De conservar la vida que sostiene.
De la esquiva prisión amarga y dura,
Adonde mueren quince milcristianos,
Tienes la llave de su cerradura.
Todos de allá, qual yo, puestas las manos,
Las rodillas por tierra, sollozando,
Cercados de tormentos inhumanos,
Poderoso señor, te están rogando
Vuelvas los ojos de misericordia
A los suyos, que están siempre llorando:
Y pues te dexa agora la discordia,
Que tanto te ha oprimido y fatigado,
Y á mas andar te sigue la concordia,
Haz, buen Rey, que sea por tí acabado
Lo que con tanta audacia y valor tanto
Fue por tu amado padre comenzado.
Con solo ver que vas, pondrá un espanto
A la barbara gente, que adivino
Yo desde aqui su perdida y quebranto.
Quién dubda que el real pecho benigno
No se muestre, en oyendo la tristeza
Donde están estos miseros contino?
Mas ay! como se muestra la baxeza
De mi tan rudo ingenio, pues pretendo
Hablar tan baxo ante tan alta alteza.
Mas la ocasion es tal, que me defiende.
Mas á todo silencio poner quiero,
Que temo que mi platica te ofende,
Y al trabajo me llaman, á domuero.
Sale SEBASTIAN, Cautivo.
SEBASTIAN.
Hase visto cosa igual?
Hay tierra tan sin concordia,
Do falta misericordia,
Y sobra la crueldad?
Donde se hallará disculpa
De maldad tan insolente,
Que pague el que es inocente,
Por el que tuvo la culpa?
O cielos! qué es lo que he visto!
Este sí que es pueblo injusto,
Donde se tiene por gusto
Matar los siervos de Cristo.
O España! patria querida,
Mira qual es nuestra suerte,
Que si allá das justa muerte,
Quitan acá justa vida.
PEDRO ALVAREZ.
Sebastian, dinos que tienes,
Que hablas razones tales?
SEBASTIAN.
Una infinidad de males,
Y una pobreza de bienes.
SAAVEDRA.
En ser, como eres esclavo,
Se encierra todo dolor.
SEBASTIAN.
Otra pena muy mayor
Me tiene á mí tan al cabo.
PEDRO ALVAREZ.
De donde puede causarse
La pena que dices brava?
SEBASTIAN.
De una vida que hoy se acaba,
Para jamas acabarse.
Ya sabeis que aqui en Argel
Se supo como en Valencia
Murió por justa sentencia
Un morisco de Sargel.
Digo que en Sargel vivia,
Puesto que era de Aragon,
Y al olor de su nacion
Pasó el perro á Berberia:
Y aqui cosario se hizo
Con tan prestas crueles manos,
Que con sangre de cristianos
La suya bien satisfizo.
Andando en corso, fue preso,
Y como fue conocido,
Fue en la Inquisicion metido,
Do le formaron proceso,
Y alli se le averiguó
Como siendo bautizado,
De Cristo havia renegado,
Y en Africa se pasó:
Y que por su industria y mañas,
Traidores tratos esquivos
Havian sido cautivos
Mas de seiscientos cristianos.
Y como se le probaron
Tantas maldades y errores,
Los justos Inquisidores
Al fuego le condenaron.
Supose del moro acá,
Y la muerte que le dieron,
Porque luego lo escribieron
Los moriscos que hay allá.
La triste nueva sabida
Por los parientes del muerto,
Juran y hacen concierto
De dar al fuego otra vida.
Buscaron luego un cristiano
Para pagar este escote,
Y hallaronlo sacerdote,
Y de nacion Valenciano.
Pidieron este á gran priesa
Para executar su hecho,
Porque vieron que en el pecho
Traia la cruz de Montesa.
La qual señal de victoria
Que le cupo en buena suerte,
Si en el suelo le dió muerte,
En el cielo le dió gloria.
Porque esta gente sin luz,
Que en él tal señal han visto,
Pensando matar á Cristo
Matan al que trae su cruz.
A su amo le compraron,
Y aunque eran pobres, á un punto
El dinero todo junto
De limosna le allegaron.
En nuestro pueblo cristiano
Por Dios se pide á la gente,
Para sanar al doliente,
No para matar al sano.
Mas entre esta descreida
Gente y maldito lugar,
No piden para sanar,
Mas para quitar la vida.
Hoy en poder de sayones
He visto al siervo de Dios
No solamente entre dos,
Pero entre dos mil ladrones.
