Un Paseo por París Retratos al Natural by Roque Barcia - HTML preview

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La puerta se abre, y penetramos en un vestíbulo que encierra lossepulcros de Bertrand y Duroc. Luego pasamos á la sepultura deBonaparte.

Napoleon, en el arco del Triunfo, es un canto.

En la capilla de San Gerónimo, es una plegaria.

En esta sepultura es una sombra.

Doce figuras colosales rodean las cenizas del Emperador. Este enormegrupo parece ser como un jurado de la historia. La tumba es de granito ypórfido, sin ornamento alguno. Este es el mejor ornamento.

Aquelladesnudez es grande, solemne, religiosa. El espíritu que nos domina almirar la cúpula, el espíritu que hay allí, ha bajado á este panteon, yha enterrado ahí un poco de polvo, sin otro ornato ni otra esplendidezque el polvo mismo.

¿Qué ornamento mayor puede darse á un sepulcro que la ceniza quecontiene? ¿Qué mayor monumento puede darse al mar, que el inmensolíquido que inunda sus playas?

Esto me parece muy bien. Salgo complacidísimo. Esta bóveda, estesubterráneo, esta sepultura escondida, no olvidada, es un digno sepulcrode Napoleon. Es la caridad noble, sencilla, humilde y fervorosa que debetributarse al genio. Si alguna pompa, si algun fausto, si algunaesplendidez debe haber aquí, está ahí dentro, entre las cenizas de esehombre, entre los arcanos de esa memoria. La historia, no la piedra, esel panteon de los grandes hombres.

Pasamos luego á una especie de cueva, que está enfrente de la puerta deentrada. Una sola lámpara alumbra este recinto. Entre una atmósferaindecisa de luz y de sombra, distingo un objeto, tendido á lo largo. Esuna espada de Bonaparte: la espada de Austerlitz.

Dije que Napoleon, en el arco del Triunfo, era un canto; en la capillade San Gerónimo, una plegaria; en la cripta, una sombra. En esta cueva,en esta cueva casi sublime, es una vision. ¡Qué elocuencia tanirresistible tienen las sombras! ¡Qué patético tan elevado tiene laoscuridad!

Al ver aquella espada, alumbrada á medias por aquella lámpara fija, cuyaluz no tiene otra oscilacion que la que la produce nuestro aliento; alver aquel testigo mudo de tanto estruendo, de tantas luchas, de tantoheroismo, de tanto entusiasmo; de tanta crueldad y de tanta gloria, elcorazon se oprime, y apenas podemos respirar.

Al ver esa lámpara, á la luz de ese fuego sombrío, parece que vemos áNapoleon, sentado en la arena de su destierro, con el codo apoyado sobreuna roca, con la frente puesta sobre una mano, contemplando lainmensidad del mar, que lo separaba de aquel mundo que él habiaconcebido, de la otra inmensidad que él habia soñado. Si la Inglaterraentera hubiese podido caber en el corazon de aquel hombre, la Inglaterraentera se hubiese quemado. Del fuego que ardia en aquel corazon, brotóuna chispa, y esa chispa quemó una página de la historia del puebloinglés. Napoleon es una página quemada de aquella historia.

Al juzgar el pasado en los libros, la conducta de la Gran Bretaña se nospresenta como una crueldad; juzgando aquí, aquella conducta es unremordimiento; un remordimiento para esa nacion, que no se puededefinir; misionera hoy, pirata mañana, siempre temible, formidablesiempre.

Visto Napoleon en esta pobre cueva, puede decirse que es más grandemuerto que vivo.

Al salir, di al inválido que me acompañaba una moneda de veinte francos.No la quiso. Le insté; no la quiso.

Volví á instarle, casi le supliqué;no la quiso. Esto no se encomia con palabras. Aquel viejo soldado(¡cuántas veces habrá llorado por su Emperador!) tiene conciencia de lamorada en que vive; tiene conciencia de lo que vale la tumba que guarda.El creerá que el Napoleon que allí tiene, vale mucho más que los cuatronapoleones que yo le daba, y cree muy bien. ¡Salud al viejo, al noble,al digno veterano!

Durante la revolucion, el cuartel de los Inválidos tomó el nombre de Templo de la Humanidad.

Bajo el imperio, se denominó Templo de Marte.

