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CAPÍTULO X.
Costumbres.—Enfermedades y entierros.—El
orimon
.—Creenciasdel indio.—El mediquillo.—Confección de una receta.—El constructor
de cigarrillos.—Dos
respiraciones.
—El frío yel calor.—Muerte de cabezang Pedro.—Al hoyo y …
talagá nangDios.
—La casa por concluir.—
Dolor de embarazo
.—Las plegariasy la Orden tercera.—Las listas del presente.—
El panalañgin.
—Elsentimiento y el estómago.—
Inoac
y
sayos
.—El sentimiento y elindio.—Filosofía del
icao ang bahala
, y el
talagá nang Dios
.—Elcementerio de Tayabas.—La vida y la muerte.—¡Eterno olvido!—El dasalan.
—Creencias.—El
lungcasan
.—Último recuerdo del vivoal muerto.
Ya que hemos visto todo el ceremonial que precede á un casamientoen Tayabas, síganme los lectores que quieran á la cabecera de unenfermo grave, y si muere les daremos á conocer las costumbres quese practican en los entierros.
—¿Estamos en camino? Sí, pues principiemos por doblar la rodilla,pues á pocos pasos de la casa adonde nos dirigimos llevan el
orimon
,resguardado por un inmenso payo de seda grana, y dentro de aquel seve al ministro del Altísimo con la sacrosanta
forma
. Detrás del
orimon
, que no es ni más ni menos que una silla de manos conducidaen hombros de cuatro fieles, y custodiada por una guardia de honor decuadrilleros, va la música tocando la marcha real, y á continuacióngran número de acompañantes con velas.
La devota comitiva se dirige á la iglesia, y nosotros entramos en lacasa del paciente, en la que se notan algunos adornos, lo que prueba,que en aquella se ha recibido al Rey
de los
Reyes
, con toda lasuntuosidad á que alcanzan los recursos de sus moradores.
Ya estamos en la caída; si quien padece es mujer, y se encuentra departo, no podemos detenernos ni hablar hasta llegar á la habitacióndonde se encuentra la enferma; si esto no hacemos, se creería en unresultado funesto. Delante de nosotros ha pasado un indio que se haparado á encender un cigarro en una de las muchas luces que hay en lacaída, á pesar de ser las cuatro de la tarde; aquella parada, desdeluego nos da á conocer no habrá bautizo, ni necesidad de prepararagua de socorro. Con nosotros viene el estudioso y aventajado jovenD. Evaristo Batlle, médico titular de la provincia; lleva pocotiempo en ella, y todavía no ha podido desterrar con su ciencia lasridículas y hasta estrafalarias prácticas de los mediquillos. Eldoctor nos acompaña como simple curioso, si bien, va animado delos mejores deseos humanitarios. Cerca de la caída está la cocina,y en ella nos enseñan á un grave y respetable
señor,
de camisa porfuera, armado de unos tremendos anteojos, cuyo varillaje difícilmenteencuentra apoyo en una
cosa
que quiere ser narices. Aquel personaje,es el mediquillo; se encuentra rodeado de una porción de cachivaches,dando órdenes y disposiciones con un gran aplomo. Cree que ninguno denosotros conoce el tagalo, y por lo tanto continúa con su explicaciónmedica, al par que confecciona una receta. Veamos los ingredientesde esta, y oigamos el discurso.
En una hoja de plátano, embadurnado de aceite para que no se pegue,deja destilar la melaza de unos caramelos, que derrite á la llamade unos
tinsines
que arden por cima de la hoja, sobre la quevemos perfectamente picado un poco de tabaco y otro poco de
buyo
,que mezcla y revuelve con la melaza, haciendo por último con todosaquellos compuestos
, una especie de tabaco de las dimensiones de un
primera habano
. Concluída su obra, miró por cima de las antiparrasá todos los que aguardaban brotase la salud de sus manos, y con
aire
reposado y sentencioso, dijo en tagalo, lo que traducimos en español.
