Un Paseo por París Retratos al Natural by Roque Barcia - HTML preview

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No es este el lugar de la explicacion.

Pagamos un franco por el té, otro franco por la pequeña copa de vino deMadera, y otro por los bizcochos, el doble de lo que dichos artículosvalian. Yo los hubiera dado con gusto, á no haber mediado

el hombre queladraba

. Esta memoria me amargará toda la vida el corazon.

A las ocho estábamos en la calle de Lepelletier, ante el teatro de la Grande Opera.

El local en donde se expenden los billetes está lleno, aún no hanabierto el despacho, y no hay más remedio que ir á contaduría, sinembargo de que cada asiento nos costará un franco ó dos sobre la tarifaordinaria.

Esto está dispuesto con intencion. Abren el despacho general media horaantes de comenzar el espectáculo, y este tiempo basta difícilmente paraexpender los billetes de las localidades baratas. Así sucede que casitodas las localidades de preferencia tienen que buscarse en contaduría,pagando un sobrecargo de cuatro, ocho y hasta diez reales por asiento,lo cual monta á una suma muy respetable en el trascurso de unatemporada.

Un jóven saboyano nos guió á contaduría, y nos proveímos de dos asientosde palco principal, únicos que quedaban pareados, mediante once pesetascada uno.

Penetramos en el teatro, cuyo pórtico no deja de tener cierto aspecto demajestuosa austeridad. Una escalera espaciosa y bien iluminada nosconduce al piso primero. La sala de descanso, aunque provisional y untanto estrecha, ofrece una vista imponente. Tiene de longitud toda laanchura del teatro, longitud que aparece triple por el juego de espejosen las extremidades; está alumbrada con profusion y decorada consencillez y gusto.

La presencia repentina de esta gran sala impresiona muy bien.

Los pasillos son anchos, hay tanta luz como si estuviéramos en medio deldia, y todos los contornos exteriores de la escena suponen un interiorbrillante. La impresion decae en este sentido, y decae mucho. La vistainterior del teatro de la Grande Opera, está muy distante de llenar lailusion de que el extranjero se deja ganar al subir la escalera, alatravesar los pasillos, y al prolongar una ojeada casi respetuosa á lolargo de la brillante sala de descanso.

La gran elevacion del teatro le comunica cierto aire solemne, perosombrío, patético. Parece más teatro de tragedia que de canto y debaile.

Los patios de nuestros teatros, tan bulliciosos, tan variados, tanbellos, no tienen en este notable edificio un lugar que se le parezca.En vez de butacas, hay banquillos mezquinos y espesos. Las señoras notienen allí entrada; de modo, que no se alcanza á ver sino un grupouniforme, silencioso, triste. Parece que aquello está ocupado por unsolo hombre; un hombre que se hacina de la misma manera en todas partes.

Los palcos son cortos y profundos, lo cual hace que la concurrencia nose pueda mostrar completamente, comunicando al todo la gracia de lavariedad y la grandeza de la muchedumbre. Lo único que produce un efectoverdaderamente teatral, es el anfiteatro, circuido de graciosas barrasdoradas, con lujosos asientos accesibles á la mirada de losespectadores.

Esto no es decir que el teatro de la Grande Opera no sea un magníficocoliseo, tanto por su extension, como por sus trabajos de pintura,escultura, dorado, y por su excelente y bien servida escena. Lo que digoes, que este magnífico coliseo no se presenta á nuestros ojos tanmagnífico como lo habia imaginado nuestra fantasía; como debia serlo,atendida la importancia de una ciudad como Paris.

Este teatro no está á la altura de las Tullerías y del Louvre, del Panteon, de la Magdalena, de Nuestra Señora de Paris, del Luxemburgo, del Cuerpo Legislativo, del Senado, del Arco de la Estrella, de la Bolsa, de las Casas Consistoriales ó del Palacio de la Industria.

No temo decirlo. Esta gran ciudad no tiene un teatro; lo tendrá, elnuevo teatro será tal vez el primero del mundo en riqueza y arte, perohoy no lo tiene.

