Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Bécquer - HTML preview

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EL CRISTO DE LA CALAVERA[1]

 

[Footnote 1: See p. 70, note 1.]

El rey de Castilla[1] marchaba á la guerra de moros,[2] y para combatir con los enemigos de la religión había apellidado en son de guerra á todo lo más florido de la nobleza de sus reinos. Las silenciosas calles de Toledo[3] resonaban noche y día con el marcial rumor de los atabales y los clarines, y ya en la morisca puerta de Visagra,[4] ya en la del Cambrón,[5] en la embocadura del antiguo puente de San Martín,[6] no pasaba hora sin que se oyese el ronco grito de los centinelas, anunciando la llegada de algún caballero que, precedido de su pendón señorial y seguido de jinetes y peones, venía á reunirse al grueso del ejército castellano.

[Footnote 1: See p. 34, note 1.]

[Footnote 2: moros = 'Moors.' The Arabs who conquered Mauritania in the Seventh century converted the native race to Mohammedanism, and it was this mixed population that entered Spain by Gibraltar in 71. There they remained in almost constant warfare with the Christians until they were finally defeated at Granada by the armies of Ferdinand and Isabella and driven from Spain in 1492. Toledo was entered by the Christians under Alfonso VI in 1085. From this time on Christian arms began to prevail in the peninsula.]

[Footnote 3: Toledo. See p. 50, note 2.]

[Footnote 4: puerta de Visagra. The gate referred to here is the Puerta Visagra Antigua, an ancient Arab gate of the ninth century, a little to the west of the Puerta Visagra Actual, which latter was not built until 1550. The old Puerta Visagra is now blocked up. It was through this gateway that Alfonso VI entered Toledo. "The work is entirely Moorish, of the first period, heavy and simple, with the triple arches so delightfully curved in horseshoe shape, and the upper crenelated apertures." H. Lynch, Toledo, London, 1903, p. 297. Its name is probably from the Arabic, either from Bâb Shaqrâ (red gate) or Bâb Sharâ (field-gate).]

[Footnote 5: la del Cambrón. The Puerta del Cambrón is one of the three open gateways in the outer walls of Toledo to-day. "Entering the city by the Bridge of San Martín, you front the gate of the Cambrón, so called from the brambles that grew about that small, charming, pinnacled edifice, which was built upon the spot of Wamba's old gate in Alfonso VI's time, and was then completely Moorish in style. In 1576 it was restored and took on its present half renaissance, half classical aspect." Ib., p. 295.]

[Footnote 6: Puente de San Martín. "The imposing Puente de San Martín, which spans the Tagus to the west of the town, was built in 1212 and renewed in 1390. It consists of five arches, that in the center being about 100 ft. in height Each end is guarded by a gate-tower.... The gorge of the Tagus here is very imposing." Baedeker, Spain and Portugal (1901), p. 150.]

El tiempo que faltaba para emprender el camino de la frontera y concluir de ordenar las huestes reales, discurría en medio de fiestas públicas, lujosos convites y lucidos torneos, hasta que, llegada al fin la víspera del día señalado de antemano por S.A.[1] para la salida del éjercito, se dispuso un postrer sarao, con el que debieran terminar los regocijos.

[Footnote 1: S. A. Abbreviation for Su Alteza, 'His Highness,' a title given to the kings of Spain down to the Austrian dynasty, and now applied to princes and regents.]

La noche del sarao, el alcázar[1] de los reyes ofrecía un aspecto singular. En los anchurosos patios, alrededor de inmensas hogueras, y diseminados sin orden ni concierto, se veía una abigarrada multitud de pajes, soldados, ballesteros y gente menuda, quienes, éstos aderezando sus corceles y sus armas y disponiendolos para el combate; aquéllos saludando con gritos ó blasfemias las inesperadas vueltas de la fortuna, personificada en los dados del cubilete, los otros repitiendo en coro el refrán de un romance de guerra, que entonaba un juglar acompañado de la guzla; los de más allá comprando á un romero conchas,[2] cruces y cintas tocadas en el sepulcro de Santiago,[3] ó riendo con locas carcajadas de los chistes de un bufón, ó ensayando en los clarines el aire bélico para entrar en la pelea, propio de sus señores, ó refiriendo antiguas historias de caballerías ó aventuras de amor, ó milagros recientemente acaecidos, formaban un infernal y atronador conjunto imposible de pintar con palabras.

