Un Paseo por París Retratos al Natural by Roque Barcia - HTML preview

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Hay el Paris de la tradicion, y el Paris de las creacionesmodernas: en el primero habitan con predileccion los nobles y los ricosque buscan silencio, despues de haber buscado una buena renta entre elbullicio y la algazara. En el segundo habitan los comerciantes, losbanqueros, los cambistas, las gentes de moda, de actualidad, gentes quequieren producir efectos cómicos ó trágicos, y los miles y miles decuriosos y de negociantes extranjeros que este gran centro llama.

Estas dos varias sociedades que se disputan el señorío de Paris, elgiron de un mundo que ha caducado ya, y el otro giron de un mundo que nose ha organizado todavía, están simbolizados en dos edificios: Luxemburgo y la Bolsa

.

Luxemburgo es el monumento del privilegio y de la renta.

La Bolsa es el templo del movimiento, de la creacion y del cambio.

Las Tullerías están situadas entre estos dos mundos antagonistas, comosi quisieran participar del recuerdo del uno y de la fuerza del otro,presentándose como un tratado de paz entre ambos.

El Luxemburgo es un palacio inmenso, grave, solitario, majestuoso. Sufábrica se halla en muy buen estado, y no obstante, despierta en nuestroánimo esos recuerdos señoriales que parecen dormir entre las ruinasnegruzcas de un antiguo castillo.

Tiene una espaciosa glorieta, con surtidores, grupos y estátuas, ademásde un hermoso y bien asistido paseo.

Al examinar las muchas estátuas que siembran estos silenciosos lugares,he notado que la demasiada asistencia, el demasiado esmero y el excesivoaliño de que aquí son objeto todas las cosas, quitan á las concepcionesartísticas el encanto del arte, el aura indefinible y deliciosa que lorodea en otros países. Aquí todo parece lo mismo, porque el cuidado queestá en todas partes lo nivela todo, despojando á la obra del hombre deesas variedades de siglo y de lugar que constituyen el gusto maestro dela naturaleza.

Un poco de limo verdoso en una estátua la comunica la sancion venerabledel tiempo, el sentimiento inexplicable de la historia; y este espírituvago y armonioso á la vez, este espíritu que viene á denotarnos elcontraste que resulta entre lo transitorio de la piedra humedecida porun poco de limo, y lo eterno de la moral que aquella piedra simboliza;esta vaguedad espontánea, sencilla, verdadera, invisible, que va y vieneentre lo que se toca y lo que se adivina, entre el limo y el genio, esprecisamente la pincelada que da al arte su sentido más ideal, más belloy más profundo, porque es el sentido más conforme á la poesía de lacreacion, es decir, á la poesía inimitable de la verdad.

No hay naturalidad en estas creaciones; la naturalidad con que la yerbaes verde, con que el cielo es azul, con que la estrella nos envia susluces plateadas. Noto cierto entumecimiento en este arte; es creador,infatigable, jóven; pero parece un jóven tullido; un tullido que nopuede moverse sin que la paralísis le arranque un dolor y una queja. Nosé si me equivoco; pero esto es lo que me dicta mi sentimiento, ageno átoda preocupacion de envidia, de odio ó de historia. Es un artemagnífico, colosal; pero le falta un no sé qué de arte.

Despues de examinar las estátuas, me interné en el paseo, y vi con muchogusto á varias familias artesanas haciendo labores manuales, bajo losárboles de las glorietas. Esta costumbre es verdaderamente pintoresca,infantil, encantadora, patriarcal. No he visto en mi vida á esasmujeres, no las he mirado á la cara, y las tengo cariño, porque tengocariño á las yerbas que tocan, á esta vida que llevan, á este aire querespiran.

Me interné más en los jardines, y me ví solo; no tenia más compañerosque las flores y el rumor indeciso de una leve brisa de verano, y meparecia que distaba de Paris muchas leguas.