Cuando se gira en un espacio grande, todas las distancias parecenpequeñas; acaso mi cálculo se equivoca; pero comparada la idea que tengodel teatro Real de Madrid, con la impresion que este coliseo produce enmi ánimo, el teatro Real se me ofrece más rico, más animado, máshermoso, más deslumbrador: me deja más el gusto de lo que debe ser unteatro.

No hablo de la propiedad y del servicio de la escena. Creo que es muysuperior la que aquí miro, no sólo en ornato, sino especialmente encarácter. Aquí cada decoracion es lo que debe ser, y no se hallaminuciosidad que no esté satisfecha cumplidamente.

Esta noche se repite la ópera

El Profeta

, puesta en escena cincuenta yocho veces, lo cual supone que ha dado lugar á una entrada por valor decuatro ó cinco millones de reales.

La poesía es francesa; la música, francesa; los cantantes, franceses.

Es verdad que este espectáculo no tiene el sabor de la ópera italiana.Digo de la poesía, de la música y aún del canto, lo que antes dije delas estátuas; lo que diria de las nubes, de las flores, hasta de losgranos de arena. En Italia todo es más bello, porque todo tiene latriple belleza del cielo, de la tierra y de la historia. Sí, Italia esmás bella hasta en sus infortunios, en sus ruinas, en sus lágrimas; perobello es tambien un pueblo cuya infatigable creacion ha sabido dotarsede una escuela que no está en su índole; una escuela en cuya formacionha tenido que lograr del deseo y del trabajo, lo que le negaban latradicion y el genio: bella es esta Francia agrupando á sus hijos bajoel sentimiento generoso de un arte suyo. Yo la aplaudo, la honro, lavenero tambien; yo saludo con entusiasmo esta solemnidad, productoincreible de tantos conatos y tantos esfuerzos, mientras que deploro queuna generacion más poética, más artística, más árabe, fluctúe todavíaentre la degradacion del drama y de la ópera. Deploro que España, laItalia del Océano, como la Italia es la España del Mediterráneo, andetodavía á vueltas con esa confusion, con esa algarabía que se llama

zarzuela

.

En este momento viene á mi memoria el teatro de Jovellanos, y ¡cuanmezquino me parece!

No obstante, hay que ser justos. Tengo para mí, como cosa evidente, quela zarzuela es una mezcla impura y hasta repugnante para toda personaque tenga la emocion del arte verdadero; pero si la zarzuela ha de haceren España lo que el

vaudeville

ha hecho en Francia; si consideramos enella un medio que ha de conducirnos á la posesion del verdadero arte,tenemos que aceptarla como una elaboracion nacional que ha derribado unaantigua taberna, para levantar un nuevo coliseo; una elaboracion querepresenta ya una gran suma de intereses y de profesiones; unainfluencia poderosa que comunicará á la muchedumbre un gustotransitorio, el cual la empujará hácia el gusto definitivo: esto es,hácia la

ópera española

. Á este fin deben dirigirse todos losesfuerzos. Si así no sucede, nos sobrará razon para decir que anda pormedio la ignorancia ó el egoismo. Entre tanto, más vale algo que nada.El adagio que dice para poca salud más vale ninguna

, esanti-cristiano, es inmoral.

La ópera

El Profeta

se ha ejecutado, no con esa liberalidad inspiraday espléndida del genio italiano; pero sí con una grande maestría, nosólo en la parte de canto, sino en el servicio de la escena y en lasdisposiciones dramáticas de los grupos.

En cuanto al libreto, baste decir que es un drama francés: hábil, muyhábil; pero acompañado perfectamente

de sombras chinescas

. Aquí secanta, se baila, se reza, se siega la míes, se recoge y se patina. Laoperacion de patinar duró arriba de cinco ó seis minutos, y el públicounánime aplaudió á toda orquesta. Es verdad que patinaronmaravillosamente; pero mientras que corrieron patines, yo vi correrpatines; pero no vi la ópera. En resumidas cuentas, la ópera fué acasolo que menos aplaudió el auditorio.

Soy el primero en reconocer su habilidad singularísima á este arte; peroestoy viendo que tanta habilidad no consiste las más de las veces, sinoen causar efectos contra la verdad de las cosas.

Hagamos sentir,despertemos impresiones nuevas, y lo demás salga por el postigo.