[Footnote 1: el alcázar. The Alcazar (Arab, al qaçr, 'the castle') "stands on the highest ground in Toledo. The site was originally occupied by a Roman 'castellum' which the Visigoths also used as a citadel. After the capture of the city by Alfonso VI the Cid resided here as 'Alcaide.' Ferdinand the Saint and Alfonso the Learned converted the castle into a palace, which was afterwards enlarged and strengthened by John II, Ferdinand and Isabella, Charles V, and Philip II." (Baedeker, 1901, p. 152) It has been burned and restored several times. The magnificent staircase is due to Charles V, whose name the Alcazar sometimes bears.]

[Footnote 2: conchas = 'shells.' During the Middle Ages pilgrims often ornamented their clothing with shells, particularly with scallop-shells, to indicate doubtless that they had crossed the sea to the Holy Shrine in Palestine; for this reason the scallops were known as "pilgrim shells." See the Encyclopedia Americana ("Shell"). According to one of the legends the remains of St. James were brought to Spain in a scallop-shell; hence the use of that emblem by pilgrims to his sanctuary.]

[Footnote 3: Santiago = 'St. James,' the patron saint of Spain. A legend of about the twelfth century tells us that the remains of St. James the Greater, son of Zebedee, after he was beheaded in Judea, were miraculously brought to Spain and interred in a spot whose whereabouts was not known until in the ninth century a brilliant star pointed out the place ('campus stellae'). The cathedral of Santiago de Compostela was erected there, and throughout the Middle Ages it was one of the most popular pilgrim-resorts in Christendom.]

Sobre aquel revuelto océano de cantares de guerra, rumor de martillos que golpeaban los yunques, chirridos de limas que mordían el acero, piafar de corceles, voces descompuestas, risas inextinguibles, gritos desaforados, notas destempladas, juramentos y sonidos extraños y discordes, flotaban á intervalos como un soplo de brisa armoniosa los lejanos acordes de la música del sarao.

Éste, que tenía lugar en los salones que formaban el segundo cuerpo del alcázar, ofrecia a su vez un cuadro, si no tan fantástico y caprichoso, más deslumbrador y magnífico.

Por las extensas galerías que se prolongaban á lo lejos formando un intrincado laberinto de pilastras esbeltas y ojivas caladas y ligeras como el encaje, por los espaciosos salones vestidos de tapices, donde la seda y el oro habían representado, con mil colores diversos, escenas de amor, de caza y de guerra, y adornados con trofeos de armas y escudos, sobre los cuales vertían un mar de chispeante luz un sinnúmero de lámparas y candelabros de bronce, plata y oro, colgadas aquéllas de las altísimas bóvedas, y enclavados éstos en los gruesos sillares de los muros; por todas partes á donde se volvían los ojos, se veían oscilar y agitarse en distintas direcciones una nube de damas hermosas con ricas vestiduras, chapadas en oro, redes de perlas aprisionando sus rizos, joyas de rubíes llameando sobre su seno, plumas sujetas en vaporoso cerco á un mango de marfil, colgadas del puño, y rostrillos de 'blancos encajes, que acariciaban sus mejillas, ó alegres turbas de galanes con talabartes de terciopelo, justillos de brocado y calzas de seda, borceguíes de tafilete, capotillos de mangas perdidas y caperuza, puñales con pomo de filigrana y estoques de corte, bruñidos, delgados y ligeros.