Ir de la humanidad á Marte, es como ir de la Vírgen á las Sibilas, ó delEvangelio á la fábula. Aquí el monte Olimpo se puso sobre el monteCalvario, el alfanje sobre la cruz. De este modo la veleidad febril delos franceses ha estampado su huella, hasta en ese gran monumento, quebasta y sobra para la honra de una nacion, y de una nacion grande. Heaguardado á decir esto en la calle, léjos de la tumba de Napoleon, léjosde la capilla de San Gerónimo.

Pero, mi querido lector, ahora me acuerdo que, al hablar del palacio de Luxemburgo, he omitido un detalle que pertenece á estos apuntes.

Cerca de aquel palacio, se ve un edificio algo sombrío, casi oscuro; unacasa que parece un castillo feudal, cuyo nombre le cuadra perfectamente,no tanto por lo negruzco de sus piedras, como por lo que tiene demisterioso, de galante y de aventurero. Lo mandó edificar el poderosocardenal de Richelieu, que fijó en él su residencia, hasta queterminaron el Palacio Real. Posteriormente, esas paredes silenciosasdieron alojamiento á un huésped más ilustre aún. Bonaparte, elevado áprimer Cónsul, habitó ese palacio durante seis meses. Fué su morada elentresuelo de la derecha, entrando por la calle de Vaugirard. En aquelentresuelo habia una puerta secreta, la cual daba paso á una escaleramisteriosa. Por aquella escalera se subia al piso principal, en cuyopiso vivia una mujer hermosa, muy hermosa y muy desgraciada, porque elllanto es el aura que la mujer respira en los alcázares, como si Diosquisiese castigar el vicio del fausto. Á

dicha mujer podian aplicarselos versos siguientes de un célebre poeta italiano: Una cautiva que nombrarte temo,

Cautiva con el nombre de señora;

Una mujer bellísima en extremo

Porque es muy bella la mujer que llora.

Habia resuelto no nombrarla, para no profanar un sepulcro lleno demisterios y de dolores; pero no quiero dejar á los lectores con esaintranquila curiosidad. Aquella mujer era Josefina.

La visita de los Inválidos me deja sin aliento para emprender ladescripcion de Santa Genoveva. Esta descripcion será la tarea de otrodia, porque no debo ser mezquino con un monumento tan espléndido.

Lahistoria de su orígen es una página bellísima de la historia del hombre,y necesito reposarme un poco.

Cuando el objeto que tiene que mirarseestá muy alto, hay que pararse para levantar la cabeza. Permítame ellector que yo alce la frente procurando dominar con los ojos del alma lacúpula grandiosa de ese magnífico panteon, y luego le diré lo que mipobre pensamiento ha podido ver y adivinar.

Hoy terminaré con algunas curiosidades. He leido en un periódico, queuna casa noble de Madrid ha dado un banquete, cuyos manjares y aderezoshan sido encargados á esta ciudad. El convite se da en la corte deEspaña, y la corte de Francia envia los platos. ¿Cómo se llama esto?¿Qué nombre debe dársele? He pensado durante más de cinco minutos sobreel particular, y no se me ocurre cómo bautizar al recien nacido,

¿Esantojo, rareza, extravagancia, ridiculez, lujo, pompa, locura,dilapidacion? No; no es nada de eso separadamente; lo es todo junto, conmás otra cosa que no se puede definir, que acaso no se puede imaginar.

Cada cual se gasta el dinero como quiere, se dirá por algunosmoralistas á la violeta. Yo contesto que cuando cualquiera gasta sudinero de una manera loca, tiene que avenirse á sufrir la nota delocura, como cuando lo gasta en vestirse de un modo ridículo, tiene quesufrir que se burlen de su ridiculez. Yo contesto que nadie es dueño desu dinero, ni de un grano de arena, ni de la hoja seca de un árbol, nidel aliento de su boca, para hacer despropósitos y sandeces; nadie esdueño de nada para abusar, porque nadie tiene el poder de cometerabsurdos. Nadie, absolutamente nadie, ni ricos, ni reyes, ni pontífices,ni emperadores, ni sultanes, son dueños de una cosa para contradecir eldogma de la moral y de la razon, para usurpar á la Providencia elsublime misterio con que gobierna el mundo. Ante la idea del deber nohay más que una alcurnia; la alcurnia de lo bueno, de lo discreto, de lojusto, y ante esa alcurnia de la conciencia universal, nadie espersonaje para dar banquetes extravagantes y risibles, haciendo gala deun orgullo tonto.

