquel frío el calor de sus fiebres; y sin otro remedioquedaron todos sanos y sal V.II–55 vos.» Hasta aquí el V. P. Lucas.
Y á la verdad era necesaria tal enfermedad y tal milagro para queperseverasen hasta el fin del viaje; porque atemorizados de tantosriesgos y peligros de la muerte que á cada paso encontraban, ya á manosde los bárbaros, ya de la sed ó de la hambre, se habían los neófitosresfriado no poco en el celo de anunciar el santo nombre de Dios á losque vivían en las tinieblas de la infidelidad, y cayendo ahora en lacuenta y reconociendo mejor las cosas, postrados todos por tierrapidieron al Padre perdón de su temor y flaqueza, y se ofrecieron á Dioscon corazón valiente y firme para vencer cuantas asperezas ydificultades encontrasen, aunque fuese necesario perder la vida en suservicio.
Pusiéronse nuevamente en camino con esta resolución por una sendaestrecha y difícil de un bosque espesísimo, con no pequeño trabajo; ydespués de caminadas pocas leguas, perdieron el rastro de la senda, nosabiendo dónde estaban, ni por dónde tomar rumbo, por cuya causaanduvieron perdidos por espacio de un mes entero, ya trepando porfragosas montañas, ya metiéndose por lo más interior del bosque; sintener otra cosa que comer sino V.II–56 hojas de árboles y raíces silvestres, nien qué descansar y tomar un corto sueño sino una red colgada de unárbol, á cielo descubierto.
En este aprieto, al P. Caballero, que era de complexión delicada y desuyo enfermizo, y que por los trabajos é incomodidades apenas se podíatener en pie, le sobrevino una tan gran flaqueza de estómago, que nopodía retener manjar ninguno por lijero y de poca substancia que fuese;pero no obstante esto, la virtud de su espíritu suplía las fuerzas quefaltaban al cuerpo, siendo el primero que animaba á los otros áarrojarse á los peligros y que con sus mismas manos abría el camino.
Finalmente, con algunas frutas ásperas y desabridas al paladar, serecobró á sus fuerzas antiguas, echando Dios su bendición en aquelremedio, más á propósito para enfermar á los sanos que para sanarenfermos.
Aterrados de tantas dificultades los gentiles se volvieron atrás y lomismo hubieran hecho no pocos de los cristianos, si la Madre de Dios, encuya gloria redundaba el buen suceso de aquella empresa, no se hubieraaparecido á uno de los más desanimados, y reprendiéndole ásperamente desu poco ánimo y la falta de fidelidad á lo prometido á Dios. V.II–57
Por último, haciendo el P. Lucas fervorosísima oración al arcángel SanRafael y á los ángeles Custodios de aquellas naciones, vino á salir á laRanchería de los Aruporecas, donde los años pasados había hecho unaMisión y rogado á su cacique que le acompañase con algunos de susvasallos hasta las Rancherías de los Tapacurás, se escusó de hacerlo,temeroso de que los Tapacurás se vengasen de los daños que habíanpadecido en una guerra que les había hecho; mas dándole el Padre supalabra de que ajustaría la paz, se rindió el cacique á ir acompañandoal siervo de Dios.
Guiado, pues, de una escuadra de Aruporecas, se puso en pocos días ávista de los Tapacurás; pero antes de entrar envió á la Ranchería unneófito, de nación Tapacurá para que le recibiesen cortesmente y nohiciesen algún desmán contra sus enemigos los Aruporecas.
Sintieron mucho los Tapacurás su venida, mas con todo eso, disimulandoel disgusto, le salieron á recibir, y hospedándole en una casaacomodada, le hicieron muchos presentes de frutas y caza: no obstante,cuando quiso dar principio á sus apostólicos ministerios,
se
hicieronsordos
y
aun
le
impidieron
obstinadamente que pasase á las Rancherías desu na V.II–58 ción, y solo le querían conducir á tierras de los enemigos. Lomismo respondió Maymané, cacique de otro pueblo, que había venido ácumplimentar al Padre. Es digna de saberse la causa de todo esto.
Había el santo varón los años pasados enarbolado en esta tierra unacruz; vinieron allí unos ministros del demonio, acompañados de una tropade indios Cuzicas, Quimomecas y Pichasicas, y sacándola del hoyo en queestaba fijada, la hicieron pedazos con mucha irrisión y escarnio.