Pero entre esta juventud brillante y deslumbradora, que los ancianos miraban desfilar con una sonrisa de gozo, sentados en los altos sitiales de alerce que rodeaban el estrado real llamaba la atención por su belleza incomparable, una mujer aclamada reina de la hermosura en todos los torneos y las cortes de amor de la época, cuyos colores habían adoptado por emblema los caballeros más valientes; cuyos encantos eran asunto de las coplas de los trovadores más versados en la ciencia del gay saber; á la que se volvían con asombro todas las miradas; por la que suspiraban en secreto todos los corazones, alrededor de la cual se veían agruparse con afán, como vasallos humildes en torno de su señora, los más ilustres vástagos de la nobleza toledana, reunida en el sarao de aquella noche. Los que asistían de continuo á formar el séquito de presuntos galanes de doña Inés de Tordesillas, que tal era el nombre de esta celebrada hermosura, á pesar de su carácter altivo y desdeñoso, no desmayaban jamás en sus pretensiones; y éste, animado con una sonrisa que había creído adivinar en sus labios; aquél, con una mirada benévola que juzgaba haber sorprendido en sus ojos; el otro, con una palabra lisonjera, un ligerísimo favor ó una promesa remota, cada cual esperaba en silencio ser el preferido. Sin embargo, entre todos ellos había dos que más particularmente se distinguían por su asiduidad y rendimiento, dos que al parecer, si no los predilectos de la hermosa, podrían calificarse de los más adelantados en el camino de su corazón. Estos dos caballeros, iguales en cuna, valor y nobles prendas, servidores de un mismo rey y pretendientes de una misma dama, llamábanse Alonso de Carrillo el uno, y el otro Lope de Sandoval.

Ambos habían nacido en Toledo; juntos habían hecho sus primeras armas, y en un mismo día, al encontrarse sus ojos con los de doña Inés, se sintieron poseídos de un secreto y ardiente amor por ella, amor que germinó algún tiempo retraído y silencioso, pero que al cabo comenzaba á descubrirse y á dar involuntarias señales de existencia en sus acciones y discursos.

En los torneos del Zocodover,[1] en los juegos florales de la corte, siempre que se les había presentado coyuntura para rivalizar entre sí en gallardía ó donaire, la habían aprovechado con afán ambos caballeros, ansiosos de distinguirse á los ojos de su dama; y aquella noche, impelidos sin duda por un mismo afán, trocando los hierros por las plumas y las mallas por los brocados y la seda, de pie junto al sitial donde ella se reclinó un instante después de haber dado una vuelta por los salones, comenzaron una elegante lucha de frases enamoradas é ingeniosas, ó epigramas embozados y agudos.

[Footnote 1: El Zocodover. A small, quaint, three-cornered plaza, with two sides straight and the third curved, surrounded by buildings with rough arcades shading the shops on the ground floor. It used to be the scene of tournaments and bull-fights, as well as being the market-place, as it is to-day. "The life of the city then (after the Christian conquest), as now, spread from the Zocodover, word of inexplicable charm, said to be Arabian and to signify 'Place of the Beasts.' Down the picturesque archway, cut in deep yellow upon such a blue as only southern Europe can show at all seasons, a few steps lead you to the squalid ruin where Cervantes slept, ate and wrote the Ilustre Fregona. So exactly must it have been in the day Cervantes suffered and smiled, offering to his mild glance just such a wretched and romantic front." H. Lynch, op. cit., pp. 119–120]

Los astros menores de esta brillante constelación, formando un dorado semicírculo en torno de ambos galanes, reían y esforzaban las delicadas burlas; y la hermosa, objeto de aquel torneo de palabras, aprobaba con una imperceptible sonrisa los conceptos escogidos ó llenos de intención, que, ora salían de los labios de sus adoradores, como una ligera onda de perfume que halagaba su vanidad, ora partían como una saeta aguda que iba á buscar para clavarse en él, el punto más vulnerable del contrario, su amor propio.

Ya el cortesano combate de ingenio y galanura comenzaba á hacerse de cada vez más crudo; las frases eran aún corteses en la forma, pero breves, secas, y al pronunciarlas, si bien las acompañaba una ligera dilatación de los labios, semejante á una sonrisa, los ligeros relámpagos de los ojos imposibles de ocultar, demostraban que la cólera hervía comprimida en el seno de ambos rivales.