Iba el sacerdote justo,
Entre injusta gente puesto,
Marchito y humilde el gesto,
A morir por Dios con gusto.
Todo el pueblo se desvela
En darle penas dobladas,
Qual le da mil bofetadas,
Qual sus blancas canas pela.
Las manos que á Dios tuvieron
Mil veces, hoy son tenidas
De dos sogas retorcidas,
Con que atras se las asieron.
Al yugo de otro cordel,
El humilde cuello lleva,
Haciendo mil moros prueba,
Quanto pueden tirar del.
A ningun lado miraba
Que descubra un solo amigo,
Que todo el pueblo enemigo
Entorno le rodeaba.
Con voluntad tan dañada
Procuran su pena y lloro,
Que se tuvo por mal moro,
Quien no le dió bofetada.
A la marina llegaron
Con la victima inocente,
Do con barbaria insolente
A una ancora le ligaron.
Dos ancoras á una mano
Vi yo alli en contrario zelo,
Una de hierro en el suelo,
Y otra de fe en el cristiano.
Y la una á la otra asida,
La de hierro se convierte
En dar cruda y presta muerte,
La de fe en dar larga vida.
Ved si es bien contrario el zelo
De las dos en esta guerra;
La una del suelo afierra,
La otra se ase del cielo,
Y aunque corra tal fortuna
Que asombre el cuerpo y el alma,
Como si estuviese en calma,
No hay desasirse ninguna.
Sin yerro al hierro ligado
El siervo de Dios se hallaba,
Y en el cuerpo atado, andaba
Espiritu desatado.
El cuerpo no se rodea,
Que le ata mas de un cordel,
Mas el espiritu del
Todos los cielos pasea.
La canalla, que se enseña
A hacer nueva crueldad,
Truxeron gran cantidad
De seca y nudosa leña:
Y una espaciosa corona
Hicieron luego con ella,
Dexando encerrada en ella
La santa humilde persona.
Y aunque no tienen sosiego
Hasta verle ya espirar,
Para mas le atormentar
Encienden lejos el fuego.
Quieren, como el cocinero
Que en su oficio mas mirase,
Que se ase y no se abrase
La carne de aquel cordero.
Sube el humo al ayre vano,
Y á veces le dá en los ojos,
Quema el fuego los despojos
Que le vienen á la mano.
Vase arrugando el vestido
Con el calor violento,
Y el fuego poco contento
Busca lo mas escondido.
Combatenle fuegos dos,
El uno humano y visible,
El otro santo invisible,
Que es luego de amor de Dios.
Yo no sé á qual mas debia,
Puesto que á los dos pagaba,
Al que el cuerpo le abrasaba,
O al que el alma le encendia.
Los que estaban á mirarle,
La ira ansi se les previerte,
Que mueren por darle muerte,
Y entretienense en matarle.
Y en medio deste tormento
No movió el santo varon
La lengua á formar razon
Que fuese de sentimiento.
Antes dicen, y yo he visto,
Que si alguna vez hablaba,
En el ayre resonaba
Y cielo el nombre de Cristo.
Y quando en el agonia
Ultima el santo se vio,
Cinco ó seis veces llamó
La Virgen Santa Maria.
Al fuego el ayre le atiza,
Y con tal ardor revuelve,
Que poco á poco resuelve
El santo cuerpo en ceniza.
Mas ya que morir le vieron,
Tantas piedras le tiraron,
Que con ellas acabaron
Lo que las llamas no hicieron.
O santo Esteban segundo
Que me asigura tu zelo,
Que miraste abierto el cielo
En tu muerte desde el mundo!
Queda el cuerpo en la marina
Quemado y apedreado,
Y el alma vuelo ha tomado
Acia la region divina.
Queda el moro muy gozoso
Del injusto yerro hecho,
El turco está satisfecho,
Y el cristiano temeroso.
Yo he venido á referiros
Lo que no pudistes ver,
Si os lo ha dexado entender
Mis lagrimas y suspiros.
SAAVEDRA.
Dexa el llanto, amigo, ya,
Que no es bien que se haga duelo
Por los que se van al cielo,
Sino por quien queda acá.
Que aunque parece ofendida
A humanos ojos su suerte,
El acabar con tal muerte
Es comenzar nueva vida.
Mide por otro nivel
Tu llanto, que no hay paciencia
Que las muertes de Valencia
Se venguen aqui en Argel.
Muestrase allá la justicia
En castigar la maldad,
Muestra acá la crueldad
Quanto puede la injusticia.