¡Gasta su dinero! ¡Su dinero es suyo!

Esto respondensiempre los adoradores del señorío feudal. ¡Argumentacion peregrina!Segun esa filosofía, tambien el que abusa de la fuerza podria decir: ¡esmi fuerza! Y el que abusa de su entendimiento, podria decir: ¡es mientendimiento! Y el que abusa con su avaricia, podria decir: ¡es miavaricia! Y el asesino que abusa de un puñal, podria decir del mismomodo: ¡es mi puñal! ¡No, mil veces no! Los ricos no son dueños de sudinero, el dinero no es suyo, para dilapidarlo, como nadie es dueño deun cuchillo para asesinar, ni del entendimiento para argumentarfalsamente, ni de la fuerza para oprimir al débil, ni de la avariciapara dejar secas las entrañas del pobre.

¡

Es mio

! Eso no significa nada, cuando se obra contra la ley sagradadel deber. Tambien la hipocresía es del hipócrita, y la maldad es delmalvado, y el adulterio es del adúltero, y las traiciones son deltraidor.

¡

Es mio

! No, no es tuyo, para levantarte contra Dios, contra lacreacion y contra el hombre. Para eso no tenemos nada; para eso todossomos mendigos.

¡Qué desocupada tendrá la cabeza esa familia noble de Madrid, que da unconvite, y encarga á Paris los aderezos y los manjares! ¡Qué poco tendráen que pensar! ¡Pobre gente! Esa familia creeria que iba á dar unacampanada de buen tono en el mundo, que iba á inmortalizarse con unescándalo de alta escuela, y no sabe que un escritor oscuro ydesgraciado le tiene lástima. ¡Cuánto más valdria que los miles de durosdilapidados en ese festin, se hubieran empleado en enjugar las lágrimasque circundarán aquella fastuosa vivienda, lágrimas que habrán vistoaquel convite con espanto!

Paso á otra curiosidad. Cuando de regreso á la fonda, cruzábamos laesquina de nuestra calle, nos dimos de cara con Luisa. Como que lamirada de los tres fué un relámpago, no pude adivinar la emocion que lahabia causado nuestra presencia. No me atrevo á decir que adivinoaquella emocion, porque los secretos del alma son muy difíciles deadivinar. Distábamos ya de la esquina quince ó veinte pasos, y aunqueestábamos segurísimos de que no podiamos verla, volvimos el rostro. Otrotanto habrá hecho Luisa.

Al pasar tocando con nosotros, su vestido rozó instantáneamente por mipantalon, y sentí un estremecimiento convulsivo. Si yo fuese jóven ysoltero, llegaria á enamorarme frenéticamente de esa mujer; esa mujerpodria tiranizarme. Siendo viejo y casado, cuando apenas me queda otroresto de vida que la esencia divina de la voluntad, amando como amo á mimujer, casi me siento apasionado de nuestra vecina, menos por su bellezaque por su infortunio. Á medida que vivo y que observo, me voyconvenciendo de que la poesía más irresistible es la del dolor.

Paso á la tercera curiosidad. En la calle de Lepelletier vive un ruso,el cual tira todos los dias á la calle media talega de napoleones. Elbuen señor pasa media hora arrojando puñados á los transeuntes;muchachos, menestrales y mujeres del pueblo se agolpan á coger lasmonedas; al verlos reunidos en un punto, arroja un puñado en otradireccion; todos corren, se chocan, se apiñan, gritan, riñen, pelean,exclaman, se insultan, se agarran, y el ruso se divierte. Yo ignorabaque en Rusia se divertian de este modo.

Algun lector tendrá deseo de preguntarme: y ¿qué te parece más risible,la costumbre de ese hijo del polo, ó el convite francés de la familia deMadrid? Creo que el convite de la familia de Madrid es una dilapidacionimbécil, una plétora de vanidad y de tontería. Creo que la costumbre detirar diariamente á la calle media talega, es una diversion no vista, unentretenimiento díscolo, una limosna bárbara, rusa, vecina del Cáucaso;pero al fin y al cabo es una limosna, y muchos infelices comen conaquella manía. Triste es, muy triste, que un hombre medio loco socorra ásemejantes suyos, divirtiéndose á costa de la miseria de su prójimo;pero es muy triste todavía que se despilfarren miles y miles de onzas deoro, encargando manjares y bicocas á Paris, cuando España es la tierrade los manjares.

Lo del ruso es más extraordinario.