La situación era insostenible. La dama lo comprendió así, y levantándose del sitial se disponía á volver á los salones, cuando un nuevo incidente vino á romper la valla del respetuoso comedimiento en que se contenían los dos jóvenes enamorados. Tal vez con intención, acaso por descuido, doña Inés había dejado sobre su falda uno de los perfumados guantes, cuyos botones de oro se entretenía en arrancar uno á uno mientras duró la conversación. Al ponerse de pie, el guante resbaló por entre los anchos pliegues de seda, y cayó en la alfombra. Al verle caer, todos los caballeros que formaban su brillante comitiva se inclinaron presurosos á recogerle,[1] disputándose el honor de alcanzar un leve movimiento de cabeza en premio de su galantería.

[Footnote 1: le. This use of the accusative le instead of lo, when the object is not personal, is sanctioned by the Spanish Academy. See Gramática de La Lengua Castellana por La Real Academia Española, nueva edición, Madrid, 1901, p. 241.]

Al notar la precipitación con que todos hicieron el ademán de inclinarse, una imperceptible sonrisa de vanidad satisfecha asomó á los labios de la orgullosa doña Inés, que después de hacer un saludo general á los galanes que tanto empeño mostraban en servirla, sin mirar apenas y con la mirada alta y desdeñosa, tendió la mano para recoger el guante en la dirección que se encontraban Lope y Alonso, los primeros que parecían haber llegado al sitio en que cayera.[1] En efecto, ambos jóvenes habían visto caer el guante cerca de sus pies; ambos se habían inclinado con igual presteza á recogerle,[2] y al incorporarse cada cual le[2] tenía asido por un extremo. Al verlos inmóviles, desafiándose en silencio con la mirada, y decididos ambos á no abandonar el guante que acababan de levantar del suelo, la dama dejó escapar un grito leve é involuntario, que ahogó el murmullo de los asombrados espectadores, los cuales presentían una escena borrascosa, que en el alcázar y en presencia del rey podría calificarse de un horrible desacato.

[Footnote 1: cayera. See p. 16, note 3.]

[Footnote 2: le. See p. 66, note 1.]

No obstante, Lope y Alonso permanecían impasibles, mudos, midiéndose con los ojos, de la cabeza á los pies, sin que la tempestad de sus almas se revelase más que por un ligero temblor nervioso, que agitaba sus miembros como si se hallasen acometidos de una repentina fiebre.

Los murmullos y las exclamaciones iban subiendo de punto; la gente comenzaba á agruparse en torno de los actores de la escena; doña Inés, ó aturdida ó complaciéndose en prolongarla, daba vueltas de un lado á otro, como buscando donde refugiarse y evitar las miradas de la gente, que cada vez acudía en mayor número. La catástrofe era ya segura; los dos jóvenes habían ya cambiado algunas palabras en voz sorda, y mientras que con la una mano sujetaban el guante con una fuerza convulsiva, parecían ya buscar instintivamente con la otra el puño de oro de sus dagas, cuando se entreabrió respetuosamente el grupo que formaban los espectadores, y apareció el Rey.

Su frente estaba serena; ni había indignación en su rostro, ni cólera en su ademán.

Tendió una mirada alrededor, y esta sola mirada fué bastante para darle á conocer lo que pasaba. Con toda la galantería del doncel más cumplido, tomó el guante de las manos de los caballeros que, como movidas por un resorte, se abrieron sin dificultad al sentir el contacto de la del monarca, y volviéndose á doña Inés de Tordesillas que, apoyada en el brazo de una dueña,[1] parecía próxima á desmayarse, exclamó, presentándolo, con acento, aunque templado, firme:

[Footnote 1: dueña = 'duenna,' an elderly woman who occupies a position midway between that of governess and companion to young Spanish women.]

—Tomad, señora, y cuidad de no dejarle[1] caer en otra ocasión, donde al devolvérosle,[2] os lo devuelvan manchado en sangre.

[Footnote 1: le. See p. 66, note 1.]

[Footnote 2: le. See p. 66, note 1.]

Cuando el rey terminó de decir estas palabras, doña Inés, no acertaremos á decir si á impulsos de la emoción, ó por salir más airosa del paso, se había desvanecido en brazos de los que la rodeaban.

Alonso y Lope, el uno estrujando en silencio entre sus manos el birrete de terciopelo, cuya pluma arrastraba por la alfombra, y el otro mordiéndose los labios hasta hacerse brotar la sangre, se clavaron una mirada tenaz é intensa.

