Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas by Juan Álvarez Guerra - HTML preview

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CHAPTER IX

CAPÍTULO IX.

¿Es ó no feliz Ambrosio

?

Decía un amigo mío que á ser posible volver á nacer y tener elderecho de petición, pediría á Dios nacer indio, pero indio puro,de sementera. Fundaba su deseo en la observación que había hecho deeste país en su larga permanencia en él y en el trato y conocimientode las costumbres del indio.

Hoy que llevo algunos años en Filipinas y que he pasado muchísimosdías estudiándolo, comprendo cuánta razón tenía mi amigo.

Entiéndase, que tanto aquel como yo, nos referimos al indio de campo,no al ilustrado de las ciudades.

Para que no haya duda, voy á describir el tipo tomado del natural.

En mis excursiones por uno de los pintorescos ríos de la contra-costade Tayabas, que desembocan en el Pacífico, vi deslizarse pesadamenteuna balsa de cañas, sobre las cuales tranquilamente dormía un indio. Alas voces que le dió nuestro timonel, se incorporó lentamente y trasun largo esperezo y un no menos largo resoplido soñoliento, separócon la ayuda del

tiquin

su rústica embarcación, dejándonos paso enla corriente.

He ahí, dije en mi interior, un ser que respira tranquilidad, saludy bienestar.

Formulado que fué el anterior juicio, me asaltó el deseo de saber sihabría sido ó no exacto en dicha apreciación.

—¿Conoces á ese indio que va en la balsa?—dije al timonel.

—No conoce, señor.

—Pregunta si vive cerca, y de vivir próximo al río, díle si podríamospasar la noche en su casa.

El timonel con la ayuda de mi criado, tradujo en tagalo mi deseo,dando su contestación por resultado, que vivía un cuarto de hora de

remo

de donde nos encontrábamos, y que con mucho gusto nos ofrecía sucasa y cuanto tenía, á cuyo ofrecimiento dí orden para que se largaraun cabo á la balsa. Con la ayuda del remolque y apretando bogas

,atracamos al poco rato al pié de la morada del indio. La casa era decaña y nipa, y todo su ajuar se reducía á dos

lancapes

, una mesa,una banga y unos cuantos tabos de coco, destacándose en las paredesvarias estampas pegadas con morisqueta.

El indio nos dijo llamarse Ambrosio, estaba casado y teníados hijos. Veamos las necesidades morales y materiales deaquella familia. El espíritu de Ambrosio flotaba en el mundodel indiferentismo, sin que le atormentase ninguna clase deambiciones, puesto que ignoraba el ancho campo y el dilatado másallá, que se extendía tras la cerca de palmabraba que resguardaba lacasa. Allí vivía, sin recuerdos del ayer, sin aspiraciones del hoy,ni intranquilidad ni zozobra para el mañana. Las edades, los tiempos,las esperanzas, las tiernas conmemoraciones y todo cuanto constituyenesos eternos fantasmas que se suceden sin interrupción en el granlaboratorio que da calor al alma, son completamente desconocidos en lamorada de Ambrosio. No sabe cuándo nació y confusamente recuerda loscabos de año

que ha celebrado desde que murieron sus padres. Adoraá Dios sin que en sus ideas religiosas entre para nada tratar deprofundizar ninguno de sus misterios, llevándole su misma ignorancia alfatalismo que predomina en la generalidad de los indios. Á la muertela llaman la raya-negra,

y poco ó nada hacen para contrarestar esenegro surco de sus creencias, tan luego anuncia una de sus muchas

abusiones

que la muerte ha de entrar en una casa.

Las necesidades morales de Ambrosio son perfectamente nulas. Tienemujer é hijos, pero ni remotamente le ha preocupado su porvenir. Laspalabras hospital, hospicio, casa de empeños y de refugio, soncompletamente desconocidas en su vocabulario; es más, Ambrosio nollegará jamás á comprender su significación; ignora lo que son lasinterminables noches del invierno sin abrigo y sin luz, y no sabe lohorrible de la palabra

¡pan!

pronunciada por un hijo hambrientoy aterido. La nauseabunda guardilla, los harapos, la miseria, elhambre, las privaciones de todo género, las luchas de la virtud con lasnecesidades, la camilla y la fosa común, jamás han llegado ni llegaráná atormentar los pensamientos de Ambrosio. Pertenece á la raza pura,su constitución como la de los suyos, es virgen, desconociendo casi lasenfermedades, teniendo para las que le aquejen admirables específicosen las hojas de sus bosques, en los jugos de sus plantas y en lascorolas de sus flores. La constante y benigna temperatura intertropicalde su cielo, le libra de todas las necesidades que trae en pos de síel invierno, poseyendo Ambrosio á su alrededor cuanto constituye suvida, no solamente con relación á su materia, sino que también á suespíritu. Un pequeño campo le provee de arroz para su morisqueta; elrío le brinda con la riqueza de sus pescados; el coco, le ayuda con lasmúltiples aplicaciones de sus hojas, sus jugos y sus fibras; el chile,fortifica su organismo; las hebras del abacá, cubren su cuerpo; lasesbeltas cañas y los trepadores bejucos, le dan albergue; los verdesnipares, bebidas alcohólicas; y por último, refrescan su sangre lospoéticos tamarindos.

Y todo esto lo tiene Ambrosio en las treintavaras que rodean su casa. En aquel terreno están cubiertas todas susaspiraciones, no inquietándole el porvenir de sus hijos, puesto quesabe que en aquel suelo, mina inagotable cultivada por la mano delSumo Hacedor, está encerrado todo el horizonte del mañana.

Su cielo,siempre lleno de luz; sus alboradas, con sus diamantinos rocíos; susplácidas noches, con los vividos destellos de los miles de

alitaptap

que baten sus alas de fuego en las rojas corolas del árbol del amor;la grandiosidad de la selva con sus árboles seculares, sus misterios,sus pájaros, sus arroyos y sus flores, sonríen á su espíritu y leenseñan á amar al que enciende en los altos plenilunios la pálida fazde la sultana

de los cielos, á la que Ambrosio como todos los de suraza, rinde una verdadera admiración. Así nace y vive el indio, viendollegar tranquilamente su última hora, sabiendo que sus despojos nohan de ser llevados por manos mercenarias y sí por sus propios deudos,los cuales no tienen el amargo privilegio

de verlos arrojar en lafosa común,

ese

horrible rincón de las grandes

necrópolis,

dondese hacinan cientos de cadáveres y se compendian millones de lágrimas.

¿Es ó no feliz Ambrosio?