La accion pasa en Holanda; en Holanda hay lagos helados; sobre estoslagos patinan los hijos del país.

Pues bien, ensayemos diez ó doceparejas de ambos sexos durante quince ó veinte dias, y demos este nuevoespectáculo al pueblo parisiense. Los patines tienen que ver con laaccion que se representa, como yo con el califa de Badgad; pero si laópera no tiene que ver, tiene que ver la empresa, tiene que ver elpúblico que aplaude á los

patineros y patineras; el público que digiereagradablemente viendo patinar; esto conviene al negocio

, y el artecalla, cede, entra en el club, se hace cómplice. En cambio se hace rico.Es un drama á que conviene este doble título: RICO Y CÓMPLICE.

No niego á la escuela francesa grandes arranques, grandes gérmenes deprogreso, intencion deliberada y profunda alguna vez, pero la lógica yla conciencia, el juicio y la moral, salen generalmente con los tiestosen la cabeza.

El lector supondrá que no he venido á la Grande Opera, con el sóloobjeto de ver la ópera y el teatro, cuando hay otros objetos dignos decuriosidad y de estudio. Me trae el deseo de conocer, aunque no sea sinoá vista de pájaro, la sociedad de alto coturno.

Con este fin estuve muchas veces en la gran sala de descanso, y atraveséotras tantas los pasillos y las avenidas del anfiteatro y palcosprincipales.

Entre algunos ornatos de un efecto bien comprendido ¡cuántas composturasexageradas y ridículas!

¡Cuántos disfraces! ¡Cuántas máscaras! Recuerdoque una señorita llevaba en la cabeza un aderezo, que difícilmentepodria pasar en la cabeza de un caballo de gala.

Es indispensable asistir á estas escenas prácticas de la vida, paraaprender, á costa de dolor y de hastío, cuán fecunda y moralizadora esla naturaleza.

Sin quererlo nosotros, ¡con qué evidencia se aprende aquí que lospostizos en la mujer hermosa, sólo son buenos para desfigurar suhermosura: que los postizos en la mujer fea, sólo son buenos para añadirun realce nuevo á su fealdad!

¡Con qué lucidez comprendemos aquí que una mujer sencilla no puede sernunca repugnante, porque no puede repugnarnos una belleza!

¡Pasion desdichada! ¡Cuántas mujeres se arruinan buscando fealdad en elridículo, mientras que el cielo las da gratis la belleza de lasencillez!

¡Yo siento esta evidencia en medio de este foco deslumbrador, y bendigoal genio providente que hace del tiempo un vaso indestructible, en dondedeposita la emanacion divina de su verdad!

Salimos del teatro á las doce y media. Esperamos que la calle deLepelletier se despejase un poco de los infinitos carruajes que laocupaban, y yo no podia menos de decirme entre tanto, al mismo tiempoque contemplaba el frontispicio de la Grande Opera: ¡qué poco sabrá másde un espectador las intrigas y los misterios que se disputan las horasdel dia y de la noche, bajo la techumbre de esa enorme bóveda!

Ahí, en ese teatro, en ese harem de Europa, se revuelven trescientas ócuatrocientas bailarinas, redoma donde queda encantada una gran parte dela aristocracia de Paris. ¿Comprendeis de este modo que el director deese teatro sea uno de los primeros personajes de esta ciudad casifabulosa?

No puedo decir más.

Llegamos al hotel á la una, y así terminó el dia décimo cuarto.

=Dia décimo quinto=.

Lesperut.—Anatomía de la vejez.—Restaurant de la calle de

Montesquieu.—Elemento sajon.—Elemento árabe.—Restaurant de San Jacobo.—Historia de un magnate francés.—Pesares de Lesperut.—Proyecto de visitar á Sevres y Versalles.

Lo primero que hemos hecho al despertamos, ha sido hablar del viejoLesperut. Su memoria nos preocupa extraordinariamente. Hemos habladomucho de su aire franco y cariñoso, de la trasparencia que creimos veren su cútis, de una diafanidad especial que está pintada en todo susemblante, como si participara en cierto modo de la inmensidad de lamuerte. De idea en idea, de reflexion en reflexion, hemos llegado áhacer casi una anatomía de la vejez.

