Vuelvo á la reseña de este dia.
La Providencia hubiera hecho al mundo un bien muy grande, no habiendodado necesidades materiales á los hombres que se consagran á la vidaintelectual, especialmente tratándose de aquellos que son peregrinos enel presente; peregrinos que, con el báculo de la verdad en la mano y unaesperanza valerosa en el corazon, cogen hoy espinas que mañana seconvierten en flores, y sirven de corona á las generaciones venideras.Estos hombres, estos mártires de la historia, estos santos de laconciencia, estos sacrificios sagrados de donde saca el mundo su fuerzamejor, debian tener bastante con su culto, como el alambique quecontiene un fluido eléctrico, tiene bastante con aquel fluido. Estoshombres debian estar dotados de una existencia elemental como la tierra,como el agua, como el aire: debian ser luces á quienes bastara sunatural calórico: debian vivir y conservarse por su propia virtud, de lamisma manera que la esperanza vive y se conserva por virtud intrínseca ydivina del deseo: debian vivir y conservarse en su espíritu, en suesencia, en esa misteriosa infusion de la mente hacedora, como elperfume de una flor vive y se conserva en los poros sutiles de sustallos.
A más de un escritor debia bastar su oficio, como basta su claustro almonje. ¿Qué son algunos escritores, sino monjes de otro convento,frailes de otra religion? ¡Ay! no está en esto lo penoso de la órden,sino en que son monjes sin claustro.
En efecto, difícilmente se concebirá una situacion más terrible que ladel hombre que dedica su vida entera al esclarecimiento y propagacion deuna verdad; de una verdad extraña todavía á la civilizacion particulardel siglo ó del pueblo en que vive. Todo lo ha puesto en manos de suidea: vigilias, patrimonio, salud, amor, destino…. ¿Para qué? Para oiren una hora, en un momento, la voz de una mujer, de una hermana, de unamadre:
mira que no tenemos que comer; mira que no podemos pagar alcasero; mira que es necesario abandonar esos papeles indigestos, ybuscar recursos
, tal vez pedir, quizá sufrir la afrenta de quien valemenos, porque sirve menos, porque está mucho más distante de los altosfines que la vida humana tiene que cumplir en el mundo.
¿Qué se hace? Dejar los papeles (el vulgo de las mujeres los llama papeluchos
) y buscar dinero; pedirlo; sentir en el rostro el calortremendo de la vergüenza.
¡Qué poco meditan sobre esto los legisladores que condenan al escritor,como se condena al malhechor ó al vago!
¡Ay! La tierra que pisa ese hombre, el palmo de tierra donde pone suplanta, esa piedad que debe á la creacion, está mojada de su sudor y desu sangre. ¿Quereis que á eso se junte la argolla del presidio?
¿Tambienha de comer la vitualla en el patio inmundo de una cárcel? El que está ásu lado es un ratero, un traidor, tal vez un asesino; él es el misionerodel alma, el apóstol de la verdad, el astro de la vida, el cáliz de larevelacion; un cáliz donde se custodia una chispa del pensamientoprovidencial que mide y gobierna el universo: el que está á su lado esun maldiciente, un perjuro, un espía; él es el sacerdocio del porvenir;un siglo grande que no cabe en su siglo; un pueblo muy grande que nocabe en su pueblo; la ley de los hombres que no cabe en la ley de unhombre; él es la victoria que se inmola para hacer bien al hijo de supropio sacrificador.
¡Ay! Pónganse los legisladores la mano sobre su conciencia; mediten uninstante dentro del secreto de su corazon; miren por un momento esa cunadonde ahora dormitan sus hijos; esos hijos á quienes aman, esos hijosque serán hombres á su vez; esos hijos que en su dia serán padres; esoshijos á cuya descendencia no ha dado nadie un monton de cenizas para quesobre él deje caer la frente helada; esos hijos que son una cifrainfinita en el cálculo de la Providencia: lean los legisladores en esearcano por un momento, un momento más; no les pido más tiempo que elnecesario para ver un cometa que aparece repentinamente en los aires:vuelvan los ojos á esas criaturas que ahora dormitan, esas criaturas quemañana se educarán, que mañana aprenderán moral y ciencia, queaprenderán de este modo á ser hombres en el libro del presidiario; esascriaturas que tarde ó temprano han de recibir el bautismo bajo la conchadel escritor que come y vive con el asesino y con el espía.
