Zoobistias by Kevin M. Weller - HTML preview

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Mientras los asistentes preparaban las decoraciones escénicas, la zorra puso un poco de tinta roja en el látigo sin que nadie se diera

cuenta, se puso un arnés con dos orificios frontales, ocultó su rostro con un sensual antifaz y colocó una fusta y una palmeta en su lomo.

A la loba le quitaron la ropa, le pusieron inmovilizadores con cadenas, pezoneras con forma de estrella, una mordaza que obs-truía su cavidad oral, un collar metálico con una extensa correa, una venda negra que la enceguecía y le inyectaron lubricante de efecto caliente en la vagina y en el ano. Como la perra sumisa que era, estaba a merced de su compañera para que hiciera lo que quisiera con ella.

Varias tigresas de pelaje blanco y rayas negras, hicieron la previa del espectáculo nocturno con baile y manoseo. Todas ellas estaban en cueros y llevaban puestas máscaras negras. El sugestivo baile era un aperitivo para lo que se venía. El plato principal era todavía más suculento.

Una vez que se abrió el telón, reaparecieron las extrañas bailarinas que habían montado una escena fuera de lo común que nadie esperaba presenciar. La loba estaba en cuatro patas, de espaldas a su dueña que estaba pensando cómo hacer para que gozara en silencio y sufriera. Lo primero en hacer fue amedrantar a la loba a latigazos, es decir, con golpes secos y agresivos en su lomo. Prosiguió con palmetazos en las abultadas nalgas y fustazos en las dobladas piernas. La jaló del cabello, hizo como que quería ahorcarla

con la correa mientras que con la mano derecha le daba una buena dosis de nalgadas que le hacían temblar el cuero.

Las tigresas habían formado una dispareja ronda alrededor, una junto a la otra, se tomaron de las manos, pronunciaron una plega-ria en un idioma incomprensible, simularon una invocación demo-níaca, exigieron inclemencia y sadismo a porrillo.

El siguiente plan de la zorra fue acomodar consoladores de gran tamaño en los agujeros de su arnés y ver qué tan hondo se los podía meter. Cada picuda verga de silicona, más suave que una de carne, tenía cinco centímetros de grosor y veinticinco de longitud.

Apoyó las rodillas en el suelo, tomó a la loba de la correa, la penetró por ambos orificios y se sintió más vigorosa que nunca. Tomar el rol de un macho la llenaba de brío, despertaba la parte bestial de su personalidad, sacaba a relucir su capacidad de mostrar saña.

El público disfrutaba la escena casi tanto como la loba que estaba siendo penetrada a escape. Ver a esas dos hermosas hembras actuando como dos sádicas lesbianas empalmaba a todos. Y lo mejor de todo era que todavía había mucho tiempo para explorar otros juegos.

La zorra penetró a la loba durante casi veinte interminables minutos hasta hacer que se corriera como la puta perra que era. Lo siguiente en hacer fue retirar los consoladores para dilatarle el culo

con otro juguete más abrasivo. Tomó una tira de rígidas bolas anales de medio metro de longitud y una punta extensa con gancho para estirar con más facilidad. Como si fueran brunas pelotas de golf, enterró la tira hasta la parte más profunda y estiró para ex-traerla. La acción producía un intenso dolor interno que ningún macho podía resistir sin eyacular. Al ser hembra, el placer sentido era menor, no por ello menos intrigante.

Como la reacción de la loba se mantenía estable, la zorra escogió llevar a cabo otro juego de tortura. Quitó las bolas anales, le metió una mano en el culo y otra en la concha para ver cuánto podía aguantar sin venirse. La agresividad que estaba mostrando era lo que todo amante del masoquismo anhelaba ver en una apa-ratosa representación teatral.

Las tigresas se mantenían firmes en sus lugares, viendo de cerca como la zorra hacía de las suyas con el anhelo por ganarse el aprecio de los presentes. Les daba un poquito de miedo ver cómo una zorra común y corriente podía tornarse tan violenta en tan poco tiempo. Preferían mantenerla a raya, no amistarse con ella.

Dada la ineficacia de su insistente juego, la zorra optó por algo aún más doloroso. Levantó a la loba de la cola y enseñó su dentadura que resplandecía con la luz de los reflectores. Dirigió la boca a los genitales de la prisionera y mordisqueó sin compasión la rosada carne sensible que tenía a su disposición. Las veloces tarasca-

das resultaron más dolorosas que la penetración y los latigazos, la loba empezó a derramar lágrimas de agonía y a gimotear como una desquiciada.

El público estaba hasta el tope de la exaltación, en absoluto silencio, con los ojos bien abiertos ante la memorable escena de tortura. Una indecente zorra de los suburbios les estaba generando más fascinación que todas las bailarinas juntas. Ella era merecedora de todos los elogios del planeta.

La inefable escena no estaba completa sin sangrado así que la zorra corrió el riesgo, tomó el látigo y apaleó a su sierva en los glúteos hasta lacerarlos. Ambos quedaron enrojecidos con sangre real y tinta roja. Luego, le subió encima, la tomó de la cabeza y la golpeó contra el suelo, con intenciones de fracturarle el cráneo.

Por último, la volteó para tenerla de frente, le apretó las tetas con ambas manos y le masticó los pezones hasta hacerla gritar.

Como la loba quedó exhausta de tanta acción, la zorra tomó la correa, la arrastró hasta la parte de enfrente, le quitó el vendaje, le puso un pie encima y le mostró al público lo maltratada que había quedado su esclava. Las cámaras enfocaban bien cada detalle de las protagonistas, las luces ofrecían total diafanidad a sus cuerpos, sus ojos rutilaban como una estrella. Recibieron una majestuosa ola de aplausos que las llenó de orgullo. Habían llevado a cabo una gro-

tesca escena digna de presenciar. Las tigresas se acomodaron a los costados, saludaron al público y retornaron a la parte del fondo.

Tras el cierre del telón, cada una de las bailarinas se dirigió a un sitio distinto para ir a cambiarse de ropa. La zorra siguió de cerca a la loba que se apresuró por meterse en el baño del fondo. El cuarto de baño era pequeño, poseía un espejo extenso, un piso liso de color crema, cuatro orinales y tres cabinas, un techo bajo, un lava-torio en buen estado, grifos relucientes y jabón líquido perfumado.

»Espero no haberte lastimado más de lo que querías —le dijo a su compañera—. Creo que me dejé llevar por la emoción y se me fue la mano.

—Lo que hiciste estuvo excelente. Me hiciste llorar de dolor cuando me mordiste. El papel de verduga te vino como anillo al dedo —le respondió la loba y escupió sangre en el lavado.

—¿No te hice daño? —Se acercó para verla mejor.

—Nada grave, linda.

—Me siento culpable por haberte tratado tan mal. Mereces que te recompense.

—¿De qué hablas? Si lo que hiciste me puso bien encendida. A mí no me molesta que me humillen en público; al contrario, me fascina. Lo que me hiciste esta noche fue sin duda una experiencia inolvidable.

—No sé qué decir.

—No hay nada que decir, mi cielo —le susurró, viéndola con una tierna mirada de cachorrita—. Ahora ve al piso de arriba y muéstrales a esos calentones que tú puedes con todos ellos.

—Supongo que ese será mi pago por haberte golpeado.

—Estoy segura de que muchos machos querrán acostarse contigo. Ve y disfruta el resto de la noche con ellos. No cualquiera tiene la agraciada suerte de tener sexo con tantos sementales el mismo día.

La zorra dejó a la loba en paz, retornó al cuarto en donde la había conocido, se quitó el disfraz de masoquista, se puso un corpiño negro y una tanga roja antes de salir. Al cuarto de encuentros se dirigió, en espera de una emocionante jornada de sexo salvaje con machos de toda clase.

XIII. Una fotógrafa inmiscuida – La solícita nutria de Hexagrama

El huésped de la primera habitación del hotel decidió dar por finalizado el periodo de visita y se fue, no sin antes pagar por su estadía por supuesto. Unas cuantas horas después, apareció otra criatura interesada en hospedarse en el Furtel 69. Fue durante el turno del mapache cuando se hizo presente la carismática fotógrafa de dotes inigualables.

—¡Buenas tardes! —le dijo con una fina voz de doncella.

El mapache, con los ojos fijos en el monitor, alzó la vista y vio por primera vez a la hembra más hermosa de su vida. Semejante primor lo dejó estupefacto por un instante, lo desconectó de su lectura. Hizo a un lado la antipática actitud de siempre y se comportó como un caballero, le saludó y le dio la bienvenida al hotel.

La recién llegada era una atenta nutria llamada Felicity Grand, hija de un reconocido juez federal y una respetada jurista. Su cabello ondulado era pajizo, sus cautivadores ojos eran verdes, su pelaje exterior era marrón claro, su pelaje interior era color crema, su dentadura era resplandeciente, sus orejas eran diminutas, sus bigo-

tes eran cortos, sus pechos parecían pomelos, su vientre era un poco abultado, su cadera era gruesa, sus muslos eran carnosos, su cola era extensa y sus pies eran pequeños. Apenas superaba el metro y medio de altura. Llevaba puesta una blusa rosada con cuello en uve, pantalón amarillo y sandalias blancas. Tenía una cartera marrón, una riñonera roja, una mochila gris con una única tira y un bolso de mano de color púrpura.

—Quería saber si todavía queda alguna habitación libre —

prosiguió la nutria—. Tengo pensado quedarme unos cuantos días hasta que termine mi licencia médica. Todos los demás hoteles que visité estaban llenos.

—Se acaba de ir uno de los huéspedes del primer piso. Es la primera habitación del pasillo. ¿Le gustaría que la acompañase para que le eche un vistazo al cuarto antes de meterse?

—¿No se supone que tendría que acompañarme un botones?

—El único que tenemos aquí es un holgazán de primera. Yo puedo hacer lo mismo que él con más rapidez.

—Ay, no se moleste en ayudarme.

—No me molesta. Yo estoy a su servicio para lo que desee, or-dene o disponga —pronunció con tono pulcro—. No todos los días recibimos clientes de categoría.

—Yo soy una mísera fotógrafa que trabaja para el periódico Hexagrama. Lo que gano es relativamente bajo en comparación a lo que ganan los columnistas, que por cierto, escriben igual de rápido que yo que nunca practiqué mecanografía.

—¿Trabaja para Hexagrama? Eso sí no me lo esperaba.

A diferencia de otros grupos periodísticos, Hexagrama era una compañía admirable con más de un siglo de existencia y con los mejores reporteros y columnistas de la ciudad, cuya fama había crecido muchísimo los últimos veinte años al afiliarse a una empresa de telecomunicaciones con amplia influencia en los sectores bajos. Era una de las corporaciones más ricas del país, con un ingreso anual de ochocientos mil millones de pesos.

—¿Por qué lo dice?

—Pensé que era alguna modelo de la Mansión de Hoof.

El mapache se refería a Robert Hoof, el carabao multimillonario que tenía su propio programa en el que participaban las hembras más sensuales de la ciudad. Era un sujeto ostentoso con carí-simas propiedades por doquier, canchas de golf propias, empresas de mercadotecnia a su nombre y acciones en algunas prestigiosas compañías. Era un sujeto corpulento, de un metro noventa y cinco, cuernos impecables, orejas pequeñas, ojos cafés, pelaje pardo,

rabo corto y un exquisito atractivo masculino. Sólo se juntaba con ciudadanos de su linaje, no con escorias.

—¿Qué? —Le pareció extraño oír eso—. Pero yo ni siquiera soy linda.

—Discrepo.

—¿Usted cree que lo sea?

—Sin duda alguna.

—¿Es así con todas las que vienen a hospedarse aquí o sólo conmigo?

—Son contadas las hembras que vienen a hospedarse a este hotelucho. A las pocas que vienen las trato con cortesía.

En efecto, dado que Greg no frecuentaba entablar conversación con hembras de ninguna clase, no podía decirse que estaba coque-teando con la novísima clienta con el propósito de caerle bien, algo más deseaba de ella. Se comportaba como un puberto cuando tenía que invitar a una jovenzuela al baile de graduación, la vergüenza le brotaba hasta por los poros. No importaba que no fuese una mapacha, las nutrias también le parecían criaturas encantadoras.

Finalizado el interminable diálogo, el mapache le pidió la documentación, tomó sus datos, colocó la información en el sitio correspondiente y le entregó la llave del único departamento libre.

Un fastidioso cosquilleo en la ingle no lo dejaba tranquilo ni un segundo. Ver de frente a la nutria le producía tanta excitación co-mo ver una película porno. Sin siquiera haberla visto desnuda, ya fantaseaba con ella en un lujoso cuarto adornado con velas aromáticas y pétalos de rosas por el piso. Anhelaba pasar una noche romántica con ella.

—¿No le gustaría beber un trago en el bar? Yo la invito para que no se sienta sola.

—Lo tendré en cuenta —le respondió y le guiñó el ojo derecho—. Por lo pronto, quiero darme un buen regaderazo.

—Siéntase como en su casa.

La nutria llevó sus cosas, subió por las escaleras, ingresó al pasillo y se metió en la primera habitación de huéspedes. Una vez adentro, sacó toda la ropa y se desvistió para irse a bañar. Había sudado mucho desde su partida a media mañana.

El mapache dejó su puesto un momento, se apresuró por irse al fondo, se metió al sótano y fue a buscar al botones para que le diera una mano. Al ingresar al aposento de la inmundicia, halló al gato sentado encima del coyote. Ambos estaban en pelotas y parecían estar experimentando los efectos de alguna droga peculiar. Se tocaban y se susurraban cosas lindas mientras gozaban de la excepcional situación.

»Tobby, necesito hablar contigo —le dijo y se quedó parado al costado de la cama, a pocos centímetros del colchón.

—Ahora no puedo, estoy ocupado —le respondió mientras se jalaba la rígida verga.

—Es importante.

—Te digo que no puedo. Tengo el nudo de Jack en el culo.

—¿Qué nudo?

—Después te lo explico.

El mapache no estaba enterado de que a los caninos se les hin-chaba el bulbo peneano hasta quedar inflado y enrojecido como un tomate durante la cópula, y que no era aconsejable sacarlo hasta que no se relajase y desinflamase del todo. Para evitar un desgarro en cualquiera de los participantes, lo mejor era no estirar a ninguno.

—Aunque sea respóndeme algo.

—¿Qué quieres saber?

—¿Pusiste suficientes toallas en la primera habitación?

—Puse tres como siempre. ¿Por qué lo preguntas?

—Es que acaba de llegar una distinguida dama y le otorgué la primera habitación. No quiero que le falte nada.

—Ah, te la quieres voltear ¿no cierto?

—Me encantaría cogérmela, pero dudo que pueda hacerlo.

¿Quién en su sano juicio se fijaría en un pobre divorciado con mi-sérrimos ingresos?

—A lo mejor ella sólo busca un lugar donde pasarla bien.

—Yo me encargaré de servirle en todo lo que necesite, tú en-cárgate de los demás. Por cierto, todavía deberías estar de servicio.

—Darles placer a los huéspedes es parte de mi trabajo. ¿No ves que lo estoy haciendo con Jack?

—Lo veo muy relajado. ¿Seguro que lo estás haciendo bien?

—Él se toma su tiempo para venirse —le aseguró el gato—. Y

ya que estás ahí sin hacer nada, préstame tu mano un momento.

—¿Para qué?

—Quiero correrme en su pancita.

Con premura tomó el brazo del mapache, acomodó la mano sobre su verga para que lo masturbara. Él no tuvo ningún inconveniente en hacerle el favor a su amigo y dejó que usara su mano como una vagina artificial. El gato no aguantó mucho y largó los viscosos fluidos encima del coyote que yacía quieto sobre el colchón, gozando en silencio.

—Hablaremos más tarde —le dijo el mapache antes de dar media vuelta—. Tengo que regresar a mi puesto antes de que el jefe vuelva.

Se apresuró por retornar al vestíbulo y acomodarse en su cómoda silla con respaldo, frente a la computadora en la que anotaba todos los datos de los clientes. Si no era por algo importante, no despegaba el culo de la silla. Tenía una vida sedentaria y aburrida como todo empleaducho de bajos ingresos.

El coyote tomó al gato de las manos y las sujetó. Lo estiró para que se inclinase un poco más y le dio un beso apasionado. Acto seguido, lo tomó de los hombros y le susurró que lo quería mucho.

Después de tantos excitantes episodios y reiterados encuentros a escondidas, los dos comenzaban a encariñarse mucho. Ambos disfrutaban cada segundo que pasaba.

—No sé qué sería de mí si no te hubiera conocido. Haz hecho de mi vida un edén —le dijo el coyote—. Contigo paso los momentos más excitantes.

—Yo fui el afortunado de encontrarte. Te provoqué para que me dieras cariño y mira qué bien nos ha ido desde entonces.

—Eres un gato hermoso, el más hermoso que he conocido.

Le rascó el mentón, haciendo que ronroneara y se refregara contra su esternón. Le apretujó las orejas y le rascó la nuca con las uñas. Tenerlo encima era relajante y excitante. Disfrutaba tanto la escena como cuando lo hacía con la zorra, con la única diferencia que la metía en otro orificio. El gato era igual de dócil y sucio que su novia.