—Toma,—dijo, dándole el cigarrillo á una india, que supimosera la esposa del enfermo,—cuando le suba
el frío, hay quetraerlo
abajo
, y para llamarlo, tienes que taparle con
eso
todas las
respiraciones
—¡Santos cielos! exclamamos en nuestrointerior,—¡cuántas
respiraciones
conocerá ese
constructor
decigarrillos! Sudando, solo en pensar la horrible faena para conducirel frío abajo,
nos dirigimos á la habitación del paciente. Conmás parches que redoblante de concejo; más hierbajos que anaqueleríade herbolario: y más
sobas
que espalda de galeote,
yacía
, en elpetate del dolor, mi bueno de cabezang Pedro, aquejado de un descomunalataque de frío
y
calor
.
Al ver al pobre cabezang Pedro, comprendimos todo lo grave que es elestar malo en Tayabas.
Y en efecto, lo estaba tanto, que murió aquella misma noche.
Nuestro amigo el doctor nos dijo que el frío y el calor, no era nimás ni menos, que una fiebre maligna.
Por supuesto la muerte de cabezang Pedro, no se la achacaron almediquillo ni mucho menos, pues allí no hay la
fea
costumbre deechar el muerto á las espaldas del que lo asistió en vida. Se muereporque sí
, y al hoyo y
talagá nang Dios
.
Si la casa donde acaece una defunción es nueva y está concluída,entonces no hay que preguntar, pues que está muy arraigada la creenciaque enfermo que cae en casa nueva y concluída indefectiblemente hade morir, haciendo esto, que jamás se concluyan las casas de Tayabas,dejando por poner, ó una puerta, ó una concha, ó una ventana. Durantelos embarazos se suspende toda obra, así que si la dueña de una casaen construcción ó reparación nota síntomas de embarazo, se paraliza eltrabajo en el estado en que se encuentre, hasta que aquella dé á luz.
Hemos dicho si la mujer nota síntomas de embarazo, y en esto no haycompleta exactitud, pues basta que aquellos síntomas lo sienta porsu mujer el marido. Pero…, pero que vamos, que hay que ponerseserio para decir ciertas cosas, mas es lo cierto, que en Tayabas lageneralidad de los futuros papás, llevan su tradicional creencia,hasta jurar que sienten los mismos dolores que la mujer.
—¿Qué tiene tu padre?—decíamos en una ocasión á una muchacha.
—Tiene, señor, dolor de embarazo,—nos contestó.
—¡Vamos, que les digo á ustedes, que entre las muchas gangas que poseeun marido, jamás pudimos creer podría llegar á tener la de
ponerse
á parir.
El pobre cabezang Pedro—como dejamos dicho—murió, no de una ilusoriacreencia sino de una real y efectiva fiebre palúdica.
Tan luego espiró se le cubrió la cara con un pañuelo, se leentrelazaron las manos, poniendo en ellas un crucifijo, las campanastocaron plegarias, y todos los individuos de la Orden Tercera
,invadieron el cuarto, poniéndose á rezar, mientras los parientes máscercanos preparaban un hábito de San Francisco, mortaja con la quehabían de vestir el inanimado cuerpo.
El toque de plegarias, al par que avisa á los vivos recen por el almade un muerto, convoca con su lúgubre tañir á todos los que fueronsus parientes. Estos acuden á la casa si es que ya no están en ella,llevando cada uno un obsequio, consistente en dinero ó bien en tabaco,en bebidas ó en comestibles, obsequios que á su vez son recompensadosen igual forma y en casos semejantes por los que los reciben, á cuyoefecto, se guarda una lista de
presentes
en cada casa.
Como los parientes del cabezang Pedro son muchos y pudientes, la listadel presente
está llena de
números,
que aparecen traducidos en
especie
, sobre las mesas y fogones.
Una vez reunidos deudos y amigos, empieza el
panalañgin
ó sea elcanto de la pasión, que dura toda la noche con gran contentamientodel estómago, al que se da lastre y refuerzo tras cada estrofa.
Entre cabezadas, esperezos y cánticos roncos y destemplados, vieneel día, y con él el carro ó angarillas que ha de conducir al cadáverá la iglesia y de aquí al lugar del eterno reposo.
Todos los parientes acompañan al cadáver, conociéndose aquellos poruna especie de frac de percalina engomada color garbanzo, de faldonesmuy largos, llamados
sayos
, que visten los hombres, y un manto,generalmente de raso, conocido con el nombre de inuac
, con el quese cubren las mujeres.