Lo de la familia de Madrid es más necio.

El ruso se divierte á sí mismo.

La familia de Madrid divierte á todo el mundo.

El ruso nos prueba que tiene mucho oro.

La familia de Madrid hace ver que tiene muchos humos en la cabeza.

Si todo el mundo estuviese compuesto de rusos, como el de la calle deLepelletier, y de familias, como la del convite de Madrid, la humanidadofreceria seguramente un espectáculo muy curioso.

Vamos á la última novedad. Los periódicos anuncian la llegada á Paris deun banquero español muy célebre; el más célebre de nuestro país, quizáel más célebre de todo el mundo: D. José Salamanca. Un amigo me dice quedebo hacer un paralelo entre Salamanca y el judío Rothschild, y me haparecido muy bien la idea.

El dia de mañana comprenderá la visita de Santa Genoveva, y lacomparacion entre aquellos dos grandes ídolos de nuestros tiempos.

=Dia trigésimo primero=.

Santa Genoveva.—Rothschild.—Salamanca.—Invitacion.—Nuevascuriosidades.

La historia del Panteon nos espera. Estamos en el siglo quinto de la eracristiana. El célebre Pelagio difunde por toda Inglaterra su herejía, lacual amenaza turbar las verdades fundamentales de la Iglesia católica.San German de Augerre y San Loujo de Troyes parten en el acto para laGran Bretaña, con el pensamiento de combatir el famoso cisma, pasandopor Nauterre, pequeña ciudad que se halla á pocas leguas de Paris. A lallegada de los dos santos, toda la ciudad se reunió en la plaza, comopara oir y admirar la palabra de aquellos virtuosos varones. San Germanhabla á la multitud, y en medio del profundo silencio y de la profundaveneracion con que le escuchaban, se oyen sollozos.

San German calla, las gentes se miran, se interrogan, buscan…. La quelloraba era una muchacha de Nauterre.

El santo se abre paso á través de la multitud, se aproxima á la jóven,que aún no podia contener las lágrimas, y la pregunta:

—¿Por qué lloras?

La pobre muchacha que se ve cerca de aquel gran santo, que oye supregunta, temblaba y lloraba al mismo tiempo, y con mucha prisa, tal vezcon vergüenza, se enjugaba las lágrimas; pero sin poder dejar de llorar.

—¿Qué tienes, hija mía? volvió á decirla el piadoso viajero, dando másdulzura á su palabra y á su ademan.

La muchacha, con el rostroencendido, llorando todavía á despecho suyo, balbuceó:

—Quiero ser monja.

—¿Sabes, repuso San German, los sacrificios, las virtudes, el olvido yla fe que te reclama el estado á que aspiras?

—Yo no sé nada, contestó la muchacha, turbada aún. No sé más, sino quedeseo vivir para mi Salvador. Y

diciendo esto, se puso de rodillas, ybesó la mano á San German.

El santo le dió su bendicion, y una medalla de metal, en que estabaesculpida la efigie de Cristo.

Los misioneros parten, Nanterre los saluda con gritos de fervor, y lamuchacha quedó allí. Es probable que allí viviera oscuramente durantealgun tiempo; pero no estaba sola. La fe es una grande y poderosacompañera. Por fin, la muchacha en cuestion deja su pueblo, su casa y sufamilia, buscando una familia, una casa y un pueblo más grande. Inútiles decir que los halló: el genio lo halla todo.

Pasan algunos años. El rey de los Hunos, el azote de Dios, el formidableAtila, se dirige á Paris.

Aterrorizada la ciudad, al tener noticia deque llegaba el Neron del Norte, todo el mundo se disponia á salir,dejando sus casas en manos del saqueo, de la profanacion y de labarbarie. He dicho todo el mundo, y esto no es exacto. Una mujer, unamujer sola, débil, desconocida, pobre, descalza, con un cordon á lacintura, con los cabellos sueltos por la espalda, con los ojosinflamados, con la mano derecha suspendida, mostrando una medalla decobre, recorria las calles de Paris, apostrofando á unos, consolando áotros, exhortando y animando á todos.

¡No temais, no temais! El cielo vela por la ciudad.

Esto gritaba aquella mujer, y luego corria, y volvia á gritar, y corrianuevamente, y en todas partes se encontraba.

No hay medio posible: ó es una santa, ó una loca.

Paris se detiene, cobra fe, prepara la defensa, espera al salvajeconquistador. Atila no tomó la ciudad.

