Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Bécquer - HTML preview

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LA AJORCA DEL ORO

 

I

Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vértigo; hermosa con esa hermosura que no se parece en nada á la que soñamos en los ángeles, y que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabólica, que tal vez presta el demonio á algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra.

Él la amaba: la amaba con ese amor que no conoce freno ni límites; la amaba con ese amor en que se busca un goce y sólo se encuentran martirios; amor que se asemeja á la felicidad, y que, no obstante, parece infundir el cielo para la expiación de una culpa.

Ella era caprichosa, caprichosa y extravagante, como todas las mujeres[1] del mundo.

[Footnote 1: This cynical view of women is repeated in some of Becquer's verses, and may not unlikely have been caused by a bitter personal experience, as the love-story embodied in the poems seems to suggest.]

Él, supersticioso, supersticioso y valiente, como todos los hombres de su época.

Ella se llamaba María Antunez.

Él Pedro Alfonso de Orellana.

Los dos eran toledanos[1], y los dos vivían en la misma ciudad que los vió nacer.

[Footnote 1: toledanos—'of Toledo.' Toledo is the capital of a province of the same name. It is situated on the Tagus not far to the south of Madrid. "The city was the ancient capital of the Carpetani, and was conquered by the Romans about 193 B.C. It was the capital of the West-Gothic realm;... was the second city in the country under the Moorish rule; was taken by Alfonso VI of Castile and Leon in 1085;... and was the capital of Castile until superseded by Madrid in the sixteenth century." Century Dict. Population (1900) 23,375. Within its walls it presents the appearance of a Moorish city with huddled dwellings and narrow, crooked streets, which afford but scanty room even for the foot passenger. Viewed from without it is unrivaled for stern picturesqueness. "The city lies on a swelling granite hill in the form of a horseshoe, cut out, as it were, by the deep gorge of the Tagus from the mass of mountains to the south. On the north it is connected with the great plain of Castile by a narrow isthmus. At all other points the sides of the rocky eminence are steep and inaccessible." (Baedeker.) "Toledo, on its hillside, with the tawny half-circle of the Tagus at its feet, has the color, the roughness, the haughty poverty of the sierra on which it is built, and whose strong articulations from the very first produce an impression of energy and passion." (Quoted from M. Maurice Barrès in Hannah Lynch's Toledo, London, 1903, p. 3.)]

La tradición que refiere esta maravillosa historia, acaecida hace muchos años, no dice nada más acerca de los personajes que fueron sus héroes.

Yo, en mi calidad de cronista verídico, no añadiré ni una sola palabra de mi cosecha para caracterizarlos mejor.

 

II

Él la encontró un día llorando y le pregunto:—¿Por qué lloras?

Ella se enjugó los ojos, le miró fijamente, arrojó un suspiro y volvió á llorar.

Pero entonces, acercándose á María, le tomó una mano, apoyó el codo en el pretil árabe desde donde la hermosa miraba pasar la corriente del río, y torno á decirle:—¿Por que lloras?

El Tajo[1] se retorcía gimiendo al pie del mirador[2] entre las rocas sobre que se asienta la ciudad imperial.[3] El sol trasponía los montes vecinos, la niebla de la tarde flotaba como un velo de gasa azul, y solo el monótono ruido del agua interrumpía el alto silencio.

[Footnote 1: El Tajo = 'The Tagus.' "The longest river in the Spanish peninsula.... It rises in the province of Teruel, Spain, in the mountain Muela de San Juan; flows west through New Castile and Estremadura; forms part of the boundary between Spain and Portugal; and empties by two arms into the Bay of Lisbon. The chief city on its banks in Spain is Toledo." Century Dict.]

[Footnote 2: mirador = 'lookout,' a kind of bow in the wall surrounding some of the heights of Toledo.]

[Footnote 3: imperial. Referring probably to the time of the Roman dominion, which, though it lasted some two hundred years, has left in the monuments of Toledo very little evidence of its duration. See p. 50, note 2.]

María exclamó:—No me preguntes por qué lloro, no me lo preguntes; pues ni yo sabré contestarte, ni tú comprenderme. Hay deseos que se ahogan en nuestra alma de mujer, sin que los revele más que un suspiro; ideas locas que cruzan por nuestra imaginación, sin que ose formularlas el labio, fenómenos incomprensibles de nuestra naturaleza misteriosa, que el hombre no puede ni aún concebir. Te lo ruego, no me preguntes la causa de mi dolor; si te la revelase, acaso te arrancaría una carcajada.

Cuando estas palabras expiraron, ella tornó á inclinar la frente, y él á reiterar sus preguntas.