¡Ay! Todo lo ha puesto en manos de una idea: vigilias, patrimonio,salud, amor, destino: tambien la libertad; es un preso: tambien lahonra; es un infame.
¡Ay! Si un hijo del legislador, uno de esos hijos que ahora duermen bajola leve gasa que cubre su semblante; si ese niño llega á ser un hombrede sabiduría, de lealtad, de abnegacion; si llegase á ser el propagadorde una verdad mayor que su siglo, el conductor de un fluido para el quela vida de hoy no tiene tubo ni alambique; si debiese al destino el donsoberano de tener genio; es decir, el don de una virtud suprema, porqueno hay genio sin virtud, no hay genio deshonrado, no hay genio infame,porque no existe
el talento de picar, porque la víbora no tienetalento
: si en el testamento de la predestinacion universal, recibieraese niño aquella manda gloriosa y divina
¿qué diria el legislador, quédiria el padre, cuando supiera que su hijo comia la vitualla delpresidio con el espía, con el asesino, con el traidor, con el ratero?
¡Ay! Pongan una mano sobre los latidos de su corazon, y que respondanuna vez: ¿es eso justo?
Todo lo dan: ¿han de dar hasta la honra, como la madre que falta dealimento, da al hijo sus lágrimas?
¿Pero por qué hay hombres que propagan ideas mayores que su siglo ó supueblo?
¡Escrúpulo curioso en verdad! ¿Por qué hay rayos que purgan laatmósfera? ¿Por qué hay volcanes que purgan la tierra? ¿Por qué haytorrentes que se precipitan y corren cubiertos de espuma? ¿Por qué haytubos que conducen el fluido eléctrico? ¿Por qué hay chispa eléctrica?¿Qué me decis á mí de todo eso?
¡Preguntádselo á Dios!
No es nuestra ciencia; es una ciencia mucho más alta. Propiamentehablando, es la ciencia.
He dicho algo á mi compañera sobre lo bueno que seria á ciertos hombresel poderse mantener con la virtud espiritual del pensamiento; el vivirde una manera infusa, por revelacion
, pero mi compañera me respondeque en vano doy que hacer á mi fantasía, porque no hay más medio queresignarse á la
calamidad de comer
. Ella dice que el mismo fuegonecesita sustancia que lo nutra, que el mismo aire parece ser elalimento de la atmósfera, como la atmósfera parece ser el alimento delespacio. Dice que la chispa escondida dentro del pedernal necesita ungolpe para salir; pero yo no puedo consolarme. El pedernal no andarodando por las aceras de Paris, á caza de un guisado que no tengaharina, y de un trozo de carne que no esté dura y ensangrentada, y deuna botella de vino que no esté agrio, amargo, salado, picante, y no sécuantas cosas más.
He dicho todo esto, porque la cuestion de comer se hace cada dia másapremiante y amenazadora. Los fiambres no bastan á un estómago débilcomo el mio, especialmente cuando está acostumbrado á otro método; elmétodo de una mujer inteligente, cuidadosa y que debe quererme algo,segun las muestras.
En fin, la imaginacion de la comida (uso la palabra imaginacion paraquitar á la palabra hambre lo que tiene de bajo y grotesco) nos reasume,nos absorbe, nos tiraniza.
Salimos á la calle con el fin de probar fortuna. Entramos en una galeríadel pasaje de los Panoramas, y vemos un aviso en que se ofrece dar dealmorzar bien (
confortablemente
) por dos francos.
No anduvimos más. Nos sentamos en una mesa del rincon, y á los pocosminutos teniamos dos platos delante y una botella de vino Macon. Unplato es de carne y otro de pescado. La carne está dura, muy dura; elpescado tiene salsa blanca, muy blanca; el vino es amargo, muy amargo.Hice á mi mujer una seña, ella resistia por miramiento á los cuatrofrancos; pero otra señal la decidió, y salimos como habiamos entrado;digo mal salimos con 82 sueldos menos, pues á los 80 de estatuto tuveque añadir dos de propina; aunque la propina es un estatuto tambien..