Una mirada en aquel lance equivalía á un bofetón, á un guante arrojado al rostro, á un desafío á muerte.

 

II

Al llegar la media noche, los reyes se retiraron á su camara. Terminó el sarao y los curiosos de la plebe que aguardaban con impaciencia este momento, formando grupos y corrillos en las avenidas del palacio, corrieron á estacionarse en la cuesta del alcázar,[1] los miradores[2] y el Zocodover.

[Footnote 1: la cuesta del alcázar. This is the name of the street that leads from the Zocodover up to the height on which is situated the Alcazar (see p. 61, note 3).]

[Footnote 2: miradores. See p. 51 note 2.]

Durante una ó dos horas, en las calles inmediatas á estos puntos reinó un bullicio, una animación y un movimiento indescriptibles. Por todas partes se veían cruzar escuderos caracoleando en sus corceles ricamente enjaezados; reyes de armas con lujosas casullas llenas de escudos y blasones: timbaleros vestidos de colores vistosos, soldados cubiertos de armaduras resplandecientes, pajes con capotillos de terciopelo y birretes coronados de plumas, y servidores de á pie que precedían las lujosas literas y las andas cubiertas de ricos paños, llevando en sus manos grandes hachas encendidas, á cuyo rojizo resplandor podía verse á la multitud, que con cara atónita, labios entreabiertos y ojos espantados, miraba desfilar con asombro á todo lo mejor de la nobleza castellana, rodeada en aquella ocasión de un fausto y un esplendor fabulosos.

Luego, poco á poco fué cesando el ruido y la animación; los vidrios de colores de las altas ojivas del palacio dejaron de brillar; atravesó por entre los apiñados grupos la última cabalgata; la gente del pueblo á su vez comenzó á dispersarse en todas direcciones, perdiéndose entre las sombras del enmarañado laberinto de calles obscuras, estrechas y torcidas,[1] y ya no turbaba el profundo silencio de la noche más que el grito lejano de vela de algún guerrero, el rumor de los pasos de algún curioso que se retiraba el último, ó el ruido que producían las aldabas de algunas puertas al cerrarse, cuando en lo alto de la escalinata que conducía á la plataforma del palacio apareció un caballero, el cual, después de tender la vista por todos lados como buscando á alguien que debía esperarle, descendió lentamente hasta la cuesta del alcázar, por la que se dirigie hacia el Zocodover.

[Footnote 1: torcidas. See p. 50, note 2.]

Al llegar á la plaza de éste nombre se detuvo un momento, y volvió á pasear la mirada á su alrededor. La noche estaba obscura; no brillaba una sola estrella en el cielo, ni en toda la plaza se veía una sola luz; no obstante, allá á lo lejos, y en la misma dirección en que comenzó á percibirse un ligero ruido como de pasos que iban aproximándose, creyó distinguir el bulto de un hombre: era sin duda el mismo á quien parecía[1] aguardaba con tanta impaciencia.

[Footnote 1: parecía is parenthetic in sense as used here.]

El caballero que acababa de abandonar el alcázar para dirigirse al Zocodover era Alonso Carrillo, que en razón al puesto de honor que desempeñaba cerca de la persona del rey, había tenido que acompañarle en su cámara hasta aquellas horas. El que saliendo de entre las sombras de los arcos[1] que rodean la plaza vino á reunírsele, Lope de Sandoval. Cuando los dos caballeros se hubieron reunido, cambiaron algunas frases en voz baja.

[Footnote 1: arcos. See p. 64, note 1.]

—Presumí que me aguardabas, dijo el uno.

—Esperaba que lo presumirías, contesto el otro.

—Y ¿á dónde iremos?

—Á cualquiera parte en que se puedan hallar cuatro palmos de terreno donde revolverse, y un rayo de claridad que nos alumbre.

Terminado este brevísimo diálogo, los dos jóvenes se internaron por una de las estrechas calles que desembocan en el Zocodover, desapareciendo en la obscuridad como esos fantasmas de la noche, que después de aterrar un instante al que los ve, se deshacen en átomos de niebla y se confunden en el seno de las sombras.