No tardó mucho la ira del cielo en vengar el atrevimiento de aquellosmalvados y desagraviar la Santa Cruz, porque se encendió entre ellos unapeste que hizo tal estrago que en breve quedaron muertos aun los menosculpados en aquel delito, siendo muy pocos los que escaparon de aquellaparcialidad. Por esta causa temían estos que sucediese lo mismo aquí yen los otras lugares de su nación, por lo cual, á fin de prevenir eldaño propio, le exhortaron á que se fuese á los Paunacas ó á donde másgustase, porque ignorantes ó ciegos en sus errores, no conocían que sipor las injurias hechas á la santa cruz les venían tantas desgracias ydesastres, la reverencia y devoción que la tuvieV.II–59 sen les alcanzaríamucho mejor del cielo la bendición.
No por esto desmayó el siervo de Dios, antes tomando materia de estemismo temor para predicarles, lo hizo con tanto fervor de espíritu yeficacia de palabras, mostrando que no eran menos dignos de muerte losque osaban injuriar á la santa cruz que los que impedían su culto; y asíconvencidos, se rindieron á su voluntad, y levantándola en alto en mediode la plaza, todos con reverente inclinación la adoraron y se ofrecieroná pasar con él á otras tierras.
Bautizados, pues, allí los niños, prosiguió con ellos su viaje, perohallaron desiertas las Rancherías; porque el demonio, que llevaba maltantas ventajas de la gloria divina, había con infernal astuciapersuadido á la gente que se mudasen á otro lugar donde no les pudiesenhallar tan fácilmente; fueron no obstante esto siguiendo el rastro, y alsalir de una espesa selva dieron en una bellísima campaña, muy amena yalegre á la vista; pero por la mayor parte pantanosa, por los muchosmanantiales de agua que en ella había. Descalzóse el P. Caballero yempezó á pasarla, y tras él los indios, y á la verdad lo que padeció enaquel paso nin V.II–60 guno lo puede decir mejor que él mismo que loexperimentó. Escríbelo así el venerable Misionero:
«Pasábamos el agua á las rodillas, y eran tan profundos los pantanos,que apenas podía sacar el pie, cayendo y levantando á cada paso; acabóde empaparme en agua una lluvia deshecha que duró muchas horas. Y lo queme causó más tormento fué un género de paja que allí había, de dientestan agudos como de sierra, que me desolló los muslos y piernas, de queaún tengo ahora las señales, y duró este martirio más de media legua.»
Después de tantos trabajos dió con una Ranchería, cuyos moradores,viéndole tan desfigurado, se maravillaron no poco de que quisiesepadecer tanto solo por el provecho y salvación eterna de sus almas.Hubieran mostrado la fineza de su afecto si la pobreza y carestía de lonecesario se lo hubiera permitido; con todo eso buscaron alguna cosa, lamejor que hallaron, para proveerle de mantenimiento.
Viendo el cacique de los Paunacas tanta miseria y pobreza en aquellagente le convidó cortesmente para que fuese á su tierra, donde con máscomodidad podría repararse y recobrar sus fuerzas. Aceptó el Padre alpunto la V.II–61 oferta, no tanto por restituirse á su salud, de que no se ledaba mucho, cuanto por anunciarles el nombre de Dios y ganar fieles á laIglesia.
En compañía, pues, de gran multitud de bárbaros, se partió allá el díasiguiente y en el camino les cogió una tan furiosa tempestad de agua,que por más prisa que se dió se deshicieron sus pobres zapatos; con quehasta la vuelta se vió precisado á andar descalzo, caminando por bosquesy montañas muy agrias y por llanuras sembradas de yerbas muy espinosas.
Saliéronle al encuentro los Paunacas, con señales de grande fiesta yamor, á que no pudo corresponder el santo varón sino con un semblantealegre y risueño, porque ni ellos entendían su lengua ni el Padre la deellos, ni tenían intérprete por cuyo medio se pudiesen declarar: y asífué preciso trabajar más con las manos en obras de caridad, que con lalengua en la predicación; no obstante todo eso, por señas, y con talcual palabra que entendieron, les explicó el fin de su venida; pero elenemigo infernal, por no llevar también aquí la peor parte, persuadió alpueblo despachasen los niños á otro lugar, para que el Padre Lucas no selos sacase de sus garras, reengendrándolos al cieV.II–
62 lo con el santobautismo; por lo cual, con increíble dolor del santo varón, por no poderrecoger allí el mejor y más seguro fruto de su Misión, quiso vengarselevantando una gran cruz delante de un templo del demonio, en lo cualtrabajó no poco, porque se le opusieron obstinadamente aquellosbárbaros, y faltó poco para que no pusiesen en él las manos; pero elsiervo de Dios, que nada deseaba más que ser muerto por Cristo, nodesistió de su empeño, antes á su vista hizo pedazos pisó algunasfiguras y retratos del demonio, con no poco horror de los gentiles,temiendo cayese sobre todos una tempestad de rayos y saetas.