¡Cuánto preferiria una gruta aquí al hotel de la calle Feydeau! ¡Cuántomás grata me seria esa casita que estoy viendo, cerca de la estátua delpintor Lessueur!

Ahora me siento enfrente de la estátua. Unos ramos de madreselva seagitan suavemente sobre mi sombrero.

¡Qué bien me encuentro aquí! Meparece que soy mejor, y que me amo más á mí propio. Á un tiempo oigo elacompasado y casi imperceptible susurro del viento entre las hojas delos árboles, el ruido lejano de agua corriente, el acento festivo deunos niños que juegan, y el clamoreo confuso que nos anuncia laproximidad de una gran poblacion, como el sordo rumor del oleaje nosanuncia la cercanía del Océano.

Me acordé que tenia que volver á Paris, y sentí dos cosas: repugnancia ytemor, casi miedo.

Soledad, encanto del triste, encanto de mi corazon, vírgen de mispesares, vírgen de mi alma; si amas, si esperas algo en este mundo, dametus amores y tus esperanzas. Si tienes dolores, si tienes misterios,dame tus misterios y tus dolores.

Al poco tiempo subia en un ómnibus que me llevó al Palacio Real, y luegoen otro que tenia la carrera de San Club, haciendo escala en el arco dela Estrella. Allí me apeé y seguí hasta el bosque de Bolonia.

El bosque de Bolonia no es un paseo, propiamente hablando: es una selvaque tiene leguas de extension: es el desahogo de las gentes de carruajeque van allí, como se va á tomar aires al campo. Se encuentra cascada,lago, isleta en medio con puentes rústicos, de un aspecto gracioso;chinescos, barquillas, circo y muchos espectáculos de varios géneros.

Yo me interné hasta donde logré quedarme solo, sin oir otra cosa que elruido confuso de los coches y el crugido del látigo.

Me senté un instante sobre la yerba, y me vi halagado por una expansiony un bienestar que no experimentaba desde nuestra llegada á Paris. Meparecia que en aquel momento recobraba la libertad, y sentia por la luzesa especie de religiosa gratitud que siente el cautivo. Miraba háciabajo, y veia musgo verde; miraba en torno mio, y veia árboles; miraba álo alto, y veia cielo. Sentado en una piedra solitaria, á despecho mio,me acude la idea de Andalucía, la idea del país en donde he nacido y mehe criado. Hace veintidos años que dejé la casa paterna; volví á losnueve con el deseo de abrazar á mi madre; pero no pude verla; no estabaen el mundo; habia muerto. Á la hora de morir, cinco hijos rodeaban sulecho, uno faltaba.

Mi madre diria en su corazon: «¡bien se lo dije! ¡Eltiene la culpa; me muero sin verle!» ¡Tenga Dios misericordia de mí!

Mi madre no vivia; pero la Providencia ha dado lágrimas al hombre paralavar con ellas sus pecados, sus olvidos, sus yerros; y lágrimasardientes y fervorosas humedecieron el sepulcro de la que me dió el sér.¡Gloria! ¡Sueño terrible! ¡Angel cruel, cuánto has comido de mi alma yde mi cuerpo! ¡Quién lo hubiera sabido! ¡Quién hubiera podidoadivinarlo! Los campos en donde pasé mi niñez no me hubieran vistodesertar; el Océano no hubiera dejado de oir mi pobre voz; yo hubieravisto morir á mi madre y á mis hermanos. Una humilde choza por vivienda;un saco de paja por lecho; un haz de enea por almohada; una honradaesteva por oficio; pan, agua y salud por alimento; un ramo de tomillopor corona; los bosques, los mares y los cielos por poesía; el Dios quellena al mundo por esperanza; ¿qué más podia apetecer? Tú tenias razon,madre de mi alma; tú me decias bien, madre de mi vida. Te desobedecí,fuí ingrato á tu amor, fuí sordo á tu llanto, y el cielo me castiga poraquella culpa. Pero tú que fuiste tan buena, tan paciente, tan generosa;tú que tanto sufriste, que tanto lloraste, madre de mi vida, madre de mialma, tú perdonarás á tu hijo.