Despues de Atila viene Meroveo, y pone á Paris estrecho sitio. El hambrediezmaba á los sitiados que se contemplaban unos á otrossilenciosamente, y en sus rostros escuálidos se veia escrita la terriblesentencia: ó entregarse ó morir.

Una mujer recorre las murallas.

—Que me sigan doce guerreros de vosotros, grita, y doce guerreros lasiguen.

Aquella mujer encuentra víveres en las ciudades de Arsi y de Troyes, y Meroveo no tomó á Paris.

Pasan cuatro siglos. Los normandos asedian la ciudad. En el momento enque el enemigo daba el asalto, el ataud que contenia el polvo de unamujer, recorre en procesion las murallas. Al mirar entre ellos aquelataud, los parisienses gritan de entusiasmo y de júbilo, como si viesenvenir en su auxilio á un ejército numeroso y triunfante. Los normandosno tomaron tampoco á Paris.

La mujer que salvó á los parisienses de Atila y Meroveo con su palabra ycon su fe; la que los salvó de los normandos con su ataud; aquella mujerque salvó á un pueblo con un puñado de cenizas, cuyo polvo fué máspoderoso y más valiente que la pica de los guerreros, era una muchachallamada Genoveva; la misma muchacha que rompió á llorar, oyendo la vozde San German de Augerre; la misma á quien dió el santo la medalla decobre con la efigie del Salvador; una muchacha á quien Nauterre llamahija, á quien la Iglesia llama santa, á quien Paris llama Patrona, áquien yo llamo un nobilísimo carácter histórico.

De la reseña que acabo de hacer, viene ese monumento que visitamos.

El rey Clovis, cediendo á las instancias de Santa Genoveva y de la reinaClotilde, levantó una iglesia, dedicada á San Pedro y San Pablo, en elmonte llamado Lucotitius, que dominaba al antiguo Paris.

En aquella iglesia fuéron sepultados los restos de la Santa, á quienParis debió tres veces su salvacion, y la fe y la gratitud que inspirabaaquel nombre, hizo olvidar la primitiva advocacion de los santosapóstoles. La veneracion pública dió al templo de Clovis el nombre deSanta Genoveva. Vienen los normandos en el año 887, y la iglesia deSanta Genoveva fué presa de las llamas. En el siglo XII se reconstruyó;pero en el XIV

amenazaba ya ruina, y hasta el XVIII no vió Paris alzarseese magnífico monumento. Lo principió Luis XV, y hago mérito de estacircunstancia, porque quien da su nombre á un monumento de tal tamaño,tiene positivamente derecho á que la posteridad no lo olvide.

Cuando se desemboca á la plaza del Panteon, la fachada de aquelgigantesco edificio viene á cautivar deliciosamente el ánimo del que locontempla. Un monumento como el que tengo delante, se contempla, no semira. Compónese aquella preciosa fachada de una galería y de un granpórtico, imitacion del Panteon romano. Tiene veintidos columnasestriadas de órden corintio, de veinte metros de elevacion, y dos dediámetro, sosteniendo un fronton triangular de una longitud de treinta ytres metros, sobre una latitud de siete si son exactos, como creo, losinformes que aquí nos dan. El arte ateniense tiene el genio de hacer queel mármol sea casi aéreo, casi vaporoso, y eso se nota aquí. Parece queesas columnas y ese enorme fronton se mueven, parece que se disponen ápartir, á dejar la tierra, como cuando un pájaro levanta la cabeza yagita las alas, en actitud de querer volar.

El plan general de ese atrevido monumento, de esa altísima concepcion,representa una cruz latina. La componen cuatro naves, poderosamentedominadas por una sola cúpula, que se alza en el centro. Todo eledificio comprende un espacio de ciento trece metros de longitud,ochenta y cinco de latitud, y ochenta y tres de altura.

La linterna circular, rodeada de doce columnas, que corona elegantementetodo el edificio, estará a una altura de ciento cuarenta á cientocincuenta metros.

Para ir desde la planta baja á lo alto de la cúpula, hay que subircuatrocientos setenta y cinco escalones.