El indio, bajo el punto de vista del sentimiento, ó es niño ó es viejo,lo que viene á ser sinónimo, de aquí lo difícil de definirlo. Tiene lavolubilidad, la indiferencia, y los momentáneos caprichos del niño:como este odia y ama, como este quiere y olvida, sucediéndose en losimpenetrables misterios de su espíritu, las más fuertes impresiones,sin dejar el dolor la más ligera huella, ni el placer el más mínimorecuerdo. Todas las cosas posibles la envuelve en su lacónico aco angbahala
, como todos los hechos consumados, los acepta en su filosófico talagá nang Dios
.
Pronunciando el
aco ang bahala
, emprende todos los actos de su vida;y murmurando el
talagá nang Dios
, arroja el primer puñado de tierrasobre los últimos restos de la que le dió el sér, ó sigue con estóicoindiferentismo el féretro del fruto de sus amores, sin que jamás se leocurra protestar ni con la lengua ni con los ademanes de su profunday filosófica frase.
Si la ciencia no hubiera ya convenido que las canas son, en lageneralidad de los casos, consecuencia de la fijeza de los grandesdolores morales, nos convenceríamos de ello en este país. La casicarencia en el indio de esas prematuras y plateadas hebras, recuerdode otras tantas lágrimas, prueba, que en su mente hay una granfuerza de conformidad, que la mayor parte de las veces lo conduce alindiferentismo. ¿Será esto producto de una inquebrantable y poderosafe, ó derivación de su temperamento? ¡Arcano insondable que solo Dioslo sabe, mas es lo cierto, que felices ellos mil veces que á la vistade una gran desgracia se quedan dormidos murmurando su concluyente yconsolador talagá nang Dios
, no conociendo las interminables nochesde insomnios, en que se lucha con un insistente y doloroso recuerdo!
Haciendo estas reflexiones, llegamos al cementerio de Tayabas.
Aquella mansión de olvido y descanso, está rodeada de una granexuberancia de vida. El murmurio del río que rompe entre guijasal pié de uno de sus muros; los esbeltos penachos de las flexiblescañas que los coronan, y los hermosos plumajes de las
oropéndolas
ysolitarios que se posan en su parduzca y viscosa argamasa, constituyenuna amarga verdad que enseña á los que
vuelven
cuán cerca está lavida de la muerte.
En uno de los lados del cementerio se alza una espaciosa y sólidacapilla, en la que de poco tiempo á esta parte se ha principiadoá formar
esa
fúnebre anaquelería invento de la pobre humanidad,que sin duda cree que un cajón de ladrillo elevado á tres cuartasdel suelo es mejor lecho para dormir el sueño eterno, que el hoyoabierto en la madre tierra.
En el amplio y extenso patio, no vimos ni un mausoleo, ni un monumento,ni una lápida, ni una fecha, ni una inicial, ni nada que recordaseun nombre. ¡Hierbas y musgos por doquier!… ¡Eterno olvido!
* * * * *
Recordando las sentidas estrofas, que la soledad del
campo santo
inspiraron al malogrado Becquer, volvimos al pueblo.
Aquella noche se verificó el
dasalán,
ó sea el principio delnovenario, en el que si bien se reza, también se cena. Esta sueleservirse en algunas casas los nueve días, mas lo general es verificarloen el cuarto con el nombre de apat na arao, y
en el último que secelebra con el de
siam na arao
.
Hasta que este se lleva á cabo, los parientes del muerto ni comenverduras, ni se bañan. Al quinto día de acaecida la defunción, creenque el muerto se aparece al que duerme en la misma cama del finado. Alsacar el cadáver de la casa, ponen á todos los chicos sentados enla escalera, de forma que el ataúd pase por cima de ellos. De nohacer esto, y no cerrar inmediatamente que sale el féretro todas lasventanas, se cree que pronto entrará en la casa otra muerte.
Con el nombre del
lungcasan
se celebra
el cabo de año,
en el queno solamente se cena, sino que en la generalidad de los casos tambiénse baila.
Después del
lungcasan
, último recuerdo que consagra el vivo almuerto, no quedan ni fechas, ni memorias, ni conmemoraciones, nimarchitas coronas. Solo la iglesia conserva en sus archivos una partidade defunción; la campana un triste eco en la noche de todas las ánimas;la tierra un poco más de lodo, y el enterrador unos trozos de leña,restos de los descarnados brazos de una tosca cruz que carcomió ydesunió la inclemencia del tiempo.