La hermosa, rompiendo al fin su obstinado silencio, dijo á su amante con voz sorda y entrecortada.

—Tú lo quieres, es una locura que te hará reir; pero no importa: te lo diré, puesto que lo deseas.

Ayer estuve en el templo.[1] Se celebraba la fiesta de la Virgen;[2] su imagen, colocada en el altar mayor sobre un escabel de oro, resplandecía como un[3] ascua de fuego; las notas del órgano temblaban dilatándose de eco en eco por el ámbito de la iglesia, y en el coro los sacerdotes entonaban el Salve, Regina[4]

[Footnote 1: templo. Reference is made here to the cathedral of Toledo.]

[Footnote 2: la fiesta de la Virgen. Probably the festival of the Assumption, August 15, as this is generally considered the most important of the various festivals in honor of the Virgin, such as, for example, the Nativity of Mary (September 8), the Purification of the Blessed Virgin (February 2), and the Annunciation (March 25).]

[Footnote 3: un. For una. This use is not sanctioned by the Spanish Academy, nor, as Knapp says, "by the best modern writers."]

[Footnote 4: Salve, Regina = 'Hail, Queen (of Mercy).' The first words of a Latin antiphon ascribed to Hermannus Contractus (b. 1013-d. 1054). In mediaeval times it was a great favorite with the church, and was appointed for use at compline, from the first vespers of Trinity Sunday up to nones on the Saturday before Advent Sunday. See John Julian, Dictionary of Hymnology, London, 1892, p. 991.]

Yo rezaba, rezaba absorta en mis pensamientos religiosos, cuando maquinalmente levanté la cabeza y mi vista se dirigió al altar. No sé por qué mis ojos se fijaron desde luego en la imagen, digo mal, en la imagen no; se fijaron en un objeto que hasta entonces no había visto, un objeto que, sin poder explicármelo, llamaba sobre sí toda mi atención. No te rías ... aquel objeto era la ajorca de oro que tiene la Madre de Dios en uno de los brazos en que descansa su divino Hijo.... Yo aparte la vista y torné á rezar.... ¡Imposible! Mis ojos se volvían involuntariamente al mismo punto. Las luces del altar, reflejándose en las mil facetas de sus diamantes, se reproducían de una manera prodigiosa. Millones de chispas de luz rojas y azules, verdes y amarillas, volteaban alrededor de las piedras como un torbellino de átomos de fuego, como una vertiginosa ronda de esos espíritus de las llamas que fascinan con su brillo y su increíble inquietud....

Salí del templo, vine á casa, pero vine con aquella idea fija en la imaginación. Me acosté para dormir; no pude.... Pasó la noche, eterna con aquel pensamiento.... Al amanecer se cerraron mis párpados, y, ¿lo creerás? aun en el sueño veía cruzar, perderse y tornar de nuevo una mujer, una mujer morena y hermosa, que llevaba la joya de oro y de pedrería; una mujer, sí, porque ya no era la Virgen que yo adoro y ante quien me humillo, era una mujer, otra mujer como yo, que me miraba y se reía mofándose de mí.—¿La ves? parecía decirme, mostrándome la joya.—¡Cómo brilla! Parece un círculo de estrellas arrancadas del cielo de una noche de verano. ¿La ves? pues no es tuya, no lo será nunca, nunca.... Tendrás acaso otras mejores, más ricas, si es posible; pero ésta, ésta que resplandece de un modo tan fantástico, tan fascinador ... nunca ... nunca ...—Desperté; pero con la misma idea fija aquí, entonces como ahora, semejante á un clavo ardiente, diabólica, incontrastable, inspirada sin duda por el mismo Satanás.... ¿Y qué?... Callas, callas y doblas la frente.... ¿No te hace reir mi locura?

Pedro, con un movimiento convulsive, oprimió el puño de su espada, levantó la cabeza, que en efecto había inclinado, y dijo con voz sorda:

—¿Que Virgen tiene esa presea?

—La del Sagrario,[1] murmuró María.

[Footnote 1: La (Virgen) del Sagrario. A highly venerated figure of the Virgin, made of a dark-colored wood and almost covered with valuable jewels. It stands now in the chapel of the same name, to which visitors are seldom admitted.]

—¡La del Sagrario! repitió el joven con acento de terror: ¡la del Sagrario de la catedral!...

Y en sus facciones se retrató un instante el estado de su alma, espantada de una idea.

—¡Ah! ¿por qué no la posee otra Virgen?[1] prosiguió con acento enérgico y apasionado; ¿por qué no la tiene el arzobispo en su mitra, el rey en su corona, ó el diablo entre sus garras? Yo se la arrancaría para tí, aunque me costase la vida ó la condenación. Pero á la Virgen del Sagrario, á nuestra Santa Patrona, yo ... yo que he nacido en Toledo, ¡imposible, imposible!