Apenas me desembarace de ciertos asuntos que me tienen amarrado enMadrid; más claro, apenas logre reunir algun dinero, me iré á Sevilla,mandaré hacer una losa, pasaré á la raya de Portugal, y yo mismo lacolocaré en una sepultura, en nombre de todos mis hermanos. Ya tengohecho el epitafio, el cual pertenece tambien á mis lectores; hélo aquí.

«FILOMENA, JOAQUINA, NICOLÁS, AMPARO, HERMENEGILDA Y ROQUE,Á SU ADORADA MADRE.»

«Tras estos mármoles fijos

Verá nuestra amante fe,

Que una madre siempre ve

Las lágrimas de sus hijos.»

Lector mio, cuando esta obra se publique, no te parezca cara. No tengootro sueldo, ni otro patrimonio que mi trabajo personal, mi trabajo desol á sol como humilde obrero de la inteligencia, y de esta obra he desacar más de mil duros que habré tenido que gastar para escribirla, y sipudiera ser, para comprar la lápida de mi madre.

Medio enternecido y medio lloroso me levanté de aquella piedra, y empecéá dar vueltas por allí. Miré á todos lados, no habia nadie ¡quéfelicidad! Hay ciertos instantes en que los hombres me inspiran miedo;ciertos instantes en que el silencio es mi más dulce compañía.

Caminando despues al acaso, encontré una pequeña columna. La piedra eshistoria tambien, y me vino en deseo conocer la historia de aquellapiedra. Héla aquí tal como ha llegado á mis oídos.

Hubo un francés apellidado

Catelan

, el cual vivia santamente enProvincias. Á este Catelan se ocurrió la idea (cualquiera otra lehubiera salido mejor) de trillar el camino de Paris, con el objeto deconducir varios presentes al rey de entonces.

No me acuerdo en estemomento qué rey era; pero desde luego debe suponerse que un rey deantaño debia ser, porque al morirse aquel Catelan, comenzaron á morirselos Catelanes que trillan caminos para hacer presentes.

Púsose en marcha aquel bendito hombre, despues de haberse confesado,porque tambien hubo un tiempo en Francia en que el cristiano tenia queproveerse de la confesion, como del primer artículo del viaje.

Noticioso el monarca de la venida del buen Catelan, ó de los presentesque Catelan traia, ora fuese por Catelan, ora por los presentes, porquela tradicion no aclara este punto, envió un piquete de soldados bajo elmando de un capitan, cuyo piquete tenia por fin el guardar al espléndidoprovinciano de los bandoleros y asesinos que infestaban á la sazon elbosque de Bolonia. Sépalo el brillante Alejandro Dumas. Hubo tiempo enque los vasallos se confesaban para caminar; tiempo en que losbandoleros y asesinos empedraban el bosque de Bolonia, si el grannovelista me permite la palabra empedrar.

El capitan que mandaba la escolta se situó en los puntos convenientes,el buen viajero se vió libre de los huéspedes habituales del bosque,pero ¡cosa imprevista! no se vió libre del capitan. El capitan de lossoldados se puso en lugar de los bandidos, y el pobre Catelan fué robadoy muerto.

Mucho tiempo despues tuvo lugar un baile en palacio, y una señora de lasasistentes llevaba un objeto de que constaba ser portador el asesinadoen el bosque de Bolonia. Dieron principio las sospechas, luego laspesquisas, por fin se adquirió la evidencia del crímen, el capitan fuéahorcado, y el célebre bosque vió alzarse una piedra en obsequio y honradel fiel vasallo Catelan.

Esto es, punto más, punto menos, lo que acerca de esta columna cuenta latradicion, y no deja en verdad de ser un consejo provechoso.