—¿Qué piensas hacer cuando terminemos? —le preguntó el ga-to.

—Tendría que retornar a mi habitación. Aunque tengo una idea y estoy segurísimo de que te gustará.

—¿De qué se trata?

—Creo que puedo traer a Hugh para que ponga a prueba tu talento. A él le encanta que se la chupen, y tú eres un experto chupando pijas.

—Pues no me vendría mal —pensó el gato—. ¿Pero no dijiste que el tipo era hetero?

—Eso no impide que lo haga contigo. Si supieras la cantidad de

“heteros” —marcó las comillas con los dedos—que cogen con otros machos...

—Pero si lo hacen con otros machos entonces no son heteros sino más bien putos reprimidos, de esos que tienen vértigo en la puerta trasera.

—Lo convenceré para que te dé de beber su leche.

Al cabo de varios minutos, el nudo del coyote se relajó y pudo sacar la verga con facilidad. El gato quedó tirado en la cama, con el culo adolorido y el miembro encorvado. Rascaba la frazada con las uñas abriendo y cerrando las manos cada tres segundos.

»Volveré en un momento —prometió, se puso la ropa y se fue.

Sin prestar atención al entorno, subió por las escaleras, se cruzó con una figura que reconoció al instante y se detuvo. En el pasillo del primer piso, vio a una de las viejas compañeras de la zorra, la jovenzuela que siempre compraba pasteles de chocolate con formas fálicas. Se acercó a ella y sintió el fuerte aroma a perfume que siempre se ponía después de bañarse. Se había cambiado de ropa, llevaba una camisa blanca, un par de bermudas escarlatas y chan-cletas de playa.

—¿Felicity?

—¿Jack? —Se dio vuelta para verlo de frente—. ¿En verdad eres tú?

—Claro que soy yo.

—¡Qué gusto volver a verte! —Lo abrazó—. ¿Dónde está Natasha?

—Salió con una amiga. Regresará mañana a la madrugada.

—¿Dónde fue?

—A un lugar amplio a practicar pasos de baile artístico. Ahora es una bailarina nocturna.

—Qué bien por ella. Hace tanto que no la veo.

—¿Y tú cómo has estado? ¿Sigues teniendo encuentros amorosos con tu hermano?

—Él se fue a vivir a otra parte. Encontró una nutria más sensual que yo y me dejó sola.

—Si fuera él, me habría quedado contigo.

—Lo que tuvimos él y yo fue algo pasajero, una aventura fraternal quizás.

—Pero la pasaban bien juntos.

—Supongo que sí.

La nutria había grabado algunas escenas de sexo con su hermano mayor en el yacusi de la casa y las había subido a una página porno donde se compartían escenas incestuosas reales. Los fines de semana, el único momento que tenía libre, se metía en el agua con su hermano, se manoseaban y se besuqueaban como una pareja, luego ella accedía a su petición y le practicaba sexo oral. Tragarse el semen de su hermano nunca le pareció desagradable; todo lo contrario, lo disfrutaba como si fuera lo más normal del mundo.

—Oye, estoy en el sótano con un amigo y me gustaría que nos acompañaras. Llevaré a un conocido mío para que se la meta por la boca. Sé que a ti no te molestará filmar la escena.

—Oh, me encantaría ver eso.

—Pues entonces ven conmigo.

Se dispuso a seguir al coyote hasta el segundo piso, rumbo a la novena habitación, donde se encontraron con el lobo que había acabado de merendar. Tenía puesta una camisa negra, pantalón gris y zapatillas de lona; contrastaba con la vestimenta amarillenta del coyote. Al ver de cerca a la jovenzuela de aspecto apetecible, sacó a relucir su latente pedantería, se comportó con ella de forma casi tan cortés como lo había hecho el mapache.

—Natasha nunca me habló de esta nutria —dijo el lobo a medida que iba saliendo de la habitación—. ¿Es de las que se ofrecen sin cobrar nada a cambio?

—No seas tonto. No te la traje para eso. Ella sólo es una acompañante.

—¿Entonces qué es lo que quieres de mí?

—Quiero poner a prueba esa virilidad tuya de la que tanto alardeas.

—Esto comienza a sonar raro. —Lo miró con cara de extrañeza—. ¿Qué pretendes de mí?

—Quiero ver si puedes aguantar más que yo. El sexo oral siempre fue mi debilidad y también la tuya. Conozco a alguien que ansía chupártela con gusto.

—Todas quieren chupármela. Esa no es ninguna novedad.

—Ven conmigo. —Le dio la mano para que la tomara—. Será divertido.

—En otra ocasión no aceptaría la invitación de un criminal, pe-ro como Daisy no está no opondré resistencia.

Acompañó al coyote y a la nutria hasta la planta baja, de ahí se dirigieron al sótano donde grabarían una escena inédita que serviría para ver hasta dónde podía llegar la lascivia del gato.

»Este lugar apesta —se quejó y arrugó el hocico en señal de disgusto—. ¿Cuándo fue la última vez que lo limpiaron?

—Eso es lo de menos. Lo importante es que puedas competir conmigo.

—¿Acaso esto es alguna clase de competición masculina de la que no me enteré?

—Lo que pasa es que tú siempre dices ser bueno en todo. Hoy quiero ver qué tan cierto es eso. Tobby te mostrará lo que sabe hacer.

—¿Tobby? ¿El botones del hotel?

—Así es.

—Yo no tengo ningún interés en hacerlo con un gato. Pensé que me habías traído para que la nutria me la chupara.

—Tobby chupa mejor que cualquier hembra experimentada. Te lo digo por experiencia propia.

—Sólo a ti se te ocurre traerme.

—Vamos, no vas a ponerte a hacer berrinchitos por eso. ¿Acaso no eres un macho alfa?

—Claro que lo soy.

—Un macho alfa debe dominar a todos lo demás, tanto machos como hembras. ¿O acaso nunca viste las películas de Lisa?

—Claro que las vi. ¿Cómo crees que pasé mis primeros años en la universidad?

—¿Jalándote el ganso?

—Siempre convencía a alguna compañera de clase, la llevaba a mi departamento, nos metíamos en la cama e imitábamos las esce-

nas de las películas. Todos los fines de semana me divertía haciéndolo con alguna piculina —le contó—. ¿Para qué trajiste a la nutria si no me la voy a coger?

—Quiero ver si puede capturar la escena. A Natasha y a Daisy les fascinará ver cómo se la metes en la boca a otro macho.

—En eso tienes razón. A esas dos les gusta el morbo.

—Tobby es adicto al semen. Se traga varios litros por día.

El gato salió del baño, se dirigió a la cama, se detuvo al ver al sensual lobo negro y examinó su cuerpo a ojímetro. Algo le decía que ese macho estaba bien dotado y podía darle una buena ración de néctar masculino.

—Ah, ya veo que me trajiste un buen ejemplar —le habló al coyote—. ¿Ya está listo para empezar?

—Aún no. Necesita excitarse antes de metértela.

La nutria tenía el teléfono a mano para poder filmar la escena.

Se apercibió de que había poca iluminación y la filmación no se vería muy bien. Como se trataba de un simple simulacro, no había necesidad de invertir en equipamiento especial.

Lo primero que hizo el coyote fue bajarle los pantalones al lo-bo, le palpó los genitales a través del calzón, exploró el paquete para ver qué tan lejos podía llegar sin que se molestara.

—Esto que estás haciendo es muy gay —le dijo al coyote, que estaba a sus espaldas.

—¿Ya te dio miedito?

—Sé cuidadoso con esas manos. No querrás que te dé una tarascada imprevista.

Le bajó el calzón hasta los tobillos, metió una mano por detrás y otra por el costado, con la primera tocó las bolas peludas y con la segunda acarició el prepucio. Exploró con curiosidad el sexo del lobo y se sintió algo excitadito. Una de las manos brindaba cálidos masajes testiculares y la otra se limitaba a presionar la base del miembro todavía escondido. En cosa de pocos segundos, sacó el lápiz labial del estuche para que el gato lo viese con sus propios ojos. De rodillas sobre el borde de la cama, lamió el frágil apéndice masculino de color rosa mientras su amigo hacía su parte para mantener cómodo al recién llegado. La nutria estaba a menos de un metro de distancia filmando cada ínfimo detalle.

»Espero que este gato no muerda —masculló.

—No muerde, sólo chupa —le aseguró el coyote.

Dentro de su húmeda boca, la verga del lobo sentía el intenso placer de la estimulación, similar a una penetración vaginal, que provocaba la inevitable contracción y ensanchamiento del órgano.

En menos de un minuto, la minúscula protuberancia se puso tiesa,

la base se infló y se endureció como una bola de billar. El coyote sostuvo la verga del lobo hasta que todo estuvo listo para iniciar la encantadora escena de succión.

El gato le chupó la pija como siempre acostumbraba hacer, con movimientos raudos y apasionantes, llenando el miembro de saliva, usando la lengua como un tentáculo pegajoso. Se la chupó por varios minutos hasta que el lobo no aguantó más y sintió intensos deseos de venirse. Antes de lanzar los fluidos, le puso ambas manos en la cabeza, retiró el miembro y le eyaculó encima. Le mojó el rostro, el cuello, el pecho y el vientre.

—Eso estuvo rico —aseveró el lobo—. No esperaba tanto de un morrongo roñoso.

—¿Crees que puedas seguir adelante? —el coyote le preguntó.

—Por supuesto.

Volvió a metérsela en la boca para que el gato siguiera felándolo. Volvió a experimentar la misma fruición de antes y lo sostuvo de las orejas. La cámara de video capturaba todos los movimientos con detalle pese a la escasa iluminación. La nutria estaba excitada al ver a dos lascivos machos pasándola pipa. La imperecedera succión obligó al lobo a venirse de nuevo, le lanzó la leche encima por segunda vez.

Para la tercera ronda, lo tomó de la cabeza y le exigió que se la chupara con ganas. Al estar ante una condescendiente hembra, mostró toda la fiereza a la hora de dar a conocer su inquebrantable masculinidad. Hizo uso de su fuerza bruta para obligarle al maricotas que le succionara la pija con orgullo. Gozó la escena de una forma inusual que no había imaginado hasta que tuvo irresistibles ganas de venirse. Justo antes de correrse, retiró la verga y le eyaculó en el rostro.

»No acaricias nada mal para ser un coyote. Ahora entiendo a qué se refería Natasha cuando dijo que eras un buen masajista.

—Ah, ya te gustó. Resultaste ser más joto que Tobby.

—Si de mariconadas hablamos, tú eres insuperable.

—¿Quieres que te dé un besito?

—De lengüita si es posible.

El coyote le dio un intenso beso al lobo, le metió la lengua dentro del hocico y se sintió excitado. Cuando las húmedas lenguas se tocaron, sensaciones desconocidas invadieron sus cuerpos. Los dos caninos se sintieron calmados, no experimentaron deseos de repudio en ningún momento. Se dieron cuenta de que, aun siendo abiertamente heterosexuales, podían experimentar placer entre sí.

El gato siguió chupándole la pija al lobo mientras él degustaba la saliva del coyote con insistentes besos. El ligero besuqueo se

intensificó y parecieron besarse como un par de enamorados. Las caricias y los mimos sumaron placer extra a la imperiosa corrida que no tardó nada en aparecer.

»¡Joder! Este gato sucio sí que sabe degustar mi polla. Ha hecho un buen trabajo.

—Pues para eso te traje, para que vieras en carne propia lo ta-lentoso que es Tobby.

—Con una corrida más estaré satisfecho.

—¿No puedes aguantar más que cinco?

—Claro que puedo, pero quiero dejar un poco para mi querida Daisy. Le prometí que la llevaría a dar una vuelta.

—¿Y te la vas a coger cuando vuelvas?

—Por supuesto. Le haré una inspección a su culo.

El gato disfrutó cada segundo hasta que su insaciable lujuria doblegó al lobo, haciendo que se corriera por quinta y última vez.

Los últimos chorros de semen se los tragó para saber qué gusto tenían. Supuso que un macho como él podía partirle el culo con suma facilidad. Se preguntó cómo sería coger con él y el coyote al mismo tiempo.

Contento con el resultado final, el lobo guardó el revólver en su lugar, se subió los pantalones y retornó a la habitación en el segun-

do piso. La nutria estaba harto emocionada porque había grabado una escena excitante que podía servirle para cuando se sintiese aburrida. Le pasó el video a su amigo para que lo guardara en su teléfono.

—¿Es la primera vez que besas a ese lobo hermoso? —le preguntó.

—Así es —le respondió—. Y debo admitir que no estuvo nada mal.

—A mí me pareció muy tierna la forma en la que lo besaste. Estoy segura de que a él también le gustó. Tendrían que hacerlo más seguido.

—Hay una enemistad implícita entre nosotros que nos impide acercarnos mucho. Él y yo compartimos la misma hembra, y de vez en cuando, nos atacan celos temporales.

—Me fascinaría verlos a ustedes dos haciendo el amor. Pagaría por ver una escena como esa.

—No seas cochina. Ni que fuera para tanto.

—Lo digo en serio. Fue muy lindo lo que hicieron.

Quizás en algún momento en el futuro el coyote estaría dispuesto a compartir la cama con el lobo y demostrarle que podía ser tan sucio como el gato. Pese a la rivalidad existente, se tenían res-

peto y aprecio. Eran capaces de coger entre ellos para sacar a relucir su orgullo masculino.

—Ella tiene razón —el gato aportó—. Lo que hicieron hoy hasta a mí me excitó.

—A ti todo te excita. —Giró la cabeza para verlo de frente.

—Pero nada me excita más que el bucake. Mira nada más cómo me dejó ese lobo que trajiste. —Le mostró el semen que le había arrojado encima.

—Necesitas un baño urgente. Yo te ayudaré a higienizarte bien porque, por lo visto, tú no sabes hacerlo.

—Bañémonos juntos. Será divertido —dijo con júbilo.

El coyote se puso de acuerdo en darle un buen baño al gato, no para sacarle la mugre que cargaba en el pelaje, sino para manosear-lo un poco. Además, él también estaba sucio y necesitaba refres-carse antes de salir.

—Te veré más tarde, Felicity. Estaré ocupado un buen rato aquí abajo.

—No hay problema. Yo iré a beber algo. El recepcionista me invitó un trago.

—No te fíes de ese mapache. Algo me dice que está ansioso por cogerte.

—Pues si se porta bien conmigo y cumple mis deseos, tal vez deje que me manosee un poco. Uno nunca sabe en qué pueden terminar las cosas.

—Sigues siendo la misma nutria lasciva de siempre.

—Y tú sigues siendo el mismo coyote encantador.

Se agachó para darle un beso en la boca, le tocó los hombros y le acomodó el cabello detrás de las orejas. Se despidió de ella y se fue al baño en pos del gato.

Ella subió las escaleras, cruzó frente al vestíbulo, se dirigió al bar y se rencontró con el mapache que esperaba ansioso por su aparición. Se sentó a su lado y se quedó conversando con él el resto de la tarde. En poco tiempo, gozaría con él como lo había hecho con su hermano en el pasado.

XIV. Un día al aire libre – Recorridos en pareja Eran las ocho de la mañana cuando sonó el suave golpeteo en la puerta de la novena habitación. El lobo estaba amodorrado y no tenía ningún deseo de levantarse a chequear, la zorra fue la que se levantó para ir a abrir la puerta. Se puso contenta al ver al coyote en el pasillo, vestido con ropa colorida y un par de zapatillas de lona, ansioso por salir a caminar. Ella estaba en ropa interior, con bragas rosadas y un sostén blanco.

—Me quedé sopa, ni escuché el despertador. Anoche tuvimos una fiesta descontrolada en una discoteca de la costa. Bebimos hasta el hartazgo.

—Sí, ya veo. El pobre de Hugh parece un fiambre.

—Estuvo metiéndose polvo en la nariz hasta la madrugada. —

Ladeó el cuerpo para ver al lobo que yacía despatarrado sobre la cama—. No creo que vaya a levantarse pronto.

—Tú y yo podemos aprovechar el día para salir a pasear. Hoy empieza la mejor época del año.

—Me fascina el otoño, en especial el paisaje de hojarasca en las plazas. Todas las hojas secas sobre las veredas le dan un toque poético al entorno.

—Lo mejor de todo es el clima. Es ideal para dormir.

—Oye, ¿Natasha sigue dormida?

—Está exhausta. Trabajar en turnos noctívagos la deja fundida.

—Será así hasta que se acostumbre.

—¿Ya tienes preparada la muda de ropa para salir?

—Tengo todo preparado. En un momento estaré lista.

En el silencioso pasillo el coyote se quedó esperando durante unos cuantos minutos hasta que la zorra salió de la habitación. En el cuarto de baño, se cepilló la pelambrera y se mojó el rostro para quitarse las lagañas de los ojos; a continuación, se puso una blusa de algodón de color crema, un cerúleo pantalón vaquero con bolsillos pequeños, calcetines blancos, un par de borcegos coturnos de color marrón claro con agujetas áureas y suela porosa. Se tomaron de las manos y caminaron juntos por el pasillo, descendieron por la escalera, cruzaron frente al departamento de recepción y salieron por la puerta principal.