[Footnote 1: otra Virgen. There are several other statues of the Virgin in the cathedral, for which, however, less reverence is felt. The choice of certain statues of Christ or of the Virgin for special veneration is very characteristic of Spanish Catholics. See p. 152, note 2.]

—¡Nunca! murmuro María con voz casi imperceptible; ¡nunca!

Y siguió llorando.

Pedro fijó una mirada estúpida en la corriente del río. En la corriente, que pasaba y pasaba sin cesar ante sus extraviados ojos, quebrándose al pie del mirador entre las rocas sobre que se asienta la ciudad imperial.

 

III

¡La catedral de Toledo![1] Figuraos un bosque de gigantes palmeras de granito que al entrelazar sus ramas forman una bóveda colosal y magnífica, bajo la que se guarece y vive, con la vida que le ha prestado el genio, toda una creación de seres imaginarios y reales.

[Footnote 1: La catedral de Toledo. The construction of the Toledo Cathedral is essentially of the thirteenth century, although it was not finished until 1493. The exterior of this vast church, with its great doors, rose-windows, and beautiful Gothic towers, the northern one of which (295 ft.) has alone been finished, is of surpassing grandeur and beauty, and nothing could be more sumptuous or more impressive than its interior. "And should time be short for detailed inspection, it is this general effect of immense naves, of a forest of columns and of jeweled windows that we carry away, feeling too small amidst such greatness of form and incomparable loveliness of lights for the mere expression of admiration." Hannah Lynch, Toledo, London, 1903, pp. 150–151.]

Figuraos un caos incomprensible de sombra y luz, en donde se mezclan y confunden con las tinieblas de las naves los rayos de colores de las ojivas; donde lucha y se pierde con la obscuridad del santuario el fulgor de las lámparas.

Figuraos un mundo de piedra, inmenso como el espíritu de nuestra religión, sombrío como sus tradiciones, enigmático como sus parábolas, y todavía no tendréis una idea remota de ese eterno monumento del entusiasmo y la fe de nuestros mayores, sobre el que los siglos ban derramado á porfía el tesoro de sus creencias, de su inspiration y de sus artes.

En su seno viven el silencio, la majestad, la poesía del misticismo, y un santo horror que defiende sus umbrales contra los pensamientos mundanos y las mezquinas pasiones de la tierra.

La consunción material se alivia respirando el aire puro de las montañas; el ateísmo debe curarse respirando su atmosfera de fe.

Pero si grande, si imponente se presenta la catedral á nuestros ojos á cualquier hora que se penetra en su recinto misterioso y sagrado, nunca produce una impresión tan profunda como en los días en que despliega todas las galas de su pompa religiosa, en que sus tabernáculos se cubren de oro y pedrería, sus gradas de alfombra y sus pilares de tapices.

Entonces, cuando arden despidiendo un torrente de luz sus mil lámparas de plata; cuando flota en el aire una nube de incienso, y las voces del coro, y la armonía de los órganos y las campanas de la torre estremecen el edificio desde sus cimientos más profundos hasta las más altas agujas que lo coronan, entonces es cuando se comprende, al sentirla, la tremenda majestad de Dios que vive en él, y lo anima con su soplo y lo llena con el reflejo de su omnipotencia.

El mismo día en que tuvo lugar la escena que acabamos de referir, se celebraba en la catedral de Toledo el último de la magnífica octava de la Virgen.[1]

[Footnote 1: octava de la Virgen. The eight days during which is solemnized the principal fête of the Virgin, August 15–22. See p. 52, note 3.]

La fiesta religiosa había traído á ella una multitud inmensa de fieles; pero ya ésta se había dispersado en todas direcciones; ya se habían apagado las luces de las capillas y del altar mayor, y las colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para cerrarse detrás del último toledano, cuando de entre las sombras, y pálido, tan pálido como la estatua de la tumba en que se apoyo un instante mientras dominaba su emoción, se adelantó un hombre que vino deslizándose con el mayor sigilo hasta la verja del crucero. Allí la claridad de una lámpara permitía distinguir sus facciones.

Era Pedro.

¿Que había pasado entre los dos amantes para que se arrastrara al fin á poner por obra una idea que sólo el concebirla había erizado sus cabellos de horror? Nunca pudo saberse.

Pero él estaba allí, y estaba allí para llevar á cabo su criminal propósito. En su mirada inquieta, en el temblor de sus rodillas, en el sudor que corría en anchas gotas por su frente, llevaba escrito su pensamiento.