Parece imposible que este bosque tan concurrido, tan guardado, el paseode la alta sociedad de Paris, el refugio y el embeleso de las gentes decoche y librea, haya sido un tiempo guarida de asesinos y de ladrones.

Sin embargo, hoy se invoca aún por cierta escuela la moralidad deaquellos tiempos. Cierta escuela grita aterrada que tocamos ya unperíodo disolvente, que nos precipitamos por instantes en un abismo deperdicion. La escuela á que me refiero dice bien: corremos por instantesá la disolucion…. de dicha escuela.

A las once en punto entraba en el patio del hotel de Feydeau. Losgarçones me hicieron un saludo apenas perceptible. Esto quiere decir queno iba bien vestido. En efecto, mi mujer y yo hemos notado repetidasveces, que los saludos son más ó menos afectuosos, más ó menoscumplidos, á proporcion del traje que llevamos. Esto es un motivocurioso de estudio, porque el lector comprenderá sin duda las infinitasgradaciones que deben mediar, desde balbucear los buenos dias á unmendigo, hasta doblar ambas rodillas ante un emperador.

¡Ay! ¡Cuándo y dónde, encontraré un pueblo en la tierra, en que no se memire al pecho y á los piés, como para ver si llevo cadena y bota decharol; para ver si pueden esperar de mí una propina

; sino que se memire á la frente y á los ojos, para ver si tengo talento y bondad conque hacer un bien á este mundo!

¡Cuánta fe necesita el hombre para que su alma no se cáuterice, al tocarla hiel corrosiva de estas nauseabundas experiencias!

No siento odio; acaso no siento desprecio tampoco, pero siento unaprofunda lástima, y sobre todo un profundo dolor.

Este es quizá un malvado, un holgazan, un idiota.

—¿Lleva cadena?

-Sí.

—¿Lleva brillantes?

-Sí.

—¿Va en coche?

—Sí.

—¿Se inclinan ante él sus lacayos?

-Sí.

—¿Quién es?

—Un semi-Dios.

Este otro es honrado, caritativo, afectuoso, creador, valiente.

—¿Lleva los bigotes untados con resina á izquierda y derecha, como sifuese pregonando la guerra al gran turco?

—No.

—¿Lleva cadena?

—No.

—¿Lleva brillantes?

-No.

—¿Va en coche?

—No.

—¿Tiene una librea que le idolatre?

-No.

—¿Quién es?

—Nada; un pobre diablo.

Si esto fuese verdad; si esta fuese la ley moral del mundo, si esta hielque devora fuese el espíritu de la creacion ¡qué horrible seria laOmnipotencia del que hizo al hombre! ¡Qué horrible seria la Omnipotenciadel que nos creó, para corroer nuestras entrañas con aquella ponzoña!

Afortunadamente no es así; entre aparentes contradicciones, Dios triunfasiempre; entre huracanes y nublados, el sol siempre brilla.

Mi mujer me esperaba con impaciencia; almorzamos en el restaurant de lacalle del Banco, y empleé la tarde en escribir para

La América

, elprimer artículo sobre la Europa. De este modo dió fin el dia vigésimo.

=Dia vigésimo=.

Historias.