Por entrar ya el invierno se vió precisado á salir presto de aquí, yvolver á pasar de nuevo á pie descalzo aquella campaña pantanosa, con locual se le abrieron las llagas y apenas podía moverse.
Por esta causa, sus compañeros, movidos por una parte de compasión, ypor otra viendo que estaban mal aviados y que el viaje que les faltabaera de muchas semanas, le pidieron apretadamente se quedase entre losTapacurás hasta la primavera. Mas el Padre, á quien dolían más lasnecesidades comunes de las almas que las del cuerpo, alentándolos, notanto con lasV.II–63 palabras cuanto con el ejemplo, pasó adelante, y á pocasjornadas le dejaron los Aruporecas por causa de los ríos soberbios, yacon las crecientes, y los neófitos pasaron no sin gran riesgo, en unapequeña canoa el río Ziresirio «y sin guía ni rumbo, (escribe el mismoPadre) caminamos por ríos, lagunas y pantanos sin hallar ni tener algúnmantenimiento para soportar tantos trabajos, sino hojas de árboles yraíces de yerbas; acordeme haber oído que cerca de los Bohocas sedescubría en alto una montaña; mandé á mis compañeros que subiéndose enlas copas de los árboles registrasen la tierra; y descubriéndola al fin,por gran ventura, caminamos hacia allá, y con el favor de Dios, despuésde tres semanas de camino, con mil trabajos y fatigas, entramos en suRanchería, donde recibidos con gran fiesta y alegría, nos proveyeron decuantos víveres les fué posible para nuestro reparo.» Así el P. Lucas.Detúvose aquí algún tiempo para recobrar así él, como sus compañeros,las fuerzas con que proseguir el viaje hasta la Reducción de SanFrancisco Xavier y de esta manera tuvo comodidad y tiempo para confirmará los Bohocas en el amor de Cristo y devoción á la santa cruz. V.II–64
Observó un día que en la choza ó Rancho donde le habían hospedado habíaunas disciplinas con pelotillas de cera, armadas de agudas espina ysabiendo que en otras partes había también un gran número de ellas,entró en sospechas de que fuese alguna superstición; llamó aparte alcacique Soriocó, y quiso informarse de él, preguntándole la causa deesta novedad, la cual me parece cometería un grande yerro si larefiriese con otras palabras que las de aquel bárbaro, según la declaróel Padre Caballero:
«—Habían venido aquí (dijo el cacique) á hacer sus Ranchos losBorillos, gente de genio altivo y soberbio, que burlándose de nosotros yde nuestras costumbres, nos tenían en poco.
Enfadados nosotros de estedesprecio, en lo más oscuro de la noche nos conjuramos contra ellos, ymatamos á todos los varones, reservando las mujeres para nuestro uso.
»Dentro de breve tiempo vino sobre nosotros un contagio que hizo talestrago, que pensamos perecer todos, y creyendo que era castigo delcielo, en pena de aquel delito, nos acordamos de que los cristianos,para aplacar la justicia de Dios se disciplinaban hasta derramar sangrede las espaldas. V.II–65
»Por lo cual, levantando en alto aquesta cruz que aquí ves, nos azotamosásperamente muchas veces al pie de ella, pidiendo á Dios misericordia yperdón de nuestras culpas: cesó al punto la pestilencia, de suerte quedesde aquella hora en adelante no murió ninguno de los tocados de lapeste, y ninguno de los sanos enfermó del contagio; y una noche estandopresentes muchos del pueblo que lo vieron, bajó del cielo un mancebobellísimo con el rostro muy resplandeciente, y postrado en tierra laadoró; desde entonces tenemos nosotros en gran veneración á este santomadero, y deseamos abrazar cuanto antes la fe de Jesucristo.» Hasta aquíel buen cacique.