El cielo estaba parcialmente nublado, con nubes semitraslúci-das, la luz del sol iluminaba con poca intensidad, sin encandilar a

los videntes, el clima se mantenía por debajo de los veinte grados centígrados, ofrecía una frescura matinal bastante agradable.

—¿Qué te pusiste encima? Hueles a jardín primaveral.

—Me puse una de las lociones que vendo. Es una de las más caras del mercado. El frasco de cien mililitros cuesta quince mil pesos.

—¿Qué clase de desquiciado puede pagar eso por un puto perfume?

—Alguien con mucho dinero supongo —contestó con tono fa-chendoso.

—Con ese dinero me compraría un buen par de licores y algún cubalibre.

—¿Te gusta la bebida fuerte?

—Cualquier cosa que refresque la garganta me viene bien.

—Qué bueno porque a mí también me gusta.

—Ya tenemos algo en común —añadió el coyote con una leve sonrisa—. ¿Le entras a las mescolanzas nocivas?

—Suelo poner pastillas de éxtasis en las jarras. Mis amigos se ponen como locos cuando prueban los tragos que hago.

—Menos mal que tienes dinero de sobra; caso contrario, no podrías disfrutar de esos lujos. Como yo soy pobre, apenas me alcanza para comprar un tetrabrik de vino por día.

—Yo te puedo prestar todo el dinero que quieras.

—Pero no tengo cómo devolvértelo. Ya tengo muchísimas deudas que pagar.

—No es necesario que me devuelvas el dinero. Yo disfruto mucho tu compañía. Es más, hasta creo que deberías ser mi amigo íntimo.

—¿Estarías dispuesta a aceptar eso?

—¿Por qué no? Si Hugh puede hacerlo, yo también puedo.

—¿Ya te contó lo del otro día?

—Desde luego. Y déjame decirte que me encantaría verlo en persona. Se me humedece la concha con sólo imaginarlos a ustedes juntos en una cama.

—Te pareces mucho a Natasha. Ella siempre está pensando en sexo salvaje o en fiestas descontroladas.

—Hay dos cosas por las que vale la pena vivir: una es el sexo y la otra es la droga. Sin ninguna de las dos, la felicidad no existiría.

Siguieron circulando por la astrosa acera, llegaron al empalidecido parque con añosos árboles cuyas hojas ya estaban perdiendo

el fuerte color verde y se estaban volviendo marrón, cruzaron de una punta a la otra del área, menearon las colas en sintonía con el plácido céfiro otoñal, y dirigieron las nachas a uno de los despintados bancos que estaba cerca de un viejo sauce llorón. Se sentaron al mismo tiempo, amoldaron los cuerpos al respaldo del metálico banco y se quedaron en silencio, querían disfrutar la serenidad del momento.

El camino estaba repleto de hojas caídas, piedritas sueltas, pétalos de flores marchitas, ramitas partidas, polen que volaba con las constantes ráfagas de viento, trozos de bolsas plásticas, envoltorios de productos alimenticios, bolas de pelo enmarañado, plumas sucias y la infaltable polvareda de siempre. El sector era bastante amplio, ideal para juntarse con amigos y allegados. Las parejas so-lían ir allí y tener encuentros amorosos por las noches.

»El lugar se ve tranquilo —dijo la zorra al momento que observaba el entorno con atención—. A estas horas de la mañana, la mayoría de los animales duerme.

—Ayer me acosté temprano, dormí suficientes horas.

—Dime algo, Jack —le pidió y lo miró con interés—, ¿Natasha no ha tenido problemas con las pastillas?

—¿Cuáles? —Giró la cabeza para mirarla a los ojos—. Ella siempre fue de meterse cosas raras por el garguero.

—Yo le conseguí pastillas especiales para aumentar la libido. Te pregunto porque yo experimenté náuseas y mareos al principio.

Quiero saber si no le hicieron mal.

—Ella no necesita pastillas para ser rijosa. ¿Acaso no has notado su comportamiento sexual compulsivo?

—Una bailarina nocturna debe vivir en celo, por eso le ofrecí esas pastillas. Tengo entendido que sirven para incrementar la excitación sexual y mejorar la producción de estrógenos.

—A mí ni me ha tocado desde que empezó a trabajar como bailarina. Llega tan baldada a la madrugada que se tira sobre la cama y se duerme diez horas seguidas. Yo le hago mimos cuando está en la cama, ella ni cuenta se da.

—Ten en cuenta que en su trabajo tiene que coger con toda clase de animales. Sus orificios deben quedar en la miseria de tanto empuje.

—Me dijo que la mayoría de sus clientes se la meten por la bo-ca.

—Al menos eso no produce dolor.

—Pero deja mal aliento.

A pocos metros de distancia, sobre uno de los bancos descoloridos de enfrente, dos jóvenes perras siberianas con vestidos roji-

zos y calzado marrón se sentaron. Ambas tenían una extensa cabellera blanca, pelaje ceniciento, ojos celestes, bigotes oscuros, orejas cortas y uñas pintadas. Eran tan parecidas que muchos creían que eran hermanas gemelas, cuando en realidad no guardaban ningún parentesco. Se trataba de una pareja de lesbianas que frecuentaba salir a pasear a la mañana.

—Mira esas dos conversando, parece que tienen algo sucio en mente —adicionó la zorra, enfocando la vista en ellas.

—Ay, son divinas —murmuró el coyote al verlas—. Me pregunto quiénes serán.

—¿Por qué no te acercas y hablas con ellas? Yo me quedaré sentada en el banco.

—Nah, no me conviene. Prefiero verlas desde aquí.

—Algo me dice que son pareja. Observa cómo se miran entre sí. Esas son miradas lascivas.

Esas eran dos perras impúdicas que les gustaba manosearse en sitios abiertos y captar la atención del público masculino. No les importaba que otros las viesen dándose cariño; todo lo contrario, les excitaba más. Comenzaron a toquetearse y a besuquearse sin previo aviso. Las manos se dirigieron a las tetas, intercambiaban excitantes caricias.

—¡Madre mía! Se están tocando —resaltó el coyote—... y enfrente de mí.

—¿Y eso qué tiene de malo?

—Me excita.

Las caninas de enfrente siguieron intercambiando besos apasionados y caricias gratificantes, sin ningún deseo de detenerse. Mientras más se tocaban, más excitadas se ponían. El deleite iba en aumento y las ganas de coger también, ambas lo presentían por igual.

—¡Qué envidia! Me gustaría ser una de ellas —adicionó la zorra—. Siempre quise probar hacer eso con otra hembra. Estoy segura de que debe sentirse fenomenal. ¿Tú qué piensas?

Al ver al coyote de cerca, cayó en la cuenta, sin necesidad de mucha inspección, de que estaba sufriendo en silencio los palma-rios efectos de la calentura. Ver a dos hembras sensuales tocándose frente a él lo ponía tenso. Lo que más se notaba era la reacción del miembro, al empalmarse se ponía intranquilo, no quería formar una carpa en los pantalones ni mojar la ropa interior. La experiencia que había tenido con el gato en el lujoso restaurante de la costa le resultó bastante incómoda, por no decir inaguantable.

»¿Estás excitadito? Te noto tenso.

—Estoy tratando de que no se me endurezca.

—Ir en contra de tu instinto animal es una locura. Ni vale la pena intentarlo.

—No quiero andar con el arpón tieso por la vía pública.

—Ni que fuera para tanto.

Puso la mano sobre la bragueta de su acompañante, palpó el inflado nudo y se apercibió de que la tesitura era, a diferencia de lo que pensaba, seria. El coyote estaba excitándose más de lo deseado y eso le preocupaba. Si el miembro salía del saco, no iba a poder disimularlo, todos notarían la erección.

»Creo que necesitas relajarte un poco.

—¿Cómo? Esas dos siguen manoseándose.

—Mejor vayamos a un baño público —sugirió la zorra—. Veremos qué podemos hacer para aliviarte.

—No hay ninguno cerca.

—Mira —señaló con el dedo índice el lugar—, la estación de servicio de aquella esquina tiene un baño en la parte del costado.

Podemos meternos sin que nadie nos vea.

—Me parece una buena idea, pero hay que hacerlo ya.

—Ven conmigo.

Tomó de la mano a su compañero, lo mantuvo a sus espaldas todo el tiempo para que ningún caminante lo viera de frente, lo llevó por el pulverulento sendero rodeado de jaras y onagras, y lo condujo hacia la parte externa del parque. Esperaron a que los vehículos cruzaran la calle, caminaron con celeridad por la senda peatonal, esquivaron algunos distraídos transeúntes, pasaron frente a la estación de servicio con un enorme cartel luminoso en la parte delantera del amplio local, se introdujeron en un estrecho pasillo sombrío, empujaron la maltratada puerta de entrada y se dirigieron al interior del mugroso baño de paredes y pisos grises. La grifería plateada era lo único que resplandecía.

—Parece que estamos solos —dijo la zorra luego de chequear las cinco cabinas con sanitarios enmohecidos—así que no hay de qué preocuparse.

—Necesito privacidad. Metámonos en una de las cabinas.

Se metieron en la cabina del fondo, la zorra bajó la tapa del retrete, se sentó encima, le ayudó a su compañero a bajarse la bragueta y chequear la molestia carnal. Al ver el protuberante pedazo de carne enrojecida e inflamada, sintió curiosidad por tocarla con sus delicadas manos.

—Es la primera vez que me enseñas tu verga. Debo confesar que me siento muy orgullosa de ti. Tienes la dote de un lobo.

—No es para tanto.

—¿Crees que un ligero masaje servirá para deshincharla?

—Eso sólo hará que me excite más.

—Pero algo tenemos que hacer para que vuelva a estar en estado de reposo. ¿Qué sueles hacer para relajarla?

—La única opción que me queda es meterla en algún agujero para exprimir mis impulsos masculinos.

—Bueno, tú me bajaste al pilón el otro día así que creo que yo podría hacértelo ahora. ¿No te parece?

—Prefiero que tengamos contacto genital. Tengo un condón en el bolsillo del pantalón. Tobby me aconsejó que llevara uno cada vez que saliera por si llegase a necesitarlo en una situación de urgencia.

—¿No te molesta usar condón?

—Para nada. Es más higiénico y te ahorra la limpieza vaginal —

le respondió y se quitó la ropa—. Además, la leche que largue se la puedo llevar a Tobby. A él le encanta el sabor del semen fresco.

—Qué gato sucio. Ni yo soy tan sucia.

—¿Qué me dices entonces, lo hacemos aquí?

—Siempre y cuando mantengas el nudo dentro de mi concha, no habrá problema. Me encanta que me dilaten los orificios y me hagan sufrir —le respondió y se desvistió en una fracción de segundo.

—¿No te gustaba más por la puerta trasera?

—Es que anoche me cogieron dos chacales y todavía me duele el culo. No te imaginas la culeada que me dieron esos bastardos, estuvieron a punto de reventarme las almorranas.

—Al agujero de atrás hay que tratarlo con cariño para que no se lastime.

Dobló las piernas para acomodarse en la parte frontal del escu-sado, apoyó las manos sobre sus hombros, le introdujo la rígida verga en la concha, mantuvo el hocico frente a su rostro, alzó el rabo y empezó a metérsela como un caballero. Juntaron los labios en señal de aproximación e iniciaron un juego erótico previo al orgasmo. Intercambiaron caricias, arrumacos, palpamiento, rasguños, pellizcos, mordisquitos, besitos y palmaditas. Se indujeron cariño durante los siguientes minutos en la romántica escena propia de una cita. Una vez colmados de frenesí, se abotonaron y se adentraron en un intenso cóctel de placeres carnales.

—Tienes la dote y el encanto de un macho alfa —le susurró al oído.

—Hagamos que la temperatura suba un poco más. —Ensalivó los dedos y estimuló los pezones de su compañera dibujando círculos—. ¿Qué tal está?

—Ay, está muy rico —gimió al momento de sentir la frotación en la aréola de sus pechos—. Yo también te ayudaré.

Ensalivó los dedos como él, metió las manos por los costados, dirigió los dedos a su orificio anal y exploró la oscura caverna por donde salían desechos malolientes durante la evacuación. Siempre hacía eso cuando tenía sexo con el lobo, servía para ofrecer estimulación extra.

El coyote disfrutaba cada minuto del abotonamiento, eyaculaba con ganas al mismo tiempo que disfrutaba de un impensado masaje anal que le producía un leve cosquilleo en la próstata y le hacía temblar las piernas. El frotismo y el besuqueo incrementaban el bienestar de la pareja, hacían que los dos gozaran por igual. En el más extasiado traqueteo de encantos hormonales sus cuerpos se sumergieron, sus sentidos parecieron agudizarse por un momento, la sensibilidad de sus zonas erógenas aumentó muchísimo, sus gruesas pieles hirvieron como una caldera, hicieron muecas y arru-garon el hocico en reiteradas ocasiones mientras exhalaban algunos de los gemidos más ruidosos y procaces.

Haciendo un gran esfuerzo por no lastimarla, mantuvo las piernas firmes sobre los laterales del retrete, le apachurró las tetas y le introdujo la lengua en la boca. La táctica final hizo que la zorra se viniera como un tsunami, el tracto vaginal quedó empapado y él quedó satisfecho con el esfuerzo hecho. Volvieron a respirar con libertad luego de haber estado casi cuarenta minutos jadeando y gimiendo. Los hocicos se pegaron uno con el otro, las frígidas narices se rozaron, los labios se plegaron, los bigotes vibraron al contacto con el aire y las lenguas salieron para tocarse nuevamente.

En el periodo ulterior a la escena de sexo, se tomaron de las manos, se besaron con serenidad, intercambiaron mordisquitos y chupones durante casi diez minutos hasta haber saciado la concu-piscencia. Se despegaron, retiraron el condón repleto de jugo blancuzco y se limpiaron los genitales a lengüetazos. Al cabo de varios minutos, se sintieron felices y contentos, y se pusieron la ropa para volver a salir. El coyote hizo un nudito en el condón usado, lo guardó dentro de su ropa interior y acomodó el miembro en su lugar. Estaba calmado porque sabía que no volvería a tener deseos salaces por el resto del día.

En el exterior, los caninos se tomaron de las manos y caminaron rumbo a una pequeña confitería ubicada en una esquina, frente a un local de comida rápida. Se metieron por el frente, accedieron al interior del vidriado local de estilo artesanal, se aproximaron al

amplio mostrador de vidrios traslúcidos que dejaban ver algunos de los bocadillos más exquisitos. La zorra quería comprar un pastel pequeño para que comieran entre los dos. Los atendió un elefante de colmillos cortos vestido con ropa de cocinero, el encargado de atender al público se había retirado momentáneamente. Escogieron un pastel de crema de medio kilo con fresas en la parte superior.

—Volvamos al parque a comerlo juntos —dijo la zorra viendo de frente al coyote y le entregó el dinero al vendedor para que lo guardara—. Será divertido. —Tomó la caja de cartón con el pastel en su interior.

—¿Quieres volver al mismo lugar? ¿Qué hay de las siberianas?

—Ya se habrán ido. No creo que hagan escenas tan largas en un lugar público.

Esperanzado en volver a verlas en algún momento, acompañó a la zorra hasta la parte de afuera, cargó el pastel entre sus manos y retornaron al mismo banco descolorido de antes. Se sentó él primero y ella puso las ancas en su regazo. Abrieron la caja, sacaron el vistoso pastel y lo devoraron a mordiscos, con paciencia y lentitud, hasta acabárselo. El coyote la tomó entre sus brazos y la mantuvo lo más cerca posible, quería transmitirle el cariño que se merecía por haberlo acompañado.

—¿Por qué no me dejaste pagar a mí? Yo fui el que te invitó a salir.

—Tú me diste un día memorable. Me invitaste a salir y me diste placer. Lo menos que podía hacer era pagar por la comida. Además, recuerda que lo del pastel fue un antojo mío —le respondió y suspiró—. Soy una zorra descarada porque le robé el amante a una de mis amigas.

—Ahora que lo pienso, te pareces mucho a la zorra de la que me enamoré —le susurró al oído y le dio un beso en la mejilla—.

Bueno, en realidad ella es mucho más inquieta que tú.

—Natasha es muy suertuda de tenerte. Se ha sacado la lotería contigo.

—Creo que ella merece algo mejor. Un tipo como Hugh sería la pareja ideal para ella.

—Él sólo tiene dinero y encanto masculino, tú tienes todo lo demás.

—Pero con dinero todo se puede comprar. Ah, —suspiró—si yo tuviera dinero de sobra, iría a visitar burdeles todos los fines de semana y me chuparía todo el alcohol del mundo. Eso sí, llevaría una buena cogorza con más frecuencia. La bebida es mi punto débil.

—Si tanto te gusta la idea de ir a coger con izas, le puedo decir a Hugh que te lleve a visitar algún prostíbulo.

—Preferiría visitar un lugar menos clandestino donde podamos ir todos juntos. ¿Conoces algún sitio?