¡Pobre Luisa! Así se llama la mujer vestida de negro. Cuando volvimos dealmorzar, estuvimos hablando con la lechera, la cual nos reveló secretosque nos afligen profundamente. La jóven que habita uno de los cuartosprincipales del hotel de enfrente, no es francesa; es de Pisa, una delas más célebres ciudades de Toscana, una de las más bellas ciudades delmundo. A Pisa fué, con el objeto de convalecer de una enfermedad, ciertoestudiante del partido de Rodhese, departamento de Lyon; el talestudiante vió á Luisa, se enamoró de ella, hubo de decírselo, y á ellahubo de parecerla bien: si no bien, no debió parecerla mal, por lo queluego verán mis lectores. Luisa se enamoró tambien, y esto era necesariopara que se cumpliese la verdad constante de que las jóvenes se enamoransiempre, casi siempre, de lo que ha de hacerlas desgraciadas. Es unarcano incomprensible de la edad, una sombra que lleva consigo lainocencia. El amante descubre á su familia y á la de la novia, laintencion que abriga de unirse á Luisa, y ambas familias se opusieronabiertamente, en atencion á la poca edad de los novios, puesto que él notenia veinte años, y ella acababa de cumplir diez y siete. Los noviosinsistieron en sus propósitos, y no sólo insistieron, sino que se amaroncon más ahinco, se amaron con el frenesí de la prohibicion; más claro,se divinizaron en su fantasía, creyéndose héroes de novela, mártires delamor. La generalidad de los padres ignora cuánto influye esto, y concuánto cuidado se debe evitar. Creen que esas imaginaciones sonpoesía…. ¡Ah! ellos no saben que la poesía es una de las cosas que másarrastran á la humanidad, uno de los poderes más formidables de la vida,especialmente cuando todavía hemos vivido poco, cuando la hiel de losdesengaños no ha acibarado nuestro corazon, cuando nos encontramos en lapoesía del que sueña, porque todavía no comprende. Sí; entiéndanlo lospadres; la fantasía, la emocion poética, es lo que más seduce á unajóven; eso que ellos creen que es un puro romance de ciegos, es latentacion más fascinadora y más irresistible. El sueño del alma es loque más puede en el hombre y en la mujer, cuando el alma de las mujeresy de los hombres se encuentra en la edad de soñar.

El estudiante y esapobre mujer de enfrente se

poetizaron

, se creyeron víctimassacrificadas á la violencia, á la tiranía, y no hay poder humano quetenga fuerza contra esa apoteosis de la imaginacion. Y cuanto más sesufre, cuanto más se padece, cuanto más se llora, tanto más se amaaquella desventura, aquella pasion, aquella poesía. Cuantos más dolorespasa el mártir, tanto más ama la palma del martirio. Luisa y su amantese habian enamorado con un doble afecto: se habian enamorado de suspersonas y de su infortunio; se amaban por lo que se amaban y por lo quesufrian; por lo que sentian y por lo que lloraban; es decir, se amabancomo amantes y como héroes. Algunos padres continuarán creyendo queestas verdades son cuentos de bruja, coplas de Calaino; pero losresultados tienen una elocuencia que no miente.

La familia del estudiante le mandó que volviera á Rodhese; pero elestudiante no volvia. Los padres de la novia la prohibieron que seasomara á los balcones con el fin de ver á su amante; pero la novia seasomaba.

¡Poesías! ¡Pura poesía! Bien, contesto yo; serán poesías ó loque ustedes quieran; pero el hecho es que los padres mandaban á la noviaque no se asomase, y sin embargo la novia se asomaba; el hecho es que lafamilia del estudiante le mandaba que se volviese al departamento deLyon, y sin embargo el estudiante no volvia.

Vista la resistencia del muchacho, sus padres acudieron á la política, áque siempre acuden los padres que no tienen talento, ó que no conocen elcorazon humano. El modo, dicen estos padres, de que el pájaro vuelva ála jaula, es hacer de modo que no halle alpiste fuera, y discurriendoasí, les parece que se han salvado con un golpe supremo de sabiduría.¡Qué ignorancia! ¡Qué error! En efecto, el pájaro vuelve á la jaula,cuando fuera de ella no encuentra alpiste; vuelve á la jaula para nomorirse de hambre; pero no vuelve él; vuelve la necesidad que le obliga;vuelve el hambre que siente; no vuelve el hijo; vuelve el hambre. ¿Yqué? ¿Los padres son padres de esa hambre ó de ese hijo? El pájarovuelve á la jaula, y en ella permanece encerrado, mientras que no rompecon el pico algun alambre de la prision.

Luego que puede huir, huye.Luego que puede tender el vuelo al aire libre, á los rayos del sol, lohace.