Cuando llegamos á una gran baranda de hierro que circuye lo alto de lacúpula, el ingeniero que me acompañaba (ya mis lectores le conocen), seempeñó en que yo tenia que asomarme, echando fuera una buena parte delcuerpo, á fin de dominar el enorme cóncavo de la media naranja, y laslejanas naves y paredes del monumento. Yo experimentaba que mi cabeza sedeprimia por instantes; sentia que una mano de bronce me aplastaba lafrente; ya me creia rodando por aquellas extensas y horribles bóvedas;horribles me parecian á mí, pues miraba en ellas el vacío lóbrego ymisterioso de una sepultura. En fin, á despecho mio, arrostrando concierta vergüenza la nota de cobarde, con que queria picarme elcompañero, eché á huir hácia la escalera, casi dando chillidos y con loscabellos erizados. En mi vida me he creido más fuera del mundo. Meparecia que era propiedad de un mago, de un duende, de una bruja.

El ingeniero que me vió huir, echa detrás de mí como un rayo y me cogepor los hombros, cuando yo no habia ganado todavía la escalera. Aquífuéron mis grandes apuros; sudaba como un pollo; balbuceaba palabrasinterrumpidas, porque no podia hablar, y Dios sabe el esfuerzo que tuveque hacer sobre mi convulsion nerviosa, para no gritar pidiendo auxilio,como si me viera rodeado de asesinos ó de ladrones.

¡Qué sábia ha sidomi mujer! decia yo para mí. ¡Cuándo me veré en donde está ella! Mi mujerno quiso subir, y esperaba abajo. El ingeniero me coge por los hombros,tira hácia atrás, casi me arrastra, y como quien maneja un cadáver, melleva á la baranda, me inclina el cuerpo, me baja la cabeza y me obligaá mirar, mientras que mis manos estaban asidas fuertemente á loshierros. ¡Es un espectáculo maravilloso!

exclamaba con cierto frenesí deartista, un frenesí que le hacia muchísimo favor, que le honraba enextremo; pero que yo no podia comprender, mucho menos que comprender,venerar; y mucho menos que venerar, aplaudir. Yo dejé caer la cabezasobre la baranda como un muerto, cerraba los ojos como para nodesvanecerme; pero era inútil. Todo rodaba; todo me circuia dandovueltas en una confusion diabólica.

No sé si porque ví algo al cerrarlos ojos, ó por una adivinacion incomprensible del fluido eléctrico queme volvia loco: más claro, no sé si porque ví algo con mis ojos ó con migran miedo, me parecia estar mirando aquella formidable concavidad, almismo tiempo que me imaginaba dando vuelcos por aquella region, muymaravillosa, muy sorprendente; pero muy vacía. ¡Dios le pague al bueningeniero la excelente intencion con que obraba; pero se acabó el ir conél á la visita de ningun monumento que tenga más de un piso! Yo nopuedo significar lo que padecí, las crueles angustias que pasé, lasextravagantes y monstruosas visiones que se apoderaron de miimaginacion. El ingeniero, que arrebatado del entusiasmo de su nobleoficio, no veia que yo estaba medio difunto, me preguntó con aireorgulloso qué me parecia. Yo me apresuré á manifestarle que me habiaparecido asombroso, que estaba lleno de admiracion y de regocijo, que nolo olvidaria en mi vida (era la verdad), y diciendo esto, y estudiandosus ademanes, me dirigia á la escalera.

Luego que bajé el primer tramo,dí un suspiro, y saltaba los escalones de dos en dos, temeroso sin dudade que el ingeniero viniera á cogerme segunda vez. ¡Oiga usted! ¡Vengausted aca! me gritaba desde arriba.

¡Verá usted un grupo magnífico! Yosaltaba antes los escalones de dos en dos; ahora los saltaba de tres entres, contestándole al mismo tiempo: sí, señor, un grupo muy magnífico,allá voy, espéreme usted, y miraba hácia bajo, para ver si faltaba muchaescalera. Creí no llegar; hasta sospeché que habia equivocado el caminoy que marchaba hácia las nubes. Por fin llegué, por fin pisé tierra, porfin ví á mi mujer que ya estaba impaciente, y que me pareció sumamentehermosa. Me figuré que veia una divinidad.

El ingeniero estuvo por allá una media hora. Entre tanto, en union de micompañera, visité el interior espléndido de esto que no sé cómodenominar: si necrópolo ó templo, si protesta ó fe, si reliquia óprofanacion, si monte Calvario ó Roca Tarpeya.