Cuando proyecté escribir estos apuntes, ofrecí al lector en miconciencia no ocultarle nada de lo que yo pensase y sintiese. Estasinsignificantes reflexiones pertenecen tambien á mis benévolos yqueridos lectores.

Yo creia hasta ahora que en la vejez no habia más que un período. Elviejo Lesperut me ha enseñado que existen dos, y por señas que son biendiferentes.

En el primer período descubro cuatro caractéres dignos de un estudiocurioso y apasionado. ¿Quién no ha visto canas en la cabeza de su padreó de su abuelo? ¿Quién no ha de tratar con un anciano? Yo puedo decirque en las siguientes consideraciones me ha guiado menos el juicio quela pasion. En la memoria inextinguible de mi padre, amo la memoria de unviejo.

¿Cuáles son los cuatro caractéres de que hablé?

La reserva, la intolerancia, la censura y el egoismo.

La reserva es el producto de los desengaños.

La intolerancia es el resultado inevitable del que ha aprendido; peroque ya no puede aprender, y vuelve los ojos tenazmente hácia lo queaprendió. Sin esto, no sabria nada ó casi nada: ¿cómo ha de conformarseen creer que la vida no ha dejado en sus canas ninguna ciencia, cuandoesas canas representan la ciencia de la vida? Sus cabellos blancos ysedosos son oráculos para él. ¿Quién va á persuadir á un oráculo contrasus profecías?

Así como la intolerancia viene del juicio, de la inteligencia, lacensura viene del sentimiento. La censura es la intolerancia delcorazon, como la intolerancia es la censura del discurso.

El viejo no puede sentir, no puede gozar, y reniega de aquello que ya nopuede poseer. Desea, pero desea en balde, y este mismo deseo le haceapóstata de los bienes que está deseando. Es como el amante que ama contal delirio, que da veneno al propio objeto de su amor.

El viejo no puede gozar; y cree que en el goce no están las condicionesmorales y elevadas de la vida; cree que es un sueño, una decepcion, unfrenesí: hé aquí el censor perpétuo de la juventud.

El egoismo es el carácter más universal y más profundo de la vejez,porque se refiere á objetos que tocan más inmediatamente su existencia.

La reserva, la intolerancia y la censura se refieren á la opinionextraña: el egoismo asienta su pié sobre el instinto de la conservacion,es como una gota que cae del manantial de la vida.

El viejo observa que la vida se va, y cuanto más léjos la ve, con másánsia la quiere seguir. No le disputeis eso, no disputeis con él parapersuadirle de que sus ojos no deben ver, de que su sangre se debehelar, de que sus sienes no deben latir; para persuadirle de que esacreacion cuyas maravillas arrancan una fervorosa y sublime plegaria desu boca trémula, debe desaparecer en un instante ante la aparicionenlutada de un ataud.

No le hableis sobre el particular; si le hablais,vereis que el viejo se frota las manos y encoge los hombros en señal deconformidad religiosa; pero si penetráramos en su alma, veriamos que sefrota las manos para despertar el calórico, ese calórico que parece seren los ancianos la esencia íntima del deseo. El viejo aparentaráconformarse, os sonreirá, si conviene; pero estad seguros de que enaquel momento os odia; estad seguros de que una sonrisa de hiel vierteuna lágrima sobre su corazon.

¡Ay del mundo, si se rociára la cabeza con aquella lágrima!

No le hableis al viejo del sepulcro, por la misma razon que no debeishablar al niño de la cuna.

Haced de modo que una criatura diga á un viejo:

¿abuelito, qué haráusted en la sepultura?

¿Abuelito, hacia usted muchas travesuras cuando era niño?

Estudiad la cara del viejo al oir estas dos preguntas, y este estudionos dirá más que toda la filosofía teórica.

Hay otra razon para que el anciano sea egoista en el primer período.