—Bueno, lo que podemos hacer es ir al club nudista que queda en la otra punta de la ciudad, junto a la tienda de antigüedades. Allí puedes tener sexo con quien quieras por un tiempo limitado debido a las políticas internas del local —mencionó la zorra y se hizo a un lado para sentarse en el banco—. Hugh tiene pase VIP, le per-miten llevar hasta nueve acompañantes sin que paguen nada y estar dentro del lugar por una hora. Es suficiente tiempo para que te cojas a alguien.

—¡Puta madre! ¡Qué ofertón! —exclamó el coyote—. ¿Desde cuándo existe ese club nudista? Jamás me enteré de su existencia.

—Si mal no recuerdo, lo inauguraron hace menos de tres años.

Lo que pasa es que nunca tuvo mucha publicidad y por eso pocos conocen su existencia. Funciona de lunes a sábado por la tarde, desde las cuatro hasta medianoche. Él ya estuvo una vez ahí y me dijo que es un lugar muy agradable para hacer el amor con extraños.

Al enterarse de eso, el coyote se quedó pensando por un buen rato, su mente procesaba la información a mil por hora para orga-

nizar una salida grupal que involucrase a los huéspedes del hotel, al menos los que ya conocía. Desde que era adolescente, había soñado con ir a un club nudista a pasar un buen rato en compañía de otros libertinos como él y su novia. Hacer una orgía al estilo de las películas porno era el sueño húmedo de todo púber.

—Si nos ponemos de acuerdo entre todos, podemos hacer un grupo de diez para ir. Será fantástico compartir una sesión de amor.

—Hay una piscina en el fondo donde puedes bañarte. Supongo que la usan para limpiarse después de las magistrales cogidas que se pegan.

—Bueno, yo tenía pensado llevar a cabo un encuentro grupal en el sótano, en la guarida de Tobby. Me gustaría recrear una escena épica en la que participemos todos. Felicity es una experta en escenografía y edición de imágenes, me puede ayudar a crear una exquisita película porno como las que veíamos en el cine cuando éramos jóvenes.

—No es mala idea. ¿Para cuándo tienes pensado hacerla?

—Tiene que ser el próximo domingo que todos estaremos libres.

—Por mí no hay problema. ¿Con quién tendré el honor de coger?

—Haremos intercambio de pareja, Natasha y Hugh estarán encantados de hacerlo. Tobby recreará una escena cochina con sus compañeros, como la del otro día. Le daré la oportunidad a Greg de cogerse a Felicity, a ver si con eso se le quita la calentura.

—¡Santo cielo! Será una sesión gloriosa. —Le rascó el mentón y le acarició los laterales del cuello—. Sólo a ti se te ocurren esas cosas.

—Desde que cogimos te pusiste más cariñosa. Es la primera vez que coqueteas conmigo.

—Es inevitable. Siempre me pasa.

—¿Quieres dar una última vuelta antes de volver al hotel?

—Llévame adonde quieras.

El coyote fue a arrojar la caja vacía a uno de los botes de basura que estaba a unos cuantos metros de distancia, regresó al mismo lugar, tomó a la zorra de la mano y la llevó a dar un corto paseo por la costa. Caminaron por la banqueta, cruzaron una parte de la avenida más extensa de la ciudad, retomaron el sendero de retorno por una de las calles laterales que atravesaba un sector de mercaderes, desanduvieron hasta llegar al hotel, se separaron para dirigirse cada uno a su destino.

Antes de dirigirse a la habitación, el coyote fue a visitar al gato en su recámara, lo vio salir del baño y se aproximó a él para entre-

garle lo que tenía guardado. Se había acostado sin ropa y tenía el pelaje revuelto.

—Tobby, te traje un regalo. —Mantenía las manos en la espalda.

—¿Un regalo? Pero si hoy no es mi cumpleaños.

—Es algo que te gusta mucho.

—¿Croquetas de pescado?

—Lo hice yo mismo.

—¿A poco tú sabes preparar algo?

—Es leche fresca —le respondió y le enseñó el condón lleno de semen.

—Haberlo dicho antes. —Le arrebató el condón, desató el nu-do y se bebió el fluido como si fuese aceite de bacalao—. Sirve de aperitivo. —Refregó la lengua sobre sus labios.

—Vendré a verte a la tarde. Quiero que organicemos con tiempo la orgía de la que te hablé.

—¿Tienes otra cosa en mente además de eso?

—Bueno, tú me dirás qué quieres hacer luego. Yo sólo quiero tener todo listo lo antes posible para que no se atrase el proyecto.

No todos los días se puede filmar una película picante.

—Te esperaré entonces.

Antes de irse, se inclinó para darle un beso al gato y acariciarle las orejas. Abandonó el sótano y se fue por las escaleras. De regreso en la habitación, se acostó en la cama, tocó a su novia que todavía se encontraba profundamente dormida y se acurrucó a su lado.

El hecho de que había tenido sexo con otra zorra no significaba que no la amaba, Natasha se había ganado su corazón y nada en el mundo podía hacer que dejara de quererla. Retomó la posición decúbito lateral y se quedó dormido al lado de ella.

XV. Un plan descabellado pero funcional – Material pornográfico inédito

El coyote había hecho mención del material pornográfico inédito en su página web, de la misma manera que lo hacían los músicos independientes cuando iban a lanzar un nuevo álbum, añadió una breve descripción de las suculentas escenas, la cantidad de participantes, las descripciones de cada uno, el lugar de encuentro y, por supuesto, la actuación especial de Natasha como estrella de la película. El video completo tenía que estar listo para el lunes, con unos pocos retoques era suficiente para crear una película de alta calidad. El precio de venta iba a ser superior a todos los videos anteriores puesto que se trataba de una sesión extensa dividida en tres partes.

Daisy le había informado a Hugh sobre el proyecto, Tobby había hablado con Johnny, Keith y Greg para que se unieran. Felicity se había encargado de preparar las cámaras, la iluminación y la escenografía con el propósito de que todo luciese perfecto. Las mucamas habían hecho su parte limpiando de rincón a rincón, dejaron el sótano impecable y brilloso.

La semana había pasado volando y todos los interesados se reunieron en el sótano para iniciar la junta previa a la intervención escénica. Estaban ansiosos y nerviosos porque era la primera vez que participarían en el rodaje de una película porno. Jack y Natasha, como ya se habían filmado teniendo sexo cientos de veces, no estaban alterados; todo lo contrario, querían iniciar la filmación cuanto antes. Para sentirse más aliviados, los presentes se desvistieron y consumieron pastillas estimulantes para que les aumentara la libido e incrementara la excitación sexual durante la accesión.

Los muebles tuvieron que correrlos de lugar a fin de colocar las cámaras con sus respectivos soportes, acomodaron las sombrillas con los faros de neón, metieron los micrófonos debajo de la cama y en los laterales, pusieron las botellas de lubricante sobre la mesa, dejaron la ropa sobre una canasta de mimbre y se quedaron deba-tiendo sobre cómo iniciar la primera escena.

—Opino que hagamos una escena de calistenia antes de empezar a coger —aportó el gato—. A mí siempre me funciona.

—Eso no será necesario —le contestó el mapache.

—¿Qué hacemos mientras los demás cogen, nos quedamos mirando con cara de tontos? —preguntó el caracal.

—Disfrutar el espectáculo escénico, eso es lo que haremos —le respondió el tigre.

—Tendremos que ser discretos durante el rodaje para no so-breexcitarnos a destiempo —dijo el lobo.

—Jack y yo establecimos una hora de juego para cada escena —

intervino la nutria con una sofisticada cámara de alta calidad en mano—. La primera parte será un trío gay para captar la atención del público. Tobby será el maricotas a quien se cogerán por ambos orificios y le eyacularán encima como a él le gusta. Para eso, Keith y Johnny se presentarán ante las cámaras y tomarán por sorpresa a su presa para manosearla y excitarla.

—Eso suena divertido —dijo el gato, imaginándose la escena en detalle—. ¿No les parece, muchachos? —les preguntó a sus compañeros de juego.

—¿Podemos improvisar o tenemos que seguir algún guion al pie de la letra? —preguntó Keith.

—No tienen que aprenderse ninguna línea —les explicó el coyote—. Sólo tienen que sentarse en la cama y tocar a Tobby como lo hacen siempre. Eso sí, no haremos pausas innecesarias durante el rodaje; por lo tanto, tienen que tratar de aguantar lo más que puedan para terminar en una hora. Al público le fascinará ver có-mo dos felinos calentones se tiran a un gato sucio.

—Tenemos lubricante de sobra así que podemos metérsela hasta el fondo sin miedo —el tigre le recordó al caracal.

—Nosotros nos encargaremos de las cámaras —habló el lo-bo—. Tienen que actuar como si estuvieran en una situación coti-diana. Necesitamos enfocar la atención en sus genitales y en los orificios de Tobby. Para cuando sientan ganas de venirse, retiren sus vergas y apúntenle en el rostro para mojarlo todito. Los fluidos corporales juegan un papel importantísimo en las producciones de esta índole.

—Les recomiendo que exageren un poco. Sus gemidos tienen que ser más intensos de lo normal —les aconsejó la nutria—. Traten de hablar lo menos posible y gemir lo más que puedan, así harán que el público perciba la escena como un encuentro real entre tres machos cachondos.

—¿Van a usar todas las cámaras? —preguntó el caracal.

—Enfocaremos la escena desde diferentes puntos para luego ver cuál conviene más usar durante la edición del video —le respondió el coyote—. Las cinco cámaras estarán sincronizadas para captar la intensidad de la escena. Natasha y Daisy estarán a los costados, Hugh y yo estaremos al borde de la cama, Felicity y Greg buscarán la forma de captar el centro de la cama y tomarán algunas fotografías para uso exclusivamente publicitario.

—No miren a la cámara en ningún momento. Hagan de cuenta que están solos y que nadie los está viendo —les sugirió la nutria—

. Todo tiene que salir perfecto de principio a fin —dio a conocer el prurito que la distinguía de las demás fotógrafas del periódico en el que trabajaba.

—Para mí será como cualquier fin de semana. Estos dos —el gato señaló a sus compañeros—siempre me visitan para darme placer.

—Y si van a venirse, traten de hacerlo al mismo tiempo. Al público le gusta ver eyaculaciones sincronizadas, en especial cuando se trata de escenas de bucake —adicionó el coyote.

—¡Ñam, ñam! Me darán un baño de leche como de costumbre

—el gato se humedeció los labios con la lengua, se le hacía agua la boca con sólo imaginarse la escena.

—Bueno, creo que ya estamos como para empezar ¿no? —dijo el mapache.

—Acomódense en sus lugares que la función está por comenzar —ordenó la nutria y cada uno se puso detrás de una cámara para grabar lo que se venía—. Esperen a mi señal para comenzar a filmar. —Indicó con la mano izquierda.

El mapache se sentía excitado al tenerla desnuda a su lado. Un hormigueo constante en su entrepierna lo hacía estremecerse. Colocó la cola lanuda frente a su ingle para que ella no notara su erec-

ción en proceso. Ese día más que nunca, tenía unas ganas terribles de cogérsela enfrente de todos.

El gato se acostó en la cama, se estiró para alcanzar una almohada, cerró los ojos, se puso boca arriba y dobló la cola formando un signo de interrogación. Los inexpertos camarógrafos se quedaron quietos a la espera de la señal para iniciar el rodaje. Esperaron con paciencia el momento justo para moverse.

—Inicia escena uno, toma uno —dijo la nutria e hizo la señal con la mano.

El tigre salió de la cocina y el caracal salió del baño, ambos caminaron con parsimonia hasta la cama, bostezaron casi al mismo tiempo, se sentó cada uno en un lado, intercambiaron miradas cariñosas acompañadas de sonrisas dudosas, se inclinaron un poco para tocarse y besarse, varias caricias se dieron, actuaron como una pareja de jotos. Apoyaron las manos en las bragaduras del gato, le palparon los muslos y exploraron la parte alta de sus piernas. Al aproximarse a la zona testicular, el gato se despertó y alzó la vista para mirarlos. Al verlos sonreír con descaro, imaginó qué era lo que pretendían hacer con él. Le cosquillearon la pancita con las uñas, hicieron que se riera.

El coyote estaba encantado de ver a su amigo desnudo, tendido sobre la cama donde había gozado con él algunas de las cogidas más sabrosas. Sabía que no lo defraudaría durante el rodaje.

Los continuos roces entre las manos y el pelaje hacían que el gato se calentara. El tigre le masajeó las bolas y el caracal le amasó el prepucio. Los dos iban sintiendo los impertinentes deseos de empezar a jugar en serio. Los tres se reacomodaron en la cama, se tocaron entre sí, se dieron encantadoras lamidas e intercambiaron algunos besitos ligeros y frotaciones típicas de felinos contentos.

Ronronearon por un momento antes de adentrarse en la parte picante. El gato acarició el paquete de sus compañeros con cada mano mientras ellos le dieron caricias a su aparato reproductor de la misma manera. Se empalmaron, expusieron sus miembros rígidos ante las cámaras para que todos viesen lo que tenían para mostrar.

Transcurridos los primeros diez minutos, los camarógrafos cambiaron de lugar para enfocar mejor la escena. Se aproximaron a la cama con el objetivo de centrar la atención en los miembros viriles que resaltaban con la luz blanca del fondo.

Los felinos iniciaron el proceso de masturbación previa a la penetración. Exprimieron las botellas de lubricantes que yacían ocultas bajo la cama y embadurnaron sus genitales con el gratificante fluido a base de agua. En un prolijo semicírculo, se dieron el lujo

de manosearse hasta el hartazgo, se jalaron las vergas uno al otro y emitieron leves gemidos. El encantador juego de exploración carnal hacía que sus miembros se enrojecieran y se pusieran más tensos. Las espinas peneanas, que parecían piquitos de pichones, se notaban de cerca, cualquier roce que recibían generaba un intenso placer. Los erguidos palitos de carne ya estaban listos para la siguiente etapa. Le habían dado a la zambomba.

Los últimos veinte minutos habían transcurrido tan de prisa que nadie se dio cuenta, a excepción de los actores que la estaban pasando teta. Acomodaron al gato en el centro de la cama, lo pusieron en cuatro patas, con las rodillas y las manos sobre el colchón, lo acicalaron antes de hacerlo sufrir, le examinaron los orificios y prepararon las lanzas para cogérselo. El tigre se la metió por la boca y el caracal se la metió por el culo. El gato pasivo sintió la mezcla de dolor y placer que siempre sentía y gimió como putito.

Saboreó la túrgida verga espinosa que tenía en la boca, se la comió como si fuera un delicioso trozo de carne cruda. Resistió con es-toicismo las fuertes penetraciones anales, levantó la cola para que las cámaras pudieran enfocar el movimiento de entrada y salida con más precisión.

Los siguientes minutos fueron de lo más intenso para los actores, la fruición los avasallaba, no podían resistirse al instinto animal, sus partes más sensibles estaban siendo vapuleadas por una

infinidad de reacciones químicas que producían delectación a tro-che y moche. Los tres gozaban con la misma intensidad, deleitaban el inefable regodeo del sexo grupal por enésima vez. Y fue así, durante pleno apogeo erógeno, que aparecieron los espasmos avi-sando que se venía la primera erupción de esperma. Tanto el tigre como el caracal esperaron hasta último momento para quitar sus miembros de los agujeros en los que se encontraban atascados.

Ambos vociferaron al sentir el insoportable deseo de correrse, retiraron las vergas húmedas, se masturbaron y le eyacularon encima. El odorífero fluido blancuzco se apoderó de la escena. Rocia-ron al gato en el rostro y en el lomo.

—¡Ay, qué ricura! —gimió el gato, se jaló la verga y se vino justo después que ellos. Largó el espeso semen encima del acolchado y suspiró enardecido de complacencia.

Volvieron a meter sus miembros en los orificios del gato, retomaron el ritmo mientras hacían un gran esfuerzo por recuperar el aliento. Las endurecidas vergas seguían brindando el mismo sensacional gozo de antes, sólo que esta vez el baqueteado esfínter ya estaba relajado, de modo que el coito anal resultaba menos doloroso y más placentero.

Las zorras estaban excitadas al ver a tres hermosos ejemplares de la familia Felidae dándose cariño al estilo callejero, sin miedo y sin compasión. Sentían la inevitable lubrificación en las paredes

vaginales y se ponían ansiosas por participar en la escena que les correspondía.

Los ataques espasmódicos que sufría el gato lo conducían por el lúbrico sendero de los desórdenes carnales y los rijosos fetichismos de los que tanto le gustaba hablar. Envuelto en un extenso manto de encantadoras sensaciones naturales, sus músculos vibraron, haciendo que el pelaje le temblara como cuando sentía frígidas corrientes invernales, bajó las orejas en señal de sometimiento absoluto al inenarrable placer sexual, y esperó con ansias el momento culminante de la doble estimulación.

En cuestión de minutos, las contracciones prostáticas y la exor-bitante cantidad de endorfina segregada obligaron a los penetradores a retirar los órganos copuladores para correrse por segunda vez sobre el híspido pelaje del gato al que se estaban cogiendo a marchas forzadas. El néctar masculino eyaculado le ensuciaba el grisáceo pelaje, actuaba como un gel que le ponía duros los pelos. Estar bañado en semen era tan común para el botones del hotel que muchos lo llamaban gato sucio, incluso sus amigos más cercanos.