Frescos brillantes, fastuosos, casi lascivos; apoteosis de Bonaparte,hombres ilustres de la república y del imperio; Fenelon, Malesherbes,Mirabeau, Voltaire, Rousseau, Lafayette, Carnot, Manuel, Monge, Laplace,David, Bichat, Lagrange: es decir, allí está todo lo que debe estar enun arco de triunfo, en una academia, en un teatro, en un cementerio, enun museo, en un alcázar: no hay nada de lo que debe haber en unaiglesia: victorias, apoteosis griegas, pinturas romanas, la libertad, elgenio, el valor, la ciencia, la historia; guerreros, teólogos,protestantes, cismáticos, realistas, republicanos, poetas, cirujanos,matemáticos, críticos, filósofos, inventores; todo eso he visto allí: nohe visto un santo. Sin embargo, esto que visitamos, esto que vemos, esteresplandor que nos ofusca, que nos fascina, es un templo católico. En untemplo católico están Voltaire, Rousseau, Diderot y otros compañeros dela Enciclopedia: no están Bossuet, Bourdaloue, Flechier, Masillon. Ya lohe dicho en otro lugar de estos apuntes, pero hay cosas tan raras yoriginales, que no basta decirlas una vez.

Este edificio, como la Magdalena, es una cosa santa sin santidad: es unasantidad á la fuerza, mandada guardar y cumplir como ley de Estado, á lamanera del Jehovah hebreo. Todo es Dios en esta irreverente iglesia,menos Dios: todo es iglesia, menos la iglesia. Los franceses deben estarmuy satisfechos de esto, porque, realmente, esto es muy francés.

Muchos franceses creen (yo lo he oído) que el Panteon parisiense es deun mérito superior á la Basílica Romana. Me parece que esta opinion esuna lisonja con que se adula el espíritu nacional. Al comparar estas dosgrandes páginas de la historia del arte, no debemos remontarnos á lapoesía de los templos, porque el Panteon no lo es. Hablarémos de losedificios; es decir, de la piedra.

Santa Genoveva, obra de un solo hombre, realizacion de un solopensamiento, tiene más unidad, más simetría, más órden.

El Vaticano, en donde cada siglo pone muchas estátuas, tieneinfinitamente más fecundidad, más grandeza, más galanura, másesplendidez.

En el Panteon hallamos más escuela, más regularidad: si se quiere, mássabiduría.

En el Vaticano admiramos más arte, más creacion, más genio.

Si el Panteon es un edificio, el Vaticano es un monumento.

Si el Panteon es un monumento, el Vaticano es una maravilla.

En Santa Genoveva reina Soufflot: el puritanismo aleman.

En la Basílica de San Pedro, reina Miguel Angel: la magnificenciaitaliana.

En Santa Genoveva se admira al hombre.

En el Vaticano se admira á Dios.

En la catedral de Sevilla y de Toledo, se le adora.

Childerico dió a la primera iglesia la denominacion de San Pedro y San Pablo.

La veneracion pública borró el nombre de San Pedro y San Pablo, parallamar al nuevo edificio Santa Genoveva.

La Asamblea constituyente borró el nombre de Santa Genoveva, paradenominarlo el Panteon, despojándolo del culto católico.

Napoleon I no le volvió el nombre de la santa; pero le devolvió suculto.

La restauracion borra el nombre de Panteon, para llamarlo nuevamente Santa Genoveva.

La revolucion de Luis Felipe vuelve á borrar el nombre de Santa Genoveva, para darle el de Panteon.

Napoleon III, en 1852, vuelve á borrar la advocacion revolucionaria de Panteon, para darle el nombre religioso de Santa Genoveva.

Mañana ú otro dia volverá á llamársele Panteon, para volverle á llamarluego Santa Genoveva, Panteon despues, y Santa Genoveva más tarde, hastaque por fin venga al suelo, quedando para siempre la memoria confusa yrevuelta de Santa Genoveva y de Panteon.

Si se pudieran averiguar todas las veces que el pueblo francés ha dichohoy ¡muera! á lo mismo que ayer dijo ¡viva!, es seguro que se formariala historia más curiosa del universo. No debe negarse que en todos lospaíses suceden mil extravagancias; pero lo que es extravagancia en otraspartes, es aquí consecuencia. El prurito, el frenesí, casi la locura de

variar

, es lo único que en Francia no

varia

: lo único estable es lovoluble. Un ¡viva! equivale aquí á una escalera que conduceirremisiblemente al patíbulo. No tengo la ambicion de ser victoreado enningun pueblo de la tierra; menos que en ningun otro, en este devorador