Largo rato anduvieron dando vueltas á través de las calles de Toledo, buscando un lugar á propósito para terminar sus diferencias; pero la obscuridad de la noche era tan profunda, que el duelo parecía imposible. No obstante, ambos deseaban batirse, y batirse antes que rayase el alba; pues al amanecer debían partir las huestes reales, y Alonso con ellas. Prosiguieron, pues, cruzando al azar plazas desiertas, pasadizos sombríos, callejones estrechos y tenebrosos, hasta que por último, vieron brillar á lo lejos una luz, una luz pequeña y moribunda, en torno de la cual la niebla formaba un cerco de claridad fantástica y dudosa.

Habían llegado á la calle del Cristo,[1] y la luz que se divisaba en uno de sus extremes parecía ser la del farolillo que alumbraba en aquella época, y alumbra aún, á la imagen que le da su nombre. Al verla, ambos dejaron escapar una exclamación de júbilo, y apresurando el paso en su dirección, no tardaron mucho en encontrarse junto al retablo en que ardía. Un arco rehundido en el muro, en el fondo del cual se veía la imagen del Redentor enclavado en la cruz y con una calavera al pie; un tosco cobertizo de tablas que lo defendía de la intemperie, y el pequeño farolillo colgado de una cuerda que lo iluminaba débilmente, vacilando al impulse del aire, formaban todo el retablo, alrededor del cual colgaban algunos festones de hiedra que habían crecido entre los obscuros y rotos sillares, formando una especie de pabellón de verdura.

[Footnote 1: la calle del Cristo. The street mentioned here is one known up to the year 1864 as la Calle del Cristo de la Calavera or la Calle de la Calavera, but which bears to-day the name of la Cuesta del Pez. It terminates near a little square which is called to-day Plazuela de Abdon de Paz, but which earlier bore the name of Plazuela de la Cruz de la Calavera. Miraculous tales are related of several of the images of Christ in Toledo, of the Cristo de la Luz, of the Cristo de la Vega, and others, as well as of the image we have to deal with here.]

Los caballeros, después de saludar respetuosamente la imagen de Cristo, quitándose los birretes y murmurando en voz baja una corta oración, reconocieron el terreno con una ojeada, echaron á tierra sus mantos, y apercibiéndose mutuamente para el combate y dándose la señal con un leve movimiento de cabeza, cruzaron los estoques. Pero apenas se habían tocado los aceros y antes que ninguno de los combatientes hubiese podido dar un solo paso ó intentar un golpe, la luz se apagó[1] de repente y la calle quedó sumida en la obscuridad más profunda. Como guiados de un mismo pensamiento y al verse rodeados de repentinas tinieblas, los dos combatientes dieron un paso atrás, bajaron al suelo las puntas de sus espadas y levantaron los ojos hacia el farolillo, cuya luz, momentos antes apagada, volvió á brillar de nuevo al punto en que hicieron ademán de suspender la pelea.

[Footnote 1: la luz se apagó. Espronceda describes effectively a similar miraculous extinguishing and relighting of a lamp before a shrine, in Part IV of his Estudiante de Salamanca:

La moribunda lámpara que ardía
  Trémula lanza su postrer fulgor,
  Y en honda obscuridad, noche sombría
  La misteriosa calle encapotó.

  Al pronunciar tan insolente ultraje
  La lámpara del Cristo se encendió:
  Y una mujer velada en blanco traje,
  Ante la imagen de rodillas vió.

  Y al rostro la acerca, que el cándido lino
  Encubre, con ánimo asaz descortés;
  Mas la luz apaga viento repentino,
  Y la blanca dama se puso de pie.]

—Será alguna ráfaga de aire que ha abatido la llama al pasar, exclamó Carrillo volviendo á ponerse en guardia, y previniendo con una voz á Lope, que parecía preocupado.

Lope dió un paso adelante para recuperar el terreno perdido, tendió el brazo y los aceros se tocaron otra vez; mas al tocarse, la luz se tornó á apagar por sí misma, permaneciendo así mientras no se separaron los estoques.