—Ahora es mi turno —masculló el gato, se jaló la verga y se vino de nuevo. Quedó satisfecho con el resultado, aunque todavía tenía ganas de más sexo salvaje.

El tigre movió las piernas para reacomodar las rodillas a los costados del colchón, acarició la cerviz del gato, reintrodujo la verga en su boca, con la mano derecha le sujetó el mentón para controlar mejor el proceso de succión; al otro lado, con los pies apoyados en el suelo, el caracal estiró la cola del gato y volvió a penetrarlo, sólo que más duro que la vez anterior. Los penetradores se esforzaron por hacer una escena que quedase de recuerdo. Se valieron de sus incontrolables deseos lascivos para destrozar al exigente participante pasivo.

La tercera ronda fue igual de deliciosa que las anteriores, las penetraciones resultaron vehementes y los gemidos permanecieron a voz en cuello. La gruesa voz del tigre era la que más reverberación generaba. El rumor de la cama floja se asemejaba al clásico sonido de las películas, chillón y molesto, que nunca faltaba en las escenas de sexo. Los miembros entrando y saliendo de los orificios del gato producían el sonido excitante que todo el mundo conocía.

El coyote enfocaba con atención la zona baja de su amigo, ésta le producía un leve cosquilleo en la entrepierna, el mismo que sentía cuando veía a Natasha tocarse frente a él. Le daban ganas de estirar el brazo y magrearlo con el deseo de hacer que se viniera. Al otro lado, el lobo filmaba desde su lugar, veía con máxima claridad los movimientos de entrada y salida en el culo del gato, la verga del caracal se perdía en el estrecho interior y volvía a salir de un tirón.

De nuevo en el punto culminante de la estimulación, los felinos repitieron el mismo movimiento brusco de retracción y largaron el semen, un poco más espeso que las veces anteriores, sobre el tibio cuerpo del gato. Con una alígera jalada, el marica lanzó un poco de semen en la cama y recuperó el aliento.

—Cambiemos de lugar, amigos —propuso el gato y giró ciento ochenta grados para tener de frente al caracal y detrás al tigre.

No perdió el valioso tiempo, engulló la verga que tenía a su alcance y acomodó la otra verga en su dilatado ano. Respiró hondo y se preparó para la segunda parte del juego porque iba a ser más apasionante que la anterior.

La nutria tomó varias fotografías mientras el mapache grababa la escena desde el centro. Como a ella le excitaba mucho ver machos dándose cariño, su concha goteaba y largaba un aroma cautivador que ponía tenso al recepcionista. Las ganas de coger con ella eran más intensas que nunca.

La enorme verga tiesa del tigre maltrató el canal trasero del ga-to, le produjo más dolor de lo que había esperado. El caracal lo sujetó de las orejas para que le comiera la verga con gusto. La idea había sido fenomenal, aceleró el proceso de excitación y provocó que los tres machos se corrieran casi al mismo tiempo. El semen

del tigre se esparció en las nalgas y el del caracal en el cuello del gato.

Para la quinta ronda, se les ocurrió clavarle al afortunado marica por el mismo orificio al mismo tiempo. Aunque pareciese una locura de esas que sólo un orate podría sugerir, ellos llevaron a cabo el plan sin pensarlo. El tigre se acostó a lo largo y ancho de la ca-ma, colocó a la presa encima de él y esperó a que el caracal se acomodara en su lugar para iniciar la doble penetración anal. Los dos penes erectos se pegaron para poder ingresar al agujero trasero del gato al mismo tiempo. Colmaron sus miembros de lubricante e iniciaron la cogida de la vida.

Los camarógrafos tuvieron que desplazarse para captar la escena desde los cinco enfoques más adecuados. El mapache fue el único que se quedó frente a la cama capturando los movimientos pélvicos del caracal, los demás se encargaron de filmar la cogida en proceso desde sus respectivos lugares.

A diferencia de las veces anteriores, el gato gritó con desespera-ción puesto que el desgarrador dolor que sentía al ser sodomizado por sus dos compañeros era insufrible. Experimentó el orgasmo más intenso, clavó las uñas en el colchón y les suplicó que no se detuviesen bajo ninguna circunstancia. Su maltrecho intestino tuvo que amoldarse a las exigencias de la tesitura para no rajarse y sangrar. Se lo cogieron sin compasión hasta llegar al séptimo cielo, le

inundaron las entrañas y lo hicieron eyacular precipitadamente.

Quitaron las vergas de su culo y se sentaron en la cama, cada uno en un lado.

La última escena había sido exquisita, con mucho ruido y acción al mejor estilo. El coyote estaba complacido con lo que le habían ofrecido durante los últimos minutos, los felinos le habían mostrado que no tenían límites si de experimentar placer se trataba. La nutria fotografió las partes más sucias de la última parte y quedó contenta con el resultado final.

Los últimos minutos de la escena fueron usados para acicalamiento y recreación. Los tres felinos se toquetearon y se relamieron entre sí de la forma más inocente y cariñosa. Aún con los miembros agarrotados, se tocaron y se hicieron mimitos sin intenciones de seguir cogiendo. Dieron por finalizada su escena bajo la señal de la nutria que ya había tomado suficientes fotos para el álbum de presentación. Se pusieron de pie y exhalaron con júbilo luego de haber estado gozando durante todo ese tiempo.

—Estuvieron increíbles, muchachos —les felicitó la nutria—.

Verlos en vivo me causó mucho regocijo. Manejaron bien el tiempo, aunque creo que podríamos darle algún que otro retoque al ambiente.

—¿Qué sugieres que cambiemos? —le preguntó el coyote.

—El color de la colcha y las mesillas de noche. Tendríamos que modificar un poco el entorno, quedaría mejor con un toque rojizo y un par de velas aromáticas.

—Bien, manos a la obra entonces.

Las zorras cambiaron el acolchado negro por uno de color bur-deo, añadieron dos velas rojas en los mueblecitos ubicados en los laterales de la cabecera, cambiaron de lugar las almohadas y retornaron al círculo de encuentro.

—Por poco y me perforan las tripas —mencionó el gato—. Me quedó doliendo después de la última improvisación.

—Cómo no te va a doler —le dijo el tigre en tono chancero—, si te dimos con todo.

—Yo estoy muy contento con lo de hoy —admitió el caracal—.

Creo que me faltaba un poco de diversión.

—Todo esto fue gracias a Jack que se le ocurrió hacer una película en mi casa —agregó el gato—. Su idea nos vino muy bien a todos.

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó el caracal.

—Tienen que darnos una mano con la segunda escena —les di-jo el lobo—. Ahora es el turno de Felicity y Greg.

Al escuchar su nombre, el mapache reaccionó de súbito y le entraron los nervios. El momento de cogerse a la nutria había llegado, no se encontraba preparado para semejante acontecimiento.

—Lo nuestro será un poco más romántico y no tan escatológi-co como la primera escena —dijo la nutria y le entregó la cámara al gato para que le tomara fotografías durante el rodaje de la escena—. ¿Estás listo para lo que se viene? —le preguntó al mapache.

—Bueno, no del todo.

—¿Qué tienes?

—Estoy nervioso y no quiero arruinar la escena.

—¿Te da vergüenza que otros te vean mientras coges?

—No es eso. Lo que pasa es que lo haré contigo.

—¿Y eso qué tiene?

—Es que me gustas mucho. Desde la primera vez que te vi me cautivaste con tu hermoso rostro y tu serena mirada. Siento que hacerlo aquí y ahora no será como yo quería.

—Lo que haremos aquí será por cuestiones artísticas. Me puedes ir a visitar a mi habitación cuando quieras. Yo estaré encantada de hacer realidad todas tus fantasías.

Al escucharla hablar de esa forma, supuso que se lo estaba diciendo en serio. A él le encantaba la idea de ir a visitarla y pasar

una noche romántica a su lado, sin nadie que le molestara. El problema principal no era el apego sino el aguante, las pocas veces que había tenido contacto con hembras atractivas, se había corrido demasiado pronto, no aguantaba lo que otros de su edad aguanta-ban. Además, no estaba del todo satisfecho con sus erecciones, no tenían la misma dureza de antes, y sus eyaculaciones eran débiles en comparación a las del pasado.

—Lo de hoy será un breve simulacro, no tienes que tomártelo a pecho —le dijo el coyote—. Felicity será tu compañera de juego nada más. Si otro día quieres cogértela, puedes hacerlo. Lo que a mí me concierne ahora es ver una prolija actuación.

—Una hora es mucho tiempo para mí. Como máximo aguanto veinte minutos.

—Descuida, haremos pausas entre cada toma para que nos sa-quen fotos —le dijo la nutria.

—Espero no venirme en un minuto como siempre me pasa.

—Espera —el gato lo detuvo—, yo tengo gel retardante si lo necesitas. —Se dirigió al baño para traerle el envase con el gel de color verdoso cuyo efecto era satisfactorio para la mayoría de los usuarios—. Me lo obsequió uno de los huéspedes y jamás lo usé.

—¿Tendré más aguante si me pongo esa cosa?

—Sirve para retrasar la eyaculación varios minutos.

Sin siquiera echarle un vistazo al producto, tomó el envase, quitó la tapa, untó un poco de gel en el cipote y se lo devolvió a su compañero de trabajo para que lo pusiera en su lugar.

—No tienes de qué avergonzarte, Greg —le habló la nutria—.

Yo sufrí de dispareunia en mi juventud y me sentí tan mal que dejé de estimularme con juguetes. Pasé mucho tiempo sin tocarme por miedo a que el profundo dolor volviese. Por suerte, una visita a la ginecóloga me solucionó el problema.

—Esto lo hago por Jack, no por mí. No quiero quedar seco antes que tú —le respondió—. Mi exesposa siempre me echaba en cara lo pésimo que era en la cama. Bueno, ya ves por qué me dejó.

—Ella no valía la pena. Tú mereces algo mejor —le dijo y le dio un beso en la mejilla.

—Oye, ¿quieres que me venga adentro de ti?

—Te conviene esparcir tu leche encima de mi abdomen. La idea del video es que se vean los fluidos con claridad.

El coitus interruptus era una práctica que el mapache nunca antes había llevado a cabo dado que no podía aguantar mucho tiempo sin venirse, o peor aún, largaba semen antes de la eyaculación. La hipersensibilidad de su órgano sexual siempre le resultó un problema, no podía darles a las hembras el placer que se merecían.

Puestos los camarógrafos en sus lugares, la pareja se aproximó a la parte de enfrente, intercambiaron miradas lascivas, se tocaron y se besuquearon a modo de introducción. Interpretaron el rol de una pareja recién formada que tenía urgentes deseos de experimentar cosas nuevas. A la cama se dirigieron, en el centro de la misma se acomodaron, los genitales se tocaron y de entusiasmo se llenaron antes de empezar a gozar.

La accesión vaginal dio inicio, el mapache puso los labios en el hocico de la nutria sin obstruirle la cavidad oral, le manoseó las abultadas tetas con arrebato, hurgó en el interior de su cuerpo placeres que la hacían estremecerse de regocijo, le transmitió todo el cariño que podía, la hizo sentirse cómoda y sosegada, frotó el mentón contra su nariz y suspiró en respuesta al regodeo que estaba sintiendo. Su mayor deseo era hacer que se sintiera complacida con su frágil masculinidad.

Las cámaras enfocaban la escena de sexo desde diferentes lugares; los genitales en contacto era lo que tenía que verse con máxima nitidez. El escenario, aun estando bien arreglado, no era tras-cendental para la toma. La industria de la pornografía no buscaba crear escenas de sexo realistas, buscaba todo lo contrario.

Como si se tratase de un verdadero milagro, el mapache duró diez minutos enteros sin correrse. Cuando las contracciones aparecieron, quitó el miembro de la vagina, lo expuso frente a las cáma-

ras, la nutria lo jaló e hizo que le eyaculara sobre los pechos y el vientre. Para él había sido un acontecimiento inexplicable.

Detuvieron la grabación para tomar algunas fotografías. El fresco semen sobre el cuerpo tibio de la nutria era una captura de lujo que no podían pasar por alto. La rígida erección y la húmeda vagina también recibieron una ligera sesión de fotos.

La segunda toma inició, el miembro fue reintroducido en la vagina, la pareja se tomó de las manos e intercambió algunos de los besos más fogosos e intensos con el fin de aumentar la temperatura. Recobraron el mismo apetito sexual de antes y gozaron en demasía. La penetración vaginal se tornó rápida y violenta, algo común en las películas porno, los clamorosos gemidos de la nutria resonaron en todo el sótano. La excitación sentida hizo que el mapache repitiera la misma acción de antes, retiró el miembro justo a tiempo para que ella lo masturbara y se corriera sobre su cuerpo.

Una vez expulsado el semen del miembro, el mapache se relajó.

Una segunda pausa hicieron para centrarse en la siguiente sesión de fotos. La excitadísima nutria tenía los cachetes enrojecidos y los genitales empapados. Enseñó los pechos salpicados con semen para hacerles creer a los futuros clientes lo mucho que le gustaba ser sometida por un macho cachondo.

»Nunca antes había sentido tanto placer en tan poco tiempo —

admitió sosteniéndose los pechos—. Has superado a mi hermano, Greg, y eso merece una recompensa.

—Para mí no puede haber mayor recompensa que tenerte desnuda en una cama.

—Ay, eres todo un galán. —Se rio de su comentario—. Estoy contenta de haber venido a este hotel.

—El afortunado soy yo.

Las cámaras volvieron a su lugar, los filmadores retomaron la postura de antes e iniciaron la tercera parte. Las zorras se mantuvieron un poco más lejos, querían que se viese los laterales de la cama además de los cuerpos de perfil de los actores.

El mapache puso a la nutria de costado, al ladear su cuerpo podía sostenerla mejor y con menos esfuerzo, la agarró del muslo izquierdo y la penetró. La ganchuda verga masajeaba la parte interna de la mojada concha que estaba bien apretada. La fricción gene-rada hacía que el conducto vaginal se humedeciera más y más. El enorme esfuerzo que él hacía para mantenerse firme era hercúleo, ella sólo disfrutaba la pujanza de su compañero como quien no quiere la cosa.

La penetración a macha martillo hizo que la nutria enloqueciera de nuevo, gemía a grito limpio a medida que el placer iba en au-

mento, clavó las uñas en el colchón, se mordió los labios, exhaló con fuerza, resistió lo más que pudo hasta que finalmente se vino.

Su compañero retiró el gancho, la puso en la misma posición de antes, dejó que se la jalara y le eyaculó encima.

Dio inicio otra pausa para que los actores recuperaran las energías. Sacudieron las colas peludas y estiraron los músculos de las piernas para que no se les acorcharan.

—Casi partes por la mitad a esa nutria, hijo de puta —el lobo le dijo.

—Estamos actuando ¿no?

—Déjame fotografiar esa hermosa erección que tienes —le dijo el gato y capturó su orgullo de cerca—. Tienes el rabo de un actor porno.

—Debes estar ansioso por comértelo ¿no cierto?

—Tú sabes que sí.

—A este gato —el lobo interrumpió y le puso la mano sobre la cabeza—le encanta soplar pollas. Ya tuve la oportunidad de com-probarlo por mi propia cuenta.

—Todos aquí ya nos cogimos a Tobby —añadió el tigre.

—Soy el más afortunado de todos —aseveró el gato.

Para la cuarta toma, el mapache se acostó en el centro de la ca-ma, la nutria se sentó encima de él, contempló su virilidad desde arriba, apoyó las rodillas en los costados de su cuerpo, levantó la cola, le puso las manos sobre los fofos pectorales, lo miró fijamen-te y realizó movimientos pélvicos para hacer posible la conexión coital. Sus esponjosas nalgas tambaleaban, su cola prensil flameaba, los dedos de sus pies se estiraban enseñando las uñas, sus tetas se movían de arriba abajo, su cabellera se agitaba al ritmo de la cogida.

Las zorras estaban muertas de envidia al ver a la nutria gozar con tanta plétora, sin vergüenza ni culpa. Ella se desplazaba a todo tren encima de su pareja de juego, no lo dejaba respirar ni un segundo, captaba su atención con sus inmejorables maniobras y su opulencia de sicalipsis. Tenía dotes de actriz porno y cuerpo de vedete, suficiente para ganarse el cariño de cualquier macho calen-tón.

El mapache hizo todo lo posible por mantener una erección firme todo el tiempo, aguantó cuanto pudo hasta que sintió una fuerte presión que venía de adentro, junto con las concomitantes contracciones que precedían la explosión de delectación sexual. Se quitó a la nutria de encima, se sentó, dejó que le masturbara y le mojó el vientre con su cremoso semen. Hacer todo eso requería un gran control de parte del macho.

—Este mapache sucio es la hostia. Miren el buen desempeño que tiene —habló el lobo.

—A mí nunca me defraudó —dijo el gato.

El mapache retomó su lugar y la nutria el suyo. Se ladearon para verse frente a frente y esperaron unos momentos mientras les tomaban algunas fotografías. El gato hacía un estupendo trabajo pese a ser un fotógrafo amateur, captaba las poses más sensuales con la cámara prestada.