SEBASTIAN.
En tan amarga querella
Quién detendrá los gemidos?
Ellos con culpa punidos,
Nosotros muertos sin ella.
PEDRO ALVAREZ.
Bastabanos ser cautivos
Sin tener mas desconciertos,
Que si allá queman los muertos,
Abrasan aca los vivos.
Usa Valencia otros modos
En castigar renegados,
No en publico condenados,
Mueran á tosigo todos.
Mas un moro viene aca,
No estemos juntos aqui,
Saavedra por alli,
Yo y Sebastian por aca.
Entranse.
Salen AURELIO y IZUF.
IZUF.
Trescientos escudos dí,
Aurelio, por la doncella,
Y estos dí al turco, que á ella
Alma y vida le rendí,
Y es poco, segun es bella.
Vendiómela de aburrido,
Diciendo que no ha podido,
Mientras la tuvo en poder,
En ningun modo traer
Al amoroso partido.
Pusela en casa de un moro,
Sin osarla traer acá,
Y alli está donde ella está
Todo mi bien y tesoro,
Y quanta gloria amor da.
Alli se ve la bondad,
Junta con la crueldad
Mayor, que se vió en la tierra,
Y juntas sin hacer guerra
Belleza y honestidad.
No pueden prometimientos
Ablandar su duro pecho;
Veme en lagrimas deshecho,
Y ofrece siempre á los vientos
Quantos servicios la he hecho.
No echa de ver su ventura,
Ni como el dolor me aprieta
Poco apoco suspirando,
Antes quando yo mas blando,
Entonces ella mas dura.
A casa quiero traella
Para entregarte en tu mano
Mi gozo mas soberano,
Quizá tu podrás movella,
Siendo como ella cristiano.
Y desde aqui te prometo,
Que si conduces á efeto
Mi amorosa voluntad,
De darte la libertad,
Y serte amigo perfeto.
AURELIO.
En todo lo que quisieres,
He, señor, de complacerte,
Por ser tu esclavo, y por verte
Que melindres de mugeres
Te traigan de aquesta suerte.
De qué nacion es la dama
Que te enciende en esa llama,
Sin mirar en su interes?
IZUF.
Española dicen que es.
AURELIO.
El nombre?
IZUF.
Silviase llama.
AURELIO.
Silvia? Una Silvia venia
A donde yo me embarqué,
Y segun que yo miré,
No en tanto alli se tenia.
IZUF.
Esa es: yo la compré.
AURELIO.
Si es esa, yo sé decir
Que es hermosa sin mentir,
Y que no es tan cruda, altiva,
Que su condicion esquiva
A ninguno haga morir.
Traela á casa, señor, luego,
Y ten las riendas al miedo,
Y tu verás si yo puedo,
Como á mis manos y ruego
Amaine el casto denuedo.
IZUF.
Yo voy, y mientras se ordena
Su venida, por estrena
Del contento que me has dado,
Yo dire á mi renegado
Que te quite esa cadena.
Vase.
AURELIO.
Qué es esto, cielos, que he oido?
Es mi Silvia? Silvia es cierto;
Es posible, hado incierto!
Que he de ver quien me ha tenido
Vivo en muerte, en vida muerto?
Esta es mi Silvia, á quien llamo,
A quien sirvo, y á quien amo
Mas que todo lo del suelo.
Gracias hago y doy al cielo
Que á los dos ha dado un amo.
Tregua tengan mis enojos
Entre tanta desventura,
Pues por estraña ventura
Vendrán á mirar mis ojos
Tan singular hermosura.
Y si della está rendido
Mi amo, está conocido
Que el que la acertó ámirar,
Era imposible escapar
De preso, ó de mal herido.
Y pues tan lascivos brios
El descubre en sus amores,
Si nos vemos, sus dolores
Se encubrirán, y los mios
Le diré que son mayores.
Y mientras pudiere ver
Su hermosura y gentil ser,
Templaré mi desconsuelo,
Hasta que disponga el cielo
De los dos lo que ha deser. Vase.
Salen DOS MERCADERES.
MERCADER.
Al fin, Aydar, que en Cerdeña
Habeis hecho la galima?
AYDAR.
Sí, y no de poca estima,
Segun salió en la reseña.
MERCADER.
Dicen que os dieron caza
De Napoles las galeras.
AYDAR.
Sí dieron, mas no de veras,
Que el peso las embaraza.