Pero ¿hace bien ó mal? No lo sé; no quiero saberlo, niaveriguarlo, ni aun oirlo. Sé que el prisionero ama la libertad; sé quequien está á oscuras ama la luz; sé que quien vive emparedado, deseaestirar sus miembros, desea moverse, agitarse, respirar; sé que lo deseafanáticamente, con un ánsia frenética, con un instinto providencial. Lospadres que opinan de otro modo están engañados, y mil desgracias queocurran cada dia, vienen real y positivamente, menos de la liviandad delos hijos, que de aquel engaño de los padres.

¡Quitarles el alpiste,para que vivan encerrados en la jaula!

No; eso no es tener hijos; esoes tener cautivos ó esclavos; eso no es ser padres; eso es sercarceleros. Y

¿qué amor quiere un padre que el hijo le tenga, quérespeto quiere que el hijo le profese, cómo solicita que el hijo levenere y le ame, cuando no se presenta á él como padre, sino comocómitre, como tirano, como carcelero?

Yo suplico á los padres que piensan así, que oigan y que contesten; noque me contesten de palabra, no que me contesten tampoco por escrito;sino que se respondan á sí propios en su conciencia y en su corazon.

Su hijo es un hombre; un hombre que nace para amar, como para amar naciósu padre. Ese hijo ama en virtud de un instinto superior á su voluntad,á sus ideas, á su poder; superior al poder, á las ideas y á la voluntadde todo el mundo. ¿Qué intentan los padres contra ese instinto? Nopueden quitar ese instinto del alma de sus hijos, como no pueden removerlos montes, ó secarlos mares; ¿qué intentan contra el mar y contra losmontes?

El amor viene como vienen las plagas, las tormentas, los huracanes;como la luz cae de los astros; como el aire corre por la atmósfera. ¿Quéintentan los padres contra ese misterio de la vida? ¿Qué quieren hacerpara que el ambiente no corra, y el huracan no sople, y la luz nodescienda, y el contagio no infeste, y el trueno no estalle? ¿Quépretenden contra el huracan, contra el contagio, contra el ambiente ycontra la luz?

Su hijo ama por un derecho providencial; por un derecho de orígendivino. Dios se lo ha dado, él lo tiene porque Dios se lo da: ¿quéintenta el padre contra lo que da Dios? ¿Qué planes concibe contra laProvidencia que gobierna á todos, á él tambien? Vengan aquí los padresque así opinan, y que respondan.

Nada más absurdo, más bárbaro, más repugnante, que disputar á un padreel santo derecho del consejo, de la persuasion, de las lágrimas, hastael enojo, porque muchas veces nos enojamos por lo que queremos, por elbien que ansiamos para los objetos de nuestro amor; pero de ningun modopuede darse á un padre la facultad de que haga un derecho de laviolencia, de un abuso, de un atentado. No hay derecho para hacer lo queno se debe, por la razon de que no hay abusos legítimos, crímenesmorales. Una traicion, una verdadera traicion, no es nunca leal. Nada deviolencia, especialmente la violencia que se ejerce sobre una pasion denuestra alma, una pasion grande, inmensa, divina; sobre todo, en unaépoca de nuestra vida en que la pasion entra por tanto, en que la pasiones casi todo, porque la juventud no es otra cosa que una pasion.Aconsejo á los hijos humildad, respeto, obediencia; más que obediencia;veneracion, una veneracion profunda y religiosa. Á los padres no se lesdebe únicamente obedecer, sino venerar; aconsejo á los hijos laveneracion; pero no aconsejo á los padres la violencia. El hijo debeobedecer; el padre debe aconsejar y persuadir. ¿No alcanzan el consejo,la persuasion, la súplica, el llanto, el enojo? Pues hagamos alto;encima de la tierra está el cielo; sobre el hombre está Dios. A Diostoca lo que el hombre no puede arreglar, y un hombre es el padre.