Vuelve la vista, descubre un gran espacio de tiempo, cree dominarlo,cree poseerlo, en esta posesion está toda su vida, y su vida es suya. Elanciano se juzga amo de ese tiempo que él ha medido, como el geómetra sejuzga amo de su compás. El anciano dice en sus adentros: todo eso esmio

; ¿quién es ninguno de estos recien venidos, de esos forasteros, deesos imberbes, para disputarme la religion de mi memoria, mi memoria quees mi cendal de lágrimas y mi corona de laurel, mi martirio y mi poesía.

Todo eso es mio, el que lo toque es un profano.

Sabe que el hablartiene sus peligros, y calla: hé aquí la reserva. Cree que vivir essaber; él ha vivido; mas está persuadido de que sabe más, y no ceja unpunto: hé aquí la intolerancia. Cree tambien que lo que su Hacedor no leconcede, no debe ser bueno en ningun otro hombre; su Hacedor le niegalas pasiones activas y fogosas, la voluptuosidad, el deleite, laemulacion, la fantasía, y ve en todos los goces anteriores otros tantoshechos rebeldes. Hé aquí la censura.

Repara que el vaso en que bebe se queda vacío, entonces siente doblesed, y tiene doble prisa en llenarlo.

¿Seria necesario que paraconseguirlo se transformara el mundo entero? Pues transfórmese el mundo;pero llénese el vaso. Hé aquí el egoismo.

Por otra parte, ha pisado más tiempo la tierra, el sol ha herido mástiempo su pupila, las melodías de la naturaleza han halagado más suoído; en una palabra, ha existido más, y ama más la existencia, como ámedida que más amamos, más nos acostumbramos á amar lo que sentimos, ynos apasionamos más de este sentimiento, porque la pasion no es otracosa que un afecto elevado á costumbre. Hé aquí tambien el egoismo.

Pero hay otro período en que el viejo tiene la conciencia de que semuere, en que siente morirse; conciencia depurada á fuerza de dolor,como vemos que el humo de una hoguera se va depurando á fuerza de arder:el viejo pierde la sensacion grosera, como el fuego pierde el humonegro, á proporcion que se va quemando la parte leñosa del combustible:su oído se dispone á escuchar otras armonías; la soledad misteriosa yprofética del sepulcro hiere su corazon; piensa en esto como se oye unapoesía ó un canto á lo léjos, entre las brumas de una noche tranquila:la cara del anciano adquiere una expresion ingénua, inocente, diáfana:su aliento parece ser un soplo más sutil que el aire de la atmósfera, unsoplo que sube como el aroma de las flores: mira, y ante sus ojos pareceagitarse el velo religioso que nos oculta cómo se vive más allá!

El viejo de este último período, es el ministro de la revelacion y de lacalma; la conciencia que se toca y se oye á sí misma: es el ángel de laesperanza que se despide del ángel de la vida, aunque la esperanza esvida tambien. Perdóname, lector, estas fastidiosas digresiones.

Salimos de casa á las diez, y discurriendo casi maquinalmente por lacalle de Montesquieu, notamos que entraban y salian muchas personas delnúmero 6. Nos aproximamos, dirigimos hácia el interior del piso bajo unamirada escudriñadora, y desde luego convinimos en que aquel edificiodebia ser una iglesia ó bien un teatro. Pero examinando un momento laentrada, vimos que á la derecha del portal habia una mujer partiendoostras. Decididamente, esto no puede ser ni teatro ni iglesia. Miro á loalto de la entrada y descubro una enseña con este rótulo:

Establecimiento de caldo

. Yo lo leia y no me parecia prudente creerlo;mi mujer no lo creia tampoco.

Penetramos…. ¿Cuál no fué nuestra admiracion? Véanos el lector en unainmensa sala, cuyo techo está sostenido por delgadas y elegantescolumnas de hierro. Hácia los lados hay dos filas de mesas de granitorojo. En la fila que circuye las paredes del establecimiento, cada mesaestá separada por un aparato de madera bruñida, imitando biombos, con elobjeto de impedir las corrientes del aire. Cada mesa tiene un mecanismoque provee á los comensales del agua de Selz, composicion que tiene porobjeto quitar la crudeza al agua del rio, sin embargo de estarpurificada. Enfrente de cada mesa hay un espejo de buen tamaño. En mediode la sala se ven dos torreones, como si fueran pedestales, decoradosexteriormente por lozas finas. La parte superior de aquellos pedestalesó torreones está coronada de flores del tiempo, y por una figura debronce, la cual arroja hácia lo alto un hilo de agua.