En otra galería del mismo pasaje, nos dimos de cara con otro rótulo quepromete tres platos fuertes, vino de Burdeos y sorbete al fin, todo portres francos.
Subimos al piso principal; al entrar nos dieron una contraseña, y á pocose presenta un garçon con frac negro y corbata blanca. Bajo el influjode la primera impresion creí hallarme en el memorable restaurantChampeaux, plaza de la Bolsa, é hice involuntariamente ademán de irme,pero la memoria de los tres francos me detuvo. Nos sirven una buenasopa, un plato de gallina, dos entremeses, una botella de Burdeosinferior; y al llegar á los postres, el elegante garçon entra con unabatea llena de primores: porciones de manteca, ruedas delgadas desalchichon, peras, ciruelas, rábanos muy pequeños, dulces y otrascuriosidades. Nosotros nos imaginamos ver abiertas las puertas delparaíso terrenal. Mi mujer empezó á proveerse, tomando sin duda revanchade los contratiempos sufridos, cuando el garçon la dice en un tono muybajo y muy meloso:
—Perdone usted señora: no se pueden tomar más que dos porciones áeleccion. (
Pardon, madame: on ne peut prendre que deux portions auchoux
.)
—Ya me parecia, me dijo mi mujer, que esto era demasiada suerte paranosotros.
—Si usted quiere tomar más porciones, añadió el garçon, será aparte….
—¡Gracias! ¡gracias! contestó mi mujer precipitadamente, como sitemiera ver un papel de aguas inglesas con 27 francos en medio.
Mi compañera tomó manteca y una fruta del tiempo; yo tomé tres porcionesde fruta, dos que tocaban á mi cubierto, y una que me tocaba á mí por notomar sorbete.
Mi mujer tomó el suyo, pagamos y nos salimos á la calle, y cualquierahubiera conocido en nuestras caras que estábamos de mejor humor. Peroaquello era caro para la comida normal, y proseguimos nuestrasexcursiones.
Despues de mucho discurrir al azar,
oliendo donde se guisa
,atravesamos una de las galerías del Palacio Real, y en un bazar deporcelana hemos visto un juego de platos, que perteneció á Luis Felipe.
Acerca de la autenticidad no hay duda alguna, puesto que los platos sonde lo mejor que se hace en la famosa fábrica de
Sevres
, y tiene en elfondo la corona y nombre de
Luis Felipe
. Esto nos induce á dar créditoá la señora del almacen de los Panoramas, sobre el baston de Richelieu,puesto que lógico parece que descuide el baston del cardenal, quiendescuida la vajilla de un rey. Se conoce que la nobleza francesa tienepoco gusto tradicional; lo cual quiere decir poco gusto de si misma,poca conciencia de su ejecutoria, poca sensatez. ¿Cómo seria posible queun lord consintiese que decorara el escaparate de un mercader, unavajilla que hubiese servido en la mesa de uno de sus monarcas?
La Francia, siendo inmensamente más grande que la Gran Bretaña por laley de la naturaleza, no debe entrar en lucha con el pueblo inglés:tiene una desventaja capitalísima; es menos lógica, como ya he dicho, yla lógica es un poder inmenso; sino inmenso, es un formidable poder: LaFrancia lo tiene; pero la Inglaterra lo tiene mayor. Francia tiene uno;el del país, el poder social. En el Reino Unido hay un millon de lores yde hombres de gobierno ó de empresa: hé aquí un millon de poderes; elprivilegio portentoso de una casta política, la cual, pordioseando portodo el mundo conocido, hace que todo el mundo conocido la pida limosna.
La Inglaterra es la especialidad más rara que se ha verificado en lahistoria, el fenómeno más curioso de estos tiempos fenomenales. Caerásin duda, caerá mañana, porque hoy representa lo que representaba elmundo que cayó, el mundo que no pudo menos de caer, que caerá siempre yen todas partes que tenga creaciones análogas; que tenga ídolos socialesque adorar. La casta antigua le llamó mago, por ejemplo; el mago inglésse llama cañon, pólvora, buque, lord, renta, capital; pero de cualquiermodo es la antigua casta, el mago persa ó el brahman indio.
Esto caerá, como cayó aquello
, reproduciendo las sublimes palabras deVíctor Hugo.