—¿Te gustaría tener otro encuentro como este la semana que viene? —la nutria le preguntó a su compañero de juego—. A mí me encantaría.

—Me gustaría tener encuentros como este todos los días de mi vida.

—Debes sentirte muy solo.

—Divorciado me siento mejor que casado.

—Yo me casaría contigo si pudiera.

—La ley no ampara el matrimonio entre diferentes especies.

—Algún día lo hará.

La quinta parte inició con un juego de manoseo recíproco y ba-tida corporal. Las cámaras enfocaron la parte más apasionante y emotiva de la escena, anterior a la acción orgásmica, en espera de

un rocambolesco resultado que satisficiera al público. El mapache se puso de rodillas sobre el borde de la cama y la nutria se acomodó en cuatro patas, con la cola bien levantada. La exploración vaginal se dio mediante vigorosos empellones que arreciaban la reciedumbre del macho en acción. Su nervudo orgullo introdujo cuán hondo pudo para estimular el punto G de su compañera.

El gato estaba distraído, imaginando una escena de sexo con el mapache en un cuarto aterciopelado y con olor a perfume. Por más que la longitud de su arqueado miembro no fuese extremada como a él le gustaba, tenía el suficiente grosor para agrandarle el ano y hacerle sentir el exquisito dolor de la sodomía que tanto amaba.

La insistencia del penetrador llegó al culmen de su entereza, retiró el miembro, se masturbó y le eyaculó a su pareja sobre las nalgas y el lomo. La nutria esperaba más resistencia de su parte, aunque tampoco se sentía desilusionada. Se acostaron sobre la cama, abrieron las piernas y enseñaron los genitales para la sesión de fotos.

—No estuvo mal para ser la quinta corrida —dijo el coyote—.

Nos quedan nueve minutos para terminar la escena. —Echó un vistazo al teléfono y observó el cronómetro—. ¿Tienen pensado ir por la sexta corrida o improvisarán otra cosa?

—Yo no tengo nada en mente —respondió el mapache.

—Con una buena mamada bastará —propuso la nutria—. Nadie puede resistirse a mis chupadas.

—Y si lo dudan, pregúntenle a su hermano —adicionó el coyote a modo de broma.

—¿Se la chupaba a su hermano? —preguntó Daisy—. ¡Qué puerca de mierda! —Arrugó el hocico en señal de disgusto.

—¿Acaso a ti no te habría gustado tener una aventura sexual con algún miembro de tu familia? —la nutria le lanzó la pregunta de improviso.

—Nunca sentí atracción sexual por nadie de mi familia —le respondió con el corazón en la mano.

—Yo tampoco —dijo el lobo.

—Yo tenía una prima bien chingona a la que medio mundo le tenía ganas —comentó el coyote—. Una vez la vi desnuda cuando entré al baño sin golpear y se me paró. La hija de puta estaba más buena que comer pollo con la mano.

—¿Una coyota sensual? ¿Tienes fotos de ella? —el lobo le preguntó.

—No tengo ninguna por desgracia.

—Tienes que presentármela, hijo de perra. A mí me encanta follar con chavalas sensuales —insistió—. ¿Cuánto crees que cobre por el servicio?

—Si la invitas a salir y le compras un regalo, no rechazará tu petición. No es una hembra muy pretensiosa.

—Después hablaremos en privado.

Los interlocutores se acomodaron frente a la cama formando un hemiciclo, movieron los soportes para enfocar las lentes de las cámaras en el centro de la escena, donde yacían los actores listos para finalizar el apasionante juego en el que estaban participando.

Con las nalgas apoyadas en la cama y las manos a los costados de la cadera, detrás de las piernas abiertas, el mapache enseñó su apéndice ganchoso para que las cámaras lo grabaran. La nutria, por su lado, se amoldó a la cama con la parte frontal de su cuerpo hacia abajo, las piernas dobladas hacia atrás, los brazos doblados hacia adentro, las manos juntas y el mentón a la altura de la ofrenda.

Sus intenciones eran clarísimas: devorar la pija de su compañero y sacarle la leche que le quedaba en sus depósitos.

—Tengo sed. —Lo miró de frente con una sonrisa enardecedo-ra—. Creo que me vendría bien un poco de tu jugo, amor. ¿Qué me dices?

—El grifo está a tu disposición. Bebe todo lo que quieras.

En la misma posición decúbito prono, se apoderó de las peludas bolas que tenía a su alcance, las apretó con cariño, abrió la boca bien grande, engulló el gancho, lo ensalivó y lo degustó como el sabroso trozo de carne que era. Lo devoró de un bocado de la misma manera que yantaba el desayuno en su morada. Para el suertudo mapache, no podía haber algo más delicioso que esa brusca chupada. Cada segundo que transcurría era un sinfín de electrizantes estremecimientos que lo conducía derechito al último orgasmo.

La resistencia del recepcionista tocó fondo luego de los siete minutos y medio, fue entonces que sintió la llegada irrevocable del tan esperado clímax. Derramó el blanquecino néctar en la boca de su pareja, le dio una cucharada de su sápido jarabe.

»Ay, qué rico que estuvo —masculló luego de la exitosa corrida.

Como forma de hacer tiempo antes de que el cronómetro llegara a los sesenta minutos, la nutria hizo gárgaras con el viscoso semen que había colocado en su boca, lo saboreó para ver cuán agradable era, disfrutó la sensación de tener la boca repleta de jugos corporales, dejó correr el fluido como una catarata en miniatu-ra desde su cavidad, pasando por el mentón, hasta la parte baja del cuello y el esternón. Al ensuciarse como una puta, enaltecía la salacidad de los futuros consumidores de pornografía. Olisqueó y re-lamió la verga, todavía tiesa, de su compañero de juego con el deseo de mostrarle que lo quería de verdad. Sonrió por última vez

antes de que detuvieran la filmación, guiñó el ojo izquierdo y saludó moviendo la mano de izquierda a derecha.

—¡Madre mía! ¡Qué tremenda escena se mandaron! —resaltó Natasha—. Ahora sí se puede decir que tenemos porno de calidad.

—Traté de ser lo más natural posible. No quise exagerar de más

—dijo la nutria, se puso de pie y se limpió con un pañuelo blanco.

—Yo me dejé llevar por la tentación y cumplí con mi parte —

adicionó el mapache, satisfecho con su propio desempeño. Se levantó de la cama y retornó al lugar de antes.

—Ambos estuvieron bien —les felicitó el coyote.

—Bueno, creo que llegó la hora de que entremos en acción los caninos —dijo el lobo, ansioso por hacer el delicioso.

—¿Nosotros? —Daisy se lo quedó mirando como si no estuviese al tanto del tiempo transcurrido.

—Ven, será divertido —le dijo el coyote.

El tigre y el caracal tomaron las cámaras de los laterales, el mapache y el gato se quedaron en la parte central de la escena, la nutria se quedó en medio de los dos para tomar las fotografías antes de que los caninos calentones hicieran de las suyas. La escena favorita del público se veía reforzada por la presencia de una experi-

mentada bailarina y una minuciosa actriz porno. La tercera parte iba a ser, sin lugar a dudas, el plato fuerte de la película.

»Lo que se viene quedará para la posteridad así que absténganse de cometer errores. Esto que haremos ahora será nuestro pase al mundo de la fama.

—Y lo mejor de todo es que nos podrán ver animales de todas partes —añadió el lobo—. ¿Te imaginas cuántas hermosas zorras verán esto y se masturbarán pensando en nosotros? —le preguntó al coyote—. Seremos sus ídolos.

—A mí ya me conocen de antes —le respondió—. A Natasha todos se la quieren voltear.

—Y razones tienen para querer hacerlo.

Según los deseos de la audiencia, las hembras tenían que ser las primeras en aparecer en escena, juguetear un poco antes de pasar a lo siguiente. Los machos debían hacer su aparición al poco tiempo, con sus arpones al frente, preparados para cogerse a las actrices.

Entre perros y perras, la escena siempre se tornaba un manantial de placeres carnales.

—Bien, como esta será la última escena la grabaremos en tres tomas —la nutria les explicó a los camarógrafos—. La primera será una introducción de tipo lésbica a modo de precalentamiento, luego iniciarán la cópula Natasha con Jack y Hugh con Daisy, por

último, intercambiarán de pareja y harán lo mismo hasta que aca-ben.

—¿Qué pasa si acaban antes de tiempo? ¿Improvisarán otra escena? —le preguntó el tigre.

—Las zorras se limpiarán entre sí hasta que finalice el extenso video. Verlas limpiarse la concha a lengüetazos hará hervir a los pajeros.

—Eso hacen las calientapijas y siempre funciona —adicionó el mapache.

—Esas son fanfarronas que calientan la pava y no toman el ma-te —dijo el caracal.

—Qué hijas de puta —susurró el gato y se rio.

La nutria dio la señal para que iniciara la grabación y sus ayudantes se reacomodaron para que iniciara el rodaje. El lobo y el coyote se mantuvieron lejos de la cama para no interferir en el periodo de calistenia que sus compañeras de juego iban a llevar a cabo.

Las zorras se acomodaron en el centro de la cama, se pusieron de rodillas frente a frente, tomaron un poco de lubricante vaginal, se lo metieron en la cavidad inferior e intercambiaron algunos besitos ligeros. Se manosearon como una pareja de tortilleras, con cariño y sin apresuramiento, hasta que se pusieron bien cachondas.

Lo disfrutaron como si fuera una oportunidad especial, habían estado esperando tener un encuentro de ese tipo en algún momento. Hicieron la tijereta, así sus labios vaginales se besaron.

—¡Corte! —interrumpió la nutria y todos pausaron la grabación—. Es hora de que entren los actores. —Les hizo una seña a los caninos para que se unieran.

—Me muero de envidia —masculló el gato—. Cómo quisiera estar entre medio de esos dos galanes.

—Ya te cogieron entre dos —le recordó el mapache.

—Pero aún quiero más.

El coyote apareció desde la izquierda y el lobo apareció desde la derecha, ambos enseñaron sus vergas tiesas y entumecidas para metérselas a las ninfómanas que tenían a su merced. La nutria aprovechó la pausa para tomarles algunas fotografías.

—Inicia toma dos —dijo la nutria y los camarógrafos retomaron la grabación.

El coyote toqueteó las nalgas de Natasha y exploró la beldad carnosa que yacía frente a sus ojos; el lobo olfateó el femíneo aroma de Daisy y frotó su verga contra los labios vaginales expuestos.

Las hembras estaban listas para ser culeadas y los machos estaban preparados para darles con todo. Ambos miembros fueron introducidos casi en su totalidad, dejando los nudos afuera para no abo-

tonarse, empezaron a empujar y a sacar con fuerza, sin intenciones de detenerse hasta que se produjera el proceso eyaculatorio.

El tigre se puso de rodillas detrás del coyote para filmar el coito desde abajo, lo mismo hizo el caracal para filmar al lobo con la zorra. El mapache y el gato se mantenían quietos y en silencio mientras grababan el goce de las hembras cuyos orificios estaban siendo dilatados con ferocidad. La nutria se limitaba a tomar fotografías, capturaba las expresiones faciales de las actrices que tanto escándalo hacían durante el sexo.

Con las colas dobladas hacia arriba y las piernas firmes sobre el colchón, las zorras experimentaron la inevitable fruición con toda soltura y devoción. Los gemidos de ambas eran estentóreos y excitantes, como a la audiencia le gustaba, tanto así que se podían escuchar incluso en la planta baja del hotel. Durante esa escena, morderse los labios no era una opción válida, al público le encantaba escuchar los exagerados gemidos de las actrices en acción. Las garras de los machos se aferraron a los glúteos de las hembras a fin de sostenerse mejor. Ambos estaban excitadísimos y con muchas ganas de venirse.

El duro trabajo y el constante esfuerzo físico hicieron posible que los caninos largaran sus fluidos en las cavernas húmedas que habían estado explorando con tanta insistencia. De más está decir que las hembras quedaron satisfechas con el resultado. El periodo

eyaculatorio no duró más de veinte segundos, razón por la cual la penetración vaginal continuó.

La velocidad con la que el coyote y el lobo penetraban era im-presionante, parecía que buscaban partirles la concha a las sucias zorras. Con el hocico fruncido, exhalando con fuerza, la cola doblada hacia arriba, y las orejas caídas, los penetradores dieron lo mejor que tenían para volver a experimentar el mismo culmen de placer que habían sentido.

Las zorras estaban que trinaban, pero no de rabia, estaban ansiosas por venirse de nuevo, al igual que los machos, que cada segundo transcurrido era un segundo menos hacia el clímax tan deseado. Les rascaron los hoyuelos de Venus para ponerlas más excitadas de lo que ya estaban, una estrategia comodina para que las hembras gritaran con más ganas, abrieron la boca y se dejaron llevar por la estimulación que los condujo directo al orgasmo. Eyacularon casi al mismo tiempo, con la misma intensidad que la primera vez, y se quedaron quietos un momento para recuperar el aliento.

Las cámaras bajas captaron la expulsión de jugos vaginales que se habían filtrado durante la accesión. Las conchas encharcadas de las zorras parecían un río a punto de desbordarse de tanto fluido que tenían. El terrible dolor que experimentaban al ser penetradas

brutalmente no les impedía gozar a lo grande, ni mucho menos mojarse como un par de jovenzuelas alzadas.

Retomada la tercera parte del juego, los machos tomaron a las hembras del rabo, siguieron penetrándolas con el mismo fervor de antes, se comportaron como un par de animales salvajes desesperados por correrse. Empujaron hasta el fondo, los nudos ingresaban hasta la mitad y eran retirados como un corcho de una botella, rasgaban la zona más sensible de las zorras, las hacían gritar de dolor.

Tal y como había acaecido con la primera y la segunda vez, la ferocidad de los caninos fue tan intensa que la eyaculación no se hizo esperar. Antes de que la operadora sacara las últimas fotografías, la tercera venida se hizo presente y los cuatro gimieron al unísono por varios segundos. Se despegaron de las zorras, dejaron que las cámaras laterales grabaran todo el torrente de jugos corporales que salían de los orificios adoloridos de las hembras. Dejaron un charco en el piso, a los costados de la cama.

—¡Corte! —dijo la nutria.

—¡Qué tremenda cogida les dieron! —dijo el mapache—. Ho-nestamente, no sé cómo hicieron para aguantar tanto empuje.

—Supongo que están acostumbradas a que las traten así —le respondió el gato.

—Bien, pasemos a la tercera parte de la escena —interrumpió la nutria—. Ahora viene el cambio de pareja: Jack se cogerá a Daisy y Hugh se cogerá a Natasha.

—Todavía nos quedan cuarenta minutos —le recordó el mapache.

—Mientras más tiempo tengamos, mejor será para nosotros.

Las actrices cambiaron de lugar, se pusieron en posición decúbito supino frente a sus domadores, abrieron las piernas, suspiraron simultáneamente y esperaron el momento adecuado para ser ejecutadas. Ambas estaban deseosas por seguir adelante pese al dolor que sentían tras haber sido penetradas con ese salvajismo típico del porno duro. Ellos separaron un poco las piernas para que los genitales femeninos y masculinos quedaran a la misma altura.

Al recibir la señal de la nutria, los camarógrafos se reacomodaron para presenciar la tercera y última toma del video. El tigre y el caracal se mantuvieron cerca de los genitales femeninos que estaban a punto de ser azotados, el mapache y el gato se enfocaron en la zona media de las actrices para que se vieran bien las tetas y el vientre, la nutria se alejó un poco para capturar las últimas fotografías.

El proceso de empalamiento dio inicio, las actrices se pusieron a gemir con fogosidad, la floja cama siguió rechinando al igual que antes, la temperatura comenzaba a aumentar de nuevo y la belleza incomparable del sexo salvaje reapareció para dejar su marca. Todo el esfuerzo del mundo hacían los caninos con la intención de dejar complacidas a las hembras, las manos las apoyaron a los costados de la cama, alzaron el rabo, gruñeron para parecer más rudos, se dejaron dominar por la lujuria.

A los pocos minutos de haber empezado, se sintieron sobrecar-gados, con exceso de agitación y emoción carnal, hicieron lo imposible para aguantar hasta el último instante. El acucioso deseo de venirse emergió desde lo más hondo de sus entrañas y eyacularon con el entusiasmo de un púber en su primera experiencia sexual. Se tomaron un superfluo respiro para reacomodarse, tomaron a las zorras de los tobillos, las sostuvieron bien fuerte, suspiraron en tono despreocupado y retomaron la práctica.

La nutria se distrajo un momento, se imaginó a sí misma en esa cama con ellos dos penetrándola cada uno por un lado, dándole las sacudidas más potentes. Le producía excitación con sólo imaginarlo, casi tanto como cuando soñaba con su hermano que, a pesar de que ya no lo veía, lo seguía queriendo.

La gran precipitación producida por el contacto carnal llegó al límite, haciendo que los machos se detuvieran para largar los jugos

por quinta vez y gozar en silencio. Las zorras estaban ruborizadas y exaltadas como nunca, tanta acción las había dejado sin palabras.

Boquiabiertas y desorientadas debido a la lluvia de hormonas segregadas, anhelaban ser taladradas una vez más.