Rodéanles una verja circular, por entre cuyos hierros alcanzamos á verlos aparatos de cocina.

En fin, aquellos torreones, lo que nosotros creiamos altares, no sonotra cosa que las chimeneas de aquel enorme establecimiento; altaresconsagrados á otro culto no tan elevado, pero no menos indispensable.

Esbien seguro que no hay un templo en todo Paris, que cuente con unacofradía más constante, mas exacta, más fiel.

En los cuatro ángulos de aquel magnífico coliseo, porque coliseo parece,se hallan cuatro escaleras espaciosas, las cuales, conducen al pisoprincipal, en donde hay otro órden de mesas, dispuestas como abajo.

Tiene una puerta grande de entrada, y dos laterales para la salida.Enfrente hay un hombre sentado que da las papeletas; en cada puertalateral hay otro que las recibe con el sello encarnado, en señal de quela cuenta se ha satisfecho.

A izquierda y derecha están los mostradores de la oficina, y en cada unodos señoras sentadas para la suma de las papeletas y la impresion delsello.

De manera que el personal del establecimiento consta del jefe, de trescontralores, cuatro señoras oficinistas, diez cocineras, veinticincocriados y multitud de dependientes, hasta el número de ciento diezindividuos.

Caben holgadamente en ambos pisos quinientos ó seiscientos comensales, yno bajan de cuatro mil los que componen la parroquia ordinaria,produciendo un ingreso de 25 á 30.000 reales diarios.

El amo de este restaurant increible, lo es tambien del de la calle deMontmartre, mencionado ya, y de otros cuatro establecidos en diferentespuntos de Paris.

Resta saber á mis lectores que el poseedor de esta gran fortuna es uncarnicero, el carnicero Duval, y que todo esto le ha venido de lacarnicería.

Trabajo cuesta comprender cómo un comercio de esta índole, ha podidodarle ganancias para irse creando una renta diaria de 8 á 10.000 reales.

El mismo Duval proyecta actualmente abrir una carnicería, por la partede la Magdalena, en cuyo decorado y utensilios se gastará sobre unmillon. Las vasijas para contener las cabezas de las terneras, serán deplata, y su peso no bajará de veinte arrobas cada una, sólo lo cualsupone un valor de veinte mil duros, inclusa la mano de obra.

Bien es verdad que Paris carece de ejemplos análogos. El pasaje deVero-Dodat, que vale algunos millones de francos, pertenece hoy á laviuda de un salchichero.

Imposible parece que una ciudad tan ideal, tan fantástica, tanexquisitamente poética, haga ricos de tal manera á los vendedores desalchichas y de lenguas de vaca; aunque este vendedor de lenguas devaca, y aquella vendedora de salchichas, no son vendedores de cualquiermodo: son artistas tambien.

Séanlo ó no, yo me guardaria muy bien de tomar esta circunstancia endesdoro del pueblo francés.

Duval es carnicero, y bajará al sepulcro. El ama del pasaje deVero-Dodat es salchichera, y salchichera se irá á la sepultura. Aquíencuentro yo ese carácter consecuente, austero, honrado y laborioso, quedistingue á los pueblos del Norte, á la raza sajona.

Si aquello ocurriera en algunas provincias de España, la salchichera sellamaria la señora condesa de Vero-Dodat

, y el carnicero

el señorconde de la Cola Bermeja, del asta de ciervo

(por no decir de toro), úotra cosa por el estilo, y las familias de estos pobres magnates, nisabrian ser magnates ni salchicheros; no sabrian ser nada, no seriannada, y hé aquí el cero conteniendo en su redondez negativa todas esascifras sociales.

A los hijos del carnicero sucederia lo que hoy sucede á muchos hijos dela historia, á muchos hijos de Pelayo

que yo conozco, y de quienes noquisiera acordarme, como no se queria acordar nuestro Cervantes dellugar de la Mancha.

¿Qué era el feudalismo, la gerarquía de los señores, sino la holganzaconvertida en virtud suprema, en una especie de cánon sagrado?