La Inglaterra caerá; pero no caerá sino como cae una masa enorme: caerácomo cayó el templo de Belo, como cayó el coloso de Rodas, como cayó elPartenon de Grecia, ó el Capitolio de Italia, como caerán las Pirámidesde Egipto; como caen los milagros del hombre.
Comimos en el pequeño restaurant de Lóndres, cerca de la fuente deMolière. Á más de lo que ofrecen por franco y medio, pedí un pichon, elcual me ha costado 9 reales. Advierta el lector que hay pichones por 14sueldos. Me han llevado 31 por aderezarlo, algo más del 200 por 100.Vaya esta especie AL PARIS
MORAL. Mi mujer dice que no volverá más, locual quiere decir que no volverémos los dos.
De vuelta hácia casa, hemos presenciado cierto alboroto, acaecido en unataberna de la calle de Richelieu.
Dos suizos empezaron á discutir sobrereligion. El uno era del canton del Tesino, y defendia el cultocatólico. El otro era de uno de los cantones protestantes, y defendia elculto reformado. La disputa acabó por tirarse las copas á la cara, y nodebieron andar por el aire las copas solamente, sino alguna botella,porque uno de los contrincantes tenia una herida bastante profunda,hácia la quijada derecha.
Recomiendo al jóven que haya de salir de su casa, especialmente de supaís, que no olvide el consejo que voy á darle: guárdese muy bien dehablar nunca de su religion y de su patria. Son los dos asuntos queofrecen un peligro más general y más inevitable. No hay hombre que noesté persuadido de que su Dios y su país son los mejores de la tierra.Disputad con él sobre todo; pero no le toqueis su país y su Dios.
¡Decuántos lances he sido testigo, y cuántas cabezas se han roto, y cuántoshombres han ido al Campo Santo por una imprudencia de este género!
Llegamos á casa y dije á mi mujer:
—Mañana es lunes; mañana principia la semana que aplazaste para lavisita del monumento que tanto anhelo visitar. ¿Cuándo lo visitamos? Micompañera me miró sonriéndose, y con la magnanimidad orgullosa del queotorga una gracia ó concede un perdon, responde á secas:
—Mañana.
—¡Dios te lo pague! contesté yo muy satisfecho.
=Dia décimo tercero=.
Almuerzo.—Coche.—Nuestra Señora de Paris.—Hija deshonrada.—Comida decampo.
Salimos del hotel á las diez y media. Despues de veinte minutos demarcha forzada, nos vemos en la calle de la Grand'Batelière. Hácia elcomedio de la calle, encontramos un restaurant de mediano coturno
, yallí hemos almorzado, no muy bien, por seis francos y algunos sueldos depropina. Volvimos á caminar á la aventura, y ya cansados, cerca delpasaje de Jouffroi, tomamos un bienhechor fiacre
.
—
¿Où allons-nous? ¿Á dónde vamos?
Gritó el cochero desde el pescante.
—
A Notre Dame, á Nuestra Señora
, contesté desde dentro, éinmediatamente el carruaje comenzó su marcha.
Hace media hora larga que atravesamos un verdadero laberinto de calles,unas espaciosas y claras, otras húmedas, estrechas y sombrías. Apenashabrá un espectáculo más original, más extraño y curioso, que estudiaruna poblacion como Paris desde la portezuela de un carruaje. Cada callenueva, cada nueva plaza, cada barrio distinto, cada diferente localidad,se nos presenta como si fuese un lienzo que se va desdoblando de uninterminable panorama. Uno espera á cada momento que se concluya; esperasalir á cielo raso; espera ver campos, árboles, montañas, llanuras;espera verse libre de aquella red que lo va circuyendo por todas partes,y vienen calles y más calles, callejuelas y más callejuelas, plazas ymás plazas, y llega un instante en que nos sentimos fatigado el pecho, ycansada la respiracion. No tuve la curiosidad de ver cuánto tardamos enla travesía; pero á mí me pareció sumamente larga. Excuso decir que á mimujer la pareció infinitamente más larga que á mí, porque no se fija enlas cosas con la intencion de estudiar y aprender, sino con el ahinco,franca y netamente español, de hacer burla de los franceses, y elaliciente de la murmuracion dura poco. La murmuracion es como la salsade la visita; mi mujer no halla en mí una compañera con quien murmurar,y así es que se aburre.