El ladron que va á hurtar,
Para no dar en el lazo
Ha de ir muy sin embarazo,
Para huir, para alcanzar.
Las galeras de cristianos,
Sabe, sino lo sabeis,
Que tienen falta de pies,
Y que no les sobran manos.
Y la causa es, porque van
Tan llenas de mercancias,
Que aunque vogasen seis dias,
Un ponton no alcanzarán.
Nosotros á la ligera,
Y sueltos como el fuego,
Y en dandonos caza, luego
Pico al viento, ropa fuera,
Las obras muertas abaxo,
Arbol y antena en crugia,
Y ansi hacemos nuestra via
Contra el viento, sin trabajo.
Pero alli tiene la honra
El cristiano en tanto estremo,
Que asir en un trance el remo
Le parece que es deshonra.
Y mientras ellos allá
En sus trece estan honrados,
Nosotros dellos cargados
Venimos sin honra acá.
MERCADER.
Esa honra y ese engaño
Nunca les salga del pecho,
Pues nuestro mayor provecho
Nace de su propio daño.
Un mozo de poca edad
De esos Sardos, comprar quiero.
AYDAR.
Ya los trae el pregonero
Vendiendo por la ciudad.
Entra el PREGONERO moro vendiendo los dos MUCHACHOS, y la MADRE y el PADRE.
PREGONERO.
Hay quien compre los chiquitos,
Y el viejo que es el grandazo,
Y la vieja y su embarazo?
Pues á fe que son bonitos.
Deste me dan ciento y dos,
Deste docientos me dan.
Pero no le llevarán.
Pasa acá, perrazo, vos.
JUAN.
Qué es esto, madre? por dicha
Vendennos aquestos moros?
MADRE.
Sí, hijo, que sus tesoros
Les crece nuestra desdicha.
PREGONERO.
Hay quien á comprar acierte
El niño y la madre juntos?
MADRE.
O terribles tristes puntos,
Mas amargos que la muerte!
PADRE.
Sosegad, señora, el pecho,
Que pues mi Dios lo ha ordenado
Ponernos en este estado,
El sabe por que lo ha hecho.
MADRE.
Destos hijos tengo pena,
Que no sé por donde han de ir.
PADRE.
Señora, dexad cumplir
Lo que el alto cielo ordena.
MERCADER.
Quanto dan deste? decid.
PREGONERO.
Ciento y dos escudos dan.
MERCADER.
Por ciento y diez darle han?
PREGONERO.
No, sino pasais de ahi.
MERCADER.
Está sano?
PREGONERO.
Sanoestá.
Abrele la boca.
MERCADER.
Abre, no tengas temor.
JUAN.
No me la saque, señor,
Que ella mesma se cairá.
MERCADER.
Piensa que sacalle quiero
El rapaz alguna muela?
JUAN.
Paso, señor, no me duela,
Tenga, paso, que me muero.
AYDAR.
Destotro quánto dan dél?
PREGONERO.
Ducientos escudos dan.
AYDAR.
Y por quanto le darán?
PREGONERO.
Trecientos piden por él.
AYDAR.
Si te compro, serás bueno?
FRANCISCO.
Aunque vos no me compreis,
Seré bueno.
AYDAR.
Serloheis?
FRANCISCO.
Ya lo soi, sin ser ageno.
MERCADER.
Por este doi ciento y treinta.
PREGONERO.
Vuestro es, venga el dinero.
MERCADER.
En casa daroslos quiero.
MADRE.
El corazon me revienta!
MERCADER.
Comprad, compañero, esotro.
Ven, niño, vente á holgar.
JUAN.
Señor, no he de dexar
Mi madre por ir con otro.
MADRE.
Ve, hijo, que ya no eres
Sino del que te ha comprado.
JUAN.
Ay madre! haveisme dexado?
MADRE.
Ay cielo, quan cruel eres!
MERCADER.
Anda, rapaz, ven conmigo.
JUAN.
Vamonos juntos, hermano?
FRANCISCO.
No puedo, ni está en mi mano,
El cielo vaya contigo.
MADRE.
O mi bien, y mi alegria,
No se olvide de ti Dios!
JUAN.
Dónde me llevan sin vos,
Padre mio, y madre mia?
MADRE.
Quieres que hable, señor,
A mi hijo un momento?
Dame ese breve contento,
Pues será eterno el dolor.
MERCADER.
Quanto quisieres le dí,
Pues será la vez postrera.
MADRE