Hay tres cosas en este mundo, sobre las cuales no puede ponerse unamano airada; tres cosas que todos debemos reverenciar, porque son undepósito de la Providencia: una idea, una lágrima y un amor. La idea esel ángel del pasado; la lágrima es el ángel del presente, el amor es elángel del porvenir; sí, del porvenir, porque la esperanza y la fe sonlos primeros de nuestros amores. Cuando el hombre quiera encender fuegopara quemar el mundo, quémelo todo; pero que no arrime la tea á esostres ángeles.

Pues volviendo á la historia de Pisa, los padres del novio retiraron alhijo el dinero; esto es, quitaron el alpiste al pájaro para que volvieraá la jaula. El estudiante encontró manera de hacer que su novia supieselo ocurrido, porque no hay manera que no encuentren los que se aman; lanovia se turba, se turba el novio, ambos se creen perdidos en susilusiones, se ven, se miran…. ¡Ah! No hay alpiste que valga contraestas cosas. Llega un dia en que, al amanecer, se abren las puertas deuna casa, y una jóven baja la escalera, con un envoltorio en la mano,despeinada, trémula, azarosa, paladeando sin cesar, porque la salivapegaba sus labios; esa jóven atraviesa furtivamente algunas calles, mirahácia atrás y vuelve á correr, hasta que llega á un punto en donde unhombre la esperaba. Cerca de ellos estaba un coche, la portezuela seabre, ambos suben, el carruaje empieza su marcha…. Todo está perdido;ya no hay remedio. Al dia siguiente estaban en Livorno; al otro dia enGénova; al tercero en Marsella, al cuarto en Paris. Se hospedan en unode los muchos hoteles de la calle de Buenavista, de la calle en queestamos nosotros, casi enfrente de nuestro hotel.

Nuestros lectoreshabrán supuesto seguramente que los viajeros de que hablo son Luisa y elestudiante de Rodhese. Con el dinero que ella sacó de la casa paterna,vivieron un mes, al cabo del cual el estudiante la manifestó que iba ásu casa, con el fin de reconciliarse con su familia, y volver á Paris,ya para unirse á ella, ya para proseguir sus estudios. Ella lo creyócomo era natural, y le dió hasta el último maravedí para el viaje. Elamante partió; llegó á Rodhese, se avino con sus padres, y se determinóque fuera á seguir su carrera á Estrasburgo, en donde se hallaactualmente. Luisa no ha visto de él una sola letra, y tuvo estasnoticias por medio del amo del hotel, que escribió al país paraaveriguar lo ocurrido. Ella se encuentra sola, en tierra extraña, sinhonor, sin medios, sin amigos, sin ayuda, sin esperanza, sin saber quéhacer, ni qué pensar, ni qué discurrir. Dice que no quiere vivir de esemodo, que anhela morirse, que quiere matarse; no duerme, no come, gritacomo una loca, y todo anuncia un mal desenlace. Entre tanto el novioestudia en Estrasburgo, y acaso hace la córte á otra desgraciada. ¡Quécorazones hay en el mundo! ¿Qué hace esa mujer? Nos preguntaba lalechera. ¿Cómo vuelve á la casa que ella abandonó? ¿Cómo vuelve alpueblo que ella escandalizó con su locura? ¿Cómo escribe á sus padres, áquienes ha causado tanta afrenta y tanto dolor? Y si va á su casa, y sila familia le hace la caridad de abrirla sus brazos, ¿cómo resiste esapobre jóven la mirada terrible de su madre? ¿Qué ha de responder á sumadre, cuando las dos se queden solas?

¡Ay! ¡cuántos males causa en este mundo la falta de prudencia! Si lafamilia, en vez de repudiarla y de extrañarla de su cariño; si en vez dereprenderla y de afrentarla por aquellos amores; si en vez de acercarlaal amante, porque al amante se acercaba todo lo que se desviaba de sufamilia; si en vez de esto, la hubiera atraido con paciencia, la hubieraexhortado con consejos, con cariño, con persuasion, con lágrimas, consúplicas, si era menester; si un hombre prudente hubiera dado un plazo ásus esperanzas; la hubiera alentado, la hubiera tocado el corazon,¿estaria ahora esa jóven en Paris llamando á la muerte, desamparada,sola, perdida? No; yo juro por mi alma que no. Perdóneme el lector estearranque … no sé de qué: quizá es orgullo, quizá es vanidad, acaso esuna ridícula jactancia; pero me parece que si yo hubiera sido el padre,el tio, el hermano, el amigo siquiera, de esa infeliz mujer, esa mujerestaria en su casa. Tal vez suspiraria por su amante; tal vez lloraria;pero estaria en su casa; estaria al lado de sus padres, tendriatranquila su conciencia, limpia su honra, y entero un corazon que ahoraestá desgarrado. Tal vez llorara en Pisa; pero ¡qué diferencia entreaquellas lágrimas, y las que ahora vierte en Paris! Mas el golpe estádado, y un momento basta para emponzoñar la existencia de una mujer.

En este momento se asoma al balcon, mi compañera la ve y me llama. Esmuy blanca y tiene el cabello casi rubio. Hay en su fisonomía esa mezclade expresion ardiente y melancólica, triste y apasionada, que es la granbelleza del tipo italiano. Mira con cierto frenesí á uno y otro lado dela calle, como si esperase á alguna persona. ¡Pobre Luisa! El estudianteestá en Estrasburgo; es inútil que mires; no viene. ¡Cuánta amarguradebe hervir en el alma de esa mujer! Parece que cruza y confunde susmiradas, como si una idea agujerease su cerebro, y se pasa la mano porla frente con mucha frecuencia. Es bien seguro que está sudando decongoja; es seguro que algun vértigo la amenaza.

—Esa mujer va á cometer un disparate, exclamó vivamente mi compañera, yyo no esperé más. Bajo en el acto, me voy á casa de la lechera de lavecindad, la llamo la atencion sobre el estado de Luisa, y la buenaMadama Fonteral deja inmediatamente su quehacer, me mira de un modocariñoso y benévolo:

¿Que voulez-vous que je fasse? (¿Qué quiere usted que haga?)

—Quiero, la contesté, que se pase usted al hotel de enfrente ahoramismo, que entregue usted estos veinte francos al amo de la fonda, enpago de los quince dias de alquiler que Luisa le debe, que dé ustedestos otros cuatro napoleones á Luisa para que atienda á susnecesidades, que averigüe el nombre y domicilio de los padres delestudiante de Estrasburgo, y que procure saber de la jóven si tienealgun tio, algun hermano, alguna persona de respeto á quien acudir,trayéndome la nota de los nombres y del punto de residencia.

Haga ustedde modo que ella ignore quién la suministra este insignificante recurso,y quién la hace estas preguntas, á fin de que tenga algo que ladistraiga del pensamiento que la domina, y que acabará por volverlaloca. Dígala usted que no se desespere, que no se apure, que no seaflija. Dígala usted que el arrepentimiento y el dolor hacen con lasheridas de nuestra alma, lo que el bálsamo con las heridas de nuestrocuerpo.

Madama Fonteral, moviendo afirmativamente la cabeza en señal de contentoy de aprobacion, echó á escape, mientras que yo me volvia á mi cuarto.Cuando llegué, Luisa no estaba en el balcón, y mi mujer me dijo quetemía una desgracia. Eran más de las once, y tuvimos precision de salirpara almorzar. Almorzamos en un restaurant del boulevar de la BuenaNueva, á los cincuenta pasos de nuestra fonda, y nos volvimos para verqué noticias nos daba Madama Ponteral. Esta pobre mujer habia subido anuestra habitacion, y habiendo sabido que habiamos salido con el objetode almorzar, nos estaba esperando en la puerta de su casa. Así que nosvió, entró en el portal de nuestra fonda, y subimos juntos.

—¿Qué h