La catedral estaba sola, completamente sola, y sumergida en un silencio profundo.

No obstante, de cuando en cuando se percibían como unos rumores confusos: chasquidos de madera tal vez, ó murmullos del viento, ó ¿quién sabe? acaso ilusión de la fantasía, que oye y ve y palpa en su exaltación lo que no existe, pero la verdad era que ya cerca, ya lejos, ora á sus espaldas, ora á su lado mismo, sonaban como sollozos que se comprimen, como roce de telas que se arrastran, como rumor de pasos que van y vienen sin cesar.

Pedro hizo un esfuerzo para seguir en su camino, llego á la verja, y subió la primera grada de la capilla mayor.[1] Alrededor de esta capilla están las tumbas de los reyes,[2] cuyas imágenes de piedra, con la mano en la empuñadura de la espada, parecen velar noche y día por el santuario á cuya sombra descansan todos por una eternidad.

[Footnote 1: la primera ... mayor. There are three steps that lead up to the chapel, which is separated from the transept to-day by a magnificent reja (screen or grating), dating from 1548, and is filled with treasures of art.]

[Footnote 2: los reyes. Alfonso VII, the Infante Don Pedro de Aguilar (son of Alfonso XI), Sancho III, and Sancho IV are buried here.]

—¡Adelante! murmuró en voz baja, y quiso andar y no pudo. Parecía que sus pies se habían clavado en el pavimento. Bajó los ojos, y sus cabellos se erizaron de horror: el suelo de la capilla lo formaban anchas y obscuras losas sepulcrales.

Por un momento creyó que una mano fría y descarnada le sujetaba en aquel punto con una fuerza invencible. Las moribundas lámparas, que brillaban en el fondo de las naves como estrellas perdidas entre las sombras, oscilaron á su vista, y oscilaron las estatuas de los sepulcros y las imágenes del altar, y osciló el templo todo con sus arcadas de granito y sus machones de sillería.

—¡Adelante! volvió á exclamar Pedro como fuera de sí, y se acercó al ara, y trepando por ella subió hasta el escabel de la imagen. Todo alrededor suyo se revestía de formas quiméricas y horribles; todo era tinieblas y luz dudosa, más imponente aún que la obscuridad. Sólo la Reina de los cielos, suavemente iluminada por una lámpara de oro, parecía sonreir tranquila, bondadosa, y serena en medio de tanto horror.

Sin embargo, aquella sonrisa muda é inmóvil que le tranquilizara[1] un instante, concluyó por infundirle temor; un temor más extraño, más profundo que el que hasta entonces había sentido.

[Footnote 1: tranquilizara. See p.16, note 3.]

Tornó empero á dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano con un movimiento convulsivo y le arrancó la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo arzobispo; la ajorca de oro cuyo valor equivalía á una fortuna.[2]

[Footnote 2: equivalía á una fortuna. The jewels of this Virgin, presents for the most part from crowned heads and high church dignitaries, are in fact of immense value.]

Ya la presea estaba en su poder: sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural, sólo restaba huir, huir con ella: pero para esto era preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de ver, de ver la imagen, de ver los reyes de las sepulturas, los demonios de las cornisas, los endriagos de los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que semejantes á blancos y gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las naves, pobladas de rumores temerosos y extraños.

Al fin abrió los ojos, tendió una mirada, y un grito agudo se escapó de sus labios.

La catedral estaba llena de estatuas, estatuas que, vestidas con luengos y no vistos ropajes, habían descendido de sus huecos, y ocupaban todo el ámbito de la iglesia, y le miraban con sus ojos sin pupila.

Santos, monjas, ángeles, demonios, guerreros, damas, pajes, cenobitas y villanos, se rodeaban y confundían en las naves y en el altar. Á sus pies oficiaban, en presencia de los reyes, de hinojos sobre sus tumbas, los arzobispos de mármol que él había visto otras veces, inmóviles sobre sus lechos mortuorios, mientras que arrastrándose por las losas, trepando por los machones, acurrucados en los doseles, suspendidos de las bóvedas, pululaban como los gusanos de un inmenso cadáver, todo un mundo de reptiles y alimañas de granito, quimericos, deformes, horrorosos.

Ya no pudo resistir más. Las sienes le latieron con una violencia espantosa; una nube de sangre obscureció sus pupilas, arrojó un segundo grito, un grito desgarrador y sobrehumano, y cayó desvanecido sobre el ara.

Cuando al otro día los dependientes de la iglesia le encontraron al pie del altar, tenía aún la ajorca de oro entre sus manos, y al verlos aproximarse, exclamó con una estridente carcajada:

—¡Suya, suya!

El infeliz estaba loco.