La última faceta del juego fue la más exhaustiva para los machos porque se dispusieron a metérsela hasta el fondo, como si buscasen perforarles el útero. Ellas se estimularon el clítoris con los dedos ensalivados, gozaron cada momento, hicieron todo lo posible por no descontrolarse, los múltiples orgasmos las hicieron vociferar con ímpetu. Las actrices bailaron al son que les tocó y los actores desecharon toda vergüenza para sumergirse de lleno en los placeres más gratificantes del universo. Enceguecidos por la lascivia, los caninos se abotonaron, experimentando así el último y más sublime vorágine de emociones reconfortantes. Exprimieron sus vergas hasta escupir la última gota de semen.

La nutria quedó sorprendida con la última parte, no imaginó en ningún momento que se engancharían durante el sexo, el instinto los empujó a hacerlo. Esperaron hasta que el entumecimiento del bulbo peneano decreciera, aplacaron sus deseos y retiraron sus miembros. Las cámaras enfocaron esas maltratadas conchas que rebozaban de jugos rancios mezclados con un oloroso esperma canino.

A modo de conclusión, las zorras se reacomodaron con el objetivo de hacer un sesenta y nueve, se lamieron entre sí para limpiar sus descalabrados orificios vaginales que parecían estar al borde de la ruina. Ocuparon así los últimos nueve minutos que habían sobrado para higienizarse. Los machos, cuya hambre canina había sido sosegada, quedaron sin aliento y con vehementes deseos de descansar.

»Todo salió perfecto —dijo y echó un vistazo a las últimas fotografías—. Creo que con esto basta y sobra para armar una buena película.

—Yo me encargaré de los detalles que falten —prometió el coyote—. Este será, sin lugar a dudas, nuestro mejor material. Haremos montañas de dinero.

—El porno casero resultó mejor de lo que esperaba. Ahora podemos decir que somos actores porno —agregó el tigre.

—Para mí es un título honorífico —admitió el gato.

—Pienso igual —dijo el caracal.

Una vez que la grabación finalizó, los participantes se vistieron, subieron las escaleras y se fueron. El gato y el coyote fueron los únicos que se quedaron en el sótano un rato más. Se pusieron a hablar de lo mucho que habían disfrutado filmar una película para adultos en ese sitio. Lo mejor de todo era que ninguno de los acto-

res quería recibir dinero por el favor que le hicieron al creador de la idea, el hecho de haber tenido sexo enfrente de las cámaras era más que suficiente para estar contentos y satisfechos.

XVI. Un sábado alocado – Bacanal en el club nudista

Como el lobo ya había terminado su periodo de inactividad laboral, tenía que retornar a lo suyo, pero no sin antes quemar el último cartucho. Tenía pensado pasar la última tarde en Xanadu, el club nudista en el que tenía pase VIP. El primero al que había ido, conocido como el Oasis de experiencias místicas, se había clausurado recientemente por incumplimiento de normas sanitarias obligato-rias. Como muestra de generosidad, invitó a sus camaradas del hotel para que lo acompañaran a él y a su zorra. Natasha se contactó con la loba que tanto la acosaba, le suplicó que se uniera al grupo y así completar los diez integrantes.

Eran las cuatro y media de la tarde cuando los nueve interesados se hacinaron frente al hotel, todos llevaban ropa elegante para aparentar opulencia, salvo el mapache que parecía un sujeto ordinario. Después de una semana aburrida y lluviosa, los protagonistas se pusieron de acuerdo en pasar otro día increíble, de forma grupal, en un sitio al que jamás podrían acceder por cuenta propia.

—Hugh, todavía no nos has dicho cómo es el lugar al que vamos —el gato inició el diálogo—. ¿Es amplio y fresco?

—De nada sirve que te lo describa con palabras. Tienes que verlo con tus propios ojos —guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón y le respondió—. Es uno de los edificios más bellos de la ciudad. Te sentirás como un rey en ese lugar.

—Los pobres cogemos en la vía pública, y apenas que nos alcanza para los anticonceptivos —dijo el tigre en forma de broma y todos se rieron.

—Ninguno de ustedes es realmente pobre —les dijo el lobo—.

Los pobres no tienen carisma, se la pasan quejándose de sus desgracias y echándole la culpa al gobierno por todo.

—Hugh, estamos en deuda contigo por la invitación. Es muy amable de tu parte —le dijo Natasha y enroscó la cola.

—No suelo mezclarme con la chusma, pero esta vez haré una excepción. Todos ustedes son muy buenos animales, me caen bien a pesar de que son unos hijos de puta.

Volvieron a reírse al escuchar ese comentario agresivo dicho en sentido figurado. El miércoles habían almorzado en el bar todos juntos y la habían pasado fetén. Cada uno contó la historia de su vida y el ambiente se tornó amigable. Al conocerse de cerca, la

confianza era mayor. Se asemejaban a los protagonistas de “Ré-quiem por un sueño”.

—Si hablamos de hijos de puta, aquí el título honorífico me lo llevo yo —interrumpió el coyote—. Recuerden que me escapé de la cárcel.

—Johnny y yo consumimos drogas desde que llegamos al hotel

—dijo el gato.

—Yo evadí impuestos miles de veces —dijo el mapache.

—Yo me robaba las toallas de los hoteles que visitaba —dijo la nutria.

—Yo soy cómplice de un estafador de primera clase —dijo Natasha.

—Yo hice montañas de pasta verde vendiendo narcóticos —

dijo el caracal.

—Parece que soy la única decente aquí —farfulló Daisy, sin-tiéndose como la oveja negra del rebaño.

—Ya habrá tiempo para corromperte, mi cielo —le dijo el lobo y le puso la mano izquierda en el hombro.

Esperaron algunos minutos en la vereda, un autobús de color negro y vidrios polarizados estacionó frente al hotel. Un buey al-mizclero, vestido con uniforme azul marino y sombrero negro,

bajó del extenso vehículo para recibir al patrón. Tenía una voz aguardentosa y acento extranjero, de hecho, sabía hablar seis idiomas y conocía todas las calles de la ciudad como la palma de su mano. Le pidió al lobo que subiera primero y luego se lo pidió a los demás.

El interior del vehículo estaba adornado con una extensa alfombra granate, dos filas bien separadas de asientos reclinables y aterciopelados, portavasos y ceniceros debajo de las ventanillas, almohadillas para apoyar los pies, portaequipajes amplios para las pertenencias de los pasajeros, puertos USB en los laterales, un aroma a flores de primavera y un sistema de calefacción que mantenía tibia la parte interna. Parecía uno de esos autobuses privados en los que viajaban los deportistas cuando tenían que competir en torneos internacionales.

Todos se acomodaron en sus respectivos asientos, maravillados por la impecabilidad del interior, se sintieron como un montón de fufurufos por un instante, como si formaran parte de la clase alta.

El gato se sentó al lado del mapache, el tigre al lado del caracal, el coyote al lado de su novia, el lobo al lado de su zorra, la nutria fue la única que quedó sola. Cada uno sacó su teléfono para revisar las redes sociales, el nivel de batería, el espacio disponible y las funciones principales. Dado que los teléfonos estaban prohibidos dentro del club nudista, tenían que dejarlos en el autobús.

—¿Tu amiga ya te confirmó que irá al club? —el coyote le preguntó a su pareja, que estaba de piernas cruzadas y con la vista enfocada en la pantalla del dispositivo electrónico que yacía entre sus manos.

—Me acaba de responder. Me dijo que estará allí en veinte minutos.

—Ansío conocerla. Por lo que me contaste, puedo deducir que se trata de una perra sucia sin escrúpulos. ¿Estoy en lo cierto?

—Al principio me pareció un poco desquiciada, pero ahora que la conozco mejor no la veo como la maniática perra masoquista que Lisa había contratado. Por dentro es cariñosa.

—Lo importante es que sea sucia. Iremos a un club de degenerados y haremos cochinadas de lo lindo, más le vale estar en onda.

—A ella le gusta que la maltraten y que la humillen. Mientras más la lastiman, más se moja la hija de puta.

—Una hembra como esa merece todo el respeto del mundo.

Mientras la pareja de caninos hablaba de lo que les esperaba esa tarde, el gato chequeaba su lista de bandas favoritas en internet y casi perdió el control cuando vio que su cantante favorito iba a estar en una ciudad cercana.

—¡Ay, mierda! —exclamó el gato a cara descubierta—. Daddy Roger estará en Farfrand el año que viene. Me muero por ir a verlo.

—¿El cantante del que siempre hablas?

—Desde la primera vez que lo vi en un videoclip de FurTube, me enamoré de su voz y de su talento. Baila como los dioses y se pasa la industria musical por el culo.

—Hace rato que no saca nada nuevo.

—A todo el mundo le gusta Furry friends, es una de las mejores bandas de música electrónica del mundo. Sus temas suenan en todas partes —expresó con tono alegre y encomiástico—. No necesita sacar nada nuevo, los temas que lo impulsaron a la fama son suficientes. Ay, si te contara los sueños húmedos que tuve con ese galán.

Furry Friends, al igual que Black Cats, era una de esas banduchas de moda que hacía millones con sus pegajosas y ruidosas canciones que sonaban de un continente a otro, en todas las emisoras de radio del mundo, cuyos videos salían en todos los canales de música, a petición del latoso público consumidor.

—Es un leopardo de las nieves. ¿Qué tiene de especial?

—¿No viste el cuerpo que tiene? Es capaz de derribar a un león de un manotazo —le respondió al instante—. Daría cualquier cosa por pasar una noche con él. Dejaría que me hiciera de todo.

—No hay forma de que un felino conspicuo como él se fije en ti. Tendrías que pagarle una buena suma de dinero para que acce-diera a tu petición.

—Todo el mundo sabe que se culeó a la mayoría de sus seguidores y a los integrantes de la banda. Visita cabarés todos los fines de semana y se graba mientras coge con las bailarinas. No sabes cómo envidio a esas malparidas.

—Ah, sí. He visto algunos videos de él en páginas porno. Al parecer, es un malandrín más del grupo. Comparte escenas íntimas sin el consentimiento de los participantes.

—¿Y para qué carajo necesitaría su consentimiento? Él es una estrella, y como tal, puede hacer lo que se le plazca.

—Se nota que prefiere hacerlo con otras especies.

—No hay nada más sabroso que tener sexo con otras especies.

Al cabo de varios minutos, el conductor dobló a la izquierda, se metió en el último tramo del recorrido, cruzó frente a algunos edificios mal pintados y estacionó a pocos metros de la esquina. Los pasajeros fueron bajando de a uno, ansiosos por conocer el club nudista en el que pasarían una tarde inolvidable. Todos los teléfo-

nos habían quedado en una caja metálica dentro del vehículo para que no se perdieran. El lobo le pidió al chofer que regresara en una hora, sus acompañantes tenían que regresar al hotel una vez finalizada la jornada de libertinaje.

Los protagonistas caminaron juntos por la vereda, observaban con atención cada detalle del entorno, se distraían con tantos carteles publicitarios y anuncios en la parte alta de los edificios. Sus ojos se perdían entre tantos colores, imágenes, logos y textos. Parecía como si nunca hubieran visto la ciudad.

En un grisáceo edificio del costado, resaltaba un póster publicitario de “Poderosos guardabosques”, una serie animada muy conocida entre los más jóvenes, protagonizada por un león rojo, una águila dorada, un tiburón azul, un bisonte negro, un lobo plateado y una tigresa blanca que protegían el medio ambiente. Todos ellos se resguardaban en un recinto escondido entre las nubes en el que vivía una princesa con cuerpo de sirena.

Antes de llegar a su destino, apareció la loba, vestida de negro y con un quilo de maquillaje y lápiz labial encima. Bien vestida y adornada, no parecía la sátrapa canina que todos conocían. El primero en arrimarse a ella fue el coyote, que no dudó ni un segundo en saludarla como un caballero. Esa loba golosa le había dado a su zorra un apetitoso deseo lésbico nunca antes anhelado.

—Tú debes ser la perra masoquista. Mi novia me habló muy bien de ti. Me dijo que te la cogiste en el baño.

—Sólo nos tocamos un poco. No hicimos nada serio —le respondió con algo de inquietud.

—Oigan todos, ella es mi compañera de trabajo. —La pareja del coyote se puso al costado de ella y la introdujo—: se llama Kaylee.

Todos la saludaron y la recibieron con cortesía. Ella era la décima integrante del grupo de libertinos que iban a extasiarse en el lujoso club nudista. Cada uno se presentó con su nombre real y le dijeron que estaban encantados de tenerla.

—¿Él es Hugh, el lobo del que me hablaste? —le preguntó a su amiga.

—En efecto. Es uno de mis amantes, quiero decir... uno de mis amigos más cercanos. —Intercambió una mirada ligera con su novio para ver si no arrugaba el hocico.

—Estaba ansiosa por conocerlo en persona —admitió la lo-ba—. Es más guapo de lo que pensaba.

—Mejor dejemos los diálogos para después, ahora tenemos que ir a listarnos —interrumpió el lobo de forma tajante—. Recuerden que tienen que poner sus datos personales en la lista del grupo.

—¿Datos personales? —preguntó el gato—. ¿Para qué quieren eso?

—Necesitan los datos de los clientes para chequear la frecuencia de sus visitas y para evitar problemas a la hora de organizar los turnos.

—Eso suena sospechoso —murmuró el coyote—. Natasha y yo siempre nos registramos con nombres falsos en todos los lugares a los que vamos.

—Aquí no corres ningún riesgo de que te encuentren las autoridades —le explicó el lobo—. Sólo los desenfrenados como nosotros visitamos este tipo de lugares.

Habiendo dado por finalizado el diálogo, los diez interesados se dirigieron a la entrada del club, la cual estaba protegida con dos enormes puertas vidriadas que se abrían cada vez que alguien se acercaba. Sonaba una campanita cada vez que alguien cruzaba la línea de entrada.

La recepción, un sitio bastante grande, tenía un piso reluciente con alfombras de colores por doquier, estaba atiborrado de brillosos muebles de roble, libreros con revistas para adultos, mesas redondas con libros de diferentes géneros, sillones de cuero, banquetas a los costados, una máquina expendedora de preservativos, una amplia variedad de lubricantes en estantería, lencería y produc-

tos para fantasías eróticas, un amplio cuarto con taquillas para guardar la ropa, pastillas estimulantes, bebidas energizantes y anuncios publicitarios en las rojizas paredes.

En la pila de libros que estaba sobre la mesa más cercana, había un libro que captó la atención de la loba. “Sueño de amor de una noche de verano” era una de las obras de Walrus Snakespeare que más le había gustado leer cuando era joven. Era una comedia romántica, escrita en un dialecto arcaico, con tintes dramáticos muy bien elaborados de principio a fin.

Una joven vicuña vestida con un kimono cian y pantuflas llamativas, recibió a los recién llegados y les pidió que les brindaran sus datos. Tan pronto como el lobo tomó la palabra, ella sacó un cuaderno y un bolígrafo para tomar nota. Como él era cliente VIP, lo trataba con especial amabilidad. El mapache mencionó que eran libertinos del Furtel 69 y que estaban ansiosos por pasar al fondo.

Sin que se dieran cuenta, alguien los estaba observando a través de una cámara ubicada en el rústico techo.

Una vez que la vicuña registró los nombres de los clientes, les dijo que podían desvestirse y dejar la ropa en las taquillas de color plateado que estaban junto a la pared, detrás de la mesa principal donde atendía una cierva que, por alguna razón, no se encontraba en ese momento. Luego de que los clientes se quedaran en cueros, la vicuña los condujo por un pasillo amplio y oscuro hacia la parte

interna del club. Bajaron por una escalera de escalones grandes y se toparon con una puerta metálica que tenía un cartel en la parte de enfrente.

—Los placeres carnales y el deseo sexual son pasiones que nos dominan, nada podemos hacer más que dejarnos llevar por ellos hacia la plenitud de lo divino —leyó la loba.

—Esa es una frase de un libro de Leon Tortoise. Es muy bonita

—dijo el coyote.

—¿Están listos para divertirse? —les preguntó el lobo antes de abrir la puerta.

Todos le respondieron que sí con gran entusiasmo. Sentían tanta ansiedad que les temblaban las piernas y meneaban las colas. Al ver que todos estaban preparados para la gran aventura, ingresaron al interior del recinto. La parte interna del club parecía un motel japonés, con todos los lujos y detalles del mundo, sólo que un po-co más espacioso. Los ojos de los recién llegados se perdieron entre tanta belleza y prolijidad.

Las incandescentes lámparas en la parte de arriba imitaban la radiante luz del sol, las paredes estaban forradas con una goma gruesa para que no se oyera nada en la parte de arriba, el piso era poroso para que nadie se resbalara, las plazoletas eran amplias y tenían bancos cómodos para apoyarse y reclinarse, había vistosas

piscinas circulares con agua caliente, arboleda con pasajes laberín-ticos para recorrer, un cuarto oscuro para encuentros casuales, una cascada en la parte del fondo que mojaba el piso, una ágora donde se llevaban a cabo danzas sugestivas, una parte desnivelada en la que sobresalían estatuas animalescas con apéndices salientes diseñados para penetrar, pivotes forrados con lana resistente para rascar, una pequeña playa artificial con un agitado mar, casitas de madera para parejas timoratas, y por supuesto, algo que no podía faltar, música de ambiente que venía del fondo.