[Ilustración: Frontis de Nuestra Señora.]
[Ilustración: Plaza de la Bastilla.—Columna de Julio.]
Despues de torcer millares de esquinas, y cuando ya casi teniamosturbada la vista de tanto mirar á izquierda y derecha, asomamos á unaexplanada que nos pareció alegre y deliciosa; luego atravesamos unpuente; dirigimos precipitadamente una mirada á lo largo del rio,iluminado por los rayos de un sol de Junio, llegamos á la márgenopuesta, caminamos unos momentos…. ¡NOTRE DAME! ¡NUESTRA SEÑORA!
Gritóel cochero con voz reposada y severa, como si su acento participase delo venerable del lugar que nos anunciaba. Al oir el anuncio del cochero,experimentamos cierto sentimiento religioso, y otra sensacion quedifícilmente podria explicarse. Es una sensacion parecida al miedo.Cuando nos hallamos al pié de un monumento célebre, de uno de esosmonumentos que muchas veces hemos creido ver, que nos ha hecho sentir,que nosotros queremos como si fuera un individuo de nuestra familia, unindividuo más grande que los otros, porque nuestra imaginacion lo hadivinizado á su manera: cuando sabemos que nos vamos á dar de cara conese personaje misterioso, con ese ídolo de nuestra fantasía, con esavaga creacion de nuestros recuerdos, parece que nos preocupa la mismaidea que embarga nuestro ánimo, en el momento de recibir á un sábio, áun santo, á un apóstol, á un héroe, á un poeta; es decir, á un prodigio.Nuestra admiracion es una mágia que adoran muchos magos, ó bien es unmago que adora muchas mágias, y Nuestra Señora de Paris era paranosotros una especie de hechicería; hechicería sagrada, venerable,augusta, pero hechicería.
—¡Anda! dije á mi mujer, con el mismo tono con que la hubiera dicho: el mago nos espera
.
Saltamos del carruaje, y nuestra ávida y respetuosa mirada se fijó en elfrontis de la gran basílica. Aquella fachada es pintoresca, festiva,graciosa, sin dejar de ser grave, religiosa y solemne. Hay allí eseespíritu aventurero, esa galantería varia y confusa, esa poesíamelancólica, apasionada, infantil, inocente, pero arrebatadora, de losedificios de la edad media, ora sea un templo, ora un palacio, ora uncastillo, ora una cárcel. Aquella poesía indefinible no es un carácterde este ó del otro estilo arquitectónico; no es una revelacion del arte;sino una revelacion de aquella edad, el arte especial de aquellossiglos; una emocion de aquellos hombres y de aquellos tiempos, unaverdadera emocion histórica.
Las treinta y cuatro columnas, altas, delgadas y sencillas, quesostienen la plataforma de esta gran fábrica, dan al edificio una graciaateniense, fantástica, aérea; parece que nadan por la atmósfera.Aquellas columnas tienen la arrogancia atrevida y la idealidadmisteriosa del obelisco.
Yo permanecí algun tiempo, sin moverme, sin poderme mover, como sisintiese agobiada mi alma bajo el peso de tantos recuerdos ytradiciones. En efecto, esa catedral que ahora contemplo, esa masaenorme, quieta, silenciosa, insensible; pero tan elocuente y tanentusiasta en medio de su silencio y de su quietísmo; ese monton depiedras que estoy viendo, es como el testimonio de otra raza, de otropensamiento, de otro dogma, de otro mundo.
Este lugar, decia yo para mí, formaba parte de la antigua
Citè
. Estemagnífico y caprichoso templo sucedió á una iglesia cristiana, levantadaen el siglo IV al primero de los mártires, á San Estéban. Á este SanEstéban, á esta humilde y primitiva basílica del cristianismo, únicomonumento religioso de la
Citè
, unió otra iglesia el rey Childeberto,hijo de Clovis, á instancias del obispo San German, bajo la advocacionde
Nuestra Señora
, de donde trae su orígen el nombre actual de estasuntuosa metropolitana de Paris.