No es fácil de explicar cuánto se animó el santo misionero á llevar alfin la obra comenzada de juntar en una Reducción aquellos pueblos, parainstruirlos en los misterios que deben creer, y en los mandamientos quedeben observar, viendo que agradaban á Dios sus designios, y losbendecía desde el cielo con sus influjos.
Despidióse al fin de aquella gente y enderezó su viaje hacia laReducción de San Francisco Xavier, donde por Enero del año 1708, despuésde cinco meses no menos de méritos para sí V.II–66
mismo por los trabajos yafanes tolerados, que útiles al cielo, por la conquista de tantas almas,llegó deshecho y consumido de las fatigas de sus apostólicosministerios, para recobrarse y tomar aliento, no tanto en el cuerpo, deque cuidaba poco, cuanto en el espíritu para poder volver en abriendo eltiempo, á fundar una nueva Reducción en los países descubiertos. V.II–67
CAPÍTULO XV
Funda el V. P. Lucas Caballero la Reducciónde Nuestra
Señora de la Concepción,y es muerto á manos de losinfieles
Puyzocas.
Tenía orden el P. Lucas, como ya he insinuado, del P.
Visitador deaquellas Reducciones Juan Bautista de Zea, de escoger un sitio cómodo encampaña abierta, en medio de aquellas Rancherías, de diferentes lenguas,para que en él se pudiesen juntar aquellos pueblos, y ser allí impuestosen la vida civil, é instruídos en la ley divina.
Tenía poco en qué escoger, por estar todo el país poblado de espesísimosbosques: sólo entre los Tapacurás y Paunacas se descubría un valle, maspor la mayor parte estaba lleno de lagunas y pantanos, fuera de haber enél infinitaV.II–68 multitud de mosquitos y tábanos que de día y de nochecausaban insufrible molestia.
No obstante, constreñido de la necesidad, puso aquí casa el VenerablePadre y dió principio á la Reducción de la Inmaculada Concepción, áorillas de una grande laguna donde vivía gente de muchos idiomas ydiferentes costumbres.
Eran éstos los Paunapas, Unapes y Carababas, pueblos sobremanerasalvajes, de poco ánimo y cobardes; todos, hombres y mujeres, andanbárbaramente desnudos, y aunque de distintas lenguas y costumbres quelos Manacicas, tienen la misma religión de adorar al demonio en la formaque se les manifiesta.
Propúsoles el santo varón, con su acostumbrada energía lassupersticiones que debían abandonar y los misterios y preceptos quehabían de creer y guardar para merecer el favor de Dios en esta vida yla eterna bienaventuranza en la otra.
Ellos, atraídos de la esperanza del premio, y atemorizados de loscastigos, si no obedecían á la voluntad de Dios, le dieron palabra,unánimes y conformes, de obedecer pronto á su voluntad, con tal que sóloles permitiese la chicha, bebida ordinaria suya, porque el agua V.II–69 lescausaba dolores agudos en el estómago.
Es esta gente muy dada al trabajo, porque no tienen otro Dios á quienmás estimen que sus campos y sembrados, y tienen en poco al demonio, ysólo le estiman en cuanto se persuaden les está bien á sus intereses.
No usan ir á cazar á los bosques, ni ir á coger miel y solamente seapartan de sus casas aquel espacio de tierra que les puede durar unfrasco de aquél su vino, que es su única provisión y matalotaje en loscaminos.
No tuvo el P. Lucas mucha dificultad en permitirles el uso de aquellabebida, porque no causaba en ellos embriaguez, único motivo paradesterrarla de las otras Reducciones.
Tuestan el maíz hasta que se hace carbón, y después bien pisado ó molidole ponen á cocer en unas grandes calderas ó paylas de barro, y aquellaagua negra y sucia que sacan, es toda la composición de la chicha, deque ellos gustan tanto que gastan buena parte del día en brindis, nodurando el trabajo en el campo sino desde la mañana hasta el medio día;mas aunque prometieron ellos dejar sus antiguas diabólicassupersticiones, no las olvidaron tan fácilmente.
Sospechó el P. Lucas que algunos ocultaV.II–70 mente no observaban éste suorden, haciendo y celebrando los funerales y exequias con los ritos yceremonias del gentilismo: y para cogerlos in fraganti, puso algunosque los espiasen.