—Este lugar es un paraíso. Quiero quedarme a vivir aquí —dijo el gato con la boca bien abierta.

—No esperaba que fuera tan bello —masculló la nutria.

—Y pensar que paso la mitad del día encerrado en esa morondanga de hotel —dijo el mapache.

—Vengan, es hora de ir a buscar parejas —dijo el lobo—. Di-vidámonos en varios grupos.

Los protagonistas se pusieron de acuerdo en separarse con el propósito de tomar diferentes caminos, y más tarde, una vez terminada la sesión de amor, volverían para darse un baño en una de las piscinas con agua espumosa. De esa manera, se alejaron del centro para ir en busca de aventuras nuevas.

El coyote se metió por el sendero pedregoso que lo llevó hasta la plazoleta, apoyó el trasero en uno de los coloridos bancos y se sintió cómodo. Olfateó el fresco aroma a lavanda y se acordó de su prima sensual que siempre se ponía el mismo perfume. Se rascó la oreja izquierda, sacudió la cabeza, arrugó el hocico y escupió un trocito de carne que le había quedado del almuerzo. No pasó mucho tiempo hasta que se le aproximó una hembra curiosa y se lo quedó mirando con extrañeza. Era una liebre de un metro treinta, pelaje marrón claro, orejas prominentes, ojos dorados, bigotes grises, cabello castaño oscuro y rizado que le cubría los hombros, extremidades cortas, un rabo minúsculo, pechos pequeños, abdomen esponjoso, cadera ancha y pies chiquitos.

—Hola, hermosa. ¿Quieres divertirte conmigo?

—Es la primera vez que veo un coyote en este lugar, por eso me llama mucho la atención tu presencia —le dijo y se acercó a él—. Me llamo Deborah Peace, soy profesora de arte. No suelo venir con frecuencia, sólo vengo cuando estoy aburrida.

Jack le contó quién era, a qué se dedicaba y también mencionó, aunque no debería haberlo hecho, que estuvo en la cárcel un tiempo por haber falsificado documentos. A ella le producía felicidad verlo en libertad, no imaginaba que aquel canino era un criminal encubierto.

»¿Tienes pareja?

—Una hermosa zorra que conocí cuando era adolescente. Ella y yo somos unos libertinos de primera clase. Cogemos con nuestros amigos y la pasamos genial como pareja.

—¿No son celosos?

—Para nada. Los celos son para los puritanos que piensan que el sexo es sagrado y sólo debe darse para fines reproductivos.

—Yo siempre quise tener un novio de mente abierta, por desgracia nunca encontré ninguno.

—¿Estás soltera?

—Soy viuda. Mi esposo falleció hace un año en un accidente de tránsito. Era bueno conmigo, pero los celos siempre lo dominaron.

No quería que saliera con amigos porque pensaba que lo iba a engañar con alguno de ellos. Siempre decía que la infidelidad era el pecado más aborrecible que podía cometer.

—¡Qué dinosauro! —exclamó a calzón quitado—. Ni que estu-viéramos en el siglo XV.

—Así era él —suspiró con desánimo—. Ahora que estoy sola me aburro con facilidad y no sé a quién recurrir para divertirme.

—Pues acabas de encontrar al macho indicado para eso. Conmigo puedes hacer lo que quieras cuando quieras.

—Eres muy amable.

—Por cierto, ¿cuántos años tienes?

—Cuarenta y dos.

—Ah, eres mayor que yo —mencionó y le tocó la punta de la nariz—. No pasa nada. Me caen bien las maduritas.

—Y bien ¿qué te gusta hacer a ti aparte de conquistar hembras?

—Fumar porros con mi mejor amigo… —Se acordó de la primera escena de sexo con el gato y eso le produjo un ligero cosquilleo en la entrepierna. Su debut en el hotel había sido el más gratificante de todos—, y culéarmelo.

—¿Le entras a otros machos?

—Sólo a los que me caen bien.

—Ay, a mí eso me prende. Siempre quise ver una escena de ese tipo, pero nunca pude —suspiró y parpadeó—. En fin, tenemos que aprovechar el tiempo antes de que nos echen.

—¿Te gustaría probar carne canina el día de hoy?

—Me muero por saborear tu cuerpo. Estoy un poco nerviosa, pero eso es normal.

—Yo te guiaré en el proceso para que no te sientas perdida. Es-to es mucho más fácil de lo que parece.

—Es que soy un poco tímida. Siempre me pongo tensa cuando tengo que tocar a alguien.

—Déjame que te ayude.

La tomó con las manos, la acomodó en su regazo, la besuqueó a escape, la sostuvo de los hombros, exploró la parte inferior de su espalda, le manoseó el rabito, le mordisqueó el cuello, le apretó las orejas e hizo que las bajara, le lamió el esternón, le ensalivó los pezones, le rascó el vientre, le acarició los muslos y olfateó su esencia femenina. Luego de todo eso, la liebre quedó excitada y los nervios desaparecieron.

Hizo que se pusiera de pie sobre el banco, curvó la espalda para llegar a la zona inferior de la liebre, inspeccionó la entrepierna, besó los tibios labios vaginales, lamió de arriba abajo en un intento desesperado por hacer que se mojara. Le pellizcó el clítoris con los dientes incisivos y saboreó el interior del ajustado orificio que tenía bajo su dominio. Dejó que ella le tocara el cuerpo con sus suaves manos afelpadas y palpara sus rígidos músculos. Acto seguido, le apretó el hocico y observó de cerca la fuerte dentadura que tenía.

No le infundía temor alguno el hecho de estar frente a un vigoroso carnívoro que podía comérsela de un simple bocado.

—Con esos enormes colmillos que tienes me podrías devorar.

—Si hiciera eso, me condenarían con la pena más severa de todas. Comerse a otros está estrictamente prohibido.

—Qué suerte tengo.

—Pero tú sí puedes comerme.

—Prefiero saborearte de a poquito.

La liebre se bajó del banco, apoyó los codos en las rodillas del coyote, le toqueteó el paquete, apretó el velludo prepucio, le masajeó las bolas y le tocó el perineo. En menos de lo pensado, presenció la erección más hermosa, el lápiz labial del canino salió del estuche y se fue endureciendo hasta ponerse grande. Al apretar el prepucio con fuerza, logró sacar el túrgido nudo de su escondite.

Como nunca antes había visto un miembro canino, le parecía llamativa su peculiar forma. Él le explicó cómo funcionaba el proceso de copulación entre caninos.

»Ese nudo es muy grande para mí. No hay forma de que entre en mi panocha.

—Lo puedes dejar afuera si quieres. Yo me vengo igual.

—Qué bueno.

—Debería lubricarlo antes de montarlo.

Sin ningún problema, la liebre engulló la verga tiesa y plasmó su deseo incontrolable en cada lamida que le dio. Tragó hasta el fon-

do dejando el nudo fuera de su boca, apretándolo con ambas manos para que salieran los fluidos internos. Finalizada la etapa de lubrificación, se acomodó encima de él y le dio permiso para que le introdujera el orgullo masculino en el orificio vaginal. Una vez unidos carnalmente, inició el juego más suculento y delicioso de todos los tiempos.

—Ay, qué rico —gimió la liebre a medida que se desplazaba sobre la verga más dura que había visto—. No aguantaré mucho.

—Yo tampoco.

Con las manos aferradas a los hombros del coyote, la retraída hembra de orejas grandes contraía el cuerpo de manera inusual y exhalaba como si tuviese asma. Al ñangotarse, la forzosa penetración resultaba más accesible. El sofocante dolor no disminuía y el placer aumentaba, ambas cosas la domeñaron en pocos minutos.

No fue necesario esperar mucho para que el intercambio de fluidos tuviese lugar. El semen transvasó de su depósito de origen al aparato reproductor de la hembra en un guiño. La fruición fue compartida por ambos, pero fue más intensa para ella. Al momento de correrse, el coyote arrugó el hocico y enseñó los dientes. La liebre se aferró a su cuerpo, acercó el rostro a su cuello, sintió su aliento y se mantuvo quieta por un momento.

—No esperaba tanta resistencia de tu parte —le susurró desde el costado.

—No sabía que coger con una liebre podía ser tan divertido.

Me has dejado sin palabras.

—¿Podemos seguir adelante o necesitas descansar para repo-nerte?

—Yo soy bien viril. Puedo aguantar hasta el final sin perder el vigor.

El coyote la sostuvo de la cintura, ella se reacomodó para pro-seguir con el encuentro amoroso en la misma posición de antes.

Con las piernas dobladas como si estuviera haciendo sentadillas, continuó sumergiéndose en la delectación carnal, moviéndose al ritmo de sus descontrolados deseos. Entre gemidos y punzadas, la agraciada hembra recorrió los confines de la estimulación, pasando por periodos ligeramente placenteros hasta periodos insoportables en los que no podía disimular los gritos de dolor. Embadurnada de complacencia, se dejó llevar por el instinto y cayó rendida ante los fútiles esfuerzos por alcanzar el orgasmo. Fue entonces que ambos sobrepasaron los límites de la estimulación y gimieron al unísono.

—Ay, qué rico que estuvo. Te viniste como nada.

—Tienes la abertura muy apretada, por eso me vine enseguida.

—Supongo que estás acostumbrado a meterla en orificios más grandes.

Retomaron el acto, se esforzaron por aguantar un poco más que la vez anterior. Intercambiaron caricias y besos para aumentar la temperatura, se regocijaron al toquetearse, se transmitieron cariño al igual que lo hacían las parejas, se ensimismaron en sus voluptuosos deseos, gozaron sin hacer ruido en exceso, saborearon el néctar de la libertad sexual hasta saciarse de ímpetu existencial.

El brusco movimiento atiborró de deleite a los dos, pero más a la liebre que no dejaba de disfrutarlo a tope. Su indecisa mente no sabía en qué enfocarse, si en la inminente corrida o en la absten-ción de la misma, o se dejaba arrastrar por la poderosa corriente del libertinaje o reprimía su naturaleza animal a fin de extender el goce. La zarabanda de hormonas placenteras inundó los cuerpos de ambos y los empujó hacia la cúspide de la libidinosidad. De nada servía resistirse a la tentación cuando los genitales excretaban sus fluidos.

—Qué ferocidad la tuya. Casi pensé que me ibas a quebrar la verga.

—Sólo muevo la cadera.

—Se nota que tienes mucha experiencia montando machos. —

Se acordó de su novia al decir eso—. ¿Con cuántos animales has tenido sexo?

—Desde que falleció mi esposo, con unos cincuenta más o menos.

—Nada mal para ser una madurita.

—¿Y tú?

—Perdí la cuenta hace rato.

Volvieron a lo suyo, con el mismo entusiasmo de antes, sólo que se sujetaron con más fuerza para mantenerse firmes. La agitación se reincorporó en la escena de amor, la exacerbación se hizo presente, el júbilo triunfó sobre la inquietud, el calor corporal puso a los dos en el punto de ebullición. Se mordieron los labios, exhalaron con intranquilidad, cerraron los ojos y se despojaron de sus preocupaciones por completo. Inspiraron el último cúmulo de deseos antes de alcanzar la parte final del insistente juego, que era cuando rebosaban de placer. Intercambiaron fluidos y sensaciones inenarrables por cuarta vez.

—No me explico cómo es que todavía sigo con ganas de más.

—Resultaste ser una hembra bien sucia. Te pareces a mi novia.

—Ella debe ser muy afortunada de tenerte como pareja.

—El afortunado soy yo al tener esa preciosura en mi vida.

Buscaron la manera de doparse con más droga sexual. La liebre se dio vuelta, dándole la espalda al penetrador, él puso las manos en sus tetas y las apretujó con el cariño que se merecían. Experimentaron otra posición sexual enfocada en el mismo objetivo, el cual era alcanzar el clímax.

»Subamos un poco la temperatura —masculló, dispuesto a partirle la concha.

Al acelerar el proceso de entrada y salida, el dolor lancinante fue fastidioso para la liebre, pero sabroso para el coyote, quien no dejaba de babosear como un perro rabioso. Envuelta en el manto de la perturbación y el vicio, gozó como nunca antes había gozado en su vida, aguantó cuanto pudo hasta involucrarse en la etapa defini-toria de la desenfrenada lujuria. El orgasmo llegó antes de lo que imaginaban, disfrutaron de manera pacífica la última fase del entrañable juego. La liebre se quedó sentadita en el regazo del coyote, recuperándose de la brutal cogida que le había dado.

—Inundaste mi agujero —musitó y tocó su abdomen—. Me costará trabajo limpiarme.

—Tu cuerpo se limpiará solo. Yo sólo he purificado el templo de tu alma con mi esencia animal.

—Hablas como un poeta posmoderno.

—Es que el sexo me inspira.

Como forma de agradecimiento por el placer brindado, la liebre se dispuso a darle una última pizca de su cariño. Levantó la cadera, retiró el miembro de su interior, bajó del banco, se puso de rodillas ante él y le dijo que quería hacerle un favor, cosa que él interpretó en el acto como una felación de postre.

»Tienes un apetito insaciable, cariño.

—Es lo menos que puedo hacer por ti después de lo que me diste.

—Bueno, podría haberlo hecho mejor. Fui gentil contigo y dejé que tomaras la delantera. Cuando tomo el control, dejo en ruina a todas las hembras.

La liebre abrió la boca, tomó la verga con ambas manos, brindó un excelente servicio al mamársela, la senda exquisitez de su apetito sexual tenía resultados óptimos al momento de ofrecer placer con la boca. Pese a tener incisivos grandes para roer, no los usaba cuando tragaba las sabrosas porongas que le ofrecían. Como si se tratase de una zanahoria acaramelada, chupaba esa verga sin miedo ni disgusto. Mantenía los ojos abiertos en todo momento, centraba la mirada en el sexo del sensual canino al que estaba felando.

La impúdica chupada duró casi siete minutos y medio, el instinto animal del coyote cedió ante la estimulación con la que su cuer-

po estaba lidiando y se dio por vencido. La liebre se apercibió de la imperiosa corrida, retiró la verga de su boca, reculó unos cuantos centímetros, apretó el nudo cuan fuerte pudo, obtuvo lo que quería, su rostro fue rociado con semen. Quedó satisfecha con el esfuerzo que había hecho.

»Qué ricura de mamada me acabas de dar. Hacía tiempo que no me la chupaban así.

—Debo admitir que valió la pena. Nunca me gustó mucho el bucake, contigo sí lo disfruté.

—Deberíamos salir juntos algún día. Quizá encontremos un motel donde podamos pasarla bien un rato.

—No me parece mala idea.

El coyote le dijo su número de teléfono y su correo electrónico para que pudiera contactarlo en algún momento. Ella ya formaba parte de la extensa lista de hembras que se había cogido a lo largo de su vida como libertino.

Después de un rato, los diez integrantes del grupo se rencontraron en la piscina circular para compartir un sabroso baño vespertino antes de arrumbar el club. Todos estaban satisfechos con la jornada de encuentros en parejas, sobre todo los machos calentones que se la pasaban alardeando de sus meritorias dotes masculinas. Tobby había tenido sexo con tres jaguares, Natasha lo había

hecho con dos camellos, Hugh lo había hecho con dos leonas, Daisy lo había hecho con un jirafo, Felicity lo había hecho con un alce, Greg lo había hecho con una comadreja, Johnny lo había hecho con una puma, Keith lo había hecho con una pantera y Kaylee lo había hecho con cuatro caballos.

—Qué rica está el agua —señaló el gato.

—Pensé que no te gustaba el agua —le dijo el lobo—. Todos saben que eres un gato sucio.

—Soy sucio en otro sentido —le explicó—. Siempre me bañan con leche.

—A los gatos les encanta la leche —dijo Johnny.

—Bueno, yo creo que con lo de hoy ninguno de ustedes querrá hacer nada a la noche —dijo el lobo—. Ya tuvieron suficiente diversión por el día.

—¿A ti te fue bien? —el coyote, quien estaba a su lado, le preguntó.

—Les partí el chocho a dos leonas jocosas. Eso amerita una fe-licitación.

—¡Bah! Yo me cogí una liebre cuarentona.

—¿Una liebre dijiste?

—Sí.

—¿Estaba buena?

—No estaba nada fea. El único problema es la diferencia de estatura. Ella es más chaparra que Felicity. Supongo que volveré a verla en el futuro, si es que antes no me atrapa la policía. —Hizo una corta pausa—. Luego de todas las cosas malas que hice, lo más probable es que me estén buscando por todas partes. Deben ansiar mi regreso a la prisión.

—Yo también hice cosas malas —contó el lobo—. Una vez, en un arrebato de cólera, ataqué a una conejita y le rasguñé el brazo derecho. Ella salió corriendo despavorida porque pensó que iba a matarla. Por suerte, nunca me denunció por haberla lastimado.

—¿Por qué hiciste eso?

—Fue un accidente. La confundí con otra que me había estafado. Todas las conejas que viven en Zuferrand son parecidas.