Rimas by Bartolomé Mitre - HTML preview

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Que

se

quitan

Las

agitan

En señal.

VI

Zamora

entonces

levantando

en

alto

El

pato,

cual

si

fuese

una

bandera,

Detiene

del

caballo

la

carrera

Y

le

hace

el

freno

con

furor

tascar,

Y

así

parado

en

medio

de

la

pampa

Con

su

ademan

á

todos

desafia;

Mas

viendo

que

ninguno

se

movia

Dirige

á

todos

la

señal

de

paz.

Torció

las

riendas

del

sobérbio

bruto

Y

á

trote

largo

adelantóse

al

rato

Llevando

al

lado

el

disputado

pato

Que

á

gruesas

gotas

de

sudor

ganó;

Y

al

acercarse

ante

el

vencido

corro

Se

desciñó

del

rostro

su

barbijo,

Y

estas

palabras

atrevidas

dijo

Que

la

turba

entre

aplausos

recibió.

«Si hay quien dispute que gané la palma

«Átese

al

punto

á

la

cintura

un

lazo,

«Que yo tan solo con mi izquierdo brazo

«Ginete,

y

pingo,

y

pato

arrastraré.»

Nadie

admitió

su

formidable

reto:

Tan

solo

Obando

en

ademan

airado

Sacó

del

anca

un

lazo

que

arrollado

Una

serpiente

parecia

ser.

Por

la

presilla

lo

fijó

en

su

cuerpo

Y por la argolla se lo dió á su amigo

Quien

se

admiraba

hallar

un

enemigo

En

el

hermano

que

le

diera

Dios;

Pero

impulsado

por

feroz

orgullo

Asió

del

lazo

en

la

siniestra

mano,

Y

á

gran

galope

atravesando

el

llano

Tirante

el

lazo

entre

los

dos

quedó.

Cual hosco toro que en lazada envuelto

Se

niega

altivo

á

obedecer

la

fuerza,

Y

rebramando

con

furor

se

esfuerza,

Y

aspa

y

pezuña

quiere

allí

clavar,

Tal

Pedro

Obando

con

poder

resiste

Al

férreo

brazo

de

que

está

pendiente,

Mientras el lazo entre los dos, crugiente,

Se

como

una

lámpara

oscilar.

Silencio

horrible

por

do

quiera

reina:

Enmudeció

el

frenético

alarido,

Y

solo

se

oye

el

fúnebre

crujido

Del

lazo

palpitante

entre

los

dos;

Mas

derrepente

resonó

un

gemido

Dos

espirales

al

formar

el

lazo,

Y

cada

cual

llevando

su

pedazo

Envuelto en él al polvo descendió[5].

IV

EL CABALLO DEL GAUCHO

Mi

caballo

era

mi

vida,

Mi

bien,

mi

único

tesoro.

Juan M. Gutierrez.

Mi

caballo

era

ligero

Como

la

luz

del

lucero

Que

corre

al

amanecer;

Cuando

al

galope

partia

Al

instante

se

veia

En

los

espacios

perder.

Sus

ojos

eran

estrellas,

Sus

patas

unas

centellas,

Que

daban

chispas

y

luz:

Cuanto

su

ojo

divisaba

En

su

carrera

alcanzaba,

Fuese

tigre

ó

avestruz.

Cuando

tendia

mi

brazo

Para

revolear

el

lazo

Sobre

algun

toro

feroz,

Si

el

toro

nos

embestia,

Al

fiero

animal

tendia

De

una

pechada

veloz.

En

la

guardia

de

frontera

Paraba

oreja

agorera

Del

indio

al

sordo

tropel,

Y

con

relincho

sonoro

Daba

el

alerta

mi

moro

Como

centinela

fiel.

En

medio

de

la

pelea,

Donde

el

coraje

campea,

Se

lanzaba

con

ardor;

Y

su

estridente

bufido

Cual

del

clarin

el

sonido

Daba

al

ginete

valor.

A

mi

lado

ha

envejecido,

Y

hoy

está

cual

yo

rendido

Por

la

fatiga

y

la

edad;

Pero

es

mi

sombra

en

verano,

Y

mi

brújula

en

el

llano,

Mi

amigo

en

la

soledad.

Ya

no

vamos

de

carrera

Por

la

estendida

pradera,

Pues

somos

viejos

los

dos.

¡Oh

mi

moro!

quiera

el

cielo

Caigamos

juntos

al

suelo

Al decir al mundo A dios!

V

LA REVOLUCION DEL SUD

I

Á BUENOS AIRES

«El

cuello

atado

á

la

servil

cadena

«Del

tirano

postrándose

á

los

piés,

«Buenos

Aires

esclava

y

miserable

«Ya no es el pueblo de ochocientos diez.»