Y ¿qué razon hay para llamar señor á quien nada útil hace, que para nadasirve, que á nada bueno aspira; que pone un brazo sobre otro brazo, ycontempla así la obra universal, que así paga la deuda inmensa quecontrajo desde que abrió los ojos á la luz, desde que recibió la caridadde tantos séres? ¿Qué razon hay para llamar virtud á una nulidad, parallamar sabiduría á un idiotismo?

Los españoles serian muy inferiores con su

condesa de Vero-Dodat

, álos franceses con el nombre sencillo y honrado de su

salchichera

.

En muchas provincias de nuestro país no se piensa sino en ganar cinco óseis mil duros, para comprar un baston de borlas y hacer el doctor, ó elpaseante en córtes.

Esta es la verdad, y tengo una sagrada obligacion de no ocultarla ánadie, especialmente á quien el consejo puede aprovechar, á quien tienetambien obligacion de corregir sus vicios.

Y cuidado, que no soy yo de los que creen que este achaque de nuestropaís viene del clima: esto es, de una necesidad de la naturaleza, de unahora mala que nos ha tocado en el reparto del dia providencial, no.

El clima de España no es de tal índole que el español deba abrir la bocay estirar los brazos, como los que moran en la orilla del Ganges; quedeba dormirse como el natural de los valles de Cachemira; que debaevaporar su vida entre ópios, mujeres y aromas, como los árabes delYemen.

Aquel achaque de algunas provincias de nuestro país, no procede tantodel clima, ni del genio de nuestra raza, raza tan activa, tan enérgica,tan creadora; la raza de Aténas y de Roma absorbiendo al mundo; noprocede tanto de ese orígen, repito, como del cruzamiento de castasdiferentes, de sus tradiciones y de sus hábitos.

En nuestro país domina más que en Francia ese idealismo oriental; esaatmósfera vaporosa de los asiáticos, la religion del éxtasis absoluto;orientalismo que unido á nuestro genio por la dominacion morisca yárabe, produjo una casta mestiza, indefinible; más indefinible en Españaque en pueblo alguno de la Europa: la casta de donde salieron elcaballero andante, la dama idolatrada de los torneos, el aventurero delanza en ristre, el poeta druida, el trovador guerrero, peregrino yapasionado; la casta que empezó á deslindarse en dos grandes períodos dehazañas heróicas y de crueldades terribles; dos períodos representadosen primer término por dos hombres muy célebres, el Cardenal Cisneros yD. Juan de Austria.

La famosa batalla de Lepanto no es otra cosa que el deslinde de doscaractéres confundidos; el deslinde entre el genio latino y el genioasiático, entre la Europa y el Oriente.

Pero tengo que dar de mano á otras muchas consideraciones, que acaso nose adaptan á la índole de los cuadros que aquí me propongo bosquejar.

Decia que nuestros conatos de ocio y de caballerismo fantástico noproceden del clima, sino de la mezcla de sangre y del imperio de lacostumbre.

Llevad el pueblo catalan á la Andalucía, y el pueblo catalan serálaborioso; no lo será tanto como viviendo entre peñascos de donde ha dearrancar el pan que come y el vellon que viste; pero será siempretrabajador.

Haced que el pueblo vascongado ocupe la Grecia ó la Italia, y le vereisemprendedor siempre, siempre atareado, siempre moviéndose y realizándoseen todas las esferas de su actividad.

¿Por qué? Porque los vascongados y los catalanes, así como losmallorquines, tienen más elemento germánico, más raza scita, más hábitosde aquel elemento, más tradiciones de aquella raza.

Por el contrario, Andalucía, Valencia, Murcia, Alicante, el mismoAragon, tienen más de ese hombre que se acuesta á lo largo de un diván,que abre la boca para aspirar las brisas de la tarde, que sujeta á vecesla respiracion porque la ahogan los perfumes, que empaña el aire con lasbocanadas voluptuosas de su pipa, ó que se disputa á la experiencia dela vida, cerrando sus ojos entre las ruinas veneradas de un mausoleo,bajo la copa de un ciprés, á la sombra de una palmera.

Los franceses son más sajon