Y la iglesia de San Estéban, así como la basílica del hijo de Clovis,habia sucedido á un templo pagano, levantado á Júpiter durante elreinado de Tiberio. Mucho despues, á mediados del siglo XII, un hombreilustre, un oscuro hijo del pueblo que ganó la mitra á fuerza detalento, de virtudes y de piedad, Mauricio de Sully, concibió elpensamiento de construir la iglesia que ahora admiro. Un solo hombreprincipió esta obra gigantesca; siete siglos la terminaron.
Aquí han trabajado sucesivamente el Papa Alejandro III, que puso la primera piedra en 1163, Felipe Augusto, el Cardenal de Noailles, Juan de Montaigu, Felipe el Hermoso, San Luis, Luis XIV, Luis Felipe y Napoleon III.
Bajo
La Convencion
, Nuestra Señora de Paris se vió convertida en
templo de la Razon
.
Bajo el Consistorio, la secta de los teofilántropos estableció aquí suculto.
En 1801 tuvo lugar el famoso y raro concilio, á que asistieron cientoveinte obispos constitucionales
.
Bajo el Consulado, se restableció el culto católico, prévios una misa yun Te Deum
, pomposamente celebrados en presencia de los tres cónsules.
En 1804, el Papa Pio VII puso la corona del Imperio sobre la cabeza delgran Napoleon.
Aquí tiene el lector la historia artística y social de NUESTRA SEÑORA DE
PARIS, de este gran libro escrito en piedra.
Pasadas estas primeras impresiones, atravesamos el umbral de labasílica. Necesitaria escribir un año, si tuviese que hacer ladescripcion de los infinitos y curiosos detalles de escultura queencierra este templo. En este sentido,
Nuestra Señora de Paris
esquizá el monumento más rico y más precioso de la edad media. Tantaestátua, tanto dentellon, tanta columna, tanto relieve, tanto arabesco,tanta profusion de trabajo, le quita belleza, porque le quita sencillez;le quita majestad, porque le quita simetría; pero lo que le quita comoarte, se lo da como historia; lo que le quita como iglesia, se lo dacomo conservatorio ó museo. No es una gran arquitectura; pero es un granlibro.
Ciento veinte pilares sostienen las lujosas bóvedas; hemos contadoveintisiete capillas, y admiro los bajo-relieves, en bronce dorado, delaltar mayor, un precioso grupo de mármol, que representa el descenso dela cruz, la estátua de la Vírgen, la de San Cristóbal, de nueve ó diezmetros de altura, y otro grupo de mármol llamado
el voto de Luis XIII
,que representa una cruz de piedra blanquísima, medio cubierta por unpaño con una maestría notable; al pié de la cruz aparece sentada laVírgen María, teniendo en sus brazos al niño Jesus. Á cada lado de laVírgen, se ven las figuras de Luis XIII y Luis XIV, que presentan unacorona á la madre del Salvador.
La escultura de estos verdaderosmonumentos no pertenece á la escuela del edificio, por decirlo así;contradicen la lógica del arte; en una palabra, son otros tantosanacronismos, pero al cabo son preciosísimas creaciones de unacivilizacion santa y grande, creaciones de un arte sublime, de un artesin segundo, del arte cristiano, y nuestra fantasía, nuestro sentimientoy nuestra inteligencia se ven fascinados por un encanto irresistible. Enun paraíso, tan lleno de esperanzas y de armonías, el alma no piensa; seembriaga y duerme.
Hemos admirado tambien las maderas y el enrejado del coro, los cuadrosde Luis de Bologne, de Touvenet, de Hallé, de Coypell y de Felipe deChampagne; los opulentos mausoleos del conde de Harcourt, del cardenalde Belloy, de…. En fin, he admirado tantas cosas, que si las hubierade decir, seria menester que escribiera un libro, como dije antes. Peroaunque sea de paso, no quiero dejar de hacer mencion de una pintura quenos ha impresionado vivamente. No recuerdo en qué sacristía he vistoaquel cuadro; pero recuerdo que lo he visto para no olvidarlo jamás.Este cuadro representa al venerable monseñor Affre, al caritativo yvaleroso arzobispo de Paris, herido gravemente por una bala en lasbarricadas del célebre arrabal de San Antonio, en Junio de 1848, y labala que se ha extraido de la sangrienta y mortal herida. Hay una verdadtan ingénua,
tan provocativa
, por decirlo así, en la pintura y uninterés tan grande en el asunto, que el espectador no puede menos dequedarse clavado ante aquel lienzo. Aquello es una triple epopeya, unapara el arte, otra para la sociedad, otra para la fe.