Dentro de poco murió una mujer y luego determinaron los infieles hacerleel entierro á su usanza. Compusieron para eso un galpón ó templo hechode ramas trabadas, con las mejores labores que les fuese posible, ylevantaron en medio dos palos para trono del demonio, que en formavisible viene á recibir las ofrendas, á oir las súplicas y á agradecerlos sacrificios que hacen por el alma del difunto. Ciñen la enramada deuna red, dentro de la cual no entran otros que el Mapono y los máscercanos parientes del muerto.
Celebraban estas exequias, para que no fuesen descubiertos, en lo másoscuro de la noche, y estaban ya en lo mejor y más devoto de la función,cuando de repente llegó el Padre Lucas, y fijando la vista dentro deaquel infame sagrario, vió en medio de aquellas tinieblas centellear losojos del enemigo infernal, que lleno de majestad y terror estaba sentadosobre aquellos dos palos; y aunque al siervo de Dios se le erizaron loscabellos y se extremeció V.II–71
de
horror,
quiso,
no
obstante
eso,
arrojarsedentro. Lo cual, no pudiendo sufrir el demonio, desapareció en unmomento, arrebatando en cuerpo y alma á su sacerdote, que jamás pareció,gritando que nunca le verían más en aquel lugar, de dónde, mal de sugrado, era arrojado con deshonra y vergüenza.
Reprendióles el fervoroso Misionero, con celo ardiente, su poca fe, ycon el ejemplo del Mapono, llevado vivo por el demonio al infierno, leshizo conocer claramente que no era otra su intención que hacerles perderde una vez el cuerpo y alma.
Tomaron casa en la Reducción los más cercanos pueblos de los Manacicas,dejando los más distantes, situados hacia el Oriente, al celo del P.Francisco Hervás para que los condujese al pueblo de San FranciscoXavier: mas el P. Hervás, con extremo dolor y sentimiento, no encontróotra cosa que cadáveres y huesos de muertos, por haber hecho en aquellospobres infieles un estrago fatal el furioso contagio que poco anteshabía infestado aquel país.
Tuvo allí el P. Caballero noticia cierta de otra nación con quien losManacicas andaban siempre en guerras y hostilidades, por lo que se leinflamó el corazón en encendidísima cariV.II–
72 dad y deseo de verlos ytraerlos al conocimiento de su Criador, especialmente que no eran tanrudos y salvajes como los otros pueblos, que á costa de tantos trabajosy sudores había reducido al rebaño de Cristo.
Estaban sus Rancherías bien pobladas, con gobierno civil y político; lascasas, calles y plazas estaban bien ordenadas; fabricaban de plumasbellísimos escudos, y las mujeres tejían sus vestidos con grande arte,bordándolos con flores en proporción y orden.
Estas noticias le avivaron el deseo de registrar aquel país y conocer ásus naturales; y así, no haciendo caso del riesgo de perder la vida,animó y exhortó á algunos de sus neófitos á que le acompañasen.
Puesto, pues, en camino, apenas tocó en la primera tierra, pocas millasdistante, le salió al encuentro una cuadrilla de bárbaros, que lerecibieron con una tempestad de saetas, no queriendo en ninguna maneradar oídos á sus palabras; no por eso perdió el Padre un punto de sualiento y valor; antes bien, sin temor alguno, se iba acercando á ellos,que viendo tanta generosidad, y que no le podían acertar con ningúnflechazo, mudaron la nativa fiereza en otra tanta cortesía y respeto.V.II–73
Recibiéronle
con
muestras
de
grande
benevolencia,
presentándole frutasdel país y algunos escudos primorosamente adornados de plumas. La casaen que le hospedaron caía hacia el templo, con lo cual tuvo comodidadpara observar los ritos y supersticiones en el entierro de un difunto.
Al entrar la noche trajeron el cadáver en medio de la plaza, dondedándole sus amigos y parientes los últimos abrazos, le pusieron sobre unhaz de leña, dispuesto en forma de pira; luego le pegaron fuego yredujeron el cadáver á cenizas, que recogidas con infinitas ceremonias yllantos, las depositaron en una urna de barro.
Esta vista y espectáculo causó gran temor y espanto á los neófitos, yviendo entre tanto que venían á la plaza muchas cuadrillas de gente queandaba rondando y tomando los puestos y boca-calles, bien que quietos yen silencio, sospecharon que semejantes exequias se disponían paraellos, por lo cual se quisieron luego poner en salvo; causa porque lehicieron al siervo de Dios tales instancias, que le fué necesariosalirse antes de amanecer y volverse, con increíble dolor suyo, porqueperdía la esperanza de reducir en breve aquella no mal dispuesta na V.II–74 ciónal conocimiento de Cristo, y de lograr en poco tiempo una copiosaganancia de almas para el cielo.