Oh

Patria!

así

decian,

y

entre

tanto

oias

esas

voces

con

desden,

Esperando

mostrar

con

grandes

hechos

Que eras el pueblo de ochocientos diez.

La

vista

al

suelo

con

dolor

bajabas,

Pero

en

tu

corazon

habia

fé,

Y

ardiente

por

tus

venas

aun

corria

La

sangre

pura

de

ochocientos

diez.

Y

derrepente,

cual

gigante

inmenso

A

quien

dormido

ataran

al

cordel,

Despertaste

rompiendo

tus

cadenas

Como

en

el

dia

de

ochocientos

diez.

Quien

alza

el

grito?

preguntó

el

tirano,

Y

trueno

sordo

retumbó

á

sus

piés,

Y

la

corneta

contestó

en

la

Pampa:

«Yo soy el pueblo de ochocientos diez!»

Fuiste

vencida,

cara

patria

mia,

Tus

legiones

sufrieron

un

revés,

Pero

nadie

dirá

que

no

caiste

Como

los

héroes

de

ochocientos

diez.

No

lo

dirán...

¡cobardes!..

las

espaldas

Muestre

lanceadas

argentino

infiel;

Nobles

heridas

muestren

en

el

pecho

Los

descendientes

de

ochocientos

diez.

En

sus

lanzas

filosas

levantaron

Los

sicarios

del

déspota

cruel,

Del

inmortal

Castelli

la

cabeza,

Del

hijo

noble

de

ochocientos

diez.

De

la

sangre

del

mártir

de

la

Patria

De

cada

gota

un

héroe

ha

de

nacer,

Sangre

fecunda,

como

fué

fecunda

La

de

los

muertos

de

ochocientos

diez.

Tus

nobles

hijos

al

mirar

su

busto

Del

polvo

alzaron

la

humillada

sien,

Y

levantaron

con

robustos

hombros

El

ara

santa

de

ochocientos

diez.

«Venganza al pueblo!» prorrumpieron todos

«Palmas

al

mártir

que

murió

con

fé!

«Gloria al que caiga en medio del combate!

«Gloria á los hijos de ochocientos diez!»

Se

vió

agitar

del

mártir

la

cabeza,

Y

su

ojo

frio

se

volvió

á

encender,

Y

desatado

el

labio

á

la

palabra,

Clamó: «Sois hijos de ochocientos diez!»

VI

EL ALZAMIENTO

———

En

la

llanura

de

la

inmensa

Pampa,

Do de América el génio, firme estampa

Su

huella

colosal;

Do

el

Pampero

con

alas

de

gigante

La nube azota y la ola que espumante

Alza

la

tempestad.

Levanta

erguida

el

gaucho

su

cabeza,

Cual soberbio pendon que el viento besa

Desplegado

á

la

luz,

Cuya

negra

melena

al

aire

flota,

En

la

tostada

frente

á

la

que

azota

El

ábrego

del

sud.

El

gaucho!

noble

tipo

Americano,

Que

desdeña

doblar

ante

un

tirano

Su

indómita

cerviz,

Que

despreciando

halagos

femeniles

Conserva

los

alientos

juveniles

De

una

raza

viril.

Entregado

en

su

estancia

al

pastoreo

No

escucha

el

importuno

clamoreo

Que

eleva

la

ciudad,

Sino

cuando

la

patria

acongojada

Le

demanda

el

apoyo

de

su

espada

Para

su

ley

guardar.

Así,

cuando

la

horrenda

tiranía

De

Rosas

se

afirmó,

en

su

agonía

La

Patria

le

llamó:

Y al escuchar su voz, se alzó cual rayo

Del

lado

del

hogar,

montó

á

caballo

Y

la

lanza

empuñó.

«A

las

armas,

valientes!

Al

combate!

«A

quien

cobarde

el

corazon

no

late

«Al

toque

de

reunion!

«A

sus

puestos,

guerreros

Argentinos!

«Venid

cantando

vuestros

patrios

himnos

«Al

trueno

del

cañon!»

Así

dijo

Castelli,

y

mil

valientes

Al

toque

del

clarin,

vuelan

ardientes

La

patria

á

libertar:

No

es

Castelli

caudillo

de

alta

hazaña:

Hombre

del

pueblo,

vive

en

la

cabaña

De

la

mansion

rural;

Pero

la

hermosa

causa

que

proclama

Millares

de

hombres

á

su

lado

llama,

Que

no

saben

quien

es.

Vuelan

á

las

banderas

de

la

gloria,

Y

en

su

frente

presagios

de

victoria

Creeríanse

leer.

Castelli

los

convoca

á

la

pelea

Al pié del pabellon que al aire ondea,

Y

que

en

Mayo

nació;

Y

en

su

serena

faz

resplandecia