—En verdad que esto es extraño, murmuró Lope mirando al farolillo, que espontaneamente habia vuelto á encenderse, y se mecía con lentitud en el aire, derramando una claridad trémula y extraña sobre el amarillo craneo de la calavera colocada a los pies de Cristo.

—¡Bah! dijo Alonso, será que la beata encargada de cuidar del farol del retablo sisa á los devotos y escasea el aceite, por lo cual la luz, proxima á morir, luce y se obscurece á intervalos en señal de agonía; y dichas estas palabras, el impetuoso joven tornó á colocarse en actitud de defensa. Su contrario le imitó; pero esta vez, no tan sólo volvió á rodearlos una sombra espesisima é impenetrable, sino que al mismo tiempo hirió sus oídos el eco profundo de una voz misteriosa, semejante á esos largos gemidos del vendaval que parece que se queja y articula palabras al correr aprisionado por las torcidas, estrechas y tenebrosas calles de Toledo.

Que dijo aquella voz medrosa y sobrehumana, nunca pudo saberse; pero al oirla ambos jóvenes se sintieron poseídos de tan profundo terror, que las espadas se escaparon de sus manos, el cabello se les erizó, y por sus cuerpos, que estremecía un temblor involuntario, y por sus frentes pálidas y descompuestas, comenzó á correr un sudor frío como el de la muerte.

La luz, por tercera vez apagada, por tercera vez volvió á resucitar, y las tinieblas se disiparon.

—¡Ah! exclamó Lope al ver á su contrario entonces, y en otros días su mejor amigo, asombrado como él, y como él pálido é inmóvil; Dios no quiere permitir este combate, porque es una lucha fratricida; porque un combate entre nosotros ofende al cielo, ante el cual nos hemos jurado cien veces una amistad eterna. Y esto diciendo se arrojó en los brazos de Alonso, que le estrechó entre los suyos con una fuerza y una efusión indecibles.

 

III

Pasados algunos minutos, durante los cuales ambos jovenes se dieron toda clase de muestras de amistad y cariño, Alonso tomó la palabra, y con acento conmovido aún por la escena que acabamos de referir, exclamó, dirigiendose á su amigo:

—Lope, yo se que amas á doña Inés; ignoro si tanto como yo, pero la amas. Puesto que un duelo entre nosotros es imposible, resolvámonos á encomendar nuestra suerte en sus manos. Vamos en su busca; que ella decida con libre albedrío cuál ha de ser el dichoso, cuál el infeliz. Su decisión será respetada por ambos, y el que no merezca sus favores mañana saldrá con el rey de Toledo, é irá á buscar el consuelo del olvido en la agitación de la guerra.

—Pues tú lo quieres, sea; contestó Lope.

Y el uno apoyado en el brazo del otro, los dos amigos se dirigieron hacia la catedral,[1] en cuya plaza,[2] y en un palacio del que ya no quedan ni aún los restos, habitaba doña Inés de Tordesillas.

[Footnote 1: la catedral. See p. 55, note 1.]

[Footnote 2: plaza. There is a small square in front of the cathedral, called to-day the Plaza de (or del) Ayuntamiento.]

Estaba á punto de rayar el alba, y como algunos de los deudos de doña Inés, sus hermanos entre ellos, marchaban al otro día con el ejército real, no era imposible que en las primeras horas de la mañana pudiesen penetrar en su palacio.

Animados con esta esperanza, llegaron, en fin, al pie de la gótica torre[1] del templo; mas al llegar á aquel punto, un ruido particular llamó su atención, y deteniéndose en uno de los ángulos, ocultos entre las sombras de los altos machones que flanquean los muros, vieron, no sin grande asombro, abrirse el balcón del palacio de su dama, aparecer en él un hombre que se deslizó hasta el suelo con la ayuda de una cuerda, y, por último, una forma blanca, doña Inés sin duda, que inclinándose sobre el calado antepecho, cambió algunas tiernas frases de despedida con su misterioso galán.

[Footnote 1: la gotica torre. See p. 55, note i.]

El primer movimiento de los dos jóvenes fué llevar las manos al puño de sus espadas; pero deteniéndose como herid