Consolóse, empero, con la esperanza de recoger el año siguiente aquellamies, mas aun esta esperanza se le desvaneció también dentro de poco,porque una tropa de mercaderes europeos de la profesión que arriba dije,dió de improviso sobre tres de sus Rancherías, donde destrozados losprincipales y hecho notable estrago en todos los adultos, hasta llegar áquemarlos vivos en sus casas cuando no querían rendirse, las destruyerontotalmente, llevando por esclavos á toda la chusma de niños y mujeres,de que buena parte pereció en el camino, rendida á los trabajos y malostratamientos de aquellos bárbaros vencedores.
Quiso, con todo eso, el Apostólico Padre pasar adelante, pero halló lagente confinante tan envenenada por aquella cruelísima matanza, urdida ymaquinada á traición, que quería vengar la injuria en las vidas de losnuevos cristianos; por lo cual le fué preciso retirarse con prestezapara que los inocentes no pagasen la pena de los culpados, difiriendo laempresa para cuando el tiempo pusiese en olvido el agravio y desahogandoentre tanto su celo en otras V.II–75 tierras, cuyos moradores iba juntando enla nueva Reducción, la cual trasladó á sitio más cómodo para la salud delos cathecúmenos, en una llanura que de la banda de Oriente miraba á losPuyzocas, por el Norte á los Cozocas y á los Cosiricas por Occidente.
Aquí no daba treguas á las fatigas, imponiendo á los bárbaros, conincreíble paciencia, en costumbres civiles y políticas, enseñándoles laobservancia de los preceptos de la ley de Dios é instruyéndolos en losMisterios de la fe; siendo ésta la tarea continua de todo tiempo y detodas horas, y olvidado de sí mismo, sólo atendía al bien de losprójimos, de suerte, que aun el necesario alimento para conservar lavida apenas había día que no le repartiese con sus cristianos, gozoso ycontento con dilatar la gloria de su Señor, y en comprar, á costa de sussudores, la eterna bienaventuranza á aquella miserable gentilidad; ycuando cansada la naturaleza de tanto trabajo pedía algún reposo, seescondía en la iglesia, y todo absorto en las cosas divinas, se encendíaen el amor de Dios, tanto, que no sabía apartarse de su amadísimo bien,hasta que no pudiendo sufrir más el cuerpo flaco, tomaba aquel cortosueño que era necesario para cobrar aliento y vigor, vol V.II–76 viendo con másbrío y denuedo á cultivar aquellas nuevas plantas. Estaba entre tantopensando en las Apostólicas correrías que meditaba hacer á losCosiricas, en abriendo el tiempo, especialmente porque éstos le enviaronuna embajada para que los fuese á alistar en el número de losconvertidos, ofreciendo sitio cómodo para fundar en él una Reducción.
Entró en duda de si sería más del servicio de Dios el aceptar la ofertade estos Cosiricas ó pasar á los Puyzocas, sobre que no le pareció tomarresolución cierta antes de conocer cuál fuese la voluntad de Dios; porlo cual, en espacio de muchos meses, en lo más oscuro de la noche serecogía á hacer oración (tomando para sí la noche y dando á los prójimosel día por no faltar á sus necesidades) pidió á los ángeles Custodios deaquellas naciones le alumbrasen el entendimiento con algún rayo de suluz, para que pudiese conocer con certeza cuál era en este negocio eldivino beneplácito: y tuvo revelación ó luz interior de que la voluntady agrado de Dios era que pasase á las tierras de los Puyzocas, y sepusiese á todo riesgo, sin hacer caso de su vida; y no sé de qué manera(porque las noticias que de aquellas Reducciones han venido no loexpresan). V.II–77
Tuvo también anuncios de que el cielo había ya oído sus súplicas, ydeterminado dar cumplimiento á sus deseos de sacrificar la vida por lasglorias de su Criador; y de cuáles fuesen los júbilos de su corazón ycuáles las alegrías, más fácil es pensarlo que decirlo. Pero noobstante, quiso Dios quitarle un poco de aquel exceso de dulzura en queestaba su alma feli