La gran campana de Nuestra Señora de Paris, la mayor que hay en Francia,pesa treinta mil libras, ó sea mil doscientas arrobas. Como la
María
de Sevilla, sólo deja oir su voz grave y solemne en los grandessucesos, ó en las grandes festividades.
Pero aún no he hablado de una de las curiosidades más notables que seencuentran en este curiosísimo monumento. Me refiero al maderámen de latechumbre, cubierto por mil doscientas treinta y seis planchas de plomo,cuyo peso no baja de cinco mil quintales.
Pero se hacia tarde y la cabeza principiaba á dolerme. Habiamos dadodemasiado pasto á la inteligencia, á la imaginacion y al sentimiento;experimentaba irresistiblemente la necesidad de respirar al aire libre,de espaciar la vista por el horizonte, é hice una señal imperativa á mimujer. Salimos y subimos al coche.
—
A l'hôtel Saint-Antoine, rue Beauregard; al hotel de San Antonio,calle de Buenavista
, dije al cochero.
Al poco tiempo atravesábamos el puente, y mi mujer y yo nos mirábamossin hablar, como si hubiésemos dado cima á una grande empresa, tangrande, que no nos dejaba ni aún aliento para abrir la boca.
El grupo de la Vírgen y del niño Jesus, es una de las cosas que nos handejado una emocion más agradable y más duradera. Esto no procedeúnicamente de la maestría de la ejecucion, de la habilidad del artista,sino de otro arte más poderoso, más rico, más maestro, más grande; de unarte que está dentro de aquellas concepciones, y que da vida al mármol yal mismo escultor. En aquellas estátuas hay ese viso de ingenuidad, decandidez, de fervor é inocencia que encontramos en el Evangelio, en eselibro que tantos cristianos ignoran, que tan pocos cristianos leen, quetan pocos cristianos estudian, que tan pocos cristianos entienden; sobretodo, que tan pocos cristianos practican. En aquellas estátuas se vealgo del carácter más santo y expresivo que conoce la historia; algo deltipo más bello, más noble y generoso que venera el mundo; algo de laVírgen María. La Vírgen María quiere decir: candor, pasion y fe:inocencia, dolor y esperanza. La Vírgen María lleva en sí la idea y laencarnacion de todo un mundo nuevo, es una civilizacion que vale portodas.
Cuando calculé que ya íbamos á entrar en las calles, me asomé por laportezuela, y dirigí un saludo con la mano a
Nuestra Señora de Paris
,como quien se despide de un amigo.
Pasamos muchas calles, muchas plazas, muchas travesías, muchascallejuelas, que no parecen de Paris, y al atravesar la calle del famosoy novelesco Temple, presenciamos, á despecho nuestro, una escena muy feay muy repugnante. ¡El egoismo es la más voraz de todas las fieras, elmás rastrero de todos los reptiles, el más asqueroso de todos losinsectos! Estando avecindado entre los hombres, Dios no tuvo necesidadde crear un infierno para este mundo. Un padre, halagado por ciertasesperanzas de lucro, habia vendido la honra de la menor desus tres hijas. Aquel hombre (no merece que le demos el nombre venerandode padre) aquel hombre egoista, idiota, cruel, bajaba la cabeza y fumabasu pipa negra. La pobre de su hija, muchacha como de catorce ó quinceaños, le reconvenia furiosamente en medio de la calle. Estaba pálidacomo una muerta, desgreñada como una loca, trémula y llorosa como unamujer deshonrada. Allí oimos cosas que no olvidarémos, y de que nopodemos dar parte á nuestros benignos lectores.
Llegamos, por fin, á nuestro hotel. Pagué al cochero siete francos, unode propina, y subimos á nuestra habitacion, que nos pareció el templo dela Paz. ¡Qué silencio tan apacible! ¡Qué dicha!
Repuesto un poco de esa especie